Un oscuro fratricidio

Santiago no soportaba a su hermano. Pensaba que no le dejaba espacio, que no lo dejaba ser. Tenía que compartir todo con él, y estaba cansado. La falta de independencia le impedía crecer.
La corta edad de Santiago impedía que se fuera a otra parte. Por el momento el único lugar que había conocido era el que ambos compartían, el vientre materno. Habían coexistido ahí desde el principio de sus días. Santiago no aguantaba más. El hermano no parecía estar muy enterado del hartazgo de Santiago, aunque no se podía ver muy bien su expresión por la ausencia de luz en el lugar.
Con el correr de las semanas, Santiago empezó a urdir un plan de matar a su hermano. Él ignoraba que en algunos meses estaba previsto que ambos salieran y tuvieran mucho espacio a su disposición. Tal vez, de haberlo sabido, habría podido aguantar. Pero lo que faltaba era más del doble del tiempo de vida que tenía hasta ese momento, entonces de cualquier modo era relativamente mucho tiempo.
Una noche, mientras la madre dormía, Santiago puso en marcha el plan. Mordió a su hermano en la yugular y lo dejó morir desangrado. Pero pronto se dio cuenta de que, muerto o no, el hermano seguía estando ahí, quitándole espacio. Tenía que hacer algo con sus restos.
Entonces hizo en forma algo prematura lo que hacen todos los bebés: llevárselo a la boca. Poco a poco se lo fue comiendo. Santiago no tenía dientes, pero su hermano no se había endurecido mucho. Además, el líquido amniótico facilitaba la masticación.
Santiago tuvo, entonces, todo el útero a su disposición. Sus padres nunca se enteraron. Los informes que hablaban de mellizos fueron desmentidos por las ecografías posteriores. Al finalizar, el embarazo, Santiago nació y fue recibido sin la más leve sospecha. Nunca nadie había sabido de la existencia de su hermano, por eso nunca recibió un nombre. Nadie supo nunca que Santiago era un asesino, ni siquiera él mismo, que con el tiempo olvidó lo ocurrido. Pudo vivir su vida sin miedo a las consecuencias del hecho que había protagonizado, y sin saber que había logrado el crimen perfecto.