Que gane el mejor

Si vos sos el mejor nadador de la historia, no tiene ningún mérito que ganes todas la medallas olímpicas. Así cualquiera. Es de mediocre triunfar en lo que uno sabe hacer. Es tomarse la vida sin desafíos. Quedarse en lo seguro, donde uno sabe que le puede ir bien, porque es lo suyo. ¿Qué sentido tiene ponerse a competir con atletas que no son tan buenos como uno? Nadie razonable se sentiría bien al ganar una competencia así.
Para conseguir verdaderas hazañas, los grandes deportistas tienen que competir en disciplinas donde no tienen la seguridad de ganar. Los nadadores pueden hacer ciclismo. Los basketbolistas pueden probar con la arquería. Y los tenistas, para tener un desafío real, pueden resolver teoremas matemáticos.
Es como si a mí me destacaran por escribir. Lo que sé hacer es escribir, y cada vez que me pongo a hacerlo sé que es porque no puedo hacer otra cosa. Puedo tener desafíos dentro de la escritura, pero son pequeños al lado de batir el récord mundial de salto con garrocha. Claro que los que compiten en salto con garrocha no se ponen a escribir, y es una lástima. Si este texto lo escribo yo, está razonablemente bien, es más o menos lo que uno esperaría. Pero si el que lo hace es un jugador de waterpolo, tendría mucho más mérito que yo.
¿Por qué, entonces, no paro de escribir para probar suerte en el badminton? Porque no estoy a la altura de mis expectativas. Soy más cagón de lo que me gustaría. Aunque, a decir verdad, eso de escribir no es lo que se suponía que era lo mío. Lo mío era lo técnico, la programación de computadoras. Ahí me iba bien, me veían futuro. Pero no quería, prefería hacer algo que no pudiera hacer cualquiera. Entonces me puse a escribir. Porque pensaba que podía. Y aunque no sabía si lo podía sostener o no, no pensaba que no podía. Fue un desafío moderado. Un verdadero desafío hubiera sido ponerme a hacer gimnasia artística. Eso es algo que me asusta, que pienso que jamás voy a poder hacer, y por lo tanto si logro hacerlo sería un gran mérito.
Pero no será. No soy tan digno como podría ser. Sólo puedo ofrecer esto. Es una lástima. Tal vez algún día me anime a algo que hoy no me imagino. Quién sabe, en una de ésas, siendo escritor, termino siendo galardonado con el Premio Nobel de Química.

Doma de potros

Ese domingo era la tradicional fiesta de doma de potros. Los gauchos se levantaron temprano y examinaron a los potros que estaban por ser domados. Estaban pastando sin que parecieran estar al tanto de que eran sus últimas horas como salvajes. Los domadores sonrieron satisfechos, sin saber lo que les esperaba.
Es que el cuadro que veían había sido fríamente calculado por los potros. Durante la noche, sabiendo lo que se venía, se habían puesto de acuerdo. Iban a cooperar para no dejarse domar. De este modo, iban a poner a los gauchos en ridículo, pero, lo que es más importante, iban a mantener su libertad.
Así que cuando llegó la hora, el primer potro se encontró con el primer domador. El Homo sapiens se subió a la espalda y fue inmediatamente derribado.
No se alarmó, era parte del procedimiento. Lo que no era parte era el súbito acercamiento de otro potro, que se lo llevó por delante y lo empujó hacia el primero. Pero no hacia la espalda, sino hacia el vientre. De pronto, cuando estuvo suficientemente cerca, el segundo potro galopó hacia la lejanía y el primero se trepó a la espalda del domador.
El gaucho intentó liberarse, pero el potro resistió sus embates y se mantuvo sobre él durante varias horas. El domador trataba de usar todos los recursos que tenía disponibles para sacarse ese caballo de encima, pero el potro estaba muy enfocado en la tarea. Claramente sabía lo que hacia.
Así, después de estar todo el día con el potro encima, el domador se resignó. Aceptó su suerte y dejó de resistir. El potro supo así que su objetivo estaba cumplido: el domador había sido domado. Y aunque el resto de la doma se suspendió, a partir de ese día los caballos tuvieron un hombre a su disposición, para usar cuando quisieran como medio de transporte.

Maratón con vallas

La semana que viene se correrá la primera maratón con vallas de la historia. El circuito de 42 kilómetros se verá interrumpido por diferentes obstáculos que cada corredor deberá sortear. El primero en llegar se adjudircará automáticamente el récord mundial de la especialidad, al ser una disciplina nueva.
La organización estudió distintas maneras de armar la carrera. Una fue utilizar un estadio con pista de atletismo estándar de 400 metros, de forma que cada atleta debiera dar 105 vueltas. Las vallas estarían colocadas cada diez metros. Pero esta modalidad no habría permitido la cantidad de participantes que se requiere en una maratón. Y la maratón no es una prueba que propicie rondas preliminares. Es mejor disputar directamente la final entre todos.
Por eso se decidió usar un circuito callejero. Pero muy rápido se tornó evidente que era improductivo despejar 42 kilómetros de calles para luego ubicar vallas cada diez metros. Además, al no usarse el estadio, el costo de las vallas pasó a multiplicarse. Ya no eran cuarenta, sino cuatro mil. Y, además, la organización empezó a pensar que la carrera con vallas podía volverse monótona, aunque no más monótona que la maratón tradicional donde no hay obstáculos.
Pero, ¿por qué se cierran las calles? Para que el tránsito habitual no moleste a los corredores. Ahora, razonó la organización, si se quiere una maratón con obstáculos tal vez eso es exactamente lo que se necesita. Una maratón en calles sin cerrar aportará un grado de azar y vértigo que puede hacer que una carrera sea apasionante de principio a fin.
Se resolvió entonces hacer la maratón en el barrio de Once, un día de semana al mediodía. El punto de partida y largada estará en Bartolomé Mitre y Pueyrredón, y los corredores deberán hacer un circuito por las calles aledañas. Para poder ubicarse, se pintó en el suelo una línea amarilla.
Los corredores deberán esquivar peatones, autos, colectivos, camiones, puestos de venta ambulante, animales, contenedores de basura y todo lo que encuentren. En algunas partes, el espacio disponible se reduce, y los participantes tienen que lidiar también con eso.
Hasta el momento hay quinientas personas anotadas, pero la inscripción todavía no se cerró. Todos se incorporarán al bullicio habitual del barrio de Once, en una jornada que promete ser memorable.

Los postes juegan

Después del puntapié inicial agarró la pelota el marcador. Se la pasó al esférico, quien tocó hacia el travesaño. Pero en ese momento marcó el técnico y rápidamente descargó para la hinchada. La hinchada avanzó unos metros y le pasó la pelota a la dirigencia, quien tiró una pared con el árbitro antes de pasársela a los sponsors en la puerta del área. Pero su remate fue contenido por los guantes. Rápidamente se produjo el saque de arco y pelearon la pelota en la mitad de la cancha el temple y la mística copera. Ganó esta última, pero la pelota se fue al lateral y quedó para el contrario. Sacó el lateral un inadaptado, quien le pasó la pelota al palco oficial y la recibió de nuevo con el pecho. En ese momento lo venía a marcar la historia pero pudo descargar rápidamente hacia la suerte de campeón, quien hizo un pase en profundidad para la camiseta. En una acción veloz la pelota estaba en poder de los huevos y salió un pase hacia el punto del penal. El pase fue interceptado por la mufa, que pateó al arco y erró.
El equipo contrario salió jugando con el comentarista, quien gambeteó a un par de atacantes contrarios y le pasó la pelota al palo, que estaba en posición de 5. Bajó hasta allí el cartel electrónico y empezó a tejer los hilos de una jugada muy interesante. Picó por la izquierda un millón de dólares, y por la derecha el volumen de juego. De esta manera arrastraron las marcas y dejaron libres al cansancio, que recibió un pase exacto y estaba por concretar cuando cortó la altura. En una fracción de segundo la altura tiró un pelotazo para el kinesiólogo, que eludió con un caño a la cinta de capitán. Enseguida habilitó al menisco externo, quien antes que lo pudiera impedir el fantasma del descenso dio un pase a la red.

El origen de otro deporte

Dos gauchos recorrían la pampa a caballo, sin nada que hacer. Eran aficionados al polo y tenían ganas de practicarlo, pero no tenían recursos para conseguir ni para fabricar pelotas. Sí tenían unos tacos rudimentarios, que después de varios meses de intentar jugar con manzanas, naranjas y (sobre todo) piñas quedaron inutilizables.
Pero los contratiempos no los amedrentaban tan fácilmente. Cualquier objeto podía servir como pelota, por ejemplo un par de medias envuelto sobre sí mismo. Si un sector de la media sobresalía, era útil para agarrar la pelota. La ausencia de tacos tampoco fue problema para estos gauchos ingeniosos. Decidieron que no los necesitaban, que podían dominar a los caballos y jugar la pelota al mismo tiempo. Incluso decidieron que los que usaban tacos eran mariquitas.
El problema era que jugar con diferentes objetos en reemplazo de las pelotas generaba poca estandarización. Podía ocurrir que un grupo jugara habitualmente con pares de medias y otro con damajuanas, entonces cuando se enfrentaban no sólo los rivales estaban acostumbrados a juegos distintos, sino que se producían conflictos al ver con qué objeto se iba a jugar esa vez. Y los conflictos entre gauchos no deben ser tomados a la ligera. Suelen resolverse a cuchilladas, y entonces el equipo que impone su pelota se queda sin rival, por lo tanto no es solución.
Así ocurrió una vez que dos equipos se habían citado para jugar a algo. Uno de ellos usaba ananás como pelotas, lo cual les daba, con el tiempo, más resistencia en las manos. El otro equipo usaba cráneos de toro, y al tirárselo muchas veces salían lastimados. Esto, según ellos, mejoraba la técnica de los que quedaban.
Ambos equipos estaban discutiendo con qué jugar el desafío y no se ponían de acuerdo. La discusión subía de tono a medida que se acercaba el atardecer, que marcaba el fin de la oportunidad de jugar. Los ocho gauchos estaban por desenfundar los cuchillos cuando se les acercó un pato salvaje.
“Cuac”, dijo el pato.
Los jugadores se miraron y comprendieron que habían hallado la salida. Se abalanzaron sobre el pato y se sorprendieron al notar que hacía una pelota muy efectiva. Desde entonces, antes de jugar capturaban dos o tres patos para tener pelotas de repuesto.
La costumbre se expandió por la pampa y, con el tiempo, el deporte se extendió por todo el territorio argentino. Cuando hubo que darle un nombre, se decidió llamarlo “pato”.

El origen de un deporte

−¿Sabés lo que habría que hacer?
−¿Qué?
−Tendría que haber un deporte que sea como el fútbol, pero con las manos.
−Ya hay. Se llama básquetbol.
−No, ese no es como el fútbol. Yo digo algo con arcos, no con aros a cualquier altura. Se llamaría “handball”. ¿Entendés? Es como “football”, pero con mano en vez de pie.
−Ta. Pero es que las manos tienen más precisión que los pies. No podés poner arcos, sería muy fácil.
−Bueno, hacemos el arco más chico, pero un aro es demasiado. Aparte, si ponemos un arquero no va a ser tan fácil.
−Pero si se usan las manos es muy fácil evitar al arquero. Lo difícil es llegar a la línea de meta. Vas a tener que hacer la cancha más chica.
−Podemos darle el tamaño de una cancha de básquet, o de vóley. No hay problema. Y, ya que estamos, ponemos menos jugadores. ¿Qué te parece si jugamos con siete?
−Puede ser. ¿Incluye al arquero?
−Sí, como sea.
−OK. Pero decime una cosa. ¿Cómo vas a hacer que no se convierta en una versión reducida del rugby o el fútbol americano? Todos van a retener la pelota hasta donde puedan.
−Fácil. Les hacemos picar la pelota.
−Como en el básquet.
−Sí. Pero sin aros. No quiero aros, mi juego está abierto para jugadores que no son altos también.
−O sea que van picando la pelota y se la van pasando, como en el básquet, pero en vez de aros hay arcos. ¿Entendí bien?
−Exacto.
−¿Y cómo hacés para que no se burle al arquero fácilmente? Si uno llega lo suficientemente cerca del arco, no hay forma de que el arquero pueda hacer nada. Cualquiera lo puede fusilar si tiene controlada la pelota en las manos. Por eso el básquet tiene un aro, no es un capricho. ¿Te das cuenta?
−Tenés razón. Mmmmm… ¿Qué te parece esto? Hacemos que el arquero esté en el área y los demás no puedan entrar. Van a tener que tirar desde afuera.
−Pero lo van a fusilar igual. Desde un poco más lejos, pero la pelota en la mano hace que amagar sea lo más fácil del mundo.
−Nah, no creo.
−La verdad, me parece cualquiera tu idea. Es redundante, no tiene razón de ser.
−No, lo que pasa es que no captás la sutileza de lo que quiero hacer. Vas a ver, esto va a ser un éxito.

Pelota en movimiento

“Muchachos, hoy es una final y hay que dejar todo en esa tribuna” había sido la arenga del líder de la hinchada. Durante el partido la tensión se dejó ver en cada escalón de cemento. Las jugadas de riesgo del equipo rival generaban angustia, y las del nuestro generaban ansiedad. No cabía la posibilidad de perder. Era una final, y el triunfo debía ser nuestro. El problema era que los rivales pensaban lo mismo.
Por eso se apelaba a la unidad entre el equipo y la tribuna. Es sabido que los futbolistas sacan fuerzas del entorno, aun en condiciones desfavorables. Al ver el sacrificio de los hinchas, siempre van a dar un poco más. Ese esfuerzo extra podría ser la diferencia entre la gloria propia y la ajena.
Entonces todos cantábamos al unísono. Todos protestábamos los fallos arbitrales en contra y celebrábamos los favorables. Festejábamos las patadas que pudieran debilitar a un rival sin dejar a nuestro equipo con uno menos. Era lo que podíamos hacer para aumentar las posibilidades de que nuestro equipo ganara, y así evitarnos la humillación de la derrota.
En un momento se produjo un tiro libre para nuestro equipo. Los jugadores se avivaron, sacaron rápido y generaron así la confusión de la defensa, que fue aprovechada para convertir el gol. Sin embargo, mientras festejábamos la conquista el referí ordenó repetir la ejecución. Toda la tribuna protestó el fallo, y no entendían por qué. Yo había comprendido la razón, y expliqué que la pelota estaba en movimiento. Todos sabíamos que no se puede hacer un tiro libre si la pelota no está quieta.
Al mencionar la razón del fallo del árbitro, fui rodeado por cuatro sujetos de barba prominente y abdomen temerario. Con cara poco amistosa, me intimaron a retractar mi dicho. La posición oficial de la tribuna era que la pelota estaba quieta, y mientras golpeaban la palma de una mano con el puño de la otra me preguntaron qué opinaba. Como comprendí las implicancias de su postura hacia mi bienestar físico, acepté que estaba equivocado. Reconocí que la pelota estaba quieta y el gol anulado en realidad había sido válido. Agregué que era muy claro que el árbitro estaba comprado.
La respuesta conformó a los muchachos, que volvieron a prestar atención al juego. Cuando dejaron de prestarme atención, me alejé con prudencia mientras murmuraba “eppur si muove”.

Wind-surf

En verano las rutas se llenan de autos, que a su vez están llenos de gente que va a la costa. Sobre la orilla del mar hay ciudades bastante precarias respecto de las que la gente que veranea suele habitar, pero tienen la ventaja de que el mar está al alcance.
De esta manera, al veranear en esas ciudades la gente tiene acceso a la playa y, lo que es más importante, al mar (nadie va por la arena, es más bien una molestia). La característica más saliente del mar, además del agua, son las olas, que permiten darle un carácter único, que no se puede encontrar en ninguna pileta. Las olas elevan a quien se interponga en su camino y provocan una interacción de fuerzas muy excitante para los que se meten en el agua.
Algunos van preparados y llevan elementos para navegar las olas. Usan tablas que les permiten subirse a las olas, a pesar de que no son más que ondulaciones móviles en el agua, y consiguen durante unos segundos una sensación de aventura inolvidable.
Los insectos, por su parte, también quieren aventura. Pero no pueden ir al mar, porque se ahogarían al sumergirse. Entonces se dedican a otra clase de wind-surf.
Usan las rutas como grandes pistas de surf y a los autos como olas. Cada vez que se acerca un auto, los insectos aventureros tratan de subirse a la corriente de aire que genera a su paso. Tratan de enganchar las corrientes de varios autos juntos, y mientras más larga es la experiencia, más gratificante.
Claro que es peligroso. Como los insectos no tienen medidas adecuadas de seguridad, es habitual que muchos fracasen en el intento y terminen aplastados contra los parabrisas. Los que tienen suerte se enganchan al limpiaparabrisas. Los que tienen aún más suerte se logran desenganchar sin ser aplastados por el auto siguiente.
El auto siguiente es el mayor peligro para los insectos que hacen wind-surf en la ruta. Nunca saben qué clase de vehículo se aproxima ni a qué distancia, hasta que la corriente del primer auto los lleva y es demasiado tarde.
En efecto, se trata de una actividad peligrosa. Pero es una de las pocas diversiones que tienen los mosquitos. Después de todo, ellos también tienen derecho a romper con la rutina.

Siameses en el fútbol

El caso de los hermanos Benson, en la segunda división de Inglaterra, había causado una decisión sin precedentes en la FIFA: a partir de ese momento, los hermanos siameses en un equipo se contaban como un solo jugador, debido a la imposibilidad de separarlos.
En un equipo de la ciudad de La Plata, que no será nombrado, se decidió aprovechar la regla. Era un club que estaba acostumbrado a jugar con los límites del reglamento, y se lo veía como una nueva treta. La reglamentación autorizaba, en efecto, a salir a la cancha con doce jugadores. Pero el presidente del club vio una posibilidad más ventajosa: si usaba todos futbolistas siameses, podría jugar con veintidós. De este modo, se razonó, no habría quién les ganara al tener una ventaja numérica de 11 jugadores.
Durante la pretemporada el club se desprendió del plantel que tenía, y contrató un equipo íntegramente formado por hermanos siameses. El equipo fue inscripto y los abonos anticipados se agotaron en pocas horas, algunos porque pensaban que el equipo iba a arrasar con todos, y otros que querían ver el curioso espectáculo.
Cuando empezó el campeonato se vio que la idea no era tan buena. Los siameses se enredaban con la pelota, y se estorbaban para correr. A la hora de cabecear, debían levantar el doble de peso y ganarle a la marca, lo cual era muy difícil de hacer sin cometer falta. Algunos jugadores siameses más o menos podían llevar la pelota, pero para la mayoría el hermano resultaba un estorbo. De este modo, empezaron a perder todos los partidos por goleada.
El presidente se vio en problemas. Todos lo acusaban de ser el ideólogo del desastre ocurrido, y tenían razón. Entonces supo que para salvar su futuro político debía recurrir a medidas drásticas.
Cuando llegó el receso de la mitad de la temporada, el equipo tenía 19 partidos perdidos, con 64 goles en contra y ninguno a favor. No le habían cobrado un penal en todo el campeonato, y el equipo estaba irremediablemente último en la tabla.
A lo largo del campeonato, el presidente había empezado a hacer gestiones. No le dejaban contratar más de cuatro refuerzos para el siguiente tramo del torneo, y era muy evidente que necesitaba más. Por ese motivo, se le ocurrió que podía someter a los siameses a cirugías para separarlos. La idea contó con la resistencia de algunos hermanos, salvo de unos pocos que eran conscientes de que debían hacer algunos sacrificios por el bien del equipo.
Pero el presidente no contó con un aspecto de la reglamentación: si se separaban los siameses, cada hermano separado contaba como un refuerzo. De este modo, no tuvo manera de reconstituir el plantel, y el equipo se fue al descenso al final de la temporada.
Tiempo después, luego de destituido el presidente, el club pudo volver a ascender con un equipo de jugadores autónomos. Pero el apodo de “los siameses” les quedó para siempre.

Al arco

Jugaban Boca y River en la cancha de River. Se jugaba la punta del campeonato. Era, por lo tanto, un encuentro bastante trabado. El buen juego que los dos equipos habían mostrado durante el desarrollo del torneo estaba ausente, había dado paso a la ansiedad por ganar. Ambos empujaban, pero se encontraban con la defensa del rival.
De pronto, se produjo un penal para Boca. Era una oportunidad inmejorable para abrir el marcador, y dadas las características del partido, posiblemente asegurar la victoria. Por eso Boca mandó a patear a su goleador, Martín Palermo, el jugador que más emociones regaló en la historia del club.
Palermo se paró frente a la pelota. Era un momento de gran tensión. No quiso que el viento le jugara una mala pasada, así que decidió patear a su derecha, con el perfil natural para su condición de zurdo. Pero decidió patear bien fuerte, para que el arquero no tuviera chances de atajar.
El delantero pateó con gran potencia, pero el arquero logró rechazar el tiro. Sin embargo, la pelota volvió para donde estaba Palermo. Se había elevado. Palermo, en pocas milésimas de segundo, pensó que debía asegurar el tanto en el rebote. Era menester volver a pegarle fuerte, aunque con la cabeza, de modo que se colara aún ante la resistencia de los defensores que a esa altura ya debían estar ubicados sobre la línea del arco.
Entonces Palermo fue hacia la pelota con gran fuerza, y logró cabecear. Cabeceó hacia la parte alta del arco, así los defensores tenían menos posibilidades de sacar la pelota. Pero no hubo necesidad, porque el tiro pegó en el travesaño con gran fuerza que arrancó al arco de la cancha.
El arco salió volando hacia las tribunas, y el viento que soplaba en el estadio lo elevó aún más. El arco quedó fuera del alcance de todos los que ocupaban las tribunas y lentamente salió de la cancha. Hizo una parábola y fue a dar a la autopista Lugones.
Pero no fue una tragedia. El arco se ubicó sobre dos carriles de la autopista, y quedó parado, como esperando recibir otra pelota. Los autos que venían no tuvieron necesidad de esquivarlo. Pasaban por abajo. Sólo los colectivos que transitaban por la derecha le pasaban cerca, y los ocupantes, al verlo, sacaban los brazos por las ventanillas para ver si podían llegar a agarrar el arco.