Deportes olímpicos

Deportes de arrojar cosas

Objetos varios

  • Tirar jabalina
  • Tirar martillo
  • Tirar bala de cañón
  • Tirar disco
  • Pasarse pluma con raqueta
  • Tirar flechas
  • Tirar tiros

Pelotas

  • Pasarla con una raqueta
  • Pasarla sin que toque el piso
  • Pasarla sobre una mesa
  • Embocarla en un aro
  • Embocarla con los pies
  • Embocarla muy lejos con un palo
  • Embocar con un palo en equipo
  • Pegarle y correr antes de que pique
  • Embocarla con las manos
  • Embocarla nadando

Deportes de llegar primero

Sin aparatos

  • Correr
  • Correr con obstáculos
  • Caminar rápido
  • Correr un montón
  • Nadar

Con aparatos

  • Andar en barquitos con vela
  • Andar en botes
  • Andar en botes chiquitos
  • Andar en bicicleta
  • Andar en tabla sobre el agua

Deportes de mostrar qué se puede hacer

  • Gimnasia
  • Tirarse al agua
  • Lograr que un caballo haga ejercicios
  • Levantar peso
  • Hacer cinco cosas distintas, una después de la otra
  • Nadar igual que el otro
  • Saltar para adelante
  • Saltar para arriba

Deportes de pelearse con otro

  • Pegarse con guantes
  • Pegarse con todo el cuerpo
  • Pelearse con espaditas
  • Pelearse como griegos
  • Pelearse como japoneses

El último en dormirse

Fuimos de campamento con la escuela. Era una actividad fuera de lo común. Implicaba muchas horas de estar todos juntos, y sin tener que ir a clases. Era como una clase de gimnasia que duraba todo el fin de semana. Nos encantaba. Jugábamos a toda clase de deportes, y teníamos un tiempo casi ilimitado para hacerlo. Sólo había interrupciones para comer y dormir. Y después de jugar a la pelota todo el día, comer nos venía bien.

Lo que no queríamos era dormir, porque queríamos estirar la experiencia todo lo posible. Pero no podíamos quedarnos andando por ahí. Dormir era obligatorio, y las autoridades del campamento se ocupaban de que estuviéramos en nuestras respectivas cabañas (se trataba de un campamento sólo nominal).

Eso sí: una vez dentro de las cabañas, no nos molestaban. Controlaban, sí, si teníamos la luz apagada, de manera que no podíamos dejarla prendida. Pero eso no significaba que no pudiéramos estar despiertos. Aprovechábamos para hablar, hacernos chistes, comentar lo sucedido durante el día, pensar qué podíamos hacer al siguiente.

Nuestra conversación fue lo suficientemente fuerte como para que el profesor de gimnasia de la escuela, que era el coordinador del campamento, se diera cuenta de que no dormíamos. Entonces irrumpió en nuestra cabaña y nos habló un rato. Nos comentó la importancia de reponer energías después de un día tan agitado como el que acabábamos de tener. Nos dijo que a él también le encantaba pasar un día entero de deportes, y que siempre tenía ganas de jugar a algo. Y nos propuso un juego: ver quién era el último en dormirse.

De esta manera, supongo ahora, intentó canalizar nuestros instintos competitivos hacia algo más o menos sano. Lo que no se imaginó es qué tan en serio nos lo íbamos a tomar. Como estábamos entusiasmados con la competencia, decidimos hacer exactamente eso. Nos dedicamos muy metódicamente a demorar lo más posible en dormir.

Para lograrlo, era necesario conservar energía. Usarla sólo lo necesario para mantenernos despiertos. Si usábamos de menos, nos dormiríamos, y si usábamos de más, más temprano que tarde también nos dormiríamos. Entonces, gradualmente, fuimos haciendo el ejercicio de dejar de hablar y sólo mantener nuestra vigilia. Como estaba oscuro, lo único que podíamos hacer era pensar. Observábamos de refilón si los demás compañeros estaban dormidos. Los fui observando hasta que supe que todos dormían. El ganador era yo.

Fue una gran alegría, el broche de oro de un día inolvidable. Sin embargo, mi entusiasmo por el triunfo fue tan grande que me entusiasmé muchísimo. Pasé toda la noche intentando dormir, pero no hubo manera. La adrenalina de la competencia me mantuvo alerta.

A la mañana siguiente me proclamé ganador durante el desayuno. Sin embargo, el profesor de gimnasia me aclaró que el ganador iba a ser el último en dormirse, y como no había dormido, no había cumplido el requisito final. Por lo tanto, uno de mis compañeros fue declarado ganador.

La decisión me molestó tanto que me volví a la cabaña y me encerré. No quise ver a nadie. Me sentía traicionado, aunque no sabía bien por qué. Y mientras los demás se dedicaron otra vez a un día de deportes, permanecí solo, protestando la injusticia. Todos pensaron que me quedé durmiendo.

Fuga de cerebros

Un día los cerebros se fueron del país. Nadie supo adónde, y nadie tenía las herramientas para averiguarlo. Como no se sabía qué hacer ante la ausencia de los cerebros, la gente quiso continuar su vida como era hasta entonces, haciendo de cuenta que los cerebros todavía estaban.
Entonces la gente siguió haciendo lo mismo de antes, pero sin pensar. Olvidaron las razones por las que hacían sus actividades, sólo tenían conductas mecanizadas que seguían sin analizar. La vida se asemejaba bastante a como era antes de la fuga de los cerebros.
Ocasionalmente algunas personas extrañaban a sus cerebros y pensaban que su presencia podría sacarlos de algún aprieto. Y al no tenerlos debían actuar como lo hacían los demás, sin saber por qué y sin preguntárselo.
A mucha gente le vino bien la fuga de los cerebros para poner como excusa de cómo no podían hacer algo, o por qué no se acordaban de algún evento. La industria editorial se vio beneficiada, dado que la gente ya no recordaba los libros que había leído y volvía a comprarlos todos para empaparse, aunque fuera sólo mientras los leían, de su sabiduría. Además se editaba toda clase de libros para descerebrados, que la gente consumía sin saber por qué.
Un par de semanas después de la fuga de los cerebros se jugó el mundial de fútbol en un país extranjero, y alguna gente a la que le quedaba un poco de masa encefálica pensó que tal vez los cerebros se habían ido a ver los partidos y que volverían al finalizar el evento.
Pero no fue así. Poco después de empezado el campeonato los cerebros volvieron. La gente los recibió con entusiasmo, y algunos se avergonzaron de su conducta cuando sus cerebros se les reincorporaron. Los cerebros de los cronistas deportivos que estaban cubriendo el mundial, por su parte, no encontraron a las personas correspondientes y se perdieron por los recovecos de la nación. Algunos cada tanto dicen toparse con alguno de ellos, pero nunca se ha comprobado.
¿Qué habían ido a hacer los cerebros? Estaban como espectadores en un simposio en Suecia, en el que se reunían las mentes más brillantes del mundo.

Cómo gritar un gol

  1. Hágase hincha de un equipo de algún deporte con arcos, preferentemente fútbol.
  2. Determine el día y la hora de un partido de ese equipo.
  3. Concurra al estadio o mire el acontecimiento por televisión.
  4. Siga con interés las circunstancias del partido. Cuando ve que es posible que la pelota entre en el arco del equipo contrario, llénese de anticipación.
  5. Si la pelota no entra, exhale su entusiasmo mientras grita “uh”. Ojo: no es un suspiro, hágalo con fuerza.
  6. Cuando el tanto es marcado, grite “gol” con todas sus fuerzas. Puede acompañar el grito con un movimiento de sus brazos, incluso puede saltar de su asiento, si es que se mantenía sentado.
  7. El grito debe salirle de la garganta, porque debe ser una reacción instintiva. No tendrá tiempo para colocar el aire de la manera más apropiada. Si ve que su garganta no hace esfuerzos, quiere decir que está pensando antes de gritar el gol. Si tiene que pensar antes de gritar el gol, lo está haciendo mal. Espere hasta el siguiente gol y vuelva a intentarlo.