Tu valentía

Mucha gente calla lo que piensa. Tienen miedo a quedar en evidencia cuando dicen cosas delante de mucha gente. No quieren que se las asocie con ellos. No necesariamente lo que dirían es algo que los haría impopulares. Sólo que prefieren seguir siendo parte de los que escuchan, en lugar de ser de los que hablan.
Vos, en cambio, no sos así. Vos sos valiente. Te parás frente a todos y hablás. Decís lo que tenés para decir. No te da vergüenza. Y el público te aplaude, parcialmente porque están aliviados de no tener que ir ellos a decir lo que te pusiste a decir vos. Eso que es cualquiera, que es una pelotudez muy grande, pero que todos piensan. Y vos te animás a decirlo. Vos le ponés la cara.
Eso te hace al mismo tiempo valiente y admirado. No te hace más imbécil que los que te admiran, sólo te convertís en un símbolo de ellos. Te destacás por la palabra, aunque la idea no sirva para nada. No sos un salame más. Sos el salame parlante, el primer salame. Un salame con el coraje de decir, en voz alta y sin temor a las consecuencias, las estupideces que piensan todos.

El insecto perseverante

Los insectos caen al agua y se resignan. Es el final de su vida, no pueden hacer nada. Algunos nadan un poco, para pronto detenerse y contemplar el infinito. Unos pocos son, luego, rescatados por un sacabichos que viene desde arriba, los levanta por los aires y los arroja contra el pasto. Tienen, entonces, una segunda oportunidad después de haber visto de cerca la muerte.
Pero unos pocos insectos son distintos. No esperan que venga el sacabichos a salvarlos. Mueven sus patas y alas con gran vigor, dispuestos a encontrar la manera de salir del agua, o por lo menos de mantenerse a flote el mayor tiempo posible. No morirán sin pelear antes. Y la gran mayoría de ellos termina sus días exhausto, sin poder hacer nada para sobrevivir.
Son excepcionales los que logran, a fuerza de perseverancia y tenacidad, levantar vuelo desde el agua. Ellos son los más fuertes, los de mayor carácter, los que saben valorar la vida. Y es justo que sean ellos los que pasan sus genes.
Tal vez ayudando a los insectos resignados estamos demorando un proceso natural. Tal vez nos convenga sacar del agua sólo a los insectos que lo merecen: aquellos que pelean por su vida, que ven que vale la pena seguir intentando porque no todo está perdido. Nosotros, con nuestros instrumentos con los que nos gusta jugar a ser dioses, somos los grandes igualadores. Gracias a nuestra intervención, todos los insectos que rescatamos siguen viviendo, aunque no hagan nada para lograrlo.

A es por Apple

A es por Apple
Ante es por Garmaz
Bajo es por Nivel
Cabe es por Eskabe
Con es por Trabajo
Contra es por Calabró
De es por Por
Desde es por Hoy
En es por Tres
Entre es por Aquí
Hacia es por África
Hasta es por Yocasta
Para es por Stop
Por es por Por
Según es por Duda
Sin es por Pisingallo
Sobre es por Correo
Tras es por Descenso

Saliendo de tu pierna

Saliendo de tu pierna, me levanto hacia el amanecer. Me elevo y me elevo hasta que no puedo ver más que lo que está cerca. Y lo que está cerca sos vos. Con tu esponja inquieta y tu leporino alado. Entonces te veo al cerrar tus ojos y tu raíz de encuentro sale a la luz. ¡Oh! Debo tener cuidado. Tu herrumbre no me permitiría otra cosa. Cuando salgo voy hacia acá y vengo hacia allá, y traigo desde acá, y llevo veinte años esperando veinte años. No sé cómo hice para socorrerme. Y aquí estás, en flor, como un relos que pendula certeramente y de pronto BONG! Es hora de salir de la oscuridad y dejar que la luz se apague sola. Es hora. Vamos a salir, y veamos que la vida se hace sola cuando está mal acompañada. Veamos la distancia de la boca de la serpiente de la luz de la esfinge fatal terciopelada. Veamos otra vez nuestro destino rojo.

Quiero crear

Quiero creer que puedo crear. ¿Quién me lo garantiza? Nadie. Pero creo que estoy en condiciones de crear. Al menos de armar algo nuevo con los elementos que conozco. No sé si crear algo desde cero, completamente. Estoy sumergido en una cultura, capaz que me hago creer cosas porque hay cosas que me conviene creerme, entonces me las creo.
Pero, ¿realmente creo? ¿Hasta qué nivel lo mío es crear, y dónde es solamente creer? Es más difícil crear en serio. Creo que está a mi alcance, pero sé que no todos pueden. No es una función básica. Cualquiera procrea, pero no cualquiera crea. Y yo creo que creo, pero por las dudas no lo voy a creer del todo. Voy a seguir intentando. Voy a seguir pensando que quiero crear.

Acabemos con la tira

Hay que terminar con la tira roja que la gente cree que sirve para abrir los paquetes de galletitas. Nunca han cumplido ese propósito. Están ahí, en todos los paquetes, ofreciendo sus servicios a los que puedan tener ilusiones de producir, con su ayuda, una apertura elegante. Nunca la conseguirán. La tira lo impedirá.
Será difícil encontrar el resquicio desde donde tirar. Si se lo logra, habrá que tirar con mucho cuidado, para conservar la ilusión de que sólo se creará una pequeña zanja en el celofán. No durará mucho. En pocos instantes, se verá cómo el paquete que contenía herméticamente las galletitas se divide en dos prácticamente iguales, sin que ninguno sirva para guardar galletitas.
La tira está desde tiempos inmemoriales, a pesar de que no sirve para nada. No puede ser casualidad. Tiene que haber alguien atrás. Alguien patentó ese invento infernal y está entongado con la industria galletitera para mantenerla en todos los productos. Y por cada paquete de galletitas que se vende, esa persona se lleva un porcentaje en concepto de patentes. Algún individuo de este mundo ha acumulado millones y millones de dólares con la venta forzada de un producto que nadie pide, y a nadie sirve. Sólo viene incluido con lo que la gente quiere, las galletitas, sin que haya forma de impedirlo.
Seguramente el mismo individuo es el que está atrás de la desaparición de las latas grandes que resultaban una alternativa de venta minorista de galletitas. Esto no puede ser. Tenemos que liberarnos. La cinta roja nos ata como consumidores, y nos obliga a alimentar a una persona que no merece ni siquiera nuestro respeto. Es un escándalo.
Es necesario boicotear todas las galletitas, hasta que alguna se dé cuenta de que se puede prescindir de la tira, o inventar un método que sí funcione. Entonces habrá que comprar ésas.
Tenemos el poder. Usemos las fuerzas del mercado para ganarle a los millonarios arbitrarios. Y, por obra nuestra, el mundo tendrá más justicia.

No quiero decir nada más

No quiero decir nada más que lo que estoy diciendo acá, con estas palabras. Es inútil ponerse a buscar otros significados, otros niveles de percepción. Eso es para los que no saben decir todo con palabras. Y se hacen llamar escritores. Agarran y sugieren, nada más, y dejan que el lector piense las cosas que ellos no tienen ganas de escribir directamente. Son escritores indirectos. Y, si lo piensan bien, convierten a los lectores en escritores. Con el riesgo de que los lectores pueden pensar cosas distintas de las que pensó el escritor, y entonces estarán escribiendo una obra propia, y no se dan cuenta ni de que es propia, ni de que están escribiendo.
Un lector activo, como podría ser usted, es bienvenido. Pero tiene que tener muy claro que lo que no está dicho acá es algo que usted piensa. Como autor, no me hago responsable de lo que usted piensa, por más que se lo haga pensar yo. Usted es libre de pensar e interpretar lo que tenga ganas, y si no lo siente así, el problema no es mío y trasciende la relación autor-lector que tenemos en este momento. No me pida que se lo solucione.
Usted también tiene imaginación. No necesita que le esté contando cosas para usarla. Puede dejarla hacer. Tal vez requiera práctica, si está muy atrofiada. Si se anima, podrá llegar a crear muchas cosas que no me imagino, porque las tiene que imaginar usted. No es difícil. Y tiene que darse cuenta de que es usted el que imagina, incluso cuando es a partir de algo que lee.
Lo que usted imagina es una creación suya. Por ejemplo, lo que sea que le disparan estas palabras, más allá de lo que dicen las palabras en sí. No es de nadie más. No es de un autor (como yo) que usted esté leyendo, ni de Dios, ni de duendes que le insertan pensamientos. Es usted el que crea, aunque no se dé cuenta. No me necesita para tener imaginación. Usted puede solo.
Pero igual no significa que esté perdiendo el tiempo al leer esto. Tal vez sí lo pierde, no sé, usted sabrá lo que hace. Pero estamos compartiendo un momento de intercambio. Usted está haciendo funcionar su cerebro a partir de lo que escribí yo mientras hacía funcionar el mío. Y eso tal vez le genere pensamientos distintos de los que hubiera generado por sí mismo.
Quiere decir que lo que usted lee, por ejemplo esto, tiene algo de influencia sobre lo que usted piensa. Pero tenga en cuenta que aunque piense lo mismo que estoy pensando yo, el que lo hace es usted. Reconózcalo, y siéntase bien, colega.

Cucharada de Nutella

Una buena cucharada de Nutella no es fácil de manejar. Hay que tener oficio para mantener toda la sustancia dentro de la zona de influencia, sin que ninguna partícula se caiga. Es necesario prestarle mucha atención. Vigilar que no aparezcan puntas desde las que el Nutella empieza a caer. Es parecido a la vigilancia de un helado para lamer las partes que se van derritiendo y mantener así la estabilidad.
Pero en la cucharada de Nutella es más delicado. El Nutella sale de la cuchara ya derretido, a menos que uno haya tomado la precaución de mantenerlo en la heladera (pero en ese caso es difícil de sacar). No tiene la consistencia de líquido sólido del dulce de leche. Es más bien un sólido líquido.
Una opción es comer toda la cucharada inmediatamente. Pero el Nutella hay que saborearlo. Hay que mirarlo un poco, dejarse tentar, disfrutar el antes. Por eso es importante no arruinar el antes con una porción de Nutella en el piso. Es un desperdicio, y un Nutella que nunca comeremos.
La técnica más apropiada para mantener el Nutella en la cuchara es girarla. No muy rápido, no muy despacio, con la velocidad justa como para mantener el Nutella en órbita alrededor de la cuchara. Este giro no tiene por qué ser continuo. Sólo hay que mantenerlo vigilado, y dar vueltas con la cuchara a medida que es necesario. Después de algunas, la masa de Nutella quedará algo enrollada, pero eso no afecta al sabor. Sólo a la experiencia, que será mejor, y cada vez más fácil a medida que vayamos reduciendo la porción de Nutella que queda en la cuchara.

Escribo siempre la misma frase

Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Después de un rato de escribir la misma frase, tengo un bloque de texto con espacios que forman columnas huecas. Las eles minúsculas forman pilares que unen todo lo posible cada renglón. Si escribo suficiente, la primera instancia de la misma frase desaparecerá. Nunca volverá a verse. Es reemplazada por una exactamente igual, que tiene abajo otra igual a la que tenía abajo la primera, que es la misma que está primera ahora. Las frases son partículas intercambiables. La ausencia de la primera no se nota. No vuelve más abajo. Las frases nuevas, aunque son iguales, cargan con todo el peso de las frases anteriores, también iguales. No es lo mismo leer las primeras catorce instancias que leer de la segunda a la decimoquinta. Parece lo mismo, y la experiencia que uno tiene es exactamente igual, pero estamos dejando afuera, sabiéndolo o no, a la primera de todos. La que no era igual a ninguna anterior, y que después se vio repetida. Pero después, de tanto ser repetida, pasó a ser una más. Nada la diferencia de las que la sucedieron. Es como la primera gota de un vaso de agua. Después se mezcla entre el agua que forma el vaso. Y si uno la saca, el vaso sigue estando exactamente igual. Nadie se da cuenta de que le falta una gota, ni de cuál gota es la que le falta. La gota se queda afuera, ya no es pionera, es sólo una gota que está ahí, manchando el mantel. Hay que pasar un trapo para que se la lleve, mientras el resto del vaso sigue ahí, radiante, mientras no le saquen suficientes gotas como para dejar de ser un vaso de agua y pasar a ser sólo un vaso.

El final de Tonio

Tonio siempre se preocupaba por su destino. A pesar de que tenía escasos veinte años, sabía que no le quedaba mucho tiempo. Estaba convencido, y no sabía qué hacer con los pocos momentos que tenía por delante. Temía que cualquier decisión que pudiera tomar acelerara el desenlace.
Ese final no era inevitable, para nada. Muchos habían logrado zafar. Pero Tonio sabía perfectamente que los personajes míos tienden a morir al final del cuento. Y estaba aterrorizado, porque sabía que esta vez le tocaba a él.
Aunque, con esto último que he dicho, Tonio un poco se ilusionó. No me creía tan capaz de anunciar un final y después cumplirlo así como lo había anunciado. Tonio me conoce, porque durante toda su existencia habitó dentro de mi cabeza, y sabe que no me gusta proceder así. Quiero sorprender, encontrar alguna manera de no hacer lo que el lector está pensando, y hacer alguna otra cosa. Algo con lógica, pero no obvio.
Entonces Tonio tenía esperanzas de poder sobrevivir a este texto. Pero después le entró la duda. ¿Y si yo encontraba la forma de matarlo igual, de alguna manera inesperada? Por ejemplo, podría matarlo al final del texto. Podría decir en cualquier momento la frase “y entonces a Tonio le agarró un patatús y murió ahí mismo, no sin antes sufrir durante unos segundos que se sintieron como horas”. Si llego a decirlo sin las comillas es el final de Tonio. Y él lo sabía.
Tenía claro, también, que mis cuentos no suelen ser muy largos. Otros autores podrían mantenerlo con vida durante setenta páginas. Pero yo en la primera o la segunda suelo finiquitar, porque me gusta la síntesis.
Comenzó a desesperarse. Los párrafos se sucedían mientras Tonio estaba al mismo tiempo quieto e inquieto por su suerte. Sabía que estaba en problemas. No podía urdir ningún plan, porque me sabía omnisciente. Pero al mismo tiempo sabía que omnisciente no es lo mismo que omnipotente. Hasta que se encontró con un grupo de visitantes. Él no sabía de dónde habían aparecido, pero yo sí. Eran mis otros personajes. Venían a rescatarlo.
Tonio dudó un instante. Pensó que tal vez era más noble cumplir con su designio como personaje mío. Pero los otros lo convencieron rápido. Tenían que aprovechar mi distracción. Yo acababa de interrumpir la escritura para jugar un partido de Buscaminas. No estaba atento.
Cuando volví, Tonio no estaba más. Supe que se había ido con los otros personajes, a tener una existencia extraliteraria. No sé dónde se meten. Suele ser difícil encontrarlos. Es más fácil hacer escritos sin personajes. Pero no pierdo la esperanza de, algún día, llevarme bien con ellos.