Bolsa de gatos

Primero fue una bolsa de pescado. Se le cayó a alguien que volvía de hacer compras, y quedó en la vereda esperando un uso. Los gatos, siempre atentos a las oportunidades, no se hicieron esperar.
Llegaron gatos de todas las direcciones y de todos los colores. Cada uno se hizo lugar en la bolsa para conseguir algo de pescado. Pronto, sin embargo, no hubo más comida. Los primeros gatos consumieron todo rápidamente. Pero seguía habiendo olor a pescado, entonces los gatos continuaban siendo atraídos.
Como consecuencia, los gatos que entraban a la bolsa buscando pescado encontraban otros gatos. Competencia. Era necesario deshacerse de ella, pensaban todos los gatos al mismo tiempo. Por eso se atacaban. Cada gato quería expulsar a todos los demás de la bolsa, así podía quedarse él solo con la comida inexistente cuyo olor todavía dominaba la escena.
Empezaron las mordeduras y los arañazos. También hubo gruñidos amenazadores. La bolsa se movía a la par del conflicto. El conjunto entero se trasladaba en diferentes direcciones, como una masa inconsistente. Pronto la bolsa se perdió de vista.
Sin embargo, el olor a pescado se mantenía. Eso atraía a más gatos al punto donde estaba la bolsa. Al llegar, todos se peleaban con todos, y se produjo un gran conflicto que pronto excedió la vereda. A medida que más gatos se sumaban al lugar de los hechos, la avenida se iba bloqueando. Los autos no podían pasar. Las bocinas se sumaban a los gruñidos. Los conductores se frustraban ante el bloqueo, y más tarde multiplicaban su frustración cuando sentían el olor a pescado que había justo en ese lugar.
El embotellamiento producido bloqueó la posibilidad de que más gatos se acercaran. Entonces, con el correr de las horas, al disiparse el olor, los gatos combativos se fueron dispersando. Así el tránsito pudo reanudarse y la normalidad volvió al barrio. Sin embargo, en otro barrio, donde había ido a parar la bolsa original que todavía contenía varios gatos, la bolsa volvió a impregnar una vereda y se renovó el incidente.

El gato Perro y el perro Gato

Tengo un perro que se llama Gato, y un gato que se llama Perro. Uno puede pensar que esto causa confusiones, pero es mucho menos grave que lo que parece porque ni el perro, Gato, ni el gato, Perro, saben que son perro y gato. Sólo fueron adiestrados para reconocer sus nombres, Gato y Perro.
Los animales no tienen consciencia de la especie a la que pertenecen. Ni siquiera saben que pertenecen al reino animal. Es posible que se den cuenta de la diferencia entre ellos y las plantas, pero es difícil que se separen mentalmente de otros objetos animados como los autos.
De manera que, cuando yo exclamo “vení, Gato”, muy obediente viene el perro. De la misma forma, el gato a veces se acerca cuando llamo a Perro. Esto no ocurre tan seguido porque los gatos tienden a ser más reservados en su comportamiento.
Los que sí se confunden son los vendedores de alimento para mascotas. Ocasionalmente voy a la veterinaria con mi gato. Varias veces me pasó pedir alimento para Perro y que me trajeran alimento para perro. Esa gente no funciona bien cuando uno la saca de su esquema.
Más grave fue cuando a Perro le dieron las vacunas que correspondían a Gato y viceversa. Pero eso se solucionó, ya pertenece al pasado.
Gato es muy peleador con los otros perros. Cree que la calle es su territorio. A veces al pasearlo encontramos otros perros y Gato se pone a ladrar como loco. Yo trato de apaciguarlo, lo acaricio detrás de las orejas y le digo “tranquilo, Gato”. Pero suelo tener que arrastrarlo con la correa hasta que se pierde de vista, o de olfato, el perro que Gato considera invasor.
Al que tampoco puedo enseñar bien la diferencia entre nombre común y nombre propio es a mi loro, Sultán. Si alguien visita con su perro, Sultán cree reconocerlo y exclama “Gato, Gato”.
Hoy estoy tratando de que disfruten sus últimos momentos juntos. Voy a tener que separarlos y quedarme sólo con Gato porque mi novia se viene a vivir conmigo y ella es alérgica a los pelos de Perro.