Sobre el mar

El sol brillaba sobre la calle Florida. En realidad, no llegaba a brillar sobre la calle en sí, sino que se limitaba a dar luz y calor a la gente que caminaba por ella. La calle estaba en sombras, cubierta por un verdadero mar de gente.
No tenía ganas de sumergirme en ese gentío. A pesar de que yo, igual que todos los demás, era ochenta por ciento agua, no tenía ganas de integrarme a ese mar. Para llegar a mi destino, era preciso navegarlo. Por eso me fui, y volví con un barco.
Lo boté sobre la peatonal. La gente se horrorizó al verlo, y los que estaban justo abajo levantaron las manos para protegerse. Así logré flotar. Dejé que la corriente me llevara. Las personas que estaban sosteniendo el barco se lo pasaban a otras, y el movimiento me trasladaba hacia el norte, que era donde quería ir.
Pero al rato la corriente fue menguando. Mucha gente se dio cuenta de que el sol brillaba sobre el barco, y por lo tanto debajo de él había sombra. Entonces unos cuantos forcejearon para quedar abajo. Y no querían moverse. Estaba más fresco ahí. Pero no me servía para nada. En ese momento extendí las velas.
El viento me empujó sobre las palmas de los transeúntes. Avancé calle arriba, mientras corregía la dirección con el timón. El barco se desplazaba suavemente, con ligeros bamboleos según la altura de las diferentes personas sobre las que se iba apoyando.
Recorrí así varias cuadras de Florida, hasta que llegué a la esquina de Corrientes. El semáforo estaba rojo. Pero el viento no hace caso al semáforo. El mar de gente estaba momentáneamente partido en dos, como si la avenida fuera Moisés. Entonces me vi caer hacia el vacío de la arteria.
Pero Corrientes no se llamaba así en vano. Los techos de los autos que iban por la avenida me llevaron a gran velocidad. Me subí a la onda verde. A la altura de la barranca, la nave se aceleró sin que pudiera controlarla. Fui hacia abajo, pensando que me iba a estrellar. Pero el impulso era demasiado grande como para ir al suelo. Cuando terminó la avenida, salí volando con barco y todo. Fui a parar derecho al dique de Puerto Madero. Seguí entonces mi camino flotando sobre el agua.