Fuga del cuerpo

Sentí como una presión en el pecho. Me faltó un poco el aire, y atiné a toser instintivamente. Tosí algunas veces pero supe que no era suficiente. Entonces seguí tosiendo más fuerte hasta que expectoré a mi corazón.
El corazón se alejó de mí mientras rebotaba en el piso. Lo quise seguir pero no pude acercarme. Se estaba escapando de mí. Antes de que lo pudiera asimilar, noté que mi ombligo se abría y una masa rojiza salía de mi interior. Era mi hígado, lo reconocí aunque nunca lo había visto. El hígado siguió los pasos del corazón y se llevó consigo a los intestinos, que estuvieron un rato largo saliendo de mi cuerpo.
Decidí que era prudente ir al médico. No sabía qué decirle, pensé que lo mejor era explicarle la situación aunque le resultara extraño. Pero mis piernas tenían otra idea. Yo fui hacia el consultorio y ellas a otro lado. Primero se liberó de mí la pierna derecha, que comenzó a renguear en la dirección a la que se habían ido mis órganos. La izquierda lo siguió rápidamente, y cuando la alcanzó ambas piernas pudieron dar verdaderos pasos.
Me pareció prudente llamar a un médico. Tenía miedo de perder más partes del cuerpo en el camino. Cuando quise agarrar el teléfono mi oreja izquierda se negó a recibir el tubo. Lo mismo hizo la derecha. Ambas orejas empezaron a girar cuando acercaba la mano. Con ellas giraba la cabeza. Pronto la cabeza giró a tal velocidad que se desenroscó de mi cuerpo y se fue en la misma dirección.
El hueco dejado por la cabeza fue aprovechado por varios órganos que todavía se encontraban en mí para fugarse. Perdí las amígdalas, los pulmones, el estómago y la vesícula. Luego de un rato mi interior quedó vacío.
Sólo me quedaba la fidelidad de los brazos. En un momento sentí que se desprendían y también me abandonaban, pero lo que se desprendió fue el envase del torso, que se fue rodando a encontrarse con sus compañeros.
Cuando llegó el médico sólo encontró mis brazos, salvo la mano izquierda y el codo derecho, que para entonces ya se habían ido. El médico no se dio cuenta de mi presencia. Creyó ver sólo un par de fragmentos de restos humanos. Y en cierto sentido tenía razón.
Cuando me vi desde los ojos del médico, que era la única posibilidad de verme, comprendí que no tenía sentido pretender lealtad por parte de los brazos, y los liberé.
Con un gesto de tristeza se marcharon en la misma dirección que el resto de mi cuerpo. Nunca supe adónde. Me llegó el rumor de que el cuerpo se volvió a ensamblar en un lugar lejano, libre ya de mi influencia.
Espero que, lejos de mí, mi cuerpo pueda ser feliz.