Lecciones del maní

El maní siempre implica incertidumbre. Al menos el que viene sin pelar. El maní pelado no tiene gracia. Pierde el encanto de la caza. Ya el trabajo viene hecho, y sólo resta comerlo. Se pierde toda la experiencia enriquecedora del maní a pelar.
La bolsa de maní contiene diferentes formas. No hay dos cartuchos de maní iguales. Es necesario elegir uno y abrirlo para descubrir lo que tiene dentro. La experiencia aporta criterio para saber cuáles son los maníes más prometedores, aunque no hay garantías. Siempre se puede fallar. En general, de todos modos, los maníes con cierto color y tamaño son los que mejor rinden.
Pero con el correr de los minutos, los maníes que casi garantizan calidad se agotan. Resulta necesario aguzar el ojo. Hay que mirar entre lo que queda, y encontrar lo más prometedor. Y siempre se puede rescatar alguno de los que nunca habrían entrado en la primera selección. Ahí se descubre que había mucho de juego de apariencias, porque el maní interior tenía la misma calidad, o mejor, que el que tenía apariencia externa suculenta.
Al seguir avanzando, ya esta segunda selección queda agotada, y es necesario bajar los estándares estéticos. Es el turno de los pequeños, o de los deformes. Se podrá descubrir que su interior es igual de sabroso que el de los anteriores. Ocurre, no obstante, que algunos maníes que por fuera no parecen tener gran cosa cumplen su promesa, y contienen maníes internos chamuscados. No hay más que apuntarse el fracaso, descartar la totalidad del contenido y continuar la búsqueda. El maní requiere hacer esta clase de apuestas, que a veces salen mal. No hay que descorazonarse. Sin riesgos no hay aventura.
La tarea continúa hasta que la bolsa sólo contiene unos pocos maníes de aspecto desabrido, que sin embargo merecen ser abiertos. La proporción de maní interno comestible o no, y de recompensa por el trabajo que toma abrir cada uno, será menos favorable. Pero todavía se puede rescatar maní en condiciones.
Al terminar la bolsa, en el recipiente donde descartamos las cáscaras podremos apreciar el tamaño de nuestro trabajo. Hemos abierto todos esos maníes con nuestras propias manos, y algunos nos dieron más lucha que otros. Pero estamos satisfechos, no sólo porque vemos las cáscaras sino por todo lo que comimos. Finalizar la bolsa nos otorga una lección que nos sirve para toda la vida: no hay que descartar un maní sin haber abierto su cáscara.