Sin título

Hay artistas que no ponen títulos a sus obras. Las lanzan al universo, sin ninguna pista sobre de qué se tratan más que la obra misma. Y algunos consumidores de arte, particularmente aquellos que leen epígrafes en los museos, encuentran esa costumbre desconcertante.

La ausencia de título hace más abstractas las obras abstractas. En estos casos, es posible que sea una postura deliberada de los artistas. Aquellos que miran un cuadro pensando en un título específico suelen ver algo distinto que los que no. No usar título libera al espectador de ataduras, y permite que la obra llegue intacta a su imaginación.

En casos como ésos, la falta de título es parte de la integridad artística de una obra, y por lo tanto se justifica. Pero hay otros casos, en los que el artista directamente no supo cómo titular su obra. Hay galerías enteras de arte perfectamente representativo que están compuestas sólo por obras intituladas.

Cabe preguntarse, entonces, cómo se hace para catalogar la obra de un artista que no titula las obras. Es necesario un trabajo de seguimiento para identificar cuál es cuál. Las galerías pueden vender obras sin título y luego recomprarlas sin darse cuenta, porque no hay un registro objetivo de cada una.

Para llevar a cabo ese inventario, hace falta la ayuda de académicos. Estudiosos que analicen la obra del autor y asignen, por ejemplo, un número cronológico a la obra, basándose en sus conocimientos exhaustivos sobre el artista. De esta manera, se puede estandarizar una obra como ha ocurrido con Mozart.

Por supuesto, al tratarse de disciplinas académicas, diferentes personas pueden tener opiniones divergentes. Se producen polémicas interminables, que se reproducen a lo largo de generaciones, que dan como resultado catálogos disímiles de la misma obra, al tener diferentes criterios de clasificación y de interpretación.

Todo esto podría ahorrarse si el artista se molestara en poner un título a cada obra. Pero gran cantidad de artistas no lo hacen. Y tal vez, intencionalmente o no, esas discusiones les sirvan para alcanzar la inmortalidad.

Muestra de canto

Los niños invitaron con ilusión a sus familias. Los padres, los hermanos, los abuelos, los tíos, los primos concurrieron a verlos cantar. Estaban junto a los familiares de los otros niños que cantaban. Todos ilusionados porque era un día en el que se consumaban las aspiraciones artísticas de todos.
Nadie conocía a nadie. Los niños iban a clases individuales, y por eso pocos se conocían entre sí. Sólo compartían músicos. Algunos se acompañaban a otros, o formaban dúos. Los demás eran anónimos, aunque su nombre se anunciaba antes de cada presentación.
Cuando arrancó la muestra, una sensación de horror se apoderó de la sala. ¿Ése era el nivel con el que salían los niños? Muchos se asustaron de que los organizadores hubieran comenzado la muestra con alguien que cantaba tan mal. Les pareció que no sabían nada de manejo de público, aunque no conocían los pormenores logísticos que podían haber derivado en esa decisión. De cualquier manera, si se consideraba que alguien que cantaba así era apto para estar en cualquier punto de la presentación, eso no auguraba nada bueno para lo que venía.
Todos se horrorizaron de que su propio familiar fuera igual de malo. Todos menos los familiares del niño que cantaba en primer lugar, que estaban emocionados porque su hijo estaba cantando por primera vez en público, y no les importaba nada más.
Avanzó la muestra, y la situación era igual. Los familiares no podían creer dónde estaban. Los padres, que pagaban las clases, estaban resueltos a exigir la devolución no sólo del valor de la entrada sino del año de lecciones, si su hijo mostraba también ese nivel. El descontento de la sala era palpable, salvo cuando terminaba cada canción y todos estallaban en aplausos para no decepcionar a cada niño, que después de todo no tenía la culpa de la incompetencia de sus maestros.
Por suerte, cuando llegaba el turno del familiar de cada uno, se producía un alivio. Los demás, en cambio, continuaban con su horror. Cuando terminaba el familiar, se volvía al nivel indigno. Pero ya era una cuestión individual de todos los demás. Estaba muy claro que el único que tenía talento era el que cada uno había ido a ver.
Por eso la muestra se desarrolló con normalidad, y al terminar todos los niños recibieron felicitaciones de los que los habían ido a ver. Y no se produjo el revuelo planeado por todos los presentes.

Obra de teatro

La fachada del teatro Cervantes se encuentra desde hace muchos años cubierta por un gran andamio. Sin embargo, la fachada no está en obra. No hay una construcción ni una remodelación en marcha. Sólo está el andamio, vacío, sin nadie que lo utilice, ocultando la belleza del teatro.
¿Por qué está ese andamio? Porque, hace ya muchos años, se produjo en el teatro un conflicto gremial. La actividad artística se detuvo, y el paro amenazaba con prolongarse. No se representaba ninguna obra. Como esto resultaba embarazoso para las autoridades, decidieron vestir al teatro como si hubiera una obra.
De inmediato pusieron manos a la obra, y otro gremio erigió el andamio. Que no es de ninguna obra, pero sin embargo es en sí mismo una obra. Es un teatro que simula estar en obra. Y la obra no es más que una puesta en escena. Es una obra de teatro.

Genios artistas

Todos los artistas son genios. Todos. La visión artística es genial sin excepciones. Salvo en los casos de plagio, en los que la visión artística es ajena. En esos casos, el artista es otro genio.
Todas las ideas artísticas son geniales. Y todas las ejecuciones son exactamente lo que el artista ve posible, son una realización de la visión genial. Nadie es menos que genio al hacer alguna obra artística.
Hay algunos artistas, sin embargo, cuyo genio no es reconocido por los demás. A veces ni siquiera por ellos mismos. Pero existe. Tal vez sean adelantados a su época, o retrasados. Sin embargo, ellos saben bien lo que hacen, por más que no sepan que es genial. El problema son los demás, los que están buscando cuáles artistas son genios y cuáles no, sin darse cuenta de que todos lo son. Basta con ser artista para ser genio. QED.
Pero todos, todos los artistas tienen quien los reconozca como genios en su tiempo. Son sus familiares y sus amigos, que concurren a todas las inauguraciones, leen los libros, escuchan las músicas. Y posteriormente les informan que les gustó mucho. Pero los artistas no se dan cuenta de la veracidad de estas palabras. Sólo algunos. La mayoría piensa que lo dicen sólo para que estén contentos. Y por esa razón, no están contentos.

Autorretratos

Todas las obras de arte son una forma de autorretrato. El artista se muestra a sí mismo, a partir de la expresión que aspira a encontrar un lenguaje común en el público. El que mira la obra, si sabe hacerlo, puede ver al autor. Y también, si la obra y el público son buenos, verse reflejado, y hasta descubrir aspectos que no pensaba que llevaba consigo.
Es como sacarse una foto a uno mismo. El artista y el público generan esa foto a través de procesos de comunicación. Usan herramientas como el lenguaje, la cultura compartida, el oficio artístico y la naturaleza. Hace falta todo un trabajo de interpretación e imaginación para revelar la foto del artista en su obra.
Desde la antigüedad, algunos artistas tienen la costumbre de hacer obras que son literalmente autorretratos. Son imágenes de sí mismos, que tienen un aspecto a la vista similar al de quien las creó. Estas obras tienen su valor, como cualquier obra, pero no debe perderse de vista que todas las otras también son autorretratos. Las que lo son dos veces pueden, incluso, revelar detalles que el artista no sospechaba. Si es honesto y talentoso, los verá durante el proceso creativo y los incluirá intencionalmente, enriqueciendo de esta manera su obra.
Cuando el advenimiento de la reproductibilidad técnica, algunas formas de arte se vieron amenazadas por nuevos géneros. La pintura, en particular, perdió algunas de sus funciones más mecánicas a manos de la fotografía. A partir de cierta época, las personas que querían tener un retrato de sí mismas dejaron de posar durante largos días y horas ante un pintor, y lo reemplazaron con mantenerse quietos durante unos segundos mientras alguien les sacaba una foto.
En esta etapa, a pesar de la tecnología avanzada, los retratos seguían siendo hechos por un fotógrafo. Pueden ser considerados una obra artística, y por lo tanto un autorretrato además de un retrato. Había una persona que pensaba la escena, y creaba el retrato de acuerdo a su criterio, su personalidad, su historia y su temperamento. Existía la posibilidad de tomar una cámara y sacarse una fotografía a sí mismo, aunque esto era difícil e implicaba utilizar un timer, o una cámara pequeña. Los rollos de fotografía, sin embargo, no permitían que el autorretratista viera su obra inmediatamente, y la corrigiera de ser necesario.
Pero eso cambió con la fotografía digital. Llegó un momento en el que las cámaras digitales se hicieron tan comunes que los teléfonos empezaron a tener no una, sino dos: una trasera para sacar a otras personas, y otra frontal para autorretratos. Esto generó que se difundiera mucho la costumbre de sacarse fotos, al punto que se inventó la palabra selfie para designar al autorretrato sacado con una cámara frontal cuya imagen puede ser vista por el modelo y fotógrafo.
La comunidad artística, sin embargo, muestra resistencia ante la selfie. Consideran que una foto fácil, automatizada, sin aplicar ningún criterio, no puede ser un verdadero autorretrato. Cualquiera se saca una selfie, pero no cualquiera es fotógrafo, y menos artista. Sin embargo, mucha gente que tiene la costumbre de sacar selfies no se da cuenta de que hay retratos de sí mismos por todos lados, en las obras de arte, que pueden ser muy iluminadores y estimular a la imaginación. Para el artista, la selfie mata la imaginación necesaria para un verdadero autorretrato, y la reemplaza por una imagen tan fácil de obtener como efímera, porque jamás tendrá la pregnancia de una obra de arte. La selfie reemplaza al artista por una herramienta.
Y no termina en eso. Muchos no se contentan con este reemplazo, y deciden que ni siquiera tienen que tener contacto con la cámara. La herramienta que permite sacarse autorretratos es demasiado para ellos. Entonces se inventó un adminículo para que una persona pudiera manejar una cámara pero con cierta distancia, que ha pasado al imaginario como “el palito de las selfies”. Este artefacto, además de prescindir del artista, prescinde del contacto con la herramienta que lo reemplazó, mediante el uso de una segunda herramienta. Es por eso que las comunidades artísticas han manifestado su enérgico rechazo a semejante invención. Y el argumento de que es perjudicial para el arte provocó que fuera prohibido en los museos.

Curso de espectador

Hasta ahora, las escuelas de teatro ignoraban al segmento más grande del mercado: la gente que quiere ir al teatro, pero no dedicarse a las tablas. Los espectadores no tenían más remedio que ir sin conocer los códigos del teatro, ni las razones por las que esos códigos fueron establecidos. Los únicos espectadores que cumplían con todos los protocolos eran los que además se dedicaban a alguna tarea relacionada con el teatro.
Pero ya no será más así, gracias al nuevo curso de espectador que arranca este lunes.
Los alumnos aprenderán:

  • Las mejores técnicas para elegir butaca.
  • Interpretación de los horarios anunciados según el teatro.
  • Cuándo es correcto toser.
  • El significado del oscurecimiento inicial.
  • Cuándo está permitido hablar y cuándo no.
  • De qué manera hacer comentarios a la persona de al lado durante las representaciones.
  • Qué hacer cuando uno de los actores es un conocido al que se quiere saludar.
  • Por qué en las obras infantiles los actores usan voces extrañas.
  • Cuándo es correcto aplaudir y cuándo no.
  • Qué significa ser un “gran público”, y qué responsabilidades acarrea.
  • Protocolos para casos de confusión en las entradas.
  • Etiqueta del tomatazo.
  • Técnicas para no olvidarse de apagar el teléfono.

Luego de los dos meses del curso, el egresado podrá rendir un examen y convertirse en espectador diplomado. Con los estudios completos, se hará acreedor a descuentos y funciones exclusivas para públicos recibidos en los mejores teatros de la ciudad.

Querer ser artista

Ser artista es lo más normal del mundo. El arte está en todos lados. Y si bien es cierto que es necesario que a uno se le ocurra hacer arte, el hecho de estar siempre expuestos al arte nos proporciona un incentivo muy claro para ser artistas. No hay que ser brillante para tener esa idea.
Querer ser artista es poco original. Casi todas las personas quieren serlo en algún momento de sus vidas. Algunas lo dejan de lado porque dejan de considerarlo buena idea, o porque no se animan, o porque se dan cuenta de que no sirven. No tiene nada de malo. El mundo necesita no artistas. Alguien se tiene que ocupar de fabricar asfalto, por ejemplo. Si no, las calles por las que andan los artistas serían más difíciles de transitar, y el arte se vería en dificultades.
Pero es más difícil que a cualquier persona se le ocurra fabricar asfalto que hacer arte. Las escuelas de asfalto, si existen, tienen menos ingresantes que las de arte. Y eso que el asfalto está en todas partes. Los consultores de recursos humanos, en cambio, no están en todas partes. Existen, sí, y para existir es necesario que a alguien se le haya ocurrido que podía serlo. Y son muchos menos los que dicen “cuando sea grande voy a ser consultor de recursos humanos” que los que dicen “cuando sea grande voy a ser actor”. El aspirante a consultor claramente pensó más que el aspirante a actor, y eso constituye un mérito.
A menos que el camino lo haya llevado. Es muy posible que muchos consultores de recursos humanos hayan querido ser actores, y su carrera artística se haya visto frustrada, hasta que encontraron la oportunidad de desempeñarse en el campo de los recursos humanos. Tomaron entonces esa decisión, que bien puede haber sido un acierto. Pero ésos son los consultores por accidente. Los otros, los consultores por vocación, han tenido que pasar por muchas frustraciones hasta poder darse cuenta de que ésa era su vocación. Una vez que lo supieron, tal vez el resto les fue un poco más fácil, sin embargo eso no les quita mérito. Al contrario. Buscaron lo que quieren ser, sin quedarse con lo primero que se presentó ante ellos.  Tuvieron que hacer funcionar su creatividad, al contrario que los artistas.

Mirarlo por TV

Yo soy artista. Acá me ven, haciendo arte. Pero, siendo que hace tiempo que soy un artista que hace arte, ya es hora de que me pronuncie sobre una de las inquietudes más importantes de nosotros, los artistas. No sé qué me habrá hecho demorar tanto. Pero bueno, ahora estoy enmendando mi error. Es hora de repudiar la televisión.
Verán, la televisión es una porquería. Es mala, mala, porque aleja el arte de la gente. No como nosotros, que lo acercamos a la poca gente que nos ve. Sólo les interesa ganar plata. Están lejos de las pretensiones que tenemos los artistas. Para nosotros el dinero es algo secundario. Algo de lo que deberíamos poder prescindir. No es nuestra principal preocupación.
En cambio, en la televisión es todo negocio. Y hacer negocio es malo. Porque ganás plata. Y ganar plata está mal, porque te aleja del arte. A menos que se la des a artistas como nosotros. Pero en ese caso estaríamos convirtiendo al arte en comercio. Y no puede ser. El arte vale por sí mismo, no por su expresión monetaria.
En la televisión no hay poesía. No hay literatura. La gente en la televisión no lee, no mira cuadros, no escucha óperas. Tampoco se televisan óperas para que las veamos nosotros. No, en su lugar hay programas, noticieros, series, que atraen a las masas como palomas a las que se les tira un grano de choclo.
La gente va y se engancha. Voluntariamente, porque son ignorantes y quieren seguir siéndolo. No vienen a verme a mí, que les puedo dar arte, que les puedo alimentar el espíritu. Prefieren ir a lo fácil, a lo que está al alcance de sus manos, a los que los entretiene sin necesidad de salir de su casa. No quieren hacer el esfuerzo de venir a verme a mí, o de leer lo que escribo, y ponerse a pensar. Porque lo que hago yo requiere que los demás piensen, mediten. No es de consumo instantáneo. No. Lo mío es Arte, y es lo contrario de lo que hacen en la televisión.
Tenemos que unirnos todos contra la televisión. No ir cuando nos invitan, si nos invitaran. Pero sobre todo no mirarla. No saber qué es lo que pasan. Eso nos puede costar una desconexión con nuestra cultura, pero si lo miramos bien en realidad es al revés, nuestra cultura se desconectará de nosotros. Seremos la vanguardia, aunque no tengamos a nadie atrás.