El éxito del poeta

El poeta escribía a partir de su experiencia. Según lo que veía o vivía, escribía poemas. Los poemas no eran informativos. Tal vez no tenían nada que ver con las experiencias. Pero los escribía la persona que tenía esas experiencias, y una persona es poco más que las experiencias que tiene. Su acumulación, sumada al pensamiento y el talento para la escritura, le permitía escribir poemas muy bien logrados.

Los lectores lo encontraban muy atractivo. Su poesía les significaba, no necesariamente lo mismo que el poeta había querido significar, pero por lo menos algo que hacía que siguieran interesados en lo que tenía para escribir.

El éxito con el público lector se transformó en éxito comercial. El poeta logró hacer dinero a partir de su poesía. Y no sólo le permitió vivir de lo que escribía, sino que logró vivir muy bien. No le faltaba ningún lujo.

Esto, naturalmente, hizo que su poesía fuera aún mejor. Tener más tiempo y no preocuparse por temas económicos hizo que se pudiera concentrar en pensar y escribir. Sus experiencias ahora eran las de una persona privilegiada, pero eso no convirtió su escritura en elitista. Todo lo contrario: el privilegio le daba más posibilidades de conectarse a través de la escritura, porque era la forma en la que siempre se había comunicado con su público. La experiencia poética no cambió: sólo lo hizo la vida del poeta.

Al darse cuenta de esto, el público estuvo muy agradecido con el poeta, y eso redundó en mayores ventas que le permitieron mejorar aún más su estilo de vida. También inspiraron a otros poetas, al ver que a través de la poesía se podía lograr éxito material. El mundo, entonces, se llenó de poetas, y el público lector fue cada día más rico.

Tráfico de figuritas

El coleccionismo de figuritas es una costumbre muy popular entre los escolares. Los fabricantes lanzan todos los años nuevos juegos, con sus correspondientes álbumes, con motivos que están de moda entre los niños de edad escolar. De esta manera, se puede conseguir fácilmente imágenes de los temas de interés, y en los recreos se puede comparar las colecciones. Alguien que tiene el álbum muy completo puede mostrar a un neófito cómo quedará cuando logre un nivel semejante.

Sin embargo, los niños no se quedan en eso. Incurren también en la piratería de figuritas. Muestran un nivel de organización muy sofisticado para hacerlo. Hay grandes proveedores que tienen pilas de figuritas redundantes, o incluso pueden no tener álbum propio, y se dedican a intercambiarlas por otras. De esta manera, se puede avanzar en completar el álbum sin necesidad de comprar todas las figuritas directamente.

Los sujetos que se dedican a este menester normalmente se paran con discreción en rincones de los patios donde se realizan los recreos, y ofrecen a los transeúntes sus servicios. Se procede a una examinación del catálogo, y el cliente elige las figuritas que desea obtener. Los traficantes más sofisticados llegan al punto de poner precio a las figuritas más preciadas, las que cambian por dos o más de las comunes.

Esta actividad ilícita redunda en un perjuicio para el fabricante, que se ve así impedido de hacer muchos más álbumes, y sólo puede dedicarse a los que tienen perspectivas de ser más populares. Montones de motivos de interés más limitado nunca encontrarán a su audiencia gracias al intercambio ilegal de figuritas.

Ha de mencionarse que los fabricantes no están exentos de responsabilidad en la situación. Sus prácticas comerciales, que incluyen la venta de figuritas en paquetes cerrados sin posibilidad de elegir, estimulan el tráfico escolar en detrimento de sus ganancias. Si fueran un poco menos avaros, podrían vender las figuritas en forma individual o por catálogo, de manera de impedir la formación del tráfico indebido, al quitarles la fuente del negocio. Incluso podrían vender los álbumes ya llenos, de manera que sus clientes no tengan que tomarse el trabajo de completarlos figurita por figurita, y obtengan la gratificación de un álbum siempre lleno.

Hay muchas formas de mejorar esta realidad. Mientras no se llegue a un punto de equilibrio entre los comerciantes y los consumidores, el mercado negro continuará avanzando y muchos niños inocentes serán, tal vez sin saber, criminales.

El retorno del colectivo

Los colectivos de la ciudad de La Plata se dividen en cuatro líneas básicas: norte (identificada con el color celeste), sur (verde), este (amarillo) y oeste (rojo). Cada línea circula en la dirección que su nombre indica, y cuando alcanza el destino que le ha sido asignado, jamás regresa. Los pasajeros vuelven en la línea de la dirección opuesta.
Sería razonable pensar que las unidades individuales cambian a la línea opuesta cuando llegan a la terminal. Sería una medida sensata para el bolsillo de la empresa estatal que opera el transporte público. Pero está muy claro que no es así, porque cada colectivo está pintado con el color de su única dirección posible.
Esto deja a La Plata con tres opciones:

  1. Pintar cada unidad cuando llega a la terminal. Esta opción tiene la ventaja de garantizar la limpieza de todos los colectivos en circulación, aunque tiene un gran costo diario de pintura.
  2. Acumular las unidades en las terminales y después moverlas subrepticiamente hacia la terminal opuesta. La operación debe realizarse preferentemente por la noche y por las afueras de la ciudad, porque de otra manera los habitantes de La Plata verían circular a los colectivos en la dirección contraria a la que deberían llevar, y no podrían orientarse a partir de ellos. También requiere una inversión en personal para realizar el traslado, aunque pueden existir grandes camiones portacolectivos que lleven de a varios y simplifiquen así la operación.
  3. Eliminar de circulación cada unidad al completar su primer viaje. Esta variante implica fabricar un colectivo nuevo cada vez que deba salir uno nuevo, a un ritmo que permita mantener las frecuencias de transporte urbano. Es decir, calculando una frecuencia promedio de cinco minutos durante la jornada y de 30 minutos de 0 a 6, da que cada línea necesita 360 unidades cero kilómetro por día (los fines de semana circulan algunas menos). Debe tenerse en cuenta que cada una de las cuatro líneas abarca varios ramales, por lo tanto la producción es mucho mayor que los 1440 que parecen ser.

Sabiamente, las autoridades han adoptado esta última alternativa. De esta manera, a partir de la reforma del sistema de colectivos a mediados de los ’90, el área metropolitana de La Plata se ha convertido es el líder regional en producción de transporte automotor, con flujo diario de varios miles de unidades.
Se genera el problema de qué hacer con los colectivos que ya arribaron a su destino. La solución es muy simple: son vendidos a otras ciudades del país y del exterior que necesitan unidades nuevas. El precio es muy conveniente, porque se trabaja con un volumen altísimo y eso permite minimizar los costos. Además, los colectivos, que técnicamente son usados, pueden ser vendidos como nuevos, porque sólo tienen unas pocas decenas en su haber.
Otras ciudades han intentado copiar este modelo, pero el impulso de La Plata, que ya tiene aceitado un ritmo de trabajo, es tan productivo que a los demás no les dan los costos para iniciar una competencia.
En algunos casos se ha propuesto reducir costos incorporando en forma moderada algunas de las otras opciones, y algunos funcionarios fueron descubiertos cuando estaban a punto de llevar a cabo una operación que implicaba convertir colectivos de la línea “Sur” en “Norte”. Pero felizmente los conductores, que se alternan entre ambas líneas, reconocieron los restos de pintura y se negaron a circular con esas unidades. La ciudadanía de La Plata está contenta con el sistema, que aporta fondos deseables a las arcas de la ciudad, y permite mantener servicios de excelencia con impuestos bajísimos, además de generar un nivel de ocupación nunca visto en la historia. Es por eso que desde que se realizó la reforma siempre se han encargado de reelegir al partido que la inició, y que les trajo prosperidad a partir de la hábil observación de las leyes del mercado, las necesidades urbanas y los puntos cardinales.

Mirarlo por TV

Yo soy artista. Acá me ven, haciendo arte. Pero, siendo que hace tiempo que soy un artista que hace arte, ya es hora de que me pronuncie sobre una de las inquietudes más importantes de nosotros, los artistas. No sé qué me habrá hecho demorar tanto. Pero bueno, ahora estoy enmendando mi error. Es hora de repudiar la televisión.
Verán, la televisión es una porquería. Es mala, mala, porque aleja el arte de la gente. No como nosotros, que lo acercamos a la poca gente que nos ve. Sólo les interesa ganar plata. Están lejos de las pretensiones que tenemos los artistas. Para nosotros el dinero es algo secundario. Algo de lo que deberíamos poder prescindir. No es nuestra principal preocupación.
En cambio, en la televisión es todo negocio. Y hacer negocio es malo. Porque ganás plata. Y ganar plata está mal, porque te aleja del arte. A menos que se la des a artistas como nosotros. Pero en ese caso estaríamos convirtiendo al arte en comercio. Y no puede ser. El arte vale por sí mismo, no por su expresión monetaria.
En la televisión no hay poesía. No hay literatura. La gente en la televisión no lee, no mira cuadros, no escucha óperas. Tampoco se televisan óperas para que las veamos nosotros. No, en su lugar hay programas, noticieros, series, que atraen a las masas como palomas a las que se les tira un grano de choclo.
La gente va y se engancha. Voluntariamente, porque son ignorantes y quieren seguir siéndolo. No vienen a verme a mí, que les puedo dar arte, que les puedo alimentar el espíritu. Prefieren ir a lo fácil, a lo que está al alcance de sus manos, a los que los entretiene sin necesidad de salir de su casa. No quieren hacer el esfuerzo de venir a verme a mí, o de leer lo que escribo, y ponerse a pensar. Porque lo que hago yo requiere que los demás piensen, mediten. No es de consumo instantáneo. No. Lo mío es Arte, y es lo contrario de lo que hacen en la televisión.
Tenemos que unirnos todos contra la televisión. No ir cuando nos invitan, si nos invitaran. Pero sobre todo no mirarla. No saber qué es lo que pasan. Eso nos puede costar una desconexión con nuestra cultura, pero si lo miramos bien en realidad es al revés, nuestra cultura se desconectará de nosotros. Seremos la vanguardia, aunque no tengamos a nadie atrás.

Tarjeta

El señor H. estaba de compras en la calle Florida. Hacía esto cada tanto, había encontrado que le resultaba útil para su estado atlético la esquivación constante de gente que transita, puestos de artesanías, quioscos de diarios, estatuas vivientes, músicos callejeros, animales y gente que reparte volantes. Pasear seguido por Florida lo hacía más ágil.
El señor H. era aficionado a la música y en esa ocasión su primer objetivo había sido comprar una flauta en Promúsica. El colectivo lo había dejado del otro lado de Corrientes y para llegar a ese local tuvo que cruzar esa avenida por la peatonal. Esto le tomó un par de intentos dado que estaba intimidado por los que cruzaban en la dirección contraria y no se animaba. Esquivarlos no era una opción, eran demasiados y se acercaban. Finalmente usó como escudo a una señora gorda que cruzaba sin complejos y pudo cruzar.
Luego de cruzar caminó unos metros y le pareció que había caído una gota de lluvia sobre su cabeza. Se preguntó si era un aire acondicionado o si estaba lloviendo, y vio que empleados de todos los locales sacaban en ese momento su exhibidor de paraguas a la calle, por lo que dedujo que estaba empezando a llover. No compró un paraguas porque tenía el preconcepto de que se le iba a romper en la cuadra siguiente.
Cuando salió de la casa de música quiso comprarse algo de ropa, y vio que habían cerrado Chemea. El local estaba tapiado de manera similar a como hacía años se encontraba Harrod’s un poco más al norte. Como había gastado una parte importante de su presupuesto en la flauta, siguió caminando en busca de otro local de ropa barata.
Cuando se acercaba a las galerías Pacífico vio un círculo de gente que rodeaba a una pareja que estaba bailando tango, y evidentemente era un espectáculo gratuito. Al llegar a ese lugar un hombre le mostró una gorra pidiéndole plata en inglés. El señor H. realizó una de sus maniobras de esquive, y al hacerla vio a su izquierda un local de C&A.
Entró al local, e instantáneamente se le acercó un joven que le ofreció, en forma gratuita, obtener una tarjeta propia del local que le prometía enormes beneficios sin el menor esfuerzo de su parte. El señor H. lo rechazó amablemente, pero el joven insistía. El señor H entonces lo esquivó, pero al hacerlo se encontró con una mujer que le ofrecía la misma tarjeta. Intentó esquivar a ella también, y lo logró, pero apareció en frente de un muchacho con el pelo teñido de dos colores que repetía el ofrecimiento. Una y otra vez quiso hacer sus practicadas maniobras para esquivarlos, pero en cada intento aparecía otro empleado con el formulario listo para llenar. Eran como velociraptors, cazaban en manada.
El señor H. abandonó todo intento de comprar y se concentró en salir de ahí, para lo cual tenía que sacarse de encima a los amables oferentes de la tarjeta de grandes beneficios.
El señor H. tuvo una idea drástica. Se acordó de que había comprado una flauta, se detuvo y la sacó del estuche. Los empleados lo miraban atentamente, buscando señales de aprobación a su oferta. El señor H. dio media vuelta y empezó a tocar la flauta mientras caminaba hacia la salida. Los empleados comenzaron a seguirlo.
El señor H. salió del local y vio que los empleados todavía lo seguían, como hipnotizados por el sonido de su flauta. Siguió caminando, dobló en Córdoba hacia el este. Desde arriba se veía una enorme mancha azul móvil en la vereda que formaban los empleados que seguían al señor H.
El señor H, impasible, continuó caminando y tocando la flauta en esa dirección, pasó Puerto Madero y, sin dejar de tocar, se tiró al río. Los empleados lo siguieron y saltaron como lemingos.
Cuando el último saltó el señor H. guardó su flauta, se trepó a la baranda y dejó que los amables empleados, con sus formularios para obtener la tarjeta C&A, perecieran en el Río de la Plata.