El método de la sortija

Felipe manejaba una calesita. Vendía los boletos, subía a los chicos y la ponía en marcha. Lo que más le gustaba era, durante las vueltas, pararse fuera del contorno giratorio y tentar a los que pasaban con la sortija, y la promesa de una vuelta gratis para quienes pudieran capturarla.
Durante los años que llevaba a cargo de la calesita, había desarrollado una técnica para el manejo de la sortija. El objetivo era que hacerse de ella fuera difícil pero no imposible. Con cierto esfuerzo, cualquier chico la podía agarrar, pero debía dedicarse y hacer méritos para conseguirla. Cuando la obtuviera, además de la vuelta gratis, se quedaría con la satisfacción del logro, y el aprendizaje de que hay que luchar por las cosas que valen la pena.
Entonces, Felipe se paraba al costado de la calesita y acercaba la sortija a las manos de los ávidos niños que iban llegando a su posición. La retiraba con delicadeza en el momento en el que la mano estuviera en condiciones de alcanzarla. La mano de Felipe daba vueltas, con distintos recorridos como para que nadie pudiera predecir el siguiente movimiento. Todo duraba un par de segundos, hasta que el chico pasaba de largo o, excepcionalmente, conseguía la sortija.
Un día, la plaza donde funcionaba la calesita levantó la concesión. Felipe no se desanimó. Resolvió convertirla en calesita ambulante, y vagar por la ciudad ofreciendo diversión giratoria a todos los niños. Entonces consiguió un camión y la montó en la parte de atrás. Luego empezó a llevarla los domingos a los distintos barrios.
Sin embargo, no tuvo mucho éxito. Pocos chicos concurrían a la calesita móvil. Era fácil saber por qué. En la plaza, todos sabían que estaba. Sin embargo, al volverse ambulante, sólo los que pasaban y la veían estaban en condiciones de subirse.
Era un problema que se podía arreglar con una campaña publicitaria. Felipe mandó a imprimir volantes, con la idea de pasar durante la semana por plazas, jardines de infantes y otros lugares donde hubiera muchos chicos para hacerles saber que ese domingo tendrían calesita.
Sin embargo, repartir los volantes le resultó muy difícil. Estar acostumbrado a la sortija hacía que amagara con entregar cada volante y luego se lo quitara de la mano a quien lo iba a recibir. Pero, al contrario de lo que ocurría con la sortija, nadie hacía ningún esfuerzo por arrancarle el volante.
La calesita de Felipe corría peligro. Así que cambió de estrategia. En lugar de repartir volantes, decidió ir directamente con la calesita a las cercanías de las plazas y repartir los volantes ahí. La respuesta fue enorme. Los chicos, ansiosos por saber cuándo y dónde podrían subirse a la calesita, hacían grandes esfuerzos para obtener los volantes. Una vez que conseguían uno, valoraban tanto lo obtenido que presionaban mucho a sus padres para que los llevaran el día que la calesita funcionaba. Entonces Felipe tuvo todos los domingos la calesita colmada de chicos con mucho entusiasmo por girar.