Las palomas no me quieren

Cada vez que me acerco a una paloma, sale volando. Apenas me ven, por más amistosos que sean mis gestos, se horrorizan y escapan a toda velocidad. No entienden que no les quiero hacer nada. Asumen, prejuiciosas, que mis intenciones son hostiles.
Esa opinión sobre mí es unánime entre todas las palomas con las que he intentado entablar algún tipo de vínculo. Ni siquiera expresan el rechazo. Sólo se van, indiferentes, pero me doy cuenta de que se van por mi presencia. Tal vez para ellas huela mal.
A veces trato de ir de otra manera, llevándoles algo de comer. Es un fracaso igual. En general no hacen caso, están muy ocupadas escapándose como para darse cuenta de que pueden obtener un delicioso grano de maíz. En algunas plazas, sin embargo, he logrado que vinieran a comerlo. Pero una vez que lo consiguen, se vuelven a ir. Es evidente que lo que les importa es la comida, no yo.
Me hacen sentir insignificante. Si no soy nada para una paloma, ¿por qué voy a ser algo para una persona? Me gustaría conseguir que se quedaran cerca, me conocieran, tomáramos confianza. Alcanzar a ponerles nombres. Verlas volar no por miedo, sino por libertad.
Pero me lo niegan. Palomas de mierda.

Casa empanada

Tenía ganas de hacer pan. En realidad, tenía ganas de comer pan recién hecho. Por eso programé la máquina Moulinex para que amasara y horneara el pan mientras yo dormía. Esta máquina es muy práctica. No sólo me permite comer pan caliente, sino que me estimula a levantarme temprano para comerlo antes que se enfríe.
Lo único que hay que hacer es poner los ingredientes y setear la hora a la que quiero que el pan esté listo. Entonces puse harina, levadura, un poco de manteca, agua, leche y algunas semillas de lino. Después apreté el botón y me fui a dormir.
Me despertó el olor del pan. Parecía que estaba muy cerca. Y la máquina es muy útil, pero no es capaz de traerme el desayuno a la cama. Sin embargo, sentí el olor muy cercano. Y cuando abrí los ojos me encontré con un enorme pedazo de pan que ocupaba todo el pasillo entre la cocina y la puerta de mi dormitorio, y crecía constantemente.
En ese momento me di cuenta de que había puesto harina leudante junto con la levadura. Entonces el pan estaba levando de más. Claramente la máquina no había sido capaz de contenerlo, y ahora estaba ocupando cada vez más espacio en mi casa.
Entonces tuve que usar la única arma que tenía disponible. Me abalancé sobre el pan y lo empecé a comer como si yo fuera un Pacman. Tracé un túnel hasta la cocina, y a fuerza de mordiscones hice suficiente espacio para abrir la heladera. Tomé un vaso de leche y me dispuse a seguir liberando mi hogar.

Sea como yo

Usted me admira y desea ser como yo. ¡Usted puede! Sólo tiene que observarme, ver lo que hago y comprenderlo. Pero comprenderlo profundamente. Saber cuáles son mis motivaciones, mis miedos y mi manera de pensar. Poder predecir qué haré ante un estímulo determinado.
Para eso, lo mejor es el método científico. Luego de hacer las observaciones pertinentes, formule hipótesis. Más tarde, examine esas hipótesis. Experimente. Presénteme usted mismo situaciones para ver si respondo como piensa que voy a responder. Así podrá sacar conclusiones más rápidamente, en un ámbito controlado.
Puede hacerlo alterando la realidad en la que me muevo, o simplemente secuestrándome en su laboratorio. Ahí podrá someterme a pruebas más exigentes, que demandan más poder de observación o de control. Y tendrá la posibilidad de evitar que nadie interfiera en su trabajo.
Pero no lo olvide. Su objetivo no es estudiarme, sino ser como yo. Luego de sacar las conclusiones pertinentes sobre cómo soy, o sea cómo debe ser usted, le sugiero dejarme libre. Es lo que yo haría. Y con las notas en mano comience el proceso de transformación.
Imíteme. Desarrolle mis instintos. Pruebe con usted. Preséntese los mismos estímulos que me presentó a mí y trate de reaccionar igual. Deberá emular las condiciones. No es lo mismo saber que viene un estímulo que no saberlo. Si lo hace bien, verá que es cada vez más fácil. A medida que se convierta en mí, será menos necesario esforzarse para ser como yo.
De esta manera, seremos iguales. Si hizo su trabajo, la gente tendría que no poder diferenciar entre usted y yo. Si lo hizo excepcionalmente bien, tal vez yo no sepa si soy yo o usted. Y por lo tanto usted tampoco. Este es el momento que más concentración requiere. Tenga siempre presente que lo que usted desea es ser como yo, no ser yo.

Mis impulsos genocidas

Hay veces que me dan ganas de matarlos a todos. Pero debo controlarme. No quedaría bien. ¿Qué pensarían los sobrevivientes? Seguramente me resentirían durante años. Y no es práctico hacerse tantos enemigos.
Aparte, muchas veces me dan ganas de matarlos a todos, pero después se me pasa. Si lo llevara a cabo seguro me arrepentiría y tendría que vivir con la carga de lo que hice.
Es bastante difícil matarlos a todos. Mucho quilombo. La verdad, no tengo ganas de dedicar tiempo a todos los planes que requeriría una acción de semejante envergadura. Aparte es difícil lograr que no se filtre nada, porque necesitaría una cantidad de cómplices que pueden abrir la boca. Ellos deberían ser los primeros en ser matados, pero hacerlo de esa manera complicaría las cosas.
Es así. Tengo que controlar mis impulsos genocidas. No diría que nada bueno puede venir de ellos, pero está claro que tiene ventajas y desventajas. Por el momento lo voy a evitar.

Responsabilidad teórica

Albert Einstein se escudaba en las acciones de los demás. “Yo no hice la bomba, si hubiera sabido que mis investigaciones iban a terminar en esto, no las hubiera realizado”. Pero era tarde. Gracias a su aporte, el mundo tenía bombas nucleares.
Einstein, incluso, había insistido en que se construyeran, porque al existir el conocimiento de la posibilidad, el otro lado seguramente estaba trabajando en lo mismo. Y era preferible que la tuvieran los propios.
De cualquier manera, Einstein lamentaba que hubiera que hacerla. Sabía que era algo devastador como nunca antes. Por eso quiso deslindar su responsabilidad. Él no construía la bomba. Sólo había formulado la posibilidad, y ni siquiera con ese objetivo. Eran los otros los que aplicaban sus teorías para la guerra. Si fuera por él no existirían.
Pero la sociedad no le hizo caso. Lo responsabilizó sin dudar. Nadie podía creer que el célebre físico no hubiera visto las consecuencias de sus investigaciones. Para la gran mayoría, Einstein no estaba en condiciones de hacerse el boludo.

Extraña nube

De repente, el cielo se oscureció. Una nube blanca que antes se veía lejana bajó desde los confines de la atmósfera y bloqueó la luz del sol. Como era blanca, la oscuridad no fue tanta. El problema era que bajaba cada vez más.
Llegó un momento en el que bajó tanto que no permitió ver nada. Era como una niebla espesa, tan espesa que se podía tocar. Entonces muchos la tocaron. Y se dieron cuenta de que estaba compuesta por montones de fibras blancas, y eso es lo que reducía la visibilidad.
Al no poder trasladarse, muchos empezaron a explorar esas fibras. Algunos las usaban como lianas para moverse de un lado a otro de manera entretenida. Muchos las trepaban. No se veía de dónde colgaban, y eso resultaba un estímulo para los que subían. Se iban convirtiendo en exploradores. Seguramente llegar al origen de esas fibras iba a ser un gran descubrimiento.
Pero Dios tenía otros planes. La cantidad de gente que subía le hizo dar cuenta de que se había dejado muy larga la barba. Llamó a un arcángel para que lo afeitara. Con una gran tijera la barba de Dios fue emparejada, y las fibras bajaron hacia la Tierra. Los que se habían subido resultaron lastimados por el golpe. Pero a Dios no le importó. Siempre estuvo claro que explorar su rostro era perjudicial.

Buena persona

En realidad, no intento ser bueno. No tengo ningún interés en ayudar a los demás, ni en los demás, ni en nada que no me beneficie directamente. Sin embargo, no parece. Nadie se ha dado cuenta hasta ahora de que no es así. Y ni siquiera me interesa parecer algo que no soy.
El asunto es otro. Soy un ser egoísta, miserable y tendenciero. Soy una mala persona, no lo voy a negar. Pero no soy bueno en ser una mala persona. Mi maldad es completamente ineficaz, entonces parece que soy bueno.
Por eso los demás me admiran, y por eso no tengo respeto por los que me admiran. No se dan cuenta de que lo que parece mi bondad es sólo una maldad que no llega a florecer. Que abajo de lo que logro están mis intenciones, y que esas intenciones son despreciables. Porque no sólo soy malo, también soy un inútil.
Debo decir que esa inutilidad me ha funcionado. La gente me admira, me quiere, confía en mí. Me sirve para el futuro. Algún día voy a lograr mi propósito. Voy a hacerme bueno en ser malo. Y nadie lo va a ver venir.

Sonámbulo de día

Tengo la costumbre de estar despierto a la noche y dormir de día. Pero no me afecta, porque soy sonámbulo. Eso me permite realizar todas las actividades cotidianas mientras duermo. No hay método más eficiente.
Todos los días voy a trabajar dormido. Pero nadie se da cuenta. Y como nadie se da cuenta, me siguen la corriente. No intentan despertarme, que es lo peor que se le puede hacer a un sonámbulo. Asumen que ya estoy despierto, y yo actúo como si lo estuviera.
No es que no hay diferencia. Lo que pasa es que ellos no me conocen despierto. Sólo han visto ese semblante tranquilo, que confunden con una personalidad analítica. Creen que estoy pensando cuando en realidad estoy durmiendo.
Desde que me pasa eso no uso pijama. Me voy a dormir listo para trabajar, y me ocupo de mantener el pelo bien corto, así no voy despeinado. Me viene dando resultado desde hace cinco años. Me permite aprovechar las veinticuatro horas del día. Y al trabajar dormido, le gano al sistema.

Trabas al río

Después de asegurarme de que era una buena idea, decidí ir al río a deshacerme de las trabas que limitan mi escritura. Una de ellas es la inseguridad, la necesidad de saber que algo está bien antes de escribirlo. Otra es el escribir de más. La tercera es la compensación, escribir de menos para que no me agarre el vicio de escribir de más. La cuarta es el exceso de “pero”, “sin embargo” y conjunciones similares. Iba a tirarlas todas al río, así se iban bien lejos.
Cuando llegué, la orilla estaba llena de autores. Todos tiraban sus trabas. El río tenía un gran caudal, que igual podía poco con la cantidad de trabas que iban cayendo. Ellas se movían lentamente, y muchas veces algunas caían encima de otras. Ocurría que determinadas trabas, ante la llegada de las nuevas, desbordaban y volvían a la orilla. Algunas tenían la suerte de volver al autor que las había tirado.
Fui con las mías y busqué un lugar libre en la orilla. Me costó llegar, porque había muchos autores esperando. Pero de a poco me fui haciendo lugar. Finalmente llegué y vi en todo su esplendor el río con las trabas flotantes.
Al verlo, algo me llamó la atención. Algunas características que ciertos autores llamaban trabas, para mí eran ventajas. Estaban ahí, en el río, pudriéndose, disponibles para cualquiera que las quisiera agarrar. Y nadie lo hacía. Tuve entonces la tentación de sumergirme para rescatar algunas, como hacen los artistas plásticos con la basura de la calle.
Estaban los juegos de palabras, las rimas métricas, los diálogos entre muchos personajes, las formas largas. Había gente que se había deshecho de todo eso, con total desparpajo. Era demasiado tentador. Decidí tirarme para poder aprovechar ese potencial.
Los autores que estaban en las orillas me miraron mal. “Eh, qué te tirás, esas trabas no son tuyas”. No les hice caso, pero veía el resentimiento que me tenían los demás. Me di cuenta de que me iban a tratar como alguien poco original, que no desarrolla sus propias técnicas, ni siquiera sus propias trabas. Un cartonero de la literatura. Un juntapuchos.
Pero no me importó. Nadé un rato y recopilé una serie de trabas ajenas para mi colección. Reemplacé las mías. Después salí del río, ante la mirada reprobatoria de mis colegas. Aunque vi que algunos me imitaban. Se acercaban discretamente a la orilla a rescatar lo que pasara cerca.
Puse las trabas en el baúl del auto y me fui. Ahora escribo distinto, con más libertad. Como ésas no son mis trabas, no me generan dudas o problemas. Sólo amplían mi repertorio de herramientas. Funcionan como disfraces. Puedo ponérmelas y sacármelas cuando quiero. Me quedó, de todos modos, la reputación de plagiador. Pero eso va a ser sólo hasta que vean lo que escribo ahora. Ahí se van a dar cuenta de lo que hice. Y si no me quieren leer, peor para ellos. Será otra traba que tarde o temprano terminarán tirando al río.

Vos o yo

No sé si soy vos o si soy yo. En realidad sí, soy yo. Pero no sé si yo soy vos.
¿Cómo averiguarlo? Toda la gente me dice vos, pero eso no es diferencia. A vos también te dirían vos, incluso si fueras yo. Y vos, cuando te referís a vos, decís yo, igual que yo.
Puedo mirar mi documento para ver cuál soy. Ver la foto, mirarme al espejo y descifrar si en los años desde que fue sacada esa foto carnet el que aparece ahí puede haberse convertido en el del espejo. No es fácil, ni concluyente. Puedo perfectamente equivocarme en ese paso. Pero aun si no me equivoco, no significa que yo no sea vos.
Sé que yo era yo. El tema es que ahora me siento vos. ¿Me habré convertido en vos? Es un asunto que va mucho más allá de la identidad. Para afuera sigo siendo yo, pero en el fondo de mí, tengo miedo de ser vos. En realidad tengo miedo de no ser yo, eso sería lo grave, no me molesta tanto la idea de ser vos.
Ésa es la situación. Yo, que tal vez sea vos, siento que soy vos. Se me ocurre que a vos te puede pasar algo similar. ¿Puede ser? ¿Alguna vez te sentiste mí?
No sé cómo se siente ser yo. Es fácil reconocerlo. Tampoco te podría describir cómo es esto que siento, ahora que soy vos. Es como que algo no está del todo en su lugar. Un punto de vista corrido. Hago cosas que yo no haría y vos sí. No sé bien. Antes, sin embargo, tenía otra seguridad. Por ahí vos siempre te sentís así.
Capaz que vos te sentís incompleto. O sobrecompleto, no sé. O encontrás que adentro de vos, en el interior más íntimo, ya no sos el mismo. Eso es lo que me pasa a mí.
¿Cómo reconocerlos? Si realmente vos sos yo y yo soy vos, tendríamos que intercambiarnos. No sé cómo se hace. Lo que sí sé es que sería mucho más complicado si vos no fueras yo, sino un tercero. Eso generar un problema muy grande, que podría involucrar a toda la sociedad.
Imaginate. Yo soy vos. Vos sos él. Él es ella. Ella es ella otra. Y seguimos así hasta, por fin, encontrar a alguien que sea yo. Sólo en ese momento podemos empezar el intercambio. No sólo vos vas a volver a ser vos, sino que todos vamos a volver a ser yo.