Manuelita por adultos

Manuelita era una tortuga que residía en la localidad bonaerense de Pehuajó. Era un reptil de paso audaz, que combinaba decisión con miedo. Ambas características le hacían tomar destinos inesperados.
Un día se enamoró de un tortugo anónimo que pasó cerca de ella. Pero Manuelita no se animó a acercarse. Pensó que su aspecto arrugado le iba a causar rechazo. Ya estaba muy vieja para los juegos amorosos. Sin embargo, continuaba pensando en el tortugo. Decidió que tenía que hacer algo.
La inseguridad sobre su aspecto se extendía a la capacidad de poder mejorarlo en el país. Sabía, no obstante, que en Europa había lugares donde podían, con paciencia, embellecerla. Y entonces partió raudamente hacia Francia.
Atravesó el océano un poquito caminando y otro poquitito a pie, porque era una tortuga de tierra, adaptada a la región pampeana. No sabía nadar como las de agua. Aunque sí conservaba el instinto de orientación, que le permitió ubicar el continente Europeo y más tarde caminar hasta París.
Una vez en la capital francesa, se dirigió hacia una tintorería. Se hizo planchar en francés, en el anverso y en el reverso. También le pusieron botas, y una peluca que se complementaba muy bien con su traje de malaquita. Entonces emprendió el regreso.
El camino era largo. A su velocidad, demoraba muchos años. Sin embargo, Manuelita no se preocupaba. La longevidad de las tortugas le permitía darse esos lujos. Cuando se aburría, se ilusionaba con el tortugo que la esperaba en Pehuajó.
Pero la exposición al agua del mar le jugó una mala pasada. Todo el trabajo que le habían hecho en París resultó en vano, porque el agua la arrugó. Volvía igual que cuando se había ido. Pensó en ir a reclamar, y prefirió quedarse, porque ya estaba demasiado lejos.
Tuvo tiempo de pensar, sin embargo. Y decidió que, después de todo, el tortugo podía quererla así, como era. Y que si no la quería arrugada, a ella no le convenía que la quisiera rejuvenecida.