El golpe

Liberarse de los mosquitos no es necesariamente una tarea placentera. Muchas veces implica violencia y dolor.
Si pudiéramos elegir, los métodos serían pacíficos. No queremos la violencia. Pero las oportunidades no se dan como queremos, sino como se dan. Hay que aprovecharlas antes de que se esfumen.
Estamos condenados a actuar cuando vemos a un mosquito posado en alguna superficie. Si es, por ejemplo, una pared, corremos el riesgo de que el cuerpo del mosquito quede impreso sobre la pintura, tal vez junto a la sangre de sus últimas víctimas.
Eso no sería especialmente grave. Las paredes pueden limpiarse. El problema es cuando el mosquito se posa sobre una persona. Ahí, es necesario golpear a esa persona. Es, seguro, alguien cercano. Puede ser uno mismo, o un ser querido. El mosquito lo usa como escudo, y nos plantea el dilema de si vale la pena hacer ese sacrificio.
Lo peor es que no nos da advertencia. El mosquito se posa y tenemos que pegar el golpe. Si es a nosotros mismos, lo sabemos. Pero en cualquier momento podemos golpear a un ser querido o ser golpeado por uno de ellos.
Sabemos que es por el bien de todos. Pero igual duele pagar ese precio.