Poesía con ciencia

La poesía y la matemática comparten la lejanía y el respeto de vastos sectores de la sociedad. Incluso se les tiene miedo. Muchos no se acercan a ninguna de las dos porque creen no estar a la altura. Piensan que carecen de los conocimientos necesarios para entender todo lo que esconden. Escuchan a otros hablar de lo que ofrecen, y se intimidan. Luego, al ver poesía o matemática, se asustan y vuelven los ojos.
Sin embargo, ambas disciplinas están al alcance de todos o casi todos. Tal vez en distintos niveles, pero en general en más que los que cada uno piensa. Cuando se topan con situaciones en las que tienen que ejecutar sus conocimientos de poesía o matemática, pero sin saber que eso es lo que están haciendo, se desempeñan bien.
Es que la poesía y la matemática están demasiado insertas en el entramado de la humanidad como para que ocurra de otra manera. Son talentos, lo exacto y lo simbólico, que el ser humano ha adquirido y ejerce todo el tiempo. Algunos mejor que otros, y algunos se destacan más en unos que en otros. Pero todos (o todos los sanos) dominan al menos un poco recursos de ambos.
No hay actividad que no use recursos de poesía o de matemática. Incluso ellas dos se usan una a otra. No son antagónicas: son complementarias. Los que rechazan a una, se empobrecen en la otra. La matemática sin poesía y la poesía sin matemática pueden ser correctas, pero nunca van a ser grandiosas.
Sin embargo, poetas y matemáticos forman grupos cerrados, elitistas, que están contentos con la percepción de impermeabilidad de su disciplina. Cuando se ven cerca de la otra, huyen, la ridiculizan, la intentan desacreditar. Los dos grupos se desconfían entre ellos. Y ambos pierden, porque cierran la puerta a herramientas que pueden alimentarlos. Nunca se sabe de dónde vienen las ideas, ni qué forma van a tomar, ni qué camino elegirán para llegar a la conciencia.