Cómo pienso que pienso

Quiero pensar que pienso, y para pensar que pienso, pienso cosas que parecen pensadas. Cuando pienso esas cosas, que no necesariamente están bien pensadas, pienso, y pienso que pienso. Y como pienso que pienso, no necesito pensar nada más. Me conformo con pensar eso, porque no estoy muy seguro de poder pensar todo lo que es necesario pensar.

A veces dejo que los demás piensen por mí, y pienso lo que piensan los demás. Puedo transformar su pensamiento en el mío, y lo puedo procesar, para pensar lo mismo pero de otra manera. De este modo no tengo que elaborar lo que pienso. Lo dejo en manos de profesionales, que saben lo que piensan, y tengo un pensamiento listo para usar, mucho mejor que el que podría pensar yo solo.

Cuando pienso que pienso esas cosas, en el fondo sé que no soy el que las piensa. Sin embargo, en ese momento las estoy pensando. Que no haya sido el primero en pensar algo no significa que no lo pueda pensar. Tal vez no pueda desarrollarlo desde otro pensamiento, y necesite tomarlo de alguna usina existente. Pero todos tomamos pensamientos de los demás. O eso es lo que pienso. En principio no tiene nada de malo.

El problema está cuando viene alguien y trata de que piense algo a partir de lo que le digo que pienso, que es lo que pienso que pienso, y por lo tanto lo que pienso. Me enoja cuando ocurre eso, porque siento que no tengo tanta responsabilidad por lo que pienso. No soy el que desarrolló ese pensamiento. Simplemente lo pienso. Y si alguien quiere discutirlo, es preferible que vaya a la fuente. No conmigo, porque no tengo todos los elementos. Qué sé yo, tal vez tengan razón los que piensan otra cosa. Pero no lo sé. Cuando mi pensamiento entra en conflicto con otro pensamiento, no sé qué pensar. Y pienso que lo mejor es no pensar.

Procesos diferenciados

Ella decía A, hacía B, pensaba C y creía que pensaba D. Él decía C, hacía A, pensaba D y creía que pensaba B. Ambos tenían la idea de que el otro pensaba que lo que había entre ellos era E. Sin embargo, no era tan así. Ella pensaba E, pero él pensaba E’.
De pronto, apareció un tercero que proponía F. A la pareja inicial no se les cruzaba por la cabeza F, pero ella quedó intrigada. A él, en cambio, le vinieron ganas de G. G no podía coexistir con B, y él tuvo que aceptar que no pensaba B realmente. Sin embargo, no pasó a creer que pensaba D, que era lo correcto, sino que empezó a sostener la teoría de que pensaba H.
Ella, en tanto, tenía ganas de F pero no se animaba porque le parecía que I. Hasta que le dejó de parecer, y se largó nomás a F. Él se sintió traicionado, porque todavía creía que a ella le parecía I, y le parecía hipócrita su actitud. Hasta que entendió J y la perdonó.
Él estudió la situación y llegó a tres conclusiones: K, L y M. Cuando se las explicó, ella le retrucó con N, O y P. Él le preguntó si no le parecía más razonable Ñ, y ella se quedó pensando.
Finalmente, partieron la diferencia y quedaron en Q. Pero había un problema: Q se contradecía con A, que era lo que ella decía y lo que él hacía. Y no podían cambiar A por Q porque iba a quedar mal y los iba a hacer parecer unos R. Entonces recurrieron a un S para que los aconsejara. Y les sugirió, como es obvio, T.
Ambos intentaron T, pero les resultó difícil. A duras penas lograban t. Una persona les sugirió una opción alternativa: U. A ellos no les gustaba mucho U, pero supieron adaptarla en algo que los convencía mucho más, V. Eso sí que los entusiasmaba. Tanto les gustaba la idea que la aplicaron exageradamente y la convirtieron en W. Continuaron con su actitud de W durante un buen rato, hasta que se cruzaron con X, y de este modo debieron parar. Entonces ella le propuso a él hacer una Y. Él no estaba dispuesto porque era de noche y estaba muy cansado. Por ese motivo ambos se fueron a Z.