Súper mercado

Súperman, cuando hace las compras, no tiene que pasar mucho tiempo recorriendo las góndolas. Tampoco necesita un carro. Lleva una bolsa grande, como Papá Noel, donde va acumulando todos los productos que necesita.
Es indiferente al tráfico. La gente que se amontona no lo interrumpe. Los repositores no le desvían el recorrido. Súperman vuela entre las góndolas, aterrizando sólo donde venden lo que necesita.
Encuentra fácilmente lo que busca. Desde lo alto, se ve todo el supermercado, y sale disparado hacia el sector correcto. En pocos minutos llena toda la bolsa. Es momento de pagar.
Se dirige entonces a la línea de cajas. Hay pocas abiertas. Algunas tienen escasas personas, pero son las rápidas, para los que compran quince unidades o menos. Las otras tienen largas filas, que llenan los pasillos de las góndolas adyacentes.
Súperman no va a colarse. Es indigno de alguien como él, que está para servir al público. Entonces se ve obligado a esperar. Las cajas son su kriptonita. A pesar de que podría hacer cosas mucho mejores con su tiempo, nadie está dispuesto a cederle el lugar. No tiene una debilidad especial. No hay cajas con prioridad para héroes.
Después de largos minutos, llega a la línea de cajas y sustituye a la cajera. Pasa los productos él mismo por el lector de códigos de barras, a una velocidad prodigiosa. Luego paga con tarjeta. Súperman nunca lleva efectivo. Pero le piden documentos. Él no está dispuesto a revelar su identidad secreta. Por eso se ocupó de usar sus conexiones con las autoridades para conseguir una cédula y una tarjeta con nombre de fantasía. Mientras entrega el documento, murmura que el logo en el pecho es lo que acredita su identidad.
Luego de que le aceptan el pago, vuelve a meter todos los productos en su gran bolsa, sale a la calle y remonta vuelo hacia la próxima aventura.