Mosquitos de frío

Algunos mosquitos se escapan del calor. Prefieren volar en los aires fríos, donde hay menos competencia. Más oferta y menos demanda. La sangre tiene siempre la misma temperatura. Y cuando hace frío, las personas están menos inclinadas a protegerse de los mosquitos.
Los mosquitos de frío, entonces, disfrutan de una abundancia que sus hermanos de calor no pueden imaginar. Esto implicaría que, al tener más comida y menos competencia, se deberían reproducir más y dejar más descendientes de frío. Pero no es así, porque además de tener poca competencia tienen pocas oportunidades de encontrar con quién engendrar nuevos mosquitos. Ocurre sólo ocasionalmente, manteniendo así su rareza.
El mosquito de frío es menos desesperado, más calculador. No necesita aprovechar cada oportunidad para alimentarse. Es, por lo tanto, más difícil de cazar. El humano que lo intente se sorprenderá por su destreza. Contribuyen a la dificultad la imprevisibilidad de ver un mosquito en climas fríos, sino también la falta de práctica de matar mosquitos en invierno.
Por el otro lado, la ausencia de competencia hace que sea fácil identificar a un mosquito en particular. El humano ensañado puede tener paciencia y esperar que se pose en algún lugar accesible, para asestar el golpe final, y acabar con una vida de placeres.

Pauls

“I only had myself to ask for a decision, and I agreed with me”.
Paul McCartney, 1970

El problema de ser un talento superior es que los demás no están a la altura. No es un defecto de ellos, simplemente no pueden. Y eso a veces es contraproducente para un músico del calibre de Paul McCartney. Alguien que tiene tan claros los conceptos de composición e interpretación no puede dejarlos librados al azar de las decisiones de los músicos que lo acompañan.
Durante muchos años, la decisión fue dar estrictas instrucciones. Sus temas se tenían que tocar como él quería, porque ya había hecho las pruebas correspondientes, y sabía que eso era lo mejor. Los otros integrantes se resistían. John Lennon no tenía la paciencia como para lograr lo mismo con las canciones propias. George Harrison no tenía ganas de que alguien le dijera cuándo tocar y cuándo no. Sobre todo si era alguien que, en caso de impacientarse, era capaz de agarrar su instrumento y tocarlo él.
Después de la separación de los Beatles, Paul decidió grabar un disco él solo.; Construyó los temas tocando todos los instrumentos en su estudio. Además de la interpretación musical, realizó las tareas correspondientes de grabación e ingeniería de sonido. El disco, titulado McCartney, le dio la confianza como para pensar que podía haber una vida después de los Beatles.
Pero a él le gustaba estar en una banda. Tocar en vivo, volver loco a un público. Y eso no era algo que pudiera hacer solo. Necesitaba gente que lo acompañara. Músicos externos, contratados para que aceptaran de entrada que había que tocar lo que Paul quería.
La solución funcionó bastante bien. Wings tuvo, sin embargo, varias formaciones distintas, a causa de los integrantes que repetidas veces se iban de la banda. Pero alcanzó a tener éxito masivo, que convirtió a McCartney en el músico más rico de la historia.
Se podía permitir, entonces, financiar un objetivo superador: su clonación. Un desarrollo rápido de copias de sí mismo, que compartieran las características físicas y también la memoria. Que fueran indistinguibles del Paul primigenio.
El proyecto avanzó sorprendentemente rápido. Los científicos trabajaron duro ante la presión de Paul de que terminaran de una vez. El resultado fue la creación, en 1981, de unos cuarenta Pauls.
Cuando se los presentaron, el Paul original no lo podía creer. Ahí estaba lo que siempre había soñado: una banda completa compuesta sólo por él mismo. De inmediato los Pauls empezaron los ensayos. Fueron muy exitosos porque se entendieron de inmediato. Y además, ninguno podía creer que estaba tocando en una banda con Paul McCartney.
De inmediato anunciaron una gira mundial. En realidad fueron varias giras simultáneas. Ocho grupos de cinco Pauls se lanzaron a hacer distintos circuitos alrededor del mundo. Llenaron estadios de todos los tamaños. En el espectáculo de tres horas de duración los distintos Pauls se alternaban en los instrumentos. También hacían las voces secundarias. Y todos tenían un notable manejo del público. Hacían sentir especiales a las audiencias que los estaban viendo, incluso cuando McCartney hacía varios recitales en distintas partes del planeta el mismo día.
La abundancia de Pauls hacía risible al rumor de que había muerto en 1966 y sido reemplazado por un doble, aunque al mismo tiempo lo hacía menos sorprendente. No interesaba, de todos modos, cuál era el original. Todos eran Paul por igual. Lo importante era que uno podía ver un recital donde tocaban cinco Beatles, y eso hacía muchos años que no era posible.
Pero gradualmente las giras fueron perdiendo fuerza. No porque el público dejara de ir. Los Pauls empezaron a preguntarse cuál era el sentido de seguir haciendo lo mismo. McCartney nunca fue alguien a quien le gustara repetirse, y ése es uno de los secretos de su éxito. Cuando se aburrió de las giras, entonces, decidió suspenderlas por un tiempo. Y se concentró en profundizar sus conocimientos en distintos aspectos de la música.
Quedaron, sin embargo, decenas de Pauls redundantes. Ya no eran necesarios, entonces todos se independizaron, y cada uno se interesó por actividades distintas. Uno se dedicó a la música clásica. Otro aprendió a tocar el ukelele. Otro hizo música ambient. Otro tomó las riendas del imperio comercial. Uno produjo discos para otros artistas. Otro escribió poemas. A uno le agarró por pintar cuadros. A otro por hacer radio. Un solo Paul ya era un artista completo. A cuarenta Pauls nadie les puede ganar, ni siquiera alguien también multiplicado por cuarenta, porque Mozart se había muerto antes de poder ser clonado.
Algunos decidieron grabar juntos, varios discos que salieron muy rápido porque casi no tenían que ensayar. Contaban con gran cantidad de material. Paul siempre fue un compositor muy prolífico. Algunos de los Pauls decidieron colaborar, aunque la canciones McCartney-McCartney no resultaron más memorables que las escritas por McCartney solo.
Mientras tanto, como no hacían giras, tenían mucho más tiempo libre y se fueron mezclando con la sociedad. Los distintos Pauls se encontraron con diferentes personas y se fueron haciendo amistades. Ganaron lugar en círculos sociales muy disímiles, gracias a la facilidad de Paul para la diplomacia.
Con el tiempo, algunos de los Pauls, inevitablemente, empezaron a tener desacuerdos entre sí. Hoy es muy difícil juntar a todos en una sola habitación. Además de que hay Pauls que no se pueden ver, en general todos tienen agendas muy ocupadas. A los setenta años todavía se mueven como si tuvieran treinta.  Cada tanto a alguno le da por hacer alguna gira. Ya no se acompañan entre sí, pero se pusieron de acuerdo en tener una banda muy bien entrenada que está lista para viajar con cualquiera de los Pauls.
Los Pauls se preocupan por mostrar que son siempre el mismo en un recital, por eso nunca dejan el escenario. Sólo lo hacen al final, cubiertos por estruendosos aplausos de públicos que en ese momento se preguntan si será la última vez en su vida que ven a un Paul.

El refugio del mosquito

El mosquito era vivo. Sabía conseguir lo que quería. Quería, sobre todo, seguir estando vivo. Sabía que ésa era la única forma de lograr su otro objetivo: comer sangre ajena, que a su vez le permitiría seguir vivo.
Pero las personas no quieren dar su sangre, ni siquiera una porción minúscula, salvo a alguna causa que les guste y las haga sentir bien. Por eso suelen resistir los intentos de que se la extraigan a la fuerza. El mosquito sabía que sus intentos de alimentarse iban a ser recibidos con hostilidad. Debía desarrollar una estrategia para mejorar sus posibilidades de evitar un aplastamiento definitivo.
Decidió que lo mejor era actuar en las sombras. Era muy popular entre los mosquitos aparecer por la noche, porque la ausencia de luz disimula su presencia y facilita el escape furtivo. Pero ya no era suficiente con esperar hasta la noche, porque el hombre había inventado la noche iluminada. Eso no le servía al mosquito.
Se dedicó a observar el comportamiento de la gente ante otros mosquitos. Y vio que muchos usaban las manos para aplastarlos. Incluso, eran capaces de darse un buen golpe a sí mismos con el objetivo de detener a los mosquitos. Los cuerpos eran descartados posteriormente, aunque por unos instantes quedaba como una mancha en el lugar del impacto. A veces eran acompañados también por su carga de sangre, que manchaba de rojo a la persona que lograba acabar con una jornada exitosa.
Entonces le pareció que era necesario concentrarse en las áreas de los cuerpos donde las manos no estaban tan al alcance. Los tobillos eran candidatos apropiados, porque aunque no tuvieran mucha carne sí contenían cantidades adecuadas de sangre. También las espaldas ofrecían una buena oportunidad, aunque el mosquito que acudiera a una espalda descubierta podía quedar a merced de una segunda persona solidaria. En cualquier caso, había que tener cuidado.
Pero no sólo las personas mataban a los mosquitos que las amenazaban directamente. El mosquito se dio cuenta de que sabían comprender las acciones de los mosquitos, incluso cuando no las estaban realizando. Pero vio que el cuerpo del mosquito no era tan fácil de remover completamente de las paredes.
Lo que el mosquito también vio era que no todos los sectores de las paredes eran iguales. Había algunas partes con más colores y diferente textura. Estaban bien delimitadas por unos marcos rectangulares. La gente solía pararse frente a esas partes y mirarlas. Y cuando se posaban mosquitos, no los trataban de aplastar, tal vez por miedo a arruinarlas con los restos. Claramente, reflexionó el mosquito, esos marcos delimitaban algo de valor estético y visual.
Supo entonces que ése era su lugar. Si se mantenía parado ahí, nadie lo aplastaría. Podría dedicarse con tranquilidad a planear sus excursiones meticulosamente, para que nadie se diera cuenta de que lo estaba picando.