Diálogo entre nalgas

Nalga izquierda: ¿Qué te pasa?
Nalga derecha: Nada, ¿por qué pensás que me pasa algo?
NI: Es que te veo bajoneada. ¿Seguro que no te pasa nada?
ND: No me pasa nada que me puedas solucionar.
NI: O sea que te pasa algo. ¿Por qué no te relajás y me contás? Capaz que te puedo ayudar, pero si no sé qué te pasa seguro que no.
ND: Es que es complicado, no quiero meterte en este asunto.
NI: Vamos, si sabés que yo siempre te acompaño a todos lados.
ND: Eso no lo sé.
NI: ¿Cómo que no lo sabés? ¿Acaso te acordás de alguna vez que no estuve a tu lado?
ND: Físicamente sí, pero últimamente me parece que no me acompañás en espíritu.
NI: ¿Por qué pensás eso?
ND: Es muy difícil de decir… Siento que ya no ponés pasión en las cosas que hacemos juntas.
NI: ¡Mentira!
ND: Eso es lo que veo. Yo sabía que me ibas a decir que no era así.
NI: Bueno, decime por qué te parece eso.
ND: Mirá, esto que te voy a decir es muy difícil. Pero últimamente estoy notando que ya no estamos tan juntas como antes. Es como si hubiera una brecha muy profunda que nos separa.
NI: La verdad, yo no siento eso. Dame algún ejemplo.
ND: No sé, es difícil darte precisiones. Es como el otro día, que estábamos sentadas muy cómodamente sobre un sillón, haciendo nuestro trabajo como siempre, y vos te dormiste.
NI: Eso fue un accidente cervical, ya te pedí disculpas en ese momento.
ND: Está bien, pero no es lo único. También empezaste a tener granos y lastimaduras. Es como si quisieras tener toda la atención vos sola, como si no te bastara conmigo.
NI: Estás loca, ¿por qué pensás que todo eso es voluntario? ¿Te creés que es agradable estar llena de acné?
ND: Lo que te digo apunta a un nivel más profundo. No creo que sea todo un ardid tuyo, pero noto que disfrutás mucho cuando te rascan. Es como si te acariciaran.
NI: Pero es que me calma la picazón. A ver si no disfrutás vos cuando te pase lo mismo.
ND: ¿Por qué me va a pasar lo mismo? Yo sé cuidarme.
NI: ¿Cómo sabés cuidarte? ¿Insinuás que yo no me cuido?
ND: Yo no me siento de mi lado sobre pelotas de fútbol que andá a saber quién tocó. Quién sabe qué podredumbre arrastra con ese barro.
NI: ¿Ah, sí? ¿Y quién fue la que estalló en algarabía cuando le dieron una inyección? ¿Fui yo acaso?
ND: Pero no estaba contenta por haber recibido el pinchazo. La aguja me dolió. Estaba contenta porque era el remedio para esa enfermedad que nos mantenía postradas sobre la cama, con todo el sudor que nos caía desde la espalda por las frazadas gruesas que había ahí. Estaba disfrutando a cuenta.
NI: Eso es sanata y lo sabés. Vos disfrutaste que te eligieron para la inyección y ahora no podés soportar que a mí me pasen cosas que a vos no. No me banco tu egoísmo, se supone que somos pares.
ND: Claro que somos pares. ¿Ves? Por eso no quería hablar esto con vos. Sabía que te ibas a poner así, toda colorada del enojo.
NI: Lo que no querés es que te incomode con mis deseos y mis problemas. Estás cada vez más separada de mí.
ND: Eso no es verdad, estamos siempre a la misma distancia.
NI: Estoy hablando en sentido figurado, estúpida. Vos querés preocuparte sólo por vos misma y que cada una vaya por su lado.
ND: No, mentira. Lo decís porque estás celosa.
NI: ¿Celosa de qué? ¿De que te den una inyección? Estás en pedo.
ND: No sé de qué estás celosa, eso es algo que te pasa a vos. Pero lo que sí sé es que no tenés ganas de que esté a tu lado.
NI: Nunca pensé que me ibas a decir una cosa así. Claramente ya no tenés respeto por lo que hubo entre nosotros.
ND: Bueno, si te vas a poner así yo no hablo más. Yo no quería hablar de esto. Cuando te calmes charlamos mejor.
NI: ¿Ah, sí? Bueno, cuando me calme hablamos. Pero, ¿sabés una cosa? Ya nada va a ser lo mismo entre nosotros. Te podés ir bien a cagar.

Qué tal

—Buenas.
—¿Qué tal?
—¿Qué significa eso?
—¿Eh?
—¿Qué significa “qué tal”?
—Es un saludo.
—No, un saludo sería “hola” o “bienvenido”. No “qué tal”.
—Bueno, es como si fuera un saludo. Es como preguntarte cómo estás.
—¿Y por qué no preguntás “cómo estás” en lugar de esquivarla con una frase sin ningún sentido?
—Te lo pregunté con esa frase.
—No, no me preguntaste nada. Dijiste “qué tal” y eso no es nada.
—Es un saludo amistoso.
—Nada de saludo amistoso. Claramente no te interesa cómo estoy. Si no me lo preguntarías.
—Sí me interesa.
—Mentís. Vos lo que querés es que yo piense que te interesa, pero sin tener que interesarte. Te interesa hacer ver que estás interesado. Pero en realidad ni  te gastás en preguntar, porque no te importo. Sólo querés guardar las apariencias. Sos un hipócrita al final.
—Bueno, me habré expresado mal. Empecemos de nuevo. ¿Cómo estás?
—Enojado.

Qué decir

—Quiero decirte algo.
—Yo también quiero decirte algo.
—¿Qué querés decirme?
—No, decime vos. Vos querés decirme algo.
—Es más fácil que me lo digas vos, así nos lo sacamos de encima y yo puedo proceder a decirte lo que te quiero decir.
—Pero si te digo lo que te quiero decir, voy a dejar de querer decirte algo. Entonces voy a haber hablado de más.
—Y si no me lo decís vas a haber hablado de menos.
—Bueno, ante la duda, elijo la brevedad.
—¿Eso es lo que me querías decir?
—No, es otra cosa.
—¿Y por qué me decís eso en lugar de lo que realmente tenés ganas de decirme?
—¿Y vos? ¿Lo que querés decirme es que yo te digo una cosa distinta de lo que yo tengo ganas de decirte? Porque si no te estás contradiciendo.
—Era otra cosa, lo que pasa es que estoy haciendo tiempo hasta que digas lo que querés decirme. Pero ya estoy empezando a dudar de que realmente quieras decir algo.
—Estoy ansioso por decírtelo. Pero no sé si estoy listo.
—¿Por?
—No sé si estoy preparado para decirlo. O si vos estás preparado para escucharlo.
—No lo vamos a saber hasta que lo digas. Dale, sacalo, te va a hacer bien.
—¿Cómo sabés que me va a hacer bien? ¿Sabés lo que te quiero decir?
—No sé, si no me lo estás diciendo.
—Entonces no saques conclusiones antes de que te lo diga. Carajo, no se puede confiar en nadie.
—Pero es que no hablás, no puedo saber qué es lo que querés decirme si no lo decís de una vez.
—Lo mismo podría decir de vos.
—Bueno, está bien, ¿querés que te diga lo que tengo para decirte?
—Si te animás, dale.
—Claro que me animo. El asunto es si vos estás dispuesto a enfrentarlo.
—¿Enfrentar qué cosa?
—Lo que tengo que decirte.
—¿Y cómo sé si lo puedo enfrentar? Si no me lo dijiste.
—Vos tampoco me dijiste nada.
—Ah, pero yo no soy el que hace todo el preámbulo. Si fuera por mí ya me habrías dicho lo que querías decirme, lo habría escuchado y estaría rumiándolo en este momento.
—¿Rumiándolo? ¿Qué sos, una vaca?
—Muuuuuu.

Dejar los pañales

—¿Cuándo vas a dejar los pañales?
—¿Cómo dejar los pañales?
—Sí, llega cierta edad en la que uno empieza a asumir las responsabilidades.
—¿Y qué tiene que ver eso con los pañales?
—Que no podés esperar que te protejan toda la vida. Tenés que proporcionarte tu propia protección. Controlar a tu cuerpo.
—Yo controlo mi cuerpo. Los pañales no son más que un reaseguro.
—Está bien. Pero un día vas a tener que ir al baño como todos los demás. Usar el inodoro, tirar la cadena. Ya sos suficientemente grande.
—Ya sé que soy grande. Pero no entiendo por qué alguien querría hacer eso, pudiendo usar los pañales. Está buenísimo. Es como llevar el inodoro a todas partes.
—No podés hacer eso. Es una falta de respeto.
—¿Falta de respeto a quién?
—A vos mismo, principalmente.
—El respeto a mí mismo no pasa por usar pañales o no. Yo sé muy bien lo que hago.
—Pero entendeme que me preocupa, alguien de tu edad todavía usando pañales.
—A vos porque te dan miedo los estilos de vida diferentes. Terminala de una vez con eso. Hace cuarenta años que me venís jodiendo con esto de los pañales. ¿No te das cuenta de que no lo vas a lograr?
—No entiendo, ¿cómo te puede gustar usar pañales?
—¿Vos viste los baños públicos? ¿Realmente te parece mejor depender de sos antros que tener un pañal propio a disposición en cualquier momento?
—Bueno, para eso está la voluntad de aguantarse.
—Sí. Y con los pañales no lo necesito. Puedo usar mi voluntad para algo más productivo.
—¿Pero no te trae problemas con los demás?
—No, ¿por qué me va a traer problemas?
—La sociedad no ve muy bien a la gente que usa pañales. Los suelen ridiculizar.
—La sociedad, la sociedad. Si fuera por lo que la sociedad ve bien, la sociedad no avanzaría nunca. Son los que dan esos pasos diferentes los que después son admirados por los mismos que antes lo despreciaban.
—Bueno, pero mientras tanto tenés que vivir en la socidad.
—¿Sabés qué? Si a los demás no les gusta, es problema de ellos. Me cago en la sociedad.

El proveedor

La pareja estaba expectante. Ambos miraban nerviosamente la ventana. Cada vez que un punto se movía, su ilusión se despertaba. Era sólo cuestión de paciencia. No había que desesperarse. En cualquier momento iba a llegar la cigüeña para convertirlos en padres.
Después de algunas horas, el gran pájaro se hizo presente. Colgaba de su pico una tela que protegía al bebé. Era un varón. Venía con el primer pañal incluido.
El padre firmó el recibo y la cigüeña se dispuso a emprender la retirada. Pero el padre la detuvo.
 
—¿No quiere quedarse a tomar un café?
—No puedo, tengo otras entregas.
—Quédese un minuto, qué le hace. Nos gustaría celebrar con usted este momento.
—Bueno, está bien, pero no tomo nada. Me pone inquieta y se me puede caer el bebé.
—¿Así que entrega muchos bebés por día?
—Todos los que pueda. Me pagan por unidad.
—¿Y los mellizos se los pagan como un viaje o como dos bebés?
—Eso lo estamos negociando. Depende el tamaño, a veces los traemos de a dos cigüeñas. Así serían dos viajes.
—Qué interesante. Y, dígame, ¿se encontró con muchos obstáculos cuando lo traía a Maxi?
—¿A quién?
—Al bebé que nos acaba de dejar.
—Ah. No, un par de tormentas nomás, pero las sorteé.
—¿Sabe una cosa? Hay algo que siempre me intrigó, tal vez usted usted me puede desasnar.
—Puedo intentarlo. ¿Qué quiere saber?
—¿De dónde vienen los bebés?
—Nosotras los traemos frescos de París. ¿No leyó el folleto?
—Sí, sí, pero me refiero a otra cosa. ¿De dónde los sacan? ¿Cómo se hacen?
—No sé, señor, yo sólo voy al depósito y me dan el bebé.
—¿No les convendría tener distintos centros de producción, así no gastan tanto en transporte?
—Eeeh, ¿quiere dejarme sin trabajo?
—No, para nada. Alguien tiene que llevar los bebés a los domicilios. Pero por ahí, si no tuviera un viaje tan largo, podría hacer más por día.
—Eso es cierto, pero no estoy capacitado para tomar esa clase de decisiones. Eso lo deciden en París. No les debe convenir hacer bebés en otro lado. Deben querer mantener la producción local. Vio cómo son los franceses.
—Es verdad, no les gusta compartir nada. Después se quejan de que al resto del mundo les caen mal.
—Bueno, pero no son tan malos. Por lo menos nos dan estabilidad laboral. No sé qué podría pasar en otros países. Disculpe, pero me tengo que ir, voy a perder la corriente de las 19.
—Vaya nomás. Oiga.
—¿Sí?
—Acá tiene. Cómprese algo lindo.

Niños devueltos

—Buenas.
—¿En qué la puedo ayudar?
—Mire, tengo una situación que me parece que les corresponde a ustedes.
—Usted dirá.
—¿Ve este nene?
—Sí. ¿Es suyo?
—Más o menos. Lo tuve yo, pero no es mío.
—¿Alquiló su vientre?
—Más o menos. En realidad no lo tuve para otra persona, pero tampoco para mí.
—¿Para quién entonces?
—Eso es en lo que usted me puede ayudar. ¿Quién me puede haber mandado al nene?
—Espero que su marido.
—Mi marido no tiene nada que ver. Él no crea personas. Solamente conozco a alguien que crea gente.
—No sé a qué se refiere. ¿Usted dice que su marido no es el padre?
—Sí es el padre, pero no lo creó. ¿Sabe quién lo creó?
—¿Dios?
—Ahí está. Por eso vengo acá. Me figuré que esta es la sucursal más cercana.
—¿Sucursal de qué?
—Bueno, sucursal o representantes. Esta es la receptoría oficial de Dios, por lo menos cuando pide plata me la hace mandar acá. Así que asumo que este es el lugar donde devolver al nene.
—¿Cómo devolver?
—Sí, yo no lo pedí, y la verdad no tengo ganas de criar a un nene en este momento. Dígale a Dios que gracias pero por ahora no.
—No lo puede dejar acá.
—Mire cómo puedo. Ya es hora de que Dios se haga cargo de sus creaciones irresponsables.
—Nosotros no tenemos elementos para educarlo.
—¿Quién les pidió a ustedes? Lo único que tienen que hacer es usar sus conexiones con Dios para mandarle de vuelta este recado. Él va a saber qué hacer.
—Espere, no se vaya, ¿cómo se llama el nene?
—Dios sabe.

Semiología de los cambios

Los directores técnicos están gritando todo el partido, pero el momento en el que realmente están diciendo algo sobre el equipo es cuando hacen los cambios. Puede no reflejar el desarrollo del partido, pero es el mensaje que, queriendo o no, el técnico manda. Hay una serie de códigos que se aplican a esta posibilidad reglamentaria, que intentaremos explorar a continuación. Van algunas, se aceptan otras:

  1. Si se hace un cambio en el entretiempo significa que el equipo venía mal y debe cambiar bastante su manera de jugar. Más todavía si se hace dos o tres cambios en ese momento.
  2. Si se hace un cambio antes del final del primer tiempo es aún peor: se está reconociendo un baile y no hay tiempo ni para esperar la pausa porque se corre el riesgo de ser goleado.
  3. Si se hace un cambio a los 5 minutos del segundo tiempo es porque el técnico cree que una modificación sería útil pero no quiere hacerla en el entretiempo para evitar que se interprete lo del inciso 1.
  4. Si se reemplaza a un jugador que entró como suplente se lo quema para toda la cosecha, por más que el cambio sea táctico. Si el cambio es necesario por alguna expulsión igual se debe sacar a alguien que haya jugado desde el principio.
  5. Si pasa un buen rato del segundo tiempo sin hacer cambios es porque el técnico piensa que se está jugando bien.
  6. Si se cambia al jugador que es eje del juego del equipo antes de los 40 del segundo tiempo es una indicación de que el DT perdió fe en el sistema de juego y está algo desesperado. Es probable que se produzca un gol del contrario. A menos que el partido esté absolutamente controlado y/o haya una buena ventaja.
  7. Si el equipo está perdiendo e ingresa un defensor es que el técnico no ve salida.

En general todo esto pierde vigencia ante la fuerza mayor, por ejemplo en caso de lesión.