Las monedas que faltan

Cuando se experimenta escasez de monedas, cada uno hace lo que puede por conseguirlas. En el supermercado de mi barrio, como cuando no tienen monedas tienen que redondear el cambio para arriba, esa falta implica una pérdida concreta. Por lo tanto, durante el último período de escasez tuvieron que ponerse creativos para obtenerlas.

Una de las medidas que tomaron fue ofrecer un descuento a quien pagara con ellas. Se colocó un cartel en cada caja que decía: “si paga la totalidad de su compra con monedas, le hacemos un descuento del 10%”. Ese 10%, calcularon, era menos que lo que se perdía por redondeo, y estimularía a la clientela a solucionar el problema.

Pocos clientes consideraron la oferta. La escasez de monedas era un problema para ellos también. Conseguir suficientes monedas como para pagar toda una compra de supermercado era un desafío que no estaban dispuestos a encarar. Todos pagaban con billetes o tarjeta de crédito. El letrero con la oferta continuaba ahí como parte del paisaje.

Hasta que un día llegó un cliente que aceptó el reto. Entró con una bolsa llena de monedas, eligió productos y se acercó a la caja, donde anunció que estaba preparado para abonar la totalidad de la compra con monedas. Y no eran todas monedas de la misma denominación, sino de todas las existentes. Un verdadero botín que podría alimentar las necesidades del supermercado durante semanas.

Al pagar la totalidad de la compra con monedas, se hizo acreedor al 10% de descuento. De manera la cuenta se detuvo cuando llegó al 90% del total. Sin embargo, la cajera hizo notar que si pagaba el 90% no estaba pagando la totalidad de la compra. Entonces el cliente decidió contar el 10% restante, para lograr el descuento.

Cuando llegó a contar todo, la cajera le dio la diferencia. Pero al dársela, no estaba pagando la totalidad de la compra, por lo tanto no tenía derecho al descuento. Exigió la devolución del reintegro. El dinero volvió a cambiar de manos, y en ese momento el cliente volvió a ser beneficiario de la promoción, por lo que la cajera le volvió a entregar la cantidad descontada, momento en el cual la posesión de ese dinero por parte del cliente resultaba ilegítima.

La situación continuó durante un tiempo largo. El dinero pasaba del cliente a la cajera, y de la cajera al cliente, y en cada cambio de dueño le correspondía a la persona opuesta. Los clientes que esperaban en la cola se pasaron a las otras porque vieron que la disputa iba para larga.

El intercambio continuo siguió hasta que fue la hora de cierre del supermercado. El encargado, que al principio se divirtió con la situación, se acercó a la caja para poder cerrar tranquilo. Pero ni el cliente ni la cajera estaban dispuestos a ceder. Las reglas eran muy claras, y por más paradójicas que resultaran, debían ser respetadas.

En ese momento, el encargado tuvo la revelación que no había tenido durante todo el día. La siguiente vez que el dinero estuvo en manos del cliente, le pidió que se lo entregara a la cajera. E instruyó a la cajera para que le diera el vuelto en billetes. De esta manera la disputa fue resuelta, todos estuvieron contentos y se fueron a sus casas con la satisfacción de haber cumplido todas las normas.