Cine contemplativo

Cierto tipo de cine se caracteriza por la contemplación. Los directores reflexionan constantemente sobre la vida, la sociedad, la industria, las diferencias económicas, el papel del arte, el dolor y el amor. Los personajes también reflexionan, y son en sí mismos un reflejo de la mente del director.
Nosotros, los espectadores, los contemplamos mientras reflexionan. El personaje contempla la vida, o un dilema, o cualquier cosa, no importa. El director contempla al personaje. Y nosotros, en la oscuridad de la sala, comprendemos que ambos están contemplando.
Hay muchas ideas, muchos sentimientos en ambas cabezas. La cara del actor así lo transmite. Complejos y hasta contradictorios pensamientos atraviesan su rostro. No los dice, porque sería demasiado fácil. Una película profunda requiere un espectador activo, que debe contemplarla y relexionar junto a ella.
La película, entonces, nos hace el favor de hacernos pensar, sin decirnos exactamente qué, y sin distraernos con estímulos visuales o sonoros. El director sabe que no es fácil. Que no llegará a un público muy masivo, porque hay mucha gente que no está preparada. A él le costó años alcanzar el grado de profundidad que tiene. Entonces en cada plano nos da tiempo para que desarrollemos tranquilos nuestros pensamientos.
Pero tarde o temprano las reflexiones terminan, y se produce un desenlace. No siempre lo parece, eso sí, porque puede o no tener que ver con lo visto ante de las reflexiones. No importa. Las imágenes son secundarias. Este cine trasciende lo visual. Lo que importa es lo interno, la conexión espiritual entre personaje, director y espectador.
Pero sólo algunos espectadores la consiguen. Sólo unos pocos elegidos se iluminan. Al resto, la película les parece un bodrio inaguantable.