El paraguas compañero

El paraguas recorre el mundo conmigo. No lo llevo siempre, sólo cuando veo el peligro de que llueva. Es mi guardaespaldas. Viene conmigo a todas partes, y normalmente lo único que hace es acompañarme. A menos que se manifieste la razón de su presencia, sólo está ahí, y pasea conmigo.

No necesariamente quiero llevarlo. Pero con el tiempo le he tomado cariño. Es un paraguas de mujer. Lo llevo colgado en la espalda, y he decidido que mi hombría no se ve amenazada por eso. Al contrario: libera mis manos para poder hacer otras cosas. Es un arma que llevo oculta, a veces olvidada, en la espalda, como las flechas de Guillermo Tell.

Cuando es necesario, me protege. Para eso está. Lucha contra la lluvia y el viento para que yo permanezca ileso. No siempre es posible. Yo tengo que cooperar, tratarlo bien, y él se abre para que mi vida sea mejor.

Siempre está listo para actuar ante el menor acecho. Cuando lo necesito actúa, y su presencia es bienvenida. Tanto que a veces lo mantengo abierto cuando paró de llover. Nos complementamos tanto que no me doy cuenta, y ando por ahí con el paraguas abierto, sin percatarme de los murmullos de los transeúntes. No me importa lo que digan. Siento gratitud de que el paraguas esté ahí para mí, y no me molesta darle el gusto, cada tanto, de ver el sol.