Confianza

A la mañana Pablo, como todos los días, se tomó el subte. La línea estaba funcionando con demoras y cuando vino el tren estaba muy lleno. Por los altoparlantes avisaban que se estaba haciendo todo lo posible para solucionar el problema en poco tiempo, por lo que Pablo viajó tranquilo.
Al llegar a su trabajo vio que le faltaban algunos de los elementos necesarios para realizar sus tareas habituales. Habló con el encargado de obtenerlo, quien le aseguró que estaban pedidos e iban a llegar ese mismo día.
Antes de la llegada de estos elementos se comunicó que a partir del mes siguiente se otorgaba un aumento del 15% a todos los empleados de la empresa. Pablo se alegró, pero su alegría fue mayor cuando su jefe lo llamó aparte y le dijo que sería ascendido a un puesto de mayor responsabilidad y que, por lo tanto, se vería recompensado con un aumento del 15 por ciento respecto de lo que venía ganando hasta el momento.
Al mediodía fue a comer. Pidió una tortilla de papas y le costó el doble de lo que venía pagando. Pablo no se preocupó porque había visto que el índice de inflación presentaba una suba mucho más leve, por lo que estaba claro que numerosos productos habían bajado su precio y compensaban el aumento de la tortilla.
Al llegar a su casa quiso conectarse a Internet y vio que su conexión no funcionaba. Llamó entonces a su proveedor y lo atendió una grabación que le aseguraba que la llamada que él estaba haciendo era de gran importancia para la empresa, independientemente del ínfimo porcentaje que representaba su cuenta en la facturación total. Pablo se alegró de que lo tuvieran en cuenta. Un rato después lo atendió un operador, quien le hizo saber muy amablemente que su problema estaría resuelto en apenas 24 a 72 horas. No sólo eso, una vez solucionado podía llamar a la parte administrativa y pedir la devolución proporcional del abono pagado por el servicio no provisto. Pablo se alegró de haber elegido a una empresa tan considerada para sus necesidades de comunicación.
Mientras cenaba miró por televisión un programa que contenía un concurso. Había una serie de participantes y el público podía llamar a un teléfono con un pequeño cargo extra para votar al que le parecía que había hecho más méritos para ganar. Pablo llamó, contento de que lo dejaran ser parte de la magia de la televisión.
Al día siguiente se levantó sintiéndose muy mal. Tenía un fuerte dolor en el abdomen. Llamó a su trabajo para avisar que no podría asistir, le dijeron que no se preocupara y le desearon suerte. Luego llamó a su obra social para pedir un médico. Inmediatamente lo atendieron, le tomaron los datos y le informaron que estaban enviando un doctor que tocaría timbre en su casa dentro de las siguientes tres horas.
Cuando llegó el médico lo revisó y comprobó que el mal que aquejaba a Pablo necesitaba atención quirúrgica inmediata, y así se lo hizo saber. Pablo estuvo aliviado de la chance que tenía de curarse y no puso reparos. Un par de horas después llegó una ambulancia para llevarlo al hospital.
Cuando esperaba para someterse a la cirugía lo fue a visitar el anestesista, quien le dijo que podía estar tranquilo, que los médicos de ese lugar sabían lo que hacían, y que estaría saltando en una pata en pocos días. Pablo agradeció el gesto.
Pero una operación siempre tiene riesgos. Pablo sabía que existía la posibilidad de que no sobreviviera a la intervención, pero estaba tranquilo. Había sido bautizado, estaba libre de pecados y en el peor de los casos le esperaba una eternidad de contemplación de la divinidad.