La presencia del moco

Está muy claro que está. A pesar de que al tacto no parece, puedo sentirlo. Tengo otro tacto en la nariz que me dice lo contrario de lo que los dedos pueden sentir. Y la nariz juega de local. Sabe lo que pasa por ella: es un paso. Si algo se atasca, se da cuenta y me pasa la información. Pero la nariz no tiene tantos elementos para decirme dónde está el atasco. Las tareas de precisión se las deja a los dedos, que para eso están y tienen el tamaño justo.
La interacción entre los dedos y las paredes de la nariz suele dar resultado. Siempre queda como nueva, y se puede rescatar un premio sustancial. Esta vez, sin embargo, no es así. El material retirado es respetable, pero queda la frustración de que hay más. Los dedos buscan, recorren ambas concavidades, palpan, se fijan si hay algún rincón que no habían revisado antes. No encuentran nada, y vuelven a salir a la luz con la frustración del fracaso.
Pensar que hay gente que puede deducir la presencia de planetas desconocidos, y encontrarlos mediante fórmulas matemáticas. Y yo no puedo encontrar un moco que tengo clavado en mi propia nariz. Me siento en la retaguardia de la humanidad. Sigo mi vida acompañado, moco y yo, hasta el momento en el que se dé a conocer.
Mientras tanto, la exploración continúa. Nunca termina. A veces se encuentran mocos nuevos, tal vez desprendimientos, hijos del moco elusivo. Hay angustia, porque el moco está. Existe el peligro de que sea absorbido en una respiración profunda durante la noche. Y si eso pasa, nunca saldrá, o saldrá pero no será identificado. Quedará la presencia del moco, aun en ausencia, recordándome que no pude con él.
Pero me queda la esperanza de que un día de éstos se produzca el momento que estoy esperando. El rescate. El moco asomará la cabeza, estará a mi alcance. Mis dedos lo agarrarán, se aferrarán a él y lo retirarán con cuidado. Ahí lo podré ver, y expresarle, al final del combate, que fue un digno oponente.