¿Quién mató al mayordomo?

Los invitados de Roy Ascot se pasmaron al recibir la noticia. Bruce, el fiel mayordomo del señor Ascot, fue encontrado muerto en la cocina poco después del comienzo de la fiesta. La policía fue avisada en el acto y concurrió minutos después. El primer recaudo que tomaron fue impedir la salida de los invitados. Por el momento eran todos sospechosos.
La duquesa de Weybridge se indignó, dentro del dolor que sentía, de que se sospechara de ella. Roy Ascot quiso aclararle que no era algo personal, pero no pudo, porque justo en ese momento se le mezcló el dolor que sentía con la indignación producida por la indignación de la duquesa. Entonces acudió la joven Jennifer Menlove a reemplazarlo. Ella le explicó a la duquesa que la policía no sospechaba especialmente de ella, ni de nadie.
Mientras tanto, todos los invitados trataban de contener las lágrimas. No estaba mal visto llorar en una circunstancia así, pero estaban acostumbrados a esconder sus emociones. Eso los había llevado a la privilegiada posición social que habitualmente disfrutaban. Sin embargo, se notaba en las caras el esfuerzo. De tanto intentar no llorar, los rostros estaban rojos.
Todos menos el de John Swood. El visitante de Manchester no parecía demasiado contrariado por lo que ocurría. Al contrario, se le notaba interés por encontrar a alguien con quien proseguir las conversaciones que venía manteniendo antes de que la noticia irrumpiera en la fiesta.
Esa actitud despertó las sospechas de Lord Esher, que rápidamente le comentó a su amigo Chester Woolton que lo había visto discutiendo con el mayordomo un rato antes. Chester se enojó y resolvió acercarse a estudiar su conducta.
Entonces, Chester Woolton entabló con John Swood una conversación sobre un tema banal. Mientras Swood hablaba, Woolton lo miraba con detenimiento, estudiando la expresión. Swood se sintió observado, pero siguió hablando, le pareció que era bueno que le prestaran atención. Woolton, mientras tanto, lo miraba profundamente a los ojos, buscando la verdad que debía encontrarse en algún punto de ellos. Pero encontrarla le resultó difícil porque para disimular la observación estaba asintiendo a intervalos regulares mientras Swood le conversaba. Pronto empezó a dolerle la cabeza.
En un momento, la duquesa de Weybridge entró en llanto. Se desesperó y se encerró, nerviosa, en el baño. Mientras Jennifer Menlove golpeaba la puerta, la sospecha invadió a algunos de los invitados. “Es curioso”, murmuró el profesor Arthur Kenwood, “esa no es la conducta de una persona inocente”. No había alcanzado a formar la acusación en su cabeza cuando Patrick Henley, que estaba al lado, le dio la razón de manera absoluta.
“Tiene razón, la duquesa es la asesina”, exclamó Henley mientras corría hacia la puerta del baño. Jennifer Menlove lanzó un alarido cuando lo vio acercarse. Varios invitados salieron corriendo detrás de él. Intentaban evitar que le hiciera daño a la duquesa, salvo uno que le daba la razón y tenía ganas de acompañarlo mientras la azotaba. Se trataba de Lord Esher. Pero ambos fueron contenidos por los otros invitados, que insistían en mantener la compostura y dejar que los policías hicieran su trabajo.
John Swood aprovechó el momento para proponer jugar a algo mientras esperaban. Un ruido muy fuerte recorrió el salón cuando los otros invitados se agarraron la cabeza al mismo tiempo. Se produjo una protesta general, en la que no se pudo oír a ningún invitado por encima de otro. Todos tenían argumentos distintos, aparentemente, pero ninguno aceptaba la idea de hacer algún juego de fiesta. Sí, habían ido para eso, pero las circunstancias habían cambiado y era menester mantener el decoro adecuado.
John Swood no llegó a entender lo que le decían, aunque sí entendió el concepto, y se fue a sentar a un rincón. Se llevó sólo una botella de vino para que le hiciera compañía. Pocos minutos después, al verlo beber en forma irritante, el anfitrión Roy Ascot se acercó, le entregó una copa y volvió a alejarse.
Los otros invitados estaban de pie. Se miraban nerviosamente. La duquesa de Weybridge continuaba en el baño. Jennifer Menlove y algunos de los invitados más fuertes estaban en las cercanías de la puerta, por las dudas de que apareciera alguien más dispuesto a ejercer violencia.
Pero nadie lo hacía. Todos se limitaban a lanzarse miradas acusadoras. Hasta que Patrick Henley se cansó y decidió sentarse. Esto confirmó las sospechas de algunos de los invitados. Era evidente que se sentaba porque no podía sostener la culpa. Sin embargo, nadie lo fue a increpar. Preferían acusarlo cuando fuera su turno de hablar con la policía. En algún momento iban a terminar de analizar la cocina, donde se había encontrado el cuerpo, e iban a pasar a las entrevistas con cada invitado, en las que podrían dilucidar quién decía la verdad y quién mentía.
Pero el cuerpo policial no pensaba hacer eso. A decir verdad, no lo necesitaban. La escena del crimen era lo suficientemente clara, y al rato salieron a anunciar el esclarecimiento de la muerte de Bruce. Los invitados suspiraron aliviados cuando se enteraron de que todas las pistas apuntaban al suicidio.