El abecedario

Para poder ordenar las palabras, se necesita primero establecer un orden general para las letras. Por eso se ha establecido una secuencia que se denomina “abecedario” o “alfabeto”.
El orden comienza con la letra más importante del idioma castellano y de las lenguas romances: la A. Su forma triangular es un pilar sobre el que se apoyan las otras letras. En español, la A se pronuncia como suena: a. En otros idiomas, en cambio, se pronuncia de diferentes maneras aunque se escribe igual.
Sigue la B. Existen dos de ellas, con un sonido similar. Para diferenciarlas mejor se denominan “be larga” y “ve corta”, aunque parezca redundante por escrito. El alfabeto las separa para que que una quede cerca del inicio y la otra cerca del final.
La C también tiene otras letras con el mismo sonido, que son esparcidas por el abecedario. Es importante que no estén juntas, para evitar más confusión de la que ya hay. La C tiene forma de cuarto creciente, es fácil recordarlo porque “creciente” empieza con C y “cuarto” también. Anteriormente estaba seguida por la letra CH, que tenía un sonido distinto y ocupaba dos caracteres. Por lo tanto, se la ubicaba a continuación del primero de ellos. Hoy las letras que ocupan dos caracteres no son tales, y por lo tanto el abecedario se ha modificado. Esto es atinado, porque evita que tenga que llamarse abecechedario.
Como resultado, la nueva ubicación de la D genera un atractivo efecto de espejo con la C, aunque sus sonidos no tengan nada en común. Está seguida por la E, última vocal de más de un trazo, y la F, que es como una E sin uno de esos trazos. Se encuentran aquí dos coincidencias de forma seguidas, y no serán las únicas.
Por otro lado, la G y la H están juntas por contraste. Una de las letras con sonido más distintivo y dibujo más complejo precede a la letra muda, cuya forma representa una estructura que deja pasar el aire casi intacto, sin modificar el sonido.
Después de la H aparece la vocal más fina. La I tiene un sonido agudo, acorde a su forma. En su versión minúscula se le coloca un punto, al igual que a la letra siguiente, la J. No es casualidad que ambas letras con punto estén juntas, sino que la J es un derivado de la I, a tal punto que en el italiano todavía se la llama i lunga.
La K es la undécima letra del abecedario, y se le dio ese lugar porque está bastante alejada de las que tienen sonido similar, la C y la Q. La sigue la L, que en un momento tenía a otra letra doble, la LL, como acompañante. Los tres caracteres pertenecientes a ambas letras formaban el dibujo LLL, o sea tres ángulos rectos consecutivos, que contrastaban con los tres ángulos agudos consecutivos de la letra siguiente, la M. Hoy, debido a la supresión de la LL, ese equilibrio angular está desbalanceado. Más aún si se toma en cuenta que la letra que sigue a la M es la N, que posee dos ángulos agudos más. De todos modos, agrupar a ambas letras es natural, porque además de sus formas parecidas tienen sonidos bastante similares. En el idioma castellano, la N viene acompañada por la Ñ, fonema exclusivo del español que permite, por ejemplo, escribir la palabra “español”. Como deriva del uso de dos enes, se la ha colocado a continuación de la letra que la engendró, al igual que ocurre en casos similares.
A continuación llega el momento de acomodar una de las dos vocales que faltan. Se ha decidido que la O es la letra que sigue. La O no es seguida por la Q, como debería ocurrir, sino que se encuentra en este sector una intrincada yuxtaposición. La O y la P son seguidas por dos letras que son iguales a ellas pero incorporan una línea oblicua en el extremo inferior derecho, con orientación hacia ese extremo. Nacen así la Q y la R. Gracias a esta anomalía, la Q está a la misma distancia de la K que la K de la C, lo que se genera una simetría de letras similares que da al alfabeto español una elegancia de la que otros, gracias a no tener Ñ, carecen.
Un interesante contraste se da en el siguiente par. La S es una letra que serpentea como representación del modo en el que algunas personas pronuncian su sonido. Ese serpenteo es continuado en el trazo superior de la T, que luego lo interrumpe con un ángulo recto en el medio de la letra. La T, a su vez, forma un efecto trampolín con la U, generando así un vacío que implica, tal vez, que después de ella no habrá más vocales.
Otro efecto notable es el que se da a partir de la U, que es seguida por la V. Originalmente eran la misma letra, y con el tiempo se ha dividido en dos. Pero la V también tiene su letra doble, como la LL, que sin embargo ha evolucionado hasta convertirse en un solo carácter: la W (llamada “doble ve” o “doble u” debido a su doble origen). En el español es una letra que se mantiene más que nada para generar compatibilidad con otros idiomas en los que es notoria, y para que la gente que se llama Wálter pueda escribir su nombre.
Si se agrupa los trazos que forman la W de manera que tengan simetría horizontal y también vertical, se obtendrá una X, formándose así es la siguiente letra. Tiene en común con la W el hecho de que recibe poco uso, como se puede ver al consultar cualquier diccionario, y ni siquiera se la emplea como parte de su propio nombre. Pero su doble simetría la hace única entre las letras de más de un trazo, algo que merece ser destacado. Es por esta simetría que el popular juego Ta-te-ti utiliza la X y la O en lugar de, como podría deducirse del nombre, la T.
La penúltima letra del alfabeto se denomina “i griega”, completando el grupo de las tres letras seguidas que no se usan para escribir sus nombres. La Y puede ser utilizada como vocal, pero oficialmente es considerada una consonante.
El alfabeto concluye con la Z, en lugar de una letra menos utilizada, porque se creyó oportuno terminar con un fonema de cierto uso, para que las últimas letras no se terminaran de caer del abecedario por falta de atención. La Z, sin embargo, no es relegada al olvido. Ser la última letra le da mística, una atención especial que de otro modo no tendría.