El artificio

Las fiestas de cumpleaños pueden ser una oportunidad para encontrarse con gente, hacer nuevos amigos, o simplemente pasar un rato agradable en compañía de un grupo de personas a las que se puede conocer mucho o poco. No es otra cosa que una reunión social, con todo lo bueno y malo que eso tiene. Excepto que en los cumpleaños aparece inevitablemente un momento terrible: el de cantar la canción del feliz cumpleaños.

Todos deben cantar la canción, o hacer como que la cantan, sin importar si tienen la voluntad. Se considera que los cumpleaños no están completos si este ritual no se lleva a cabo. En caso de que alguien no quiera cantar y haga movimientos para apartarse un poco, aunque se haya ocupado de estar presente en la fiesta es acusado de que no le importa la persona que cumple años.

Aquellos que no quieren formar parte del ritual, por el tedio causado por la interminable repetición, porque no les gusta sentirse obligados o por la razón que sea, saben que es requerido. Están resignados a formar parte sin protestar. Fingen un entusiasmo que llega a su punto cúlmine cuando el homenajeado apaga las velitas y los presentes inician un fervoroso aplauso.

Mientras cantan, algunos son mejores para fingir entusiasmo que otros. No se sabe cuántos realmente quieren que ese ritual se produzca. Está claro que hay algunos que se entusiasman. Pero es fácil sospechar que son los menos. Es muy posible que la mayoría de las personas no sean amantes de cantar esta canción, pero piensen que abolir el ritual sería más problemático que aguantarlo durante un minuto.

Hay cumpleañeros que no quieren que se les cante esta canción, y muchas veces los demás no lo pueden entender. En muchos casos la canción se canta de prepo, y es el propio homenajeado el que se ve en la situación de tener que fingir entusiasmo por su propio homenaje de cumpleaños, para no quedar como un desagradecido.

Puede ser entonces, que se dé la situación de que gente que no tiene ganas de realizar un ritual obliga a otra gente que tampoco tiene ganas por temor a que la gente sí tenga ganas y se ofenda. Puede que la costumbre haya perdurado de esa manera, y desde hace décadas casi todos participen en el ritual de cantar el feliz cumpleaños sólo por ser amable.

La música de los continentes

Todo el mundo está feliz, muy feliz, y no deja de bailar. Están muy contentos cuando toco. Mi música les da una gran alegría. Me gusta traer alegría a la gente. Lo que no me gusta es tener que hacerlo permanentemente, porque todo el mundo pide pis cuando dejo de tocar.
Entonces, si no quiero generar un problema sin precedentes en las cloacas mundiales, tengo que tocar sin parar. No puedo esperar a que todos tengan que hacer pis a su debido tiempo, porque después vuelven, y nunca son suficientes como para poder hacer una pausa. De esta manera, tengo que tocar todo el tiempo, sin siquiera hacer pausas entre canciones, porque de tanto aplaudir las personas pueden perder el control, y queda toda la platea mojada, un asco.
Pero tarde o temprano voy a tener que parar. Trato de hacerlo más o menos sutil, tocando temas cada vez más despacio, de la manera más aburrida que pueda. Ya no me importa traerles alegría. Me gustaría volver a traérselas, sólo después de descansar un poco, sin traer además problemas a la infraestructura cloacal. Y no puedo.
En algún momento, de todos modos, voy a parar. Está claro. Llegará un punto en el que nada me va a importar, o me voy a morir, o lo que sea, y los pueblos del mundo pedirán pis. Espero que, al menos por un rato, sepan aguantarse. Y así la alegría durará más.

El plagio final

La carrera musical de Albino Cucarach estaba en pleno ascenso cuando fue demandado por plagio. Esto lo sorprendió, porque Albino sabía que no había plagiado a nadie cuando había escrito la canción en cuestión. Pero nada impedía que hubiera hecho una canción igual a otra preexistente que no conociera. Y como la demanda podía dañar su reputación eligió pagarle al demandante una suma de dinero para que la retirara de los tribunales sin hacer ruido.
Luego de sortear ese obstáculo la carrera de Cucarach continuó su ascenso, y cada vez se hacía más famoso, más rico y, él creía, más talentoso.
Pero de repente le llegó otra demanda por plagio. Y pocos días más tarde otra más. Y horas después otra. De repente empezaron a lloverle demandas por plagio, sin que él supiera cómo era posible que las canciones que escribía fueran todas plagiadas. Le pidió entonces a su abogado que negociara con los que lo demandaban, y también que se fijara qué estaba pasando.
Por consejo de su abogado tuvo que pagar grandes sumas de dinero a los que lo demandaban por plagio, debido a que las canciones originales efectivamente se parecían a las suyas. Pero no le alcanzaba su fortuna para pagar todo eso, y debió endeudarse para lograrlo.
Albino no entendía nada de la situación en la que se encontraba, y quería evitar que le siguiera pasando eso. Pensó que tenía que verificar con un experto todas las canciones que escribiera desde ese momento, porque no podía permitirse gastar tanta plata en evitarse juicios. Fue a hablar al sindicato de músicos y pidió que le consiguieran a alguien. Le entregaron una carpeta con varios nombres.
Examinando la carpeta vio que había muchos musicólogos y un ingeniero informático. Y ahí se le ocurrió que se podía desarrollar un software que verificara cualquier canción que se le ingresara con la totalidad de las registradas. Y contactó al ingeniero, quien puso a trabajar a su equipo y en unos meses le tuvo el software y le consiguió los datos que necesitaba.
Grande fue su sorpresa cuando vio que todas las canciones que había estado componiendo en ese tiempo le daban como ya registradas en el software. Y no cabía duda de que la situación era así y no había un error de programación, dado que se notaba que la pieza que él ingresaba y la que el software le reproducía no eran iguales pero eran reconocibles como la misma.
Empezó a pasar el tiempo y no lograba escribir nada que no hubiera sido escrito previamente. Albino se empezó a desilusionar y pensó en convertirse en cantante de covers. Hasta que vio un artículo en una revista de la industria musical que hablaba de la cantidad anormal de demandas por plagio que había habido en los últimos tiempos.
Ahí se le ocurrió algo, y llamó al ingeniero para ver si le podía modificar el software para verificar una corazonada que tenía. El ingeniero le dijo que era posible y algunas semanas después la nueva versión estuvo lista. Albino al usarla demostró que ya no quedaban combinaciones de notas y duraciones de ellas sin registrar. Se había terminado la música nueva.
Albino preparó meticulosamente su demostración e hizo el anuncio al público, que, como era de esperar, se decepcionó con la noticia. A partir de ese momento todo lo que la imaginación de un músico podía aportar eran versiones nuevas e híbridos de canciones previamente separadas, además de letras. Pero no habría más canciones nuevas.
Albino quedó deprimido por este descubrimiento, y por pasar a la Historia como quien había llevado luz a esa cuestión tan triste. Pensó que era muy feo que se hubiera acabado la música antes que el petróleo.
Lo que no esperaba era recibir, meses después, la medalla Fields, llamada “el premio Nobel de la matemática”, por haber hecho ese aporte a la sabiduría humana. Eso le trajo orgullo pero no le sacó la tristeza de lo que implicaba su descubrimiento. Pero, por lo menos, con el dinero del premio pudo cancelar las deudas en las que había incurrido para pagar las demandas por plagio.