Todos a Once

Una mujer que no era del target entró al Patio Bullrich. Miró las vidrieras y se metió en un negocio a probarse un tapado. Le gustó, entonces preguntó el precio. Cuando se lo dijeron quedó estupefacta. “Pero si eso lo consigo en Once por cinco veces menos”, exclamó indignada y se fue.
El comentario de la mujer fue oído por dos señoras adineradas que estaban en el mismo local, a punto de adquirir sin protestas un tapado similar. Pero la diferencia de precios citada les hizo dudar de que la compra fuera razonable. Entonces desistieron de hacerla y se tomaron un taxi, dispuestas a explorar ese lugar misterioso llamado “Once”.
Cuando llegaron, se sorprendieron por la cantidad de gente y la falta de elegancia del lugar. Pero quedaron boquiabiertas al ver los precios. Efectivamente, en muchos negocios las mismas prendas se podían encontrar a precios mucho menores que en el Patio Bullrich, la avenida Alvear, las Galerías Pacífico, incluso la avenida Santa Fe. Es cierto, esos lugares eran más agradables, pero no les pareció que se justificara una diferencia tan grande.
De modo que las dos señoras adineradas empezaron a comprar en Once. También comentaron el descubrimiento con sus amigas del country, y se fue gestando un boca a boca que, luego de un tiempo, llevó a que la mayor parte de las personas de mucho dinero de Buenos Aires hiciera sus compras en Once.
Se convirtieron en clientes muy asiduos, porque podían comprar mucho más. Su poder adquisitivo se había multiplicado de repente, entonces volvían a sus mansiones con bolsa tras bolsa de compras de Once. Algunas personas llevaban a sus mayordomos sólo para que las ayudaran a acarrear las bolsas.
Los comerciantes de Once aprovecharon la oleada para subir un poco los precios, de modo que siguieran siendo muy atractivos, pero como la demanda había subido se justificaba. También variaron la oferta para adecuarla a los gustos de sus nuevos clientes.
El Patio Bullrich, por su parte, se convirtió en un desierto. Los negocios empezaron a no poder pagar el alquiler de los locales, entonces tuvieron que liquidar las existencias. De modo que se produjeron ofertas muy atractivas. Pero la gente que antes concurría a ese lugar no tenía ganas de comprarles, por una cuestión de principios. Sentían que les habían robado durante mucho tiempo. Entonces empezaron a comprar en el Patio Bullrich personas que antes no se animaban a entrar. Gente que salía del shopping y se dirigía a la estación de Retiro a tomar el tren para volver a su casa.
Al Patio Bullrich no le quedó otra que bajar el alquiler de los locales, con lo que se instalaron marcas más baratas. Las grandes marcas decidieron retirarse, porque el público que empezó a concurrir no era el que buscaban. Ahora su público estaba en Once, así que tiendas como Louis Vuitton, Rolex, Lacoste, Armani y Saks Fifth Avenue se instalaron en la avenida Pueyrredón, alternándose con Banchero, Panch8, Cocot y cientos de negocios sin nombre, muchos de los cuales vendían la misma mercadería que ellos, por lo que no pudieron cobrar los precios de otros lados.
De este modo, corrió también internacionalmente el rumor de que existían en Buenos Aires locales muy baratos de las mejores marcas del mundo. Apareció el turismo bicoca, que llegaba a la ciudad para hacer compras y compensaba el valor del pasaje.
Así fue como la zona de Once se transformó en el centro de consumo internacional que es hoy. Pero antes era muy distinto. Para darse una idea de cómo era, basta con darse una vuelta por el Patio Bullrich.