Viaje al interior

No lo podía probar, pero estaba seguro de que mi nariz albergaba un moco consistente. Lo sentía no sé bien cómo, de alguna manera mi cuerpo estaba al tanto de lo que ocurría en sus confines. Estaba claro que tenía que sacarlo de ahí cuanto antes.
Sonarme la nariz no era suficiente. Decidí pasar la parte transversal del dedo índice de la mano izquierda por la parte inferior de las fosas nasales mientras movía la cabeza para los dos lados. Pero el moco estaba más adentro. Era necesaria una intervención directa.
Así que me aseguré de estar solo, me lavé las manos, las sequé bien y procedí a buscar el moco con el mismo índice, pero ahora colocado en forma paralela al tabique. El índice escarbó, con la ayuda del pulgar, en busca del moco notorio. La operación duró unos segundos. Localicé un candidato y tuve algunos problemas para capturarlo, dada la naturaleza escurridiza de los mocos, además del hecho de que estaba trabajando a ciegas. Finalmente, lo saqué, pero al examinarlo llegué a la conclusión de que ése no podía ser el moco que buscaba, por dos razones: era demasiado chico, y seguía sintiendo la presencia en el interior de la fosa.
Entonces envié al dedo a realizar una búsqueda más profunda. A empujar sin miedo hasta toparse con el moco. El dedo entró en la fosa nasal y me sorprendí al darme cuenta de que entraba completo. Más me sorprendí de que todavía no hubiera encontrado al moco, entonces insistí. El dedo ya estaba completamente adentro de la nariz, y seguí haciendo fuerza, entonces entró también la mano.
Cuando me quise acordar, tenía el codo adentro de la nariz. A esa altura el compromiso era demasiado grande como para desistir de mi búsqueda. Entonces le di para adelante.
De repente, mientras la axila entraba en la nariz y su olor se hacía notorio, sentí una fuerza que me tiraba por la espalda. Antes de poder impedirlo, di una vuelta carnero invertida y caí de lleno dentro de mi nariz.
A pesar de que sabía dónde estaba, me encontré en un lugar desconocido. Aparté los pelos de la fosa nasal y penetré en mi cabeza. No encontré rastros del moco. ¿Me lo habría respirado? Me pareció que, ya que estaba ahí, podía investigar, entonces me deslicé por la faringe como por un tobogán, y fui a parar a la tráquea. Lo supe porque sentí un cuerpo extraño en el cuello. Aunque no era un cuerpo extraño, sino el mío, es lógico que no me reconociera porque nunca me había visto tan por dentro.
Quise avanzar hacia los pulmones, pero el cuerpo ya había dado la alarma. Sentí que todo mi entorno se movía con un ritmo creciente. Nunca había estado en una situación así. Un viento muy fuerte se levantaba a intervalos regulares desde la parte de abajo. Me agarré de donde pude, pero no había demasiadas salientes en la tráquea. Entonces la fuerza del viento me desplazó y me volvió a llevar hacia arriba.
Pero no volví a la nariz. Reconocí la campanilla, que siempre había visto desde el otro lado. Supe así que estaba en la boca. Vi luz al final de ese túnel, estaba abierta. El movimiento frenético continuaba, y el viento me llevó hasta la lengua, desde donde me expulsé con una fuerte tos.
En la confusión, como no sabía qué hacer, no me di cuenta de taparme la boca con la mano mientras me tosía, entonces caí al suelo con la fuerza del escupitajo producido por la tos. Por suerte no soy muy alto.
Me quedé unos momentos en el suelo, calmándome. Respiré profundo para recuperarme de la agitación, y también de todo lo que había tosido. Cuando estuve más calmado me examiné, a ver si estaba todo bien. Miré especialmente el brazo izquierdo, el primero que había entrado en la nariz. Y en ese momento descubrí al moco, que sin que me diera cuenta había quedado enganchado en el reloj.
Liberado del moco y de mi invasión, me paré frente al espejo y miré la nariz, porque pensaba que podía tener algún daño. Pero se la veía normal. Todavía ante el espejo me pasé los dedos índice y pulgar por el borde de las fosas como para chequear que todo estuviera bien, y en ese momento la nariz me empezó a sangrar.
Tuve que levantar la cabeza y ponerme un algodón, y en pocos minutos la hemorragia paró. Sin embargo, en los días siguientes tuve varios episodios en los que me volvió a sangrar. Entonces consulté a un médico. El doctor me examinó con su instrumental especializado, y cuando terminó me preguntó “¿te estuviste metiendo el dedo?”