Nuevo libro: Nunca está de más repetir

Hace un tiempo fui convocado para publicar en una colección de ebooks que se llama Paraíso ordenado, en la que distintos autores hablan sobre su relación con obras que admiran. La propuesta fue escribir sobre Les Luthiers.

Acepté sin saber muy bien por qué alguien querría leer sobre mi relación con Les Luthiers. Grande fue mi sorpresa cuando el libro fue lanzado y supe de muchas ventas, y también comentarios positivos de lectores entusiasmados.

Traté de encontrar un equilibrio en el que no fuera todo hablar sobre mí, y tampoco una exposición académica sobre Les Luthiers. Creo que encontré un equilibrio razonable, que tal vez explica los comentarios recibidos.

El libro se llama Nunca está de más repetir, porque es el resultado del consumo obsesivo de las obras, una y otra vez, lo que hace que la percepción evolucione a través del tiempo.

Son seis capítulos:

  1. Signos de admiración
    Donde se cuentan las primeras experiencias de valor agregado que me hicieron saber que había algo distinto en Les Luthiers.
  2. Volúmenes apasionantes
    Cómo era la vida cuando el único contacto cotidiano eran los discos.
  3. Noches de teatro
    Los rituales de las visitas ocasionales a ver a Les Luthiers en teatro.
  4. Los más prestigiosos foros
    Relacionarse con gente a través de Les Luthiers. Incursiones en distintas culturas del fan, de las que no soy fan.
  5. Lo inalcanzable
    Desarrollo de una mirada creativa. Reconstrucción del proceso de Les Luthiers a través del consumo repetido de las mismas obras.
  6. Ahora vendrán caras extrañas
    Sensaciones y especulaciones a partir de los cambios obligados de formación. Teorías sobre la posibilidad de un futuro viable y atractivo. Principios para una posición optimista.

Nunca está de más repetir se consigue sólo en la web de Bajalibros.

Forma de papa

La papa es, obviamente, la mejor comida que existe. En Sudamérica somos privilegiados por haberla tenido siempre. Otros la conocieron hace pocos siglos. Sin embargo, la globalización ha hecho maravillas con la versatilidad de la papa. Distintas culturas le dan su impronta y la comparten con los demás. El resultado es que tenemos platos muy distintos, todos a partir de la misma base.

Tal vez la forma más popular de la papa sean las papas fritas. Esta delicia proviene de Europa, lo que habla muy mal de los Incas, pues no se les ocurrió cortarla en bastones (o en cualquier otra forma) y freírlas. Es por eso que hubo que esperar a que llegaran los europeos para que se dieran cuenta y obraran en consecuencia. Los europeos llegaron con la actitud de que ellos eran mucho más avanzados que los nativos, y la experiencia de las papas fritas es un argumento a favor de esa idea.

Las papas fritas son muy respetables, pero no son la mejor forma de la papa. Son tal vez la más fácil de conseguir. Hay al menos tres formas mejores que las fritas. Eso es uno de los mejores elogios que se le pueden hacer a la papa.

La forma número uno es, sin lugar a dudas, el puré. Sólo es necesario hervir las papas, pisarlas bien y agregar un poco de leche, manteca y alguna especia para disfrutar de una masa que se puede comer directamente, o untar sobre las otras comidas para poder compartir con ellas el sabor de la papa.

De hecho, algunas variedades de papas fritas no son más que puré disfrazado. Es el caso de las noisette, que bajo su superficie crocante permiten disfrutar de una pequeña bola de pura papa. Son como bombones de puré, y hay pocos pensamientos más placenteras que esa combinación.

Los ñoquis son otra forma notable. A partir de papa pisada y un poco de harina, se consigue no sólo una de las mejores presentaciones de la papa, sino una de las mejores pastas que existen. Al punto que es una decepción cuando hay ñoquis de verdura, o de ricotta. Los verdaderos ñoquis son de papa, y son combinables con cualquier salsa, lo que muestra una vez más la versatilidad de estos magníficos vegetales.

Las formas de hacer papa son prácticamente infinitas. Sólo dependen de la imaginación de quien cocina. No sólo se usa el interior de la papa: también es comestible la cáscara, que algunos dejan en las papas fritas por una cuestión de costos que se transforma en elección estética cuando resulta que gusta. Hay una sola función que las papas no cumplen bien: como relleno de empanada. Quienes cometen esta aberración no saben que pueden hacer cosas mucho mejores con la papa y con las empanadas.

Fuera de eso, las papas benefician cualquier plato que uno quiera preparar (salvo, por supuesto, si se hace un milhojas, que es un plato del demonio). Están ahí, esperando el momento en el que uno desentierre su poder nutritivo y de sabor, sin una forma natural específica. No existe la “forma de papa”. Está en nosotros darles su forma final.

Intención o suerte

Tiene que ser a propósito. Debemos tener el control de lo que hacemos. Saber lo que vamos a hacer, de qué se trata, qué es lo que vamos a desafiar, qué vamos a romper, cómo va a ser el camino. No necesariamente hay que empezar sabiendo todo eso. Pero sí hay que tener una decisión de no dejarse llevar así nomás por todo lo que pasa. Hay que tomar decisiones creativas. Si no, no vale la pena, no estamos haciendo nosotros las cosas. Es el mundo exterior el que se expresa a través de nosotros. Y no debemos prohibir esa expresión del mundo exterior. Debemos abrazarla, controlarla, enfocarla. Darle un toque nuestro.
Porque también tiene que ser accidental. Tenemos que saber cuáles son las variables que no controlamos, y aprovecharlas. Presidir sobre los accidentes. Ver lo que pasa, tomar lo que ocurrió sin que lo planeáramos y usarlo. Cuando lo usamos es cuando viene el control. Pero lo que usamos puede ser un imprevisto. Incluso podemos buscar que sea un imprevisto. A veces vale la pena ir por el azar, siempre que sea lo que queremos hacer.
Es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre lo que nos pasa y lo que hacemos. El resultado tiene que ser al mismo tiempo a propósito y accidental. Tiene que ser sin querer queriendo.

Poesía con ciencia

La poesía y la matemática comparten la lejanía y el respeto de vastos sectores de la sociedad. Incluso se les tiene miedo. Muchos no se acercan a ninguna de las dos porque creen no estar a la altura. Piensan que carecen de los conocimientos necesarios para entender todo lo que esconden. Escuchan a otros hablar de lo que ofrecen, y se intimidan. Luego, al ver poesía o matemática, se asustan y vuelven los ojos.
Sin embargo, ambas disciplinas están al alcance de todos o casi todos. Tal vez en distintos niveles, pero en general en más que los que cada uno piensa. Cuando se topan con situaciones en las que tienen que ejecutar sus conocimientos de poesía o matemática, pero sin saber que eso es lo que están haciendo, se desempeñan bien.
Es que la poesía y la matemática están demasiado insertas en el entramado de la humanidad como para que ocurra de otra manera. Son talentos, lo exacto y lo simbólico, que el ser humano ha adquirido y ejerce todo el tiempo. Algunos mejor que otros, y algunos se destacan más en unos que en otros. Pero todos (o todos los sanos) dominan al menos un poco recursos de ambos.
No hay actividad que no use recursos de poesía o de matemática. Incluso ellas dos se usan una a otra. No son antagónicas: son complementarias. Los que rechazan a una, se empobrecen en la otra. La matemática sin poesía y la poesía sin matemática pueden ser correctas, pero nunca van a ser grandiosas.
Sin embargo, poetas y matemáticos forman grupos cerrados, elitistas, que están contentos con la percepción de impermeabilidad de su disciplina. Cuando se ven cerca de la otra, huyen, la ridiculizan, la intentan desacreditar. Los dos grupos se desconfían entre ellos. Y ambos pierden, porque cierran la puerta a herramientas que pueden alimentarlos. Nunca se sabe de dónde vienen las ideas, ni qué forma van a tomar, ni qué camino elegirán para llegar a la conciencia.

Cómo comer las Chocolinas

Las galletitas básicas ofrecen muchas maneras de ser comidas. Las Chocolinas, con su sabor de chocolate sin complicaciones, son muy buscadas en sí mismas y también como ingrediente básico de otros platos más elaborados. La Chocotorta es el que más se destaca. Consiste en agrupar capas de Chocolinas, como en una lasagna, y separarlas con capas de alguna sustancia preparada al efecto. Puede ser Casancrem con dulce de leche, dulce de leche solo, Nutella, o la combinación que sea. Una vez terminada, la torta resultante puede ser bañada en chocolate o enviarse directamente a la heladera, para su solidificación parcial.
Otra manera es rellenar Chocolinas individualmente. Untarlas con dulce de leche y completar el sandwich con otra Chocolina. Es importante utilizar para este fin el lado plano de la galletita, porque si se usa la cara art-decó se generarán dificultades para el untado.
Pero la mejor manera de comer Chocolinas es rellenarlas con las mismas Chocolinas. El procedimiento es sencillo. Empieza con la consumición normal, como si se fuera a comer una cantidad de Chocolinas por sí mismas. Pero se anula el tragado. De esta manera, quedará en la boca una pasta consistente en las Chocolinas tritutadas. Con dos o tres alcanza para tener suficiente pasta.
Luego se regurgita la pasta hacia otra Chocolina, en su lado plano, en forma más o menos pareja. Al terminar, se le coloca una segunda Chocolina. En este momento se debe presionar. El bolo alimenticio que sirve de relleno, entonces, rebalsará, y lo que sobre será aplanado con la lengua. Quedará una deliciosa galletita doble, de aspecto similar a una Rumba, que podrá disfrutarse solo o acompañado.

La hoja llena

La hoja vacía invita a escribir. Puede ser difícil saber qué escribir, porque todas las direcciones están disponibles. A veces la cantidad de opciones intimida un poco. Pero es un problema menor. La hoja vacía se soluciona escribiendo, pensando, formulando problemas y resolviéndolos. Es un ejercicio sano.
El problema está cuando la hoja está llena. Ahí es difícil escribir. Ya hay una dirección establecida. Lo que hay que decidir es si continuarla o desviarse. No hay más alternativas. Lo que escribamos está condicionado por lo que ya está escrito. Será también leído. Es necesario tener conciencia de lo que está escrito, por nosotros o por ajenos. De cualquier modo, aunque lo ignoremos, seremos consecuentes.
La hoja llena presenta una gran responsabilidad. Puede percibirse como una restricción a la libertad de escribir, pero esa restricción es muy menor. Se restringe un poco la forma y un poco los temas. La libertad para escribir nos la damos nosotros mismos. La hoja llena nos condiciona. Nos hace cuestionar nuestra propia libertad. Nos fuerza a elegir algo que tal vez no habríamos elegido.
Pero también nos permite continuar un diálogo. Participar en la comunicación entre generaciones. Continuar el trabajo hecho por los demás.
El mundo ya está empezado. No lo vamos a empezar otra vez. Lo vamos a continuar de acuerdo a cómo es. Podemos retocarlo, transformarlo o destruirlo. Ésa es nuestra elección, hasta que entreguemos esa hoja llena a los que nos sucedan.

Cómo inventé la rueda

Lo que pasa es que yo vivo en un grupo muy creativo. Mucha gente que conozco inventó cosas. Un amigo mío inventó el cuchillo, otro la punta de flecha. Hubo otro que agarró esa misma punta y la colocó en un palo, y creó así la lanza. Entonces hay bastante presión como para que todos inventemos algo que beneficie a los demás.
Yo, como no soy amigo de la violencia, no tengo mucho talento para inventar armas. Siempre me interesó el transporte de objetos. Fui yo quien domesticó al caballo, hace algunos años. Pero la capacidad de carga del caballo tiene un límite, y si le atamos las cosas no pueden ser muy pesadas. Siempre me pareció que se podía hacer algo.
Hasta que, un día, uno de mis compañeros estaba probando un invento suyo: el hacha. Para ver si podía, quiso cortar un árbol. Y eligió un árbol que estaba en la pendiente de una colina. Cuando el tronco cayó, el árbol se arrastró sobre la colina, haciendo una serie de giros.
De ahí me vino la idea. En realidad, no hice más que trasladar el concepto. Alcancé el árbol y, con la misma hacha que había usado mi amigo para cortar el árbol, corté dos rodajas del tronco. Las uní con el tronco de un árbol más fino. Subí a la colina y lancé el prototipo: bajó girando, igual que había hecho el árbol.
Cuando volví al grupo principal mostré mi invento y se generó un gran entusiasmo. De inmediato salió mucha gente a hacer lo mismo. Algunos hicieron aparatos con cuatro ruedas que resultaron muy prácticos para arrastrarlos con los caballos. Así empezaron los vehículos, que desde entonces se hacen cada vez más grandes y más rápidos. Mucha gente se dedica a experimentar con mi invento. Hacen vehículos con ruedas grandes, chicas, anchas, angostas y de diferentes materiales. Han encontrado aplicaciones que nunca pensé que podía tener la rueda. Es muy satisfactorio saber que inventé algo tan útil para todos.
Desde que inventé la rueda, dejé a los demás el desarrollo posterior del concepto. Muchas veces me vienen a pedir opinión porque soy una figura de autoridad para todos los que admiran la rueda. Yo le doy los datos que quieran sin problemas. Sin embargo, estoy envejeciendo. En algún momento no voy a estar en condiciones de contarles la historia de cómo inventé la rueda ni proporcionar los datos que los demás me piden. Debería haber alguna forma de conservar estos datos, que queden guardados en un lugar y alguien, años después, los pueda consultar. No sé, capaz que estoy delirando, pero me parece que se puede hacer algo.

Querer ser artista

Ser artista es lo más normal del mundo. El arte está en todos lados. Y si bien es cierto que es necesario que a uno se le ocurra hacer arte, el hecho de estar siempre expuestos al arte nos proporciona un incentivo muy claro para ser artistas. No hay que ser brillante para tener esa idea.
Querer ser artista es poco original. Casi todas las personas quieren serlo en algún momento de sus vidas. Algunas lo dejan de lado porque dejan de considerarlo buena idea, o porque no se animan, o porque se dan cuenta de que no sirven. No tiene nada de malo. El mundo necesita no artistas. Alguien se tiene que ocupar de fabricar asfalto, por ejemplo. Si no, las calles por las que andan los artistas serían más difíciles de transitar, y el arte se vería en dificultades.
Pero es más difícil que a cualquier persona se le ocurra fabricar asfalto que hacer arte. Las escuelas de asfalto, si existen, tienen menos ingresantes que las de arte. Y eso que el asfalto está en todas partes. Los consultores de recursos humanos, en cambio, no están en todas partes. Existen, sí, y para existir es necesario que a alguien se le haya ocurrido que podía serlo. Y son muchos menos los que dicen “cuando sea grande voy a ser consultor de recursos humanos” que los que dicen “cuando sea grande voy a ser actor”. El aspirante a consultor claramente pensó más que el aspirante a actor, y eso constituye un mérito.
A menos que el camino lo haya llevado. Es muy posible que muchos consultores de recursos humanos hayan querido ser actores, y su carrera artística se haya visto frustrada, hasta que encontraron la oportunidad de desempeñarse en el campo de los recursos humanos. Tomaron entonces esa decisión, que bien puede haber sido un acierto. Pero ésos son los consultores por accidente. Los otros, los consultores por vocación, han tenido que pasar por muchas frustraciones hasta poder darse cuenta de que ésa era su vocación. Una vez que lo supieron, tal vez el resto les fue un poco más fácil, sin embargo eso no les quita mérito. Al contrario. Buscaron lo que quieren ser, sin quedarse con lo primero que se presentó ante ellos.  Tuvieron que hacer funcionar su creatividad, al contrario que los artistas.