Doma de potros

Ese domingo era la tradicional fiesta de doma de potros. Los gauchos se levantaron temprano y examinaron a los potros que estaban por ser domados. Estaban pastando sin que parecieran estar al tanto de que eran sus últimas horas como salvajes. Los domadores sonrieron satisfechos, sin saber lo que les esperaba.
Es que el cuadro que veían había sido fríamente calculado por los potros. Durante la noche, sabiendo lo que se venía, se habían puesto de acuerdo. Iban a cooperar para no dejarse domar. De este modo, iban a poner a los gauchos en ridículo, pero, lo que es más importante, iban a mantener su libertad.
Así que cuando llegó la hora, el primer potro se encontró con el primer domador. El Homo sapiens se subió a la espalda y fue inmediatamente derribado.
No se alarmó, era parte del procedimiento. Lo que no era parte era el súbito acercamiento de otro potro, que se lo llevó por delante y lo empujó hacia el primero. Pero no hacia la espalda, sino hacia el vientre. De pronto, cuando estuvo suficientemente cerca, el segundo potro galopó hacia la lejanía y el primero se trepó a la espalda del domador.
El gaucho intentó liberarse, pero el potro resistió sus embates y se mantuvo sobre él durante varias horas. El domador trataba de usar todos los recursos que tenía disponibles para sacarse ese caballo de encima, pero el potro estaba muy enfocado en la tarea. Claramente sabía lo que hacia.
Así, después de estar todo el día con el potro encima, el domador se resignó. Aceptó su suerte y dejó de resistir. El potro supo así que su objetivo estaba cumplido: el domador había sido domado. Y aunque el resto de la doma se suspendió, a partir de ese día los caballos tuvieron un hombre a su disposición, para usar cuando quisieran como medio de transporte.