Mi nuevo amigo

Un mosquito revoloteaba cerca de mí. Mi primer impulso fue matarlo. Junté mis manos para acabar con él, pero no lo conseguí. El aplauso se produjo no donde estaba, sino donde había estado. Entonces continuó el trayecto.
Lo perseguí por toda la casa, mientras intentaba nuevos golpes y manotazos al aire. A veces se refugiaba en el techo sin que yo pudiera hacer nada. Pero nunca duraba mucho ahí, siempre volvía a volar y yo continuaba la persecución.
Finalmente se posó sobre el espejo del baño. Sigilosamente fui hacia ahí, porque era la oportunidad que estaba esperando. Pero cuando extendí mi mano hacia atrás para tomar carrera vi que el mosquito me miraba.
Me acerqué para verlo en más detalle. Había juntado sus dos patas delanteras y me miraba con una expresión que me conmovió. Vi en sus ojos compuestos un pedido de piedad. Estaba a mi merced, y me desafiaba a ejercer esa merced.
Su expresión me llegó. Me sentí mal por haber querido matarlo, entonces decidí dejarlo vivir. Para expresárselo, junté suavemente mis manos y las posé cerca de él, de modo que me pudiera ver. Mi gesto decía, en efecto, “podría matarte pero no lo haré”. El mosquito comprendió y voló para posarse sobre mi hombro.
Ese día nos convertimos en inseparables. Sentí que era adecuado ponerle un nombre. Lo bauticé Víctor. Lo dejo revolotear por mi casa y él me defiende de otros mosquitos. Cuando aparece alguno, puedo ver cómo Víctor se le acerca y lo guía hacia afuera, como diciendo “a él no lo piquen, es un amigo”.
Un día vi que otro mosquito se acercó y Víctor no lo rechazó, sino que ambos se quedaron dando vueltas. Después de un rato comprendí que estaban seduciéndose mutuamente, y que pronto formarían una familia. Llené un florero para que tuvieran cerca agua convenientemente estancada para poner los huevos, y los dejé ser. Después de unos días varias larvas nadaban en el florero.
Ahora cada vez que llego hay cinco mosquitos que se alegran al verme y festejan mi entrada. En mi ausencia me extrañan igual que yo a ellos. Con su presencia, mi casa se convirtió en un verdadero hogar.