La inauguración del corral

Del primer huevo nació un pollito que con el correr de los meses se convirtió en la primera gallina. Desde su nacimiento correteó por la pradera, picoteando lo que encontraba y comiendo lo que podía. No siguió el ejemplo de sus mayores, porque era la primera gallina. Tampoco sabía cómo debía comportarse una gallina, y la ausencia de ese conocimiento continúa siendo una característica de las gallinas actuales.
Un día, la gallina puso un huevo. Instintivamente lo empolló durante veintiún días pero al cabo de ese tiempo no nació ningún pollito. Ocurría que no había habido un gallo que lo fecundara. La gallina se lanzó a la búsqueda de un gallo pero fue inútil, porque el primer gallo todavía no había nacido.
La gallina no flaqueó. Continuó comiendo, correteando, poniendo huevos y también intentaba volar, aunque no tuvo éxito. Conoció otros animales que vivían cerca, como el chancho, el caballo y el orangután. Estos animales se extrañaron al ver a la gallina, porque nunca habían visto una antes.
De pronto, la gallina se encontró en un lugar que le sonaba conocido. Era el nido donde había nacido. Allí había otro huevo. Un pollito intentaba romper el cascarón. Le resultaba difícil porque nunca lo había hecho. La gallina golpeó suavemente el huevo con su pico para ayudarlo, y cuando el pollito pudo salir lo guió por la pradera, lo educó y le dio de comer.
Pasaron los meses, y el pollito fue creciendo hasta convertirse en el primer gallo. Cuando lo logró, miró a la gallina con otros ojos. La gallina, aunque no estaba segura de cómo debía ser un gallo porque nunca había visto uno, luego de un rato se convenció y cedió a sus avances.
De este modo la gallina empezó a poner huevos fecundados de los que nacieron pollitos que formaron la segunda generación de gallos y gallinas. Con el tiempo, sus descendientes se propagaron por todo el mundo. Hoy ninguno recuerda la historia de la soledad de la primera gallina.