Las monedas que faltan

Cuando se experimenta escasez de monedas, cada uno hace lo que puede por conseguirlas. En el supermercado de mi barrio, como cuando no tienen monedas tienen que redondear el cambio para arriba, esa falta implica una pérdida concreta. Por lo tanto, durante el último período de escasez tuvieron que ponerse creativos para obtenerlas.

Una de las medidas que tomaron fue ofrecer un descuento a quien pagara con ellas. Se colocó un cartel en cada caja que decía: “si paga la totalidad de su compra con monedas, le hacemos un descuento del 10%”. Ese 10%, calcularon, era menos que lo que se perdía por redondeo, y estimularía a la clientela a solucionar el problema.

Pocos clientes consideraron la oferta. La escasez de monedas era un problema para ellos también. Conseguir suficientes monedas como para pagar toda una compra de supermercado era un desafío que no estaban dispuestos a encarar. Todos pagaban con billetes o tarjeta de crédito. El letrero con la oferta continuaba ahí como parte del paisaje.

Hasta que un día llegó un cliente que aceptó el reto. Entró con una bolsa llena de monedas, eligió productos y se acercó a la caja, donde anunció que estaba preparado para abonar la totalidad de la compra con monedas. Y no eran todas monedas de la misma denominación, sino de todas las existentes. Un verdadero botín que podría alimentar las necesidades del supermercado durante semanas.

Al pagar la totalidad de la compra con monedas, se hizo acreedor al 10% de descuento. De manera la cuenta se detuvo cuando llegó al 90% del total. Sin embargo, la cajera hizo notar que si pagaba el 90% no estaba pagando la totalidad de la compra. Entonces el cliente decidió contar el 10% restante, para lograr el descuento.

Cuando llegó a contar todo, la cajera le dio la diferencia. Pero al dársela, no estaba pagando la totalidad de la compra, por lo tanto no tenía derecho al descuento. Exigió la devolución del reintegro. El dinero volvió a cambiar de manos, y en ese momento el cliente volvió a ser beneficiario de la promoción, por lo que la cajera le volvió a entregar la cantidad descontada, momento en el cual la posesión de ese dinero por parte del cliente resultaba ilegítima.

La situación continuó durante un tiempo largo. El dinero pasaba del cliente a la cajera, y de la cajera al cliente, y en cada cambio de dueño le correspondía a la persona opuesta. Los clientes que esperaban en la cola se pasaron a las otras porque vieron que la disputa iba para larga.

El intercambio continuo siguió hasta que fue la hora de cierre del supermercado. El encargado, que al principio se divirtió con la situación, se acercó a la caja para poder cerrar tranquilo. Pero ni el cliente ni la cajera estaban dispuestos a ceder. Las reglas eran muy claras, y por más paradójicas que resultaran, debían ser respetadas.

En ese momento, el encargado tuvo la revelación que no había tenido durante todo el día. La siguiente vez que el dinero estuvo en manos del cliente, le pidió que se lo entregara a la cajera. E instruyó a la cajera para que le diera el vuelto en billetes. De esta manera la disputa fue resuelta, todos estuvieron contentos y se fueron a sus casas con la satisfacción de haber cumplido todas las normas.

El diario del martes

Todos dicen que con el diario del lunes cualquiera opina. Y es verdad, porque el diario del lunes tiene toda la información de la que carecen los del domingo. Opinar con esa información es muy fácil. Es por eso que muchos opinan con el diario del lunes. Yo nunca quise ser como esa gente, por eso me conseguí el diario del martes.

El razonamiento fue que el martes, al estar después del lunes, me daba una ventaja en cuanto al acceso a la información. Así que me puse en campaña para conseguir el diario del martes. En todos los kioscos me ofrecían el del lunes, y mientras más me lo ofrecían más me convencía de su popularidad, que era exactamente su contra. Yo quería adelantarme, y por eso necesitaba el diario correspondiente.

Caminé mucho, y salí recompensado. En un kiosco que recién abría tenían el diario del martes. Lo abrí exultante, esperando tener la información que no tenían todos los que se contentaban con el del lunes. Con eso iba a poder mostrar que lo que yo opinaba era mucho más certero que lo que opinaban los demás. Me iban a tratar como a un sabio.

Sin embargo, el diario del martes fue muy difícil de leer. La información que daba asumía que yo conocía lo que había salido el lunes. Me daba sólo la información extra, pero sin la básica no podía hacer nada. Lo único que podía intentar era deducir lo que había pasado antes, de forma tal que lo publicado en el diario del martes tuviera sentido. Sin embargo, en casi todos los casos había distintas posibilidades igual de probables, de modo que no podía enterarme de cuál era la verdadera.

Es decir que el diario del martes no me sirvió para nada. Entonces se me ocurrió que sabía exactamente dónde estaba la información necesaria para hacerlo funcionar: todo lo que tenía que hacer era conseguir el diario del lunes. Pero lo descarté. Es demasiado fácil entender el diario del martes cuando uno tiene el diario del lunes.

Genios artistas

Todos los artistas son genios. Todos. La visión artística es genial sin excepciones. Salvo en los casos de plagio, en los que la visión artística es ajena. En esos casos, el artista es otro genio.
Todas las ideas artísticas son geniales. Y todas las ejecuciones son exactamente lo que el artista ve posible, son una realización de la visión genial. Nadie es menos que genio al hacer alguna obra artística.
Hay algunos artistas, sin embargo, cuyo genio no es reconocido por los demás. A veces ni siquiera por ellos mismos. Pero existe. Tal vez sean adelantados a su época, o retrasados. Sin embargo, ellos saben bien lo que hacen, por más que no sepan que es genial. El problema son los demás, los que están buscando cuáles artistas son genios y cuáles no, sin darse cuenta de que todos lo son. Basta con ser artista para ser genio. QED.
Pero todos, todos los artistas tienen quien los reconozca como genios en su tiempo. Son sus familiares y sus amigos, que concurren a todas las inauguraciones, leen los libros, escuchan las músicas. Y posteriormente les informan que les gustó mucho. Pero los artistas no se dan cuenta de la veracidad de estas palabras. Sólo algunos. La mayoría piensa que lo dicen sólo para que estén contentos. Y por esa razón, no están contentos.

La razón del universo

¿Por qué el universo es tan innecesariamente grande? Respuesta: porque no tiene por qué suponerse que esté hecho para nosotros. El universo, si está hecho para algo, es para propósitos que no conocemos y que podrían perfectamente justificar semejante tamaño.
O eso es lo que suponemos. En realidad, no tenemos por qué pensar que el universo no está hecho para nosotros. Solamente parece así cuando hacemos observaciones. Todas ellas conducen a nuestra insignificancia. Pero eso no significa nada. En una de ésas, el tamaño del universo es una condición necesaria, por razones que no conocemos, para nuestra existencia. Eso permitiría pensar que el universo sí está hecho para nosotros.
Por ejemplo, el universo está expandiéndose desde hace unos trece mil millones de años. Después de todo ese tiempo, necesariamente va a ser grande. No sé dónde está la sorpresa. Durante dos tercios de ese lapso, no existíamos nosotros, ni el sol, ni la Tierra. Pero el universo estaba fabricando los elementos para que existiéramos. Los átomos que nos conforman son hechos en estrellas, en supernovas antiguas que explotaron y diseminaron nuestros elementos. Si no fuera por ellas, todo sería hidrógeno y helio. Casi todo es hidrógeno y helio, pero gracias a las supernovas que forman y diseminan los otros elementos, estamos.
Eso no podría haber pasado mucho antes que cuando pasó. Y entonces teníamos que esperar nuestro turno mientras el universo se expandía. Además nos viene bien. Un universo donde las estrellas y las galaxias están muy cerca entre sí no es un lugar seguro. Está lleno de cualquier cantidad de cascotes y fuentes de energía que se pueden cruzar muy fácilmente en nuestro camino. Y es un universo sin noche, donde cuando no se ve la luz del sol se ve la luz de todas las estrellas que están casi igual de cerca. Es bueno, entonces, esperar a que el universo esté un poco más expandido.
Después se tuvo que formar la Tierra, con su composición de hierro fundido, y tuvimos que esperar que se enfriara lo suficiente. Todavía no se enfrió del todo, pero la superficie es más o menos estable. Entonces pudimos empezar el proceso de evolución. Tuvo muchos pasos intermedios, sí, y la evolución es otra cosa que no parece haber sido hecha con nosotros en mente. Pero sin ella no seríamos lo que somos. Eso nos permite pensar que, en una de ésas, era la única manera de que saliéramos así.
Somos tal vez el resultado de un experimento cósmico, posiblemente destinado a fracasar, y a que pase el que sigue. Los dinosaurios, por ejemplo, aparecieron más temprano y fueron exterminados por un meteorito que andaba por ahí. Por un lado es bueno, porque si hubiéramos aparecido nosotros en ese momento, habríamos sufrido esa calamidad. Y además gracias a eso tenemos petróleo y podemos andar en auto usando la energía que les quedó sin usar a los dinosaurios. Aunque, por otro lado, si hubiéramos aparecido en la época de los dinosaurios, en lugar de ellos, tal vez habríamos desarrollado nuestra ciencia y tecnología lo suficiente como para evitar que ese meteorito nos matara. No fue así, y podemos pensar que se trata de algún plan cósmico para que no fuera así.
Es tal vez una programación inicial. Me parece razonable. Me pasa con el Excel. Cuando hago una planilla, lo que hago es establecer las reglas de cómo serán las cosas. Después, los que la agarren podrán experimentar todo lo que quieran, pero no podrán salirse de esas reglas. Tendrán resultados agradables y desagradables, y con ellos sacarán las conclusiones que tengan que sacar. Para eso tengo que programarla bien, de forma tal que deje un espacio suficientemente amplio como para que se pueda hacer muchas cosas, y suficientemente estrecho como para que no se pueda autodestruir. Es un balance delicado.
Nosotros venimos a ser los operadores de ese Excel cósmico. Los que lo disfrutamos y aprovechamos. Poco a poco vamos reconstruyendo las fórmulas que se ocultan en cada casilla. Existe la posibilidad de que, un día, las sepamos todas, y hayamos develado los misterios del universo.

Si yo escribiera

Algunos me dicen que tendría que escribir. Otros me insisten para que lo haga. Incluso yo mismo me he visto en la tentación de dedicarme a la escritura. Pero lo pensé un rato y decidí no hacerlo.
Si yo escribiera, tendría el objetivo de beneficiar al mundo con mi literatura. El arte que manaría de mis entrañas sería un valioso aporte a la sociedad que me ha producido. Plasmaría en el papel un nuevo concepto en literatura, un quiebre total que no sé en qué consistiría exactamente porque no escribo. Pero si lo hiciera, sería totalmente innovador, una vanguardia a la vanguardia de todas las vanguardias. Estaría tan adelantado que no sería entendido por ningún contemporáneo, mis escritos quedarían en el olvido y nadie recordaría su existencia cuando la humanidad estuviere lista para ellos. En ese entonces algunos, sin mi influencia, escribirían cosas parecidas pero inferiores. Al no conocerme, no podrían elevarse sobre lo construido por mi obra, sino que crearían una propia, paralela a la mía. Como en ese momento la humanidad estará en condiciones de entenderlo, serían halagados mucho más que yo. Esa manera de escribir, parecida a la que tendría yo si escribiera, se pondría de moda, se convertiría en la más popular de su época. Algunos años después la sociedad se cansaría y dejaría de lado ese estilo sin haber conocido nunca a su mejor y más antiguo exponente, yo. Pasarían las generaciones y, muchos años después, mis escritos serían encontrados en un rincón de una oscura biblioteca por un estudiante de letras que, sin darse cuenta, sería la primera persona en leer esos textos sin haberme conocido personalmente. Pero mi estilo le parecería anticuado, un exponente de una literatura vieja, oxidada, sin ningún atractivo en su época. Y descartaría los textos sin pensarlo dos veces, sin saber que estaba leyendo a un verdadero visionario que se adelantó a su tiempo.
Por eso no escribo. Está claro que no vale la pena.

Que gane el mejor

Si vos sos el mejor nadador de la historia, no tiene ningún mérito que ganes todas la medallas olímpicas. Así cualquiera. Es de mediocre triunfar en lo que uno sabe hacer. Es tomarse la vida sin desafíos. Quedarse en lo seguro, donde uno sabe que le puede ir bien, porque es lo suyo. ¿Qué sentido tiene ponerse a competir con atletas que no son tan buenos como uno? Nadie razonable se sentiría bien al ganar una competencia así.
Para conseguir verdaderas hazañas, los grandes deportistas tienen que competir en disciplinas donde no tienen la seguridad de ganar. Los nadadores pueden hacer ciclismo. Los basketbolistas pueden probar con la arquería. Y los tenistas, para tener un desafío real, pueden resolver teoremas matemáticos.
Es como si a mí me destacaran por escribir. Lo que sé hacer es escribir, y cada vez que me pongo a hacerlo sé que es porque no puedo hacer otra cosa. Puedo tener desafíos dentro de la escritura, pero son pequeños al lado de batir el récord mundial de salto con garrocha. Claro que los que compiten en salto con garrocha no se ponen a escribir, y es una lástima. Si este texto lo escribo yo, está razonablemente bien, es más o menos lo que uno esperaría. Pero si el que lo hace es un jugador de waterpolo, tendría mucho más mérito que yo.
¿Por qué, entonces, no paro de escribir para probar suerte en el badminton? Porque no estoy a la altura de mis expectativas. Soy más cagón de lo que me gustaría. Aunque, a decir verdad, eso de escribir no es lo que se suponía que era lo mío. Lo mío era lo técnico, la programación de computadoras. Ahí me iba bien, me veían futuro. Pero no quería, prefería hacer algo que no pudiera hacer cualquiera. Entonces me puse a escribir. Porque pensaba que podía. Y aunque no sabía si lo podía sostener o no, no pensaba que no podía. Fue un desafío moderado. Un verdadero desafío hubiera sido ponerme a hacer gimnasia artística. Eso es algo que me asusta, que pienso que jamás voy a poder hacer, y por lo tanto si logro hacerlo sería un gran mérito.
Pero no será. No soy tan digno como podría ser. Sólo puedo ofrecer esto. Es una lástima. Tal vez algún día me anime a algo que hoy no me imagino. Quién sabe, en una de ésas, siendo escritor, termino siendo galardonado con el Premio Nobel de Química.

Fin de desarrollo

Bueno, ya está. Ya me desarrollé como persona. El largo camino ha terminado. Llegué. Acá estoy. Se siente bien. Es un alivio, pensaba que no iba a terminar nunca. Ahora ya soy sabio. Sé todo lo que tengo que saber. Soy una persona completa.
A partir de ahora, ya no me voy a desarrollar más. Es hora de usar mi desarrollo. Debo cumplir mi cometido como persona, ahora que ya soy una. Ya no vale la pena que intenten desarrollarme. En su lugar, voy a desarrollar a otros. Yo sí que sé qué es lo que tienen que hacer.
No voy a dudar en informárselo en todo momento. Lo haré con tacto, con toda la sabiduría que supe acumular, para que aprendan. Quiero compartir mi sabiduría. Sé que es bueno hacerlo. No voy a dejar de tenerla porque otros accedan a ella. Pensaría que eso puede hacerme aún más sabio, pero está claro que no es posible. Todo lo que tenía para aprender ya lo aprendí.
Eso no me impide querer un mundo con más sabiduría. O con más gente sabia. Quiero que todos puedan ser como yo. Si yo pude, los demás también. Aspiro a un mundo lleno de sabios. Quiero moverme entre pares.

E pluribus unum

En nuestra empresa solemos hacer las comunicaciones por escrito en plural. Aunque seamos una sola persona, referirnos a nosotros mismos de esa forma da la idea de que hay una organización que respalda al cliente.
Nos referimos en singular al cliente, a pesar de que son muchos. Ocurre que decir “los clientes” sería demasiado general y también iría en contra de la atención personalizada que nos enorgullece. A veces el cliente está conforme con nuestro servicio, y otras veces el cliente se queja. Es porque no podemos satisfacer a todas las personas, y a veces existen los problemas.
Pero cuando el cliente queda satisfecho, a veces nos entrega obsequios, y como piensa que somos varios no envía uno solo. Suele ser una satisfacción, porque el cliente tiende a ser grandes empresas con la posibilidad de hacer buenos regalos.
La desventaja es cuando viene el ente recaudador a inspeccionar la empresa porque piensa que hay empleados en negro. Nosotros insistimos en que no es así y que estamos solos, pero en general toma tiempo para que el ente nos crea. (Decimos “el ente recaudador” para simplificar, en realidad hay varios entes recaudadores, cada uno de los cuales tiene sus propias reglas y sospechas individuales.)
Alguna vez, en épocas de mucho trabajo (en realidad fue una sola época), hemos pensado en tomar una persona para que nos ayudara en las tareas. En ese momento empezamos a dudar de cómo nos tendríamos que referir a ambas personas si fuéramos dos. Usar el plural tendría más sentido, pero no nos convencía, ni nos gustaba perder el juego de palabras que venía satisfaciéndonos desde la fundación de la empresa.
Al final nos decidimos por la medida adulta de dejar de lado el juego y contratar un empleado, o unos empleados. Pero justo en ese momento el país entró en recesión, el trabajo (en realidad, los trabajos) se redujo y apenas nos alcanzaba para mantenernos a nosotros mismos.
Es por eso que, hasta el día de hoy, seguimos siendo uno solo.

El abecedario

Para poder ordenar las palabras, se necesita primero establecer un orden general para las letras. Por eso se ha establecido una secuencia que se denomina “abecedario” o “alfabeto”.
El orden comienza con la letra más importante del idioma castellano y de las lenguas romances: la A. Su forma triangular es un pilar sobre el que se apoyan las otras letras. En español, la A se pronuncia como suena: a. En otros idiomas, en cambio, se pronuncia de diferentes maneras aunque se escribe igual.
Sigue la B. Existen dos de ellas, con un sonido similar. Para diferenciarlas mejor se denominan “be larga” y “ve corta”, aunque parezca redundante por escrito. El alfabeto las separa para que que una quede cerca del inicio y la otra cerca del final.
La C también tiene otras letras con el mismo sonido, que son esparcidas por el abecedario. Es importante que no estén juntas, para evitar más confusión de la que ya hay. La C tiene forma de cuarto creciente, es fácil recordarlo porque “creciente” empieza con C y “cuarto” también. Anteriormente estaba seguida por la letra CH, que tenía un sonido distinto y ocupaba dos caracteres. Por lo tanto, se la ubicaba a continuación del primero de ellos. Hoy las letras que ocupan dos caracteres no son tales, y por lo tanto el abecedario se ha modificado. Esto es atinado, porque evita que tenga que llamarse abecechedario.
Como resultado, la nueva ubicación de la D genera un atractivo efecto de espejo con la C, aunque sus sonidos no tengan nada en común. Está seguida por la E, última vocal de más de un trazo, y la F, que es como una E sin uno de esos trazos. Se encuentran aquí dos coincidencias de forma seguidas, y no serán las únicas.
Por otro lado, la G y la H están juntas por contraste. Una de las letras con sonido más distintivo y dibujo más complejo precede a la letra muda, cuya forma representa una estructura que deja pasar el aire casi intacto, sin modificar el sonido.
Después de la H aparece la vocal más fina. La I tiene un sonido agudo, acorde a su forma. En su versión minúscula se le coloca un punto, al igual que a la letra siguiente, la J. No es casualidad que ambas letras con punto estén juntas, sino que la J es un derivado de la I, a tal punto que en el italiano todavía se la llama i lunga.
La K es la undécima letra del abecedario, y se le dio ese lugar porque está bastante alejada de las que tienen sonido similar, la C y la Q. La sigue la L, que en un momento tenía a otra letra doble, la LL, como acompañante. Los tres caracteres pertenecientes a ambas letras formaban el dibujo LLL, o sea tres ángulos rectos consecutivos, que contrastaban con los tres ángulos agudos consecutivos de la letra siguiente, la M. Hoy, debido a la supresión de la LL, ese equilibrio angular está desbalanceado. Más aún si se toma en cuenta que la letra que sigue a la M es la N, que posee dos ángulos agudos más. De todos modos, agrupar a ambas letras es natural, porque además de sus formas parecidas tienen sonidos bastante similares. En el idioma castellano, la N viene acompañada por la Ñ, fonema exclusivo del español que permite, por ejemplo, escribir la palabra “español”. Como deriva del uso de dos enes, se la ha colocado a continuación de la letra que la engendró, al igual que ocurre en casos similares.
A continuación llega el momento de acomodar una de las dos vocales que faltan. Se ha decidido que la O es la letra que sigue. La O no es seguida por la Q, como debería ocurrir, sino que se encuentra en este sector una intrincada yuxtaposición. La O y la P son seguidas por dos letras que son iguales a ellas pero incorporan una línea oblicua en el extremo inferior derecho, con orientación hacia ese extremo. Nacen así la Q y la R. Gracias a esta anomalía, la Q está a la misma distancia de la K que la K de la C, lo que se genera una simetría de letras similares que da al alfabeto español una elegancia de la que otros, gracias a no tener Ñ, carecen.
Un interesante contraste se da en el siguiente par. La S es una letra que serpentea como representación del modo en el que algunas personas pronuncian su sonido. Ese serpenteo es continuado en el trazo superior de la T, que luego lo interrumpe con un ángulo recto en el medio de la letra. La T, a su vez, forma un efecto trampolín con la U, generando así un vacío que implica, tal vez, que después de ella no habrá más vocales.
Otro efecto notable es el que se da a partir de la U, que es seguida por la V. Originalmente eran la misma letra, y con el tiempo se ha dividido en dos. Pero la V también tiene su letra doble, como la LL, que sin embargo ha evolucionado hasta convertirse en un solo carácter: la W (llamada “doble ve” o “doble u” debido a su doble origen). En el español es una letra que se mantiene más que nada para generar compatibilidad con otros idiomas en los que es notoria, y para que la gente que se llama Wálter pueda escribir su nombre.
Si se agrupa los trazos que forman la W de manera que tengan simetría horizontal y también vertical, se obtendrá una X, formándose así es la siguiente letra. Tiene en común con la W el hecho de que recibe poco uso, como se puede ver al consultar cualquier diccionario, y ni siquiera se la emplea como parte de su propio nombre. Pero su doble simetría la hace única entre las letras de más de un trazo, algo que merece ser destacado. Es por esta simetría que el popular juego Ta-te-ti utiliza la X y la O en lugar de, como podría deducirse del nombre, la T.
La penúltima letra del alfabeto se denomina “i griega”, completando el grupo de las tres letras seguidas que no se usan para escribir sus nombres. La Y puede ser utilizada como vocal, pero oficialmente es considerada una consonante.
El alfabeto concluye con la Z, en lugar de una letra menos utilizada, porque se creyó oportuno terminar con un fonema de cierto uso, para que las últimas letras no se terminaran de caer del abecedario por falta de atención. La Z, sin embargo, no es relegada al olvido. Ser la última letra le da mística, una atención especial que de otro modo no tendría.

Fuera de la ciudad

No aguantaba más vivir en la ciudad. Había pasado toda mi vida ahí, sin darme cuenta de lo antinatural de las sirenas, los embotellamientos, los traslados diarios y la gente que aparece por todos lados, como si brotara de entre las baldosas. Quería ver brillar el sol sin necesidad de pispearlo entre edificios, y ver el reflejo de su brillo sobre el pasto verde, o la tierra marrón. Que no se desperdiciara en calentar el pavimento con el que hemos cubierto todo el suelo.
Cuando la vida de la ciudad llegó a tal nivel que no pude tenerla como ruido de fondo, no tenía forma de ignorarla. Algo tenía que hacer. Empecé a pensar en la posibilidad de irme de la ciudad. Antes no se me había ocurrido. Vivía más o menos conforme, no sé si tranquilo, pero me adaptaba al vértigo urbano. Y un día me di cuenta de que no era necesario. Otra vida debía ser posible.
No sabía si tenía el coraje necesario para dar ese paso. Tenía miedo de que fuera demasiado tarde, de que mi vida estuviera demasiado adaptada y no pudiera desenvolverme en un lugar más tranquilo. Entonces empecé a pedir consejo a mucha gente.
Es cierto, me obsesioné un poco. Es que la ciudad está siempre presente, y cuando uno se da cuenta la ve todo el tiempo, a su alrededor. Cada vez que salía a la calle, ahí estaba la ciudad. Ya me molestaba su sola presencia. O mi presencia ahí. Por eso le hablaba a todo el mundo sobre la idea de irme. Algunos me desalentaban, pero la mayoría no. En general pensaban que era una buena idea. Me decían que lo hiciera, que me fuera, y que si ellos pudieran harían lo mismo.
Decidí explicarles que ellos también podían. Todos podíamos. Pero por alguna razón no lo hacíamos. Capaz que algo más complejo que lo que estábamos pensando nos impedía hacer el cambio. Claro que no es fácil cambiar completamente la vida de uno.
Logré, sin embargo, convencer a algunos. De hecho, se fueron antes que yo. Yo todavía no me animaba, aunque me gustaba la expectativa de tener amigos para ver cuando me fuera de la ciudad. Nos habíamos puesto de acuerdo en ir a un bosque en particular, así podíamos encontrarnos.
Mis amigos se entusiasmaron tanto que no sólo dejaron todo y se fueron. También convencieron a amigos suyos para ir con ellos, que a su vez convencieron a amigos propios. Se terminó yendo un contingente importante. Después otro. Y otro. Abandonar la ciudad se puso de moda. Las autopistas se colmaban con jeeps cero kilómetro de gente que se los compraba para poder manejar en el bosque.
Pero llegó un momento en el que en el bosque no necesitaban jeeps. La gente que ya estaba se había encargado de crear caminos rudimentarios para que los demás pudieran llegar. Se estableció una organización de la comunidad que se iba formando, para evitar el desorden.
Había gente que no quería abandonar la ciudad, pero veía como buen negocio venderles productos a los habitantes del bosque. Había un mercado no explotado, que se hizo más grande cuando los comerciantes empezaron a requerir productos para ellos, como comida, jabón, faroles, instrumentos musicales, libros y dispositivos de comunicaciones, que pudieron ser usados cuando la primera empresa de telefonía celular instaló una antena en el árbol más alto del bosque.
Todo esto ocurría a una velocidad asombrosa. Casi no me dio tiempo para adaptarme a los cambios. Seguía con la idea de irme al bosque en cualquier momento. Hasta que me di cuenta de que mi cuerpo ya no me lo pedía. La vida se había hecho más apacible en la ciudad. El silencio se había apoderado de las calles. Podían pasar varios días sin ver a ninguna persona. Empecé a disfrutar una nueva rutina, de salir a la calle y recorrer un lugar amplio, sólo para mí. Y a ver crecer los yuyos entre las grietas del pavimento.