Un cambio distinto

No sabíamos qué hacía falta, pero sabíamos que hacía falta un cambio. Por eso elegimos el cambio. Percibimos el cambio muy rápido, y eso nos gustó. Nos gusta que el cambio sea, además, rápido. Porque mientras más esperamos, más se demora el cambio. Empezamos a ponernos nerviosos y algunos de nosotros demandan un cambio distinto.

El cambio vino con muchos cambios, y las cosas cambiaron. Estábamos conformes, porque precisamente un cambio era lo que veníamos necesitando. Durante algunos años estuvimos contentos, observando el sorprendente desarrollo del cambio. Había cosas que no cambiaban, y ésas eran las que permitían ver que otras sí.

Luego de algunos años, fue tiempo una vez más de elegir. Nosotros estábamos contentos con el cambio, pero había algunas voces que pregonaban cautela. Nos decían que si nos quedábamos con el cambio podíamos lamentarlo en el futuro, cuando las cosas cambiaran y el cambio ya no fuera lo más conveniente. Para evitarlo proponían un cambio. Pero nosotros pensamos que no era el momento de cambiar, así que elegimos nuevamente el cambio.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperábamos. El cambio cambió. Y no nos gustó el cambio del cambio, porque algunas de las cosas que cambiaron eran las que ya habían cambiado, y no queríamos que cambiaran porque el cambio nos gustaba. También resultó que había algunas cosas que no habían cambiado, sino que los que habíamos cambiado éramos nosotros, y nos habían empezado a gustar tal como estaban. Con los nuevos cambios, dejamos de tener ganas de verlo así, y nos dimos cuenta del cambio que hacía falta.

Por eso esperamos con paciencia hasta que fuera nuevamente el momento de elegir. Estaba claro que necesitábamos un cambio. Pero no sabíamos cuál era el cambio que necesitábamos. Había quienes nos recomendaban no cambiar para fortalecer el cambio, y otros que nos recomendaban cambiar.

Entonces, divididos entre los que querían un cambio y los que querían el cambio, elegimos entre uno de ellos. Y estamos contentos con nuestra decisión. Ahora queremos cambio para siempre.

Inmortalizar mi calle

Quiero inmortalizar mi calle en un poema. Sé que puedo hacer algo muy bueno y significativo para mucha gente, porque al pintar mi pueblo pinto el mundo. Puedo transmitir vivencias, significados, una muestra de cómo veo la vida a partir de la calle donde vivo, que será al mismo tiempo específica para esa calle y general, para que todos sepan y sientan lo que digo.

Pero existe un peligro si hago eso. No quiero que pase lo que pasó con Borges, que vivía en la calle Serrano, escribió sobre ella, y en su homenaje le dieron su nombre a Serrano. La calle que inmortalizó Borges ahora se llama Borges, y si fuéramos a actualizar el poema estaría hablando de él mismo.

No quiero que, cuando este poema me vuelva célebre, mi calle tenga mi nombre. No quiero que se borren las huellas de donde estuve, ni ser en ningún sentido yo quien las borre. Porque, si bien el poema podrá ser entendido por todos, dejará de referirse también a un lugar real, y perderá ese nivel.

Se puede pensar al revés: que el cambio de nombre hace que el lugar sea mítico, es todos los lugares y no es ninguno. Pero eso ya pasa. Las calles cambian. Sólo mantienen su nombre, que es una forma de mantener su historia, por más que no se mantenga en pie ninguna casa, se reemplace el asfalto por algo mejor, y la gente que la transita sea distinta. Estamos caminando los mismos senderos que nuestros antepasados abrieron, y queremos saberlo.

Así que no voy a escribir ese poema. O lo haré con alguna calle cuyo nombre me parezca feo. Será un sacrificio de la literatura, pero un bien para la fisonomía de la ciudad, y para no matar a la calle con la inmortalidad que le legué.

Otra ciudad

Viajo con mi ciudad. Cuando salgo la veo de lejos, desde un ángulo inusual. Me hace descubrir geografías desconocidas. Esa es la última imagen, pero no la que me queda.
Atravieso la nada, notando su nada. Es evidente que ahí falta ciudad. Los que viven ahí no tienen necesariamente expectativa de ciudad, y a ellos no les falta. Capaz que están lo más contentos. Pero yo veo lo que no es, y me falta lo que podría ser. Tal vez si me quedara me acostumbraría, pero estoy de paso. No vine a visitar esta casi nada. Vine a atravesarla. El vacío es lo que hace que la ciudad a la que voy no sea la mía. Sin él, sería una sola ciudad.
Cuando llego, llego con mi ciudad. Tengo ciertas expectativas difíciles de cambiar. Sé que es una ciudad distinta, pero estoy esperando que sea igual. Que lo que la hace ciudad sea lo mismo que veo en la mía. Y no es así.
Atravieso la rapiña turística y me meto en la ciudad. Veo que vive gente, más o menos como yo. No saben que no soy de ahí. Tienen conmigo las mismas expectativas que con ellos. Yo les aplico las mías.
Reconozco partes de la ciudad nueva  a través de paralelos con la mía. Quiero llevar su geografía a mi mapa mental. Veo las similitudes, y extrapolo similitudes semejantes. Me ayudan a navegar la ciudad, a entender de qué va cada zona.
En todos lados me acechan las diferencias. Detalles que me recuerdan que ésa no es mi ciudad. Me perturban un poco. Los taxis están pintados de otros colores. Los semáforos funcionan en forma levemente distinta. Los puestos de diarios venden títulos desconocidos. Los carteles indicadores de las calles tienen otro diseño y distinta funcionalidad.
Es normal. Y los que viven ahí, me doy cuenta, no notan la normalidad. Es demasiado normal para ellos. En cambio, yo puedo saborearla. Hasta que, con el tiempo, se me hace normal a mí también. Y cuando vuelvo, eso me permite reconocer mi propia normalidad. Por un rato.

Arenales

La gente que vive sobre la calle Arenales nunca sabe qué hacer. No saben para qué lado tomarla. No garantiza nada que ayer fuera mano para la derecha. Hoy puede ser mano para la izquierda, o doble mano, o peatonal. Y mañana algo distinto. Puede funcionar una pista de automovilismo, o un escenario para recitales al aire libre.
La gente que vive sobre la calle Arenales está acostumbrada al cambio. Son gente dinámica, que se adapta a las circunstancias. Salen de sus casas y deben mirar qué hacen los autos. Tienen que asegurarse de que su propio auto no haya quedado mal estacionado, para que no les vengan multas por haberlo estacionado mal cuando eso era estacionarlo bien.
El mundo cambia a su alrededor, y en ningún lado se siente más que en la misma calle Arenales. La calle de los péndulos, de los dobles sentidos, de las idas y vueltas, de la alternancia democrática, de los ciclos eternos, de los vaivenes económicos, del latido del corazón. Arteria que a veces es vena, se eleva cada vez más a medida que es pintada con nuevas indicaciones que reemplazan a las anteriores.
Arenales mira desde su vanguardia la estabilidad obsoleta de las otras calles. Ya no tiene rutina. Su paisaje cambia. Es recorrida exhaustivamente por distintos tipos de tránsito. Y los vecinos que viven en ella no tienen por qué acostumbrarse a una vida monótona. Saben que toda realidad es pasajera. Que todo, lo bueno y lo malo, se termina. Y esperan el momento del próximo cambio, para experimentar otra vez el vértigo de lo desconocido.

Semiología de los cambios

Los directores técnicos están gritando todo el partido, pero el momento en el que realmente están diciendo algo sobre el equipo es cuando hacen los cambios. Puede no reflejar el desarrollo del partido, pero es el mensaje que, queriendo o no, el técnico manda. Hay una serie de códigos que se aplican a esta posibilidad reglamentaria, que intentaremos explorar a continuación. Van algunas, se aceptan otras:

  1. Si se hace un cambio en el entretiempo significa que el equipo venía mal y debe cambiar bastante su manera de jugar. Más todavía si se hace dos o tres cambios en ese momento.
  2. Si se hace un cambio antes del final del primer tiempo es aún peor: se está reconociendo un baile y no hay tiempo ni para esperar la pausa porque se corre el riesgo de ser goleado.
  3. Si se hace un cambio a los 5 minutos del segundo tiempo es porque el técnico cree que una modificación sería útil pero no quiere hacerla en el entretiempo para evitar que se interprete lo del inciso 1.
  4. Si se reemplaza a un jugador que entró como suplente se lo quema para toda la cosecha, por más que el cambio sea táctico. Si el cambio es necesario por alguna expulsión igual se debe sacar a alguien que haya jugado desde el principio.
  5. Si pasa un buen rato del segundo tiempo sin hacer cambios es porque el técnico piensa que se está jugando bien.
  6. Si se cambia al jugador que es eje del juego del equipo antes de los 40 del segundo tiempo es una indicación de que el DT perdió fe en el sistema de juego y está algo desesperado. Es probable que se produzca un gol del contrario. A menos que el partido esté absolutamente controlado y/o haya una buena ventaja.
  7. Si el equipo está perdiendo e ingresa un defensor es que el técnico no ve salida.

En general todo esto pierde vigencia ante la fuerza mayor, por ejemplo en caso de lesión.