Represa de caracoles

El Estado, en un gesto de eficiencia, decidió solucionar dos problemas al mismo tiempo. La excesiva cantidad de caracoles volvía poco atractivas para el turismo a las playas. Al mismo tiempo, algunas provincias mediterráneas tenían problemas energéticos que requerían la construcción de una represa hidroeléctrica. Pero no había fondos para conseguir la cantidad de hormigón que se necesitaba.
Entonces el plan fue construir la represa con los caracoles que sobraban en las playas. El razonamiento era que el material de los caracoles era natural y resistente al agua. Los grupos ecológicos no tendrían muchos motivos para oponerse. Y con el aumento del turismo al tener más playas de arena, la obra podría hasta autofinanciarse.
Se organizó el traslado de los caracoles a la zona de la represa, mientras se construía un esqueleto de hierro para contenerlos. Cuando empezaron a llegar los camiones cargados de caracoles, los volcaban sobre la represa.
Luego de unos meses de trabajo, la obra estuvo en condiciones de inaugurarse. Se optó por dejar los caracoles a la vista para que la represa se convirtiera en un atractivo de la zona, único en el mundo.
Pero al poco tiempo de inaugurarse empezaron los problemas. La empresa concesionaria de la obra, para ahorrar dinero, no se había asegurado de filtrar los caracoles vivos, que resultaron ser mayoría. El agua del río que la represa interrumpía hizo que los caracoles se sintieran como en su casa (más allá de que, de hecho, llevaban su casa consigo). Los caracoles comenzaron a relacionarse entre ellos y vivir como siempre lo habían hecho. No estaban enterados de que formaban parte de una represa.
Fue así como, lentamente, la represa comenzó a moverse río abajo. Era un movimiento poco perceptible, pero al cabo de un mes se pudo notar que la ruta que cruzaba la represa ya no coincidía con ella.
Se vio que era necesaria una obra para contener la represa, pero el Estado no tenía fondos para destinar a esa región luego de la megaobra que había significado la represa. Había otras prioridades. La obra quedó en proyecto, a la espera de que alguna otra administración tuviera interés.
De este modo, la represa continuó su marcha sobre el río. A medida que aumentaba la distancia del sitio original, aumentaba también el costo de la obra para repararla. Con el correr del tiempo los caracoles la llevaron a otra provincia, y se agregó un problema jurisdiccional: el gobierno de la nueva provincia no quiso devolverla a su lugar de origen sin recibir una compensación.
Entonces la represa continuó su lenta marcha hasta que llegó a la desembocadura del río en el mar. Los caracoles se volvieron a establecer en la playa y la represa quedó instalada allí mismo. El río no pudo desembocar en el mar, de modo que la playa se inundó y quedó inutilizable para el turismo.
Hubo que solucionar en forma urgente el problema, porque se acercaba la temporada de verano y la provincia vivía de los turistas. Pero seguía sin haber dinero para obras. Hasta que el gobierno de la provincia decidió aprovechar el recurso que había quedado en su territorio. A pesar de la oposición de los ciudadanos, la provincia financió la instalación definitiva de la represa de caracoles en la playa (era más barato que hacerla en otro lado, porque los caracoles no pensaban avanzar más hacia el mar). Así, la provincia pudo vender la energía producida por la represa al resto del país, y tuvo un buen reemplazo para la industria del turismo.