Si yo escribiera

Algunos me dicen que tendría que escribir. Otros me insisten para que lo haga. Incluso yo mismo me he visto en la tentación de dedicarme a la escritura. Pero lo pensé un rato y decidí no hacerlo.
Si yo escribiera, tendría el objetivo de beneficiar al mundo con mi literatura. El arte que manaría de mis entrañas sería un valioso aporte a la sociedad que me ha producido. Plasmaría en el papel un nuevo concepto en literatura, un quiebre total que no sé en qué consistiría exactamente porque no escribo. Pero si lo hiciera, sería totalmente innovador, una vanguardia a la vanguardia de todas las vanguardias. Estaría tan adelantado que no sería entendido por ningún contemporáneo, mis escritos quedarían en el olvido y nadie recordaría su existencia cuando la humanidad estuviere lista para ellos. En ese entonces algunos, sin mi influencia, escribirían cosas parecidas pero inferiores. Al no conocerme, no podrían elevarse sobre lo construido por mi obra, sino que crearían una propia, paralela a la mía. Como en ese momento la humanidad estará en condiciones de entenderlo, serían halagados mucho más que yo. Esa manera de escribir, parecida a la que tendría yo si escribiera, se pondría de moda, se convertiría en la más popular de su época. Algunos años después la sociedad se cansaría y dejaría de lado ese estilo sin haber conocido nunca a su mejor y más antiguo exponente, yo. Pasarían las generaciones y, muchos años después, mis escritos serían encontrados en un rincón de una oscura biblioteca por un estudiante de letras que, sin darse cuenta, sería la primera persona en leer esos textos sin haberme conocido personalmente. Pero mi estilo le parecería anticuado, un exponente de una literatura vieja, oxidada, sin ningún atractivo en su época. Y descartaría los textos sin pensarlo dos veces, sin saber que estaba leyendo a un verdadero visionario que se adelantó a su tiempo.
Por eso no escribo. Está claro que no vale la pena.