A es por Apple

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Quiero crear

Quiero creer que puedo crear. ¿Quién me lo garantiza? Nadie. Pero creo que estoy en condiciones de crear. Al menos de armar algo nuevo con los elementos que conozco. No sé si crear algo desde cero, completamente. Estoy sumergido en una cultura, capaz que me hago creer cosas porque hay cosas que me conviene creerme, entonces me las creo.
Pero, ¿realmente creo? ¿Hasta qué nivel lo mío es crear, y dónde es solamente creer? Es más difícil crear en serio. Creo que está a mi alcance, pero sé que no todos pueden. No es una función básica. Cualquiera procrea, pero no cualquiera crea. Y yo creo que creo, pero por las dudas no lo voy a creer del todo. Voy a seguir intentando. Voy a seguir pensando que quiero crear.

Recién mañana

El pan recién hecho me espera con el sol recién salido. Yo, recién levantado, decido que es momento de desayunar en el jardín. Hago tostadas y me las llevo afuera junto con el diario recién impreso. Me gusta sentir el olor de las tostadas mezclado con el de la tinta fresca.
Afuera, pequeños pajaritos recién nacidos me reciben con cantos en estreno. En el pasto hay algunos capullos recién florecidos. Son las primeras flores de la primavera recién llegada. Me sirvo un poco de café. Me encanta el café recién filtrado. Me siento en la silla de hierro verde que está al lado de la mesa de mármol.
Lanzo un suspiro. La ropa recién planchada me da una sensación placentera cuando cubre mi cuerpo recién bañado. Hay algo mágico en esos primeros momentos que después se pierde. Por eso siempre le exijo al personal que tenga todo a punto cuando me levanto. Me gusta sentirme como nuevo.
Escucho el ruido de las cigarras, recién despiertas después de su largo invierno. Cuando termino la tostada, siento el olor del pasto recién cortado. El jardinero recién terminó. Quedan algunos fragmentos de pasto esparcidos sobre el suelo. También hay capullos vacíos pertenecientes a orugas recién mariposas. Las veo entretenerse entre las flores, sorprendidas con el vuelo recién obtenido.
El café está muy fuerte. Le vierto un chorrito de leche. Me gusta cuando está recién ordeñada. Se siente especial, mucho mejor que la que se compra en el almacén. Las tostadas que tengo en el plato ya están frías. Quiero hacer nuevas. Pero me olvidé la campana. Me levanto para pedirle a la cocinera que haga nuevas. Y en ese momento descubro que tengo la ropa toda verde. No me di cuenta de que la silla estaba recién pintada.

Hipótesis

Mi hipótesis es que todos tienen una hipótesis, y a partir de esa hipótesis se van a formar nuevas hipótesis. Las hipótesis serán todo lo compatibles entre sí que puedan ser, aunque hay elementos que hacen superar cualquier hipótesis. Mi hipótesis será una de ellas, basada también en mis hipótesis previas, por supuesto, y no menos válida en principio que ninguna otra hipótesis.
Está bien aclarar que no hay que descartar ninguna hipótesis, aunque esto no es tan cierto. Hay hipótesis que pueden ser descartadas muy rápidamente. Eso no impide que sigan vivas. Las hipótesis son sostenidas por todas las personas mientras tengan alguna manera de sostenerlas.
Quiere decir que una de las hipótesis de muchas personas es que sus hipótesis no son hipótesis, sino hechos. No se dan cuenta de que el mundo está hecho de hipótesis, y que es casi imposible confirmarlas en un 100%. Sólo se puede ir más allá de la duda, o de la duda razonable, pero eso no es una confirmación de cada hipótesis. Es más bien una nueva hipótesis, de que la hipótesis al ser verdadera ya no es hipótesis.

Omnisciente

Ricardo está sentado en un banco de plaza. Como es domingo, el espacio verde está en pleno ejercicio de sus facultades de entretenimiento. Los niños juegan en la arena, los heladeros ofrecen su producto a los gritos. En la calesita, una criatura afortunada saca la sortija. Ricardo mira todo esto y recuerda su infancia. Recuerda cuando él se entrenaba para mejorar su método de sacar sortijas, y cómo conocía el estilo de cada uno de los empleados de la calesita. Recuerda especialmente a aquel empleado de rulos que la mantenía quieta hasta que se acercara una mano, y ahí la retiraba hasta fuera de la eclíptica. Nunca se la había podido sacar.
Más allá de eso, Ricardo disfruta el paseo por la plaza. También disfruta mirando los escotes de las madres con niños pequeños que andan por la plaza ahora que hace calor. Se imagina la ausencia de la ropa que produce esos escotes. Disfruta ese pensamiento. Pero de repente se levanta y mira para todos lados. Está buscándome, porque no le gusta que divulgue lo que hace y lo que piensa. Él sabe que es mi deber pero no tiene por qué gustarle. Y a veces es útil, porque sé qué es lo que piensan los demás, y también conozco el pasado y el futuro de todos.
Ricardo me hace un gesto que consiste en poner el dedo índice sobre los labios cerrados, e indica que quiere que me calle. No se da cuenta de que es inútil, yo ya estoy enterado de lo que él quiere, y de todas las otras cosas también.
Ricardo se va de la plaza. Quiere volver a su hogar. Está molesto conmigo, hay cosas de las que no quiere enterarse. Sigue yendo para su casa. No se da cuenta de que se está olvidando de algo, pero, como está molesto conmigo, no se lo voy a decir. Ricardo se detiene y otra vez mira para los dos lados. Piensa qué se puede estar olvidando. Levanta las palmas simultáneamente para decirme que quiere que le diga de una vez lo que se olvida. Ah, ahora querés enterarte, Ricardo. Jodete, ya te vas a acordar cuando pases por el quiosco de revistas de la esquina de tu casa, el que está siempre cerrado.
Ricardo sigue caminando y tiene en la cabeza una canción del grupo inglés Cream. No se acordaba de quién era esa canción, pero cumplo en informarle para que vea que no soy malo. Durante el solo de guitarra, pasa por el quiosco cerrado y recuerda que pensaba comprar facturas en la panadería que queda a media cuadra de la plaza. Lanza un grito maldiciéndome porque tendrá que volver todo lo que caminó. Pero el ejercicio le hará bien, créanme.
Ricardo me tiene resentimiento porque no quiere mi compañía. No le importa el hecho de que, si no fuera por mí, él no existiría. Yo lo creé y yo guío todos sus movimientos, sus dichos y sus pensamientos. Yo soy el que hace que me tenga bronca, porque me gusta atormentar a la gente. Ricardo me echa una mirada bélica. Ja, yo sabía que iba a hacer eso. Y lo mejor de todo es que no le voy a decir la sorpresa que se va a llevar en la panadería. Ricardo vuelve a mirarme. Lo hace mirando para cualquier lado, porque no me puede ver. Yo estoy en todas partes en su mundo. Es por eso que soy omnisciente. Y además soy narrador, por lo que tengo que narrar lo que hace Ricardo y no lo que va a pasar, hasta que pase. Los relatores de fútbol, por ejemplo, no relatan lo que se jugará sino lo que se está jugando. Yo hago lo mismo, salvo cuando menciono al pasar el resultado final de algún partido que Ricardo mira, así lo hago engranar un poco.
Ricardo está llegando a la panadería. Y acá se viene la sorpresa. Preparate, Ricardo: no hay más facturas. No es una gran sorpresa, pero Ricardo no se preocupa porque se encuentra con que hay cuernitos, algo poco habitual. Pide un cuarto de esos deliciosos bocados y se va. La gente de la panadería no entiende por qué se va sin los cuernitos que pidió. La respuesta es que yo lo hice ir, y ahora lo hago volver. Y ahora lo hago rascarse la oreja, a pesar de que no le picaba. Ricardo sigue molesto. Yo, para calmarlo un poco, lo dejo volver a entrar en la panadería. Él paga los cuernitos y se los lleva. Va para su casa, esta vez silbando “Bohemian Rhapsody” de Queen. La silba completa desde que sale de la panadería hasta que llega a su casa. Ricardo no está enterado de que le dí cualidades que no tengo, dado que no sé silbar. Ahora sí está enterado, lo acabo de decir. Pero no hace ningún gesto al respecto.
Ricardo sabe que al llegar a su casa termina con mis poderes, porque yo estoy afuera y él va a entrar. Así que entra rápidamente y muy contento, se tira en el sillón y empieza a comer los cuernitos. Come primero los que tienen alguna irregularidad. Y ahí se da cuenta de que yo sé lo que hace y lo estoy contando para todos ustedes. Corre entonces hacia el sótano, donde está oscuro. Y efectivamente ahí no lo puedo ver. Por eso, hago que suene el timbre. Suena el timbre. Ricardo lanza una maldición y va a atender la puerta. Es la chica de la panadería, que dice que se le cayó la billetera y, como ella sabe dónde vive, había pensado en llevársela. Ricardo le agradece y la invita a pasar a tomar algo. Ella acepta con gusto. Ella esperaba que él la invitara a tomar algo porque hacía un tiempo que estaba con ganas de convertirse en su amante, y le había parecido una buena ocasión para concretar ese proyecto. Ella pensaba que el Destino había hecho que se le cayera a Ricardo la billetera, pero estaba equivocada. En realidad había sido yo, en busca de un incidente dramático que era muy necesario en esta parte de la historia. Es que ella no sabe de mi existencia, no le dí esa característica. Ricardo, al oír esto (en realidad, al oír lo anterior, no esto) de parte mía, se queda estupefacto. Le pregunta si quiere Seven Up o Terma. “¿Querés Seven Up o Terma, Priscilla?”, le hago decir para que ustedes se enteren de que su pretendida amante se llama Priscilla. Ella le dice que le da lo mismo. Él le sirve un vaso de una de esas dos bebidas, se sirve otro a él y va al sillón a su encuentro. Allí le ofrece cuernitos. Ella agarra uno y juguetea con él en la boca. También lo acaricia suavemente en uno de sus brazos. Ricardo no es muy perspicaz, pero capta las sutilezas de Priscilla debido a que está enterado de sus intenciones por lo que dijimos hace un rato. Entonces procede a hacer gestos sutiles similares, con la idea de indicarle su disposición para los menesteres que ella se proponía.
Luego de una elipsis, ambos ocupan el sillón, manteniendo sus labios y lenguas un contacto duradero. En ese momento Ricardo se acuerda de mí y sabe que no tiene privacidad, porque cada movimiento suyo es visto por el narrador omnisciente que soy. Sin decirlo, porque parecería loco, me pide que me ausente un rato para no incomodarlo, y a cambio él no se va a quejar más de mi presencia. Yo, que en el fondo soy bueno, acepto y doy por terminado el presente relato.

Tareas específicas

Mientras el lavarropas lavaba ropa, un alcanzapelotas alcanzaba pelotas. A su vez, un guardavidas guardaba una vida al mismo tiempo que un cuidacoches cuidaba coches. En ese mismo momento, pero en otra parte, había un saltamontes que saltaba montes mientras un correcaminos corría caminos.
Al rato, el cuidacoches se asustó cuando un levantavidrios levantó los vidrios de uno de los coches que cuidaba. El cuidacoches, del susto, corrió caminos para huir. En uno de ellos se encontró con el correcaminos, que al verlo se asustó y se escondió para guardar su vida.
En ese momento el guardavidas terminó su turno, fue hacia su coche y comprobó que no había nadie que lo estuviera cuidando. Vio también que los vidrios habían sido levantados. Cuando quiso entrar al coche, hacía demasiado calor. Por eso el guardavidas se enojó mucho con el cuidacoches, y tal fue el enojo que se fue dando saltos hasta un monte cercano. En el camino le alcanzó una pelota al alcanzapelotas, a quien se le había escapado el balón que debía devolver.
Ajena a todo esto, mientras miraba su lavarropas, la Virgen Desatanudos desataba nudos.

Te extraño

Mi corazón indefenso extraña tu amor perpendicular; echa de menos los momentos que pasamos cultivando nuestra vida en común. Aquella diestra calma, hija de la satisfacción espiritual que me entregabas. Las veces en las que te tenía en mis flexibles labios y te hacía parte de mí.
Te has ido y nunca volverás. Tal vez sea por mi culpa; tal vez sea porque así lo quiso el cóncavo destino. No importa. Te extraño y espero que vos, en cualquier lugar donde puedas estar, también me extrañes.
Puede que algún día nos volvamos a encontrar, pero no será lo mismo. Tu líquida esencia cambió y no hay nada para hacer. Tu sustancia vital se ha extinguido y no existe más.
Nuestro delicioso amor fue el fuego que calentaba nuestras almas. Nos habíamos encontrado uno al otro y ninguna persona ni objeto nos podía separar. Y el final de esa delgada etapa no empañará lo que vivimos.
Sé que tendré que rehacer mi fría vida sin tu curva presencia. Sé que nada te reemplazará. Sé que me sentiré solo y no me harás compañía. Sé que me dolerá sobreponerme a tu turbulenta ausencia.
Sé también que vos no tendrás que hacer ese duelo testarudo. Que tu inexistencia te lo impide. Espero que alguna parte de tu ser siga estando en algún lado y me recuerde.
Llegó el momento objetivo. Debo entregar tu cuerpo reciclable, tu alma dócil se fue hace tiempo. Acá está el cesto naranja. Es hora de decir adiós.

Cómo escribir "Domingo de regreso"

  1. Observe una estatua de Sarmiento en el patio del colegio Bernasconi, y fíjese que parece que representara a Sarmiento como si estuviera levantándose de la mesa del doctor Frankenstein.
  2. Tome nota de esa observación.
  3. Piense una historia, o por lo menos el principio de esa historia.
  4. Escriba ese principio, confiando en que el resto va a salir. Ocúpese de ir creando clima. Dése cuenta de que vale la pena crear suspenso antes de la revelación de que lo que está en la mesa del doctor es Sarmiento.
  5. Una vez que Sarmiento se escapa, llévelo hacia un lugar donde los mitos de Sarmiento puedan jugar. Por ejemplo, una escuela.
  6. Cree un conflicto. Por ejemplo, los niños se asustan de la apariencia de Sarmiento.
  7. Para no repetir el nombre del fundador de “El Zonda”, refiérase a él de diferentes maneras, y explote humor por ese lado.
  8. Haga alguna referencia a la obra social de Sarmiento, sin detener ni estorbar el avance de la historia.
  9. Ubique el clímax en la escuela creada por Sarmiento, y preferentemente ubique en él a la estatua que inició todo el proceso.
  10. Traiga de vuelta al doctor Frankenstein, para que el cuento cierre como empezó.
  11. Robe el final del cuento “Gardelería” de Leo Maslíah, pero cambie el “echó todo a perder” por “lo arruinaron todo”, que convenientemente habrá robado de un espectáculo de Les Luthiers.
  12. Titule el cuento de una manera que no revele de qué se trata pero se entienda una vez leído. Preferentemente utilice un título que haga pensar al lector que lo que va a leer es algo parecido a “La autopista del sur” de Cortázar.
  13. Revise, reescriba, afeite las rebabas, pula y haga esto varias veces.
  14. Publíquelo en su libro titulado “Léame” y véalo convertirse en uno de los hits.

Genérico

Ese viernes, Jorgito se levantó al sonar su despertador. Fue al baño y se afeitó, luego de cambiar el repuesto de su máquina de afeitar. También se lavó los dientes y se peinó, utilizando el gel capilar que acostumbraba a ponerse.
Una vez vestido, fue a desayunar. Desayunó avena arrollada, y la acompañó con jugo en polvo que había preparado la noche anterior. También comió un par de tostadas con queso crema. Luego volvió a lavarse los dientes, y estuvo listo para ir a trabajar.
Minutos después, lo pasó a buscar la combi que lo llevaba a su trabajo. Al subirse, se golpeó la cabeza con el borde de la puerta y se cortó. El conductor de la combi le curó la herida y le colocó un apósito protector. Durante el viaje, Jorgito se limpió la sangre de la cara con un pañuelo descartable. El golpe había sido bastante fuerte y le había producido un dolor de cabeza, así que cuando llegó a su trabajo lo primero que hizo fue preguntar a sus compañeros si alguien tenía una tableta de ácido acetilsalicílico.
En el trabajo, la pluma fuente que solía usar empezó a perder tinta y se le produjo una mancha en la hoja. La cubrió con líquido corrector y dejó de lado la pluma para pasar a usar un bolígrafo.
En el descanso de media mañana Jorgito se tomó una sopa instantánea, usando el agua caliente del dispensador que había en la oficina.
Cuando volvía de la pausa pasó por el departamento de diseño, donde un amigo estaba usando un software de retoque fotográfico. Estaba modificando una foto que había sacado con su cámara de revelado instantáneo y luego había escaneado.
Luego fue al sector de mantenimiento, para ver si alguien podía arreglarle la pluma fuente. Había una sola persona, que estaba tratando de hacer girar un tornillo con cabeza en cruz usando una navaja suiza porque, según explicaba, no tenía el destornillador adecuado. Jorgito resolvió volver más tarde.
Cuando fue hora de comer, Jorgito se dio cuenta de que se había olvidado la vianda. Había guardado las sobras de la noche anterior en un recipiente plástico hermético para comerla en ese momento, pero lo había dejado en la heladera. Debió entonces salir a comer, y fue a un restaurante de comida rápida que había muy cerca de su trabajo. Comió una hamburguesa que, según la descripción del cartel explicativo, pesaba un cuarto de libra y venía con queso. Jorgito acompañó el sándwich con un vaso de gaseosa cola, mientras se preguntaba cuánto sería eso en kilos.
Cuando terminó de almorzar, vio que le quedaba tiempo de su descanso del mediodía, y aprovechó para jugar con un compañero unos partidos de tenis de mesa en el bar de al lado.
Al volver al trabajo, volvió a pasar por Mantenimiento buscando una solución para el problema de su pluma fuente. Se encontró a dos operarios tratando de pegar planchas de poliestireno usando cola vinílica. Le explicaron que habían intentado con cinta adhesiva transparente, pero no tenía la resistencia requerida. Jorgito les sugirió usar pegamento de contacto.
Cuando terminó su día de trabajo, Jorgito estaba muy estresado por las tareas de la semana. Y eligió volver a su casa caminando, mientras escuchaba música en su reproductor portátil. Durante el trayecto pasó por una heladería y se llevó un kilo de crema helada. Como todavía le quedaba un trecho por recorrer hasta su casa, Jorgito pidió que le incluyeran dióxido de carbono en estado sólido para evitar producir derrames innecesarios.
Para sacarse el estrés, al día siguiente Jorgito se fue al campo a pasar el fin de semana. Tenía un terreno no muy lejos de la ciudad, el cual había heredado, junto a sus ocho hermanos, de su tía María. Cuando abrió la tranquera saludó a don Vicente, el cocinero, que a pesar de ser carioca estaba lleno de nobleza gaucha. Era un campo frío, pero a Jorgito no le importaba. Cuando estaba en ese lugar se sentía siempre libre.

El abecedario

Para poder ordenar las palabras, se necesita primero establecer un orden general para las letras. Por eso se ha establecido una secuencia que se denomina “abecedario” o “alfabeto”.
El orden comienza con la letra más importante del idioma castellano y de las lenguas romances: la A. Su forma triangular es un pilar sobre el que se apoyan las otras letras. En español, la A se pronuncia como suena: a. En otros idiomas, en cambio, se pronuncia de diferentes maneras aunque se escribe igual.
Sigue la B. Existen dos de ellas, con un sonido similar. Para diferenciarlas mejor se denominan “be larga” y “ve corta”, aunque parezca redundante por escrito. El alfabeto las separa para que que una quede cerca del inicio y la otra cerca del final.
La C también tiene otras letras con el mismo sonido, que son esparcidas por el abecedario. Es importante que no estén juntas, para evitar más confusión de la que ya hay. La C tiene forma de cuarto creciente, es fácil recordarlo porque “creciente” empieza con C y “cuarto” también. Anteriormente estaba seguida por la letra CH, que tenía un sonido distinto y ocupaba dos caracteres. Por lo tanto, se la ubicaba a continuación del primero de ellos. Hoy las letras que ocupan dos caracteres no son tales, y por lo tanto el abecedario se ha modificado. Esto es atinado, porque evita que tenga que llamarse abecechedario.
Como resultado, la nueva ubicación de la D genera un atractivo efecto de espejo con la C, aunque sus sonidos no tengan nada en común. Está seguida por la E, última vocal de más de un trazo, y la F, que es como una E sin uno de esos trazos. Se encuentran aquí dos coincidencias de forma seguidas, y no serán las únicas.
Por otro lado, la G y la H están juntas por contraste. Una de las letras con sonido más distintivo y dibujo más complejo precede a la letra muda, cuya forma representa una estructura que deja pasar el aire casi intacto, sin modificar el sonido.
Después de la H aparece la vocal más fina. La I tiene un sonido agudo, acorde a su forma. En su versión minúscula se le coloca un punto, al igual que a la letra siguiente, la J. No es casualidad que ambas letras con punto estén juntas, sino que la J es un derivado de la I, a tal punto que en el italiano todavía se la llama i lunga.
La K es la undécima letra del abecedario, y se le dio ese lugar porque está bastante alejada de las que tienen sonido similar, la C y la Q. La sigue la L, que en un momento tenía a otra letra doble, la LL, como acompañante. Los tres caracteres pertenecientes a ambas letras formaban el dibujo LLL, o sea tres ángulos rectos consecutivos, que contrastaban con los tres ángulos agudos consecutivos de la letra siguiente, la M. Hoy, debido a la supresión de la LL, ese equilibrio angular está desbalanceado. Más aún si se toma en cuenta que la letra que sigue a la M es la N, que posee dos ángulos agudos más. De todos modos, agrupar a ambas letras es natural, porque además de sus formas parecidas tienen sonidos bastante similares. En el idioma castellano, la N viene acompañada por la Ñ, fonema exclusivo del español que permite, por ejemplo, escribir la palabra “español”. Como deriva del uso de dos enes, se la ha colocado a continuación de la letra que la engendró, al igual que ocurre en casos similares.
A continuación llega el momento de acomodar una de las dos vocales que faltan. Se ha decidido que la O es la letra que sigue. La O no es seguida por la Q, como debería ocurrir, sino que se encuentra en este sector una intrincada yuxtaposición. La O y la P son seguidas por dos letras que son iguales a ellas pero incorporan una línea oblicua en el extremo inferior derecho, con orientación hacia ese extremo. Nacen así la Q y la R. Gracias a esta anomalía, la Q está a la misma distancia de la K que la K de la C, lo que se genera una simetría de letras similares que da al alfabeto español una elegancia de la que otros, gracias a no tener Ñ, carecen.
Un interesante contraste se da en el siguiente par. La S es una letra que serpentea como representación del modo en el que algunas personas pronuncian su sonido. Ese serpenteo es continuado en el trazo superior de la T, que luego lo interrumpe con un ángulo recto en el medio de la letra. La T, a su vez, forma un efecto trampolín con la U, generando así un vacío que implica, tal vez, que después de ella no habrá más vocales.
Otro efecto notable es el que se da a partir de la U, que es seguida por la V. Originalmente eran la misma letra, y con el tiempo se ha dividido en dos. Pero la V también tiene su letra doble, como la LL, que sin embargo ha evolucionado hasta convertirse en un solo carácter: la W (llamada “doble ve” o “doble u” debido a su doble origen). En el español es una letra que se mantiene más que nada para generar compatibilidad con otros idiomas en los que es notoria, y para que la gente que se llama Wálter pueda escribir su nombre.
Si se agrupa los trazos que forman la W de manera que tengan simetría horizontal y también vertical, se obtendrá una X, formándose así es la siguiente letra. Tiene en común con la W el hecho de que recibe poco uso, como se puede ver al consultar cualquier diccionario, y ni siquiera se la emplea como parte de su propio nombre. Pero su doble simetría la hace única entre las letras de más de un trazo, algo que merece ser destacado. Es por esta simetría que el popular juego Ta-te-ti utiliza la X y la O en lugar de, como podría deducirse del nombre, la T.
La penúltima letra del alfabeto se denomina “i griega”, completando el grupo de las tres letras seguidas que no se usan para escribir sus nombres. La Y puede ser utilizada como vocal, pero oficialmente es considerada una consonante.
El alfabeto concluye con la Z, en lugar de una letra menos utilizada, porque se creyó oportuno terminar con un fonema de cierto uso, para que las últimas letras no se terminaran de caer del abecedario por falta de atención. La Z, sin embargo, no es relegada al olvido. Ser la última letra le da mística, una atención especial que de otro modo no tendría.