El golpe

Liberarse de los mosquitos no es necesariamente una tarea placentera. Muchas veces implica violencia y dolor.
Si pudiéramos elegir, los métodos serían pacíficos. No queremos la violencia. Pero las oportunidades no se dan como queremos, sino como se dan. Hay que aprovecharlas antes de que se esfumen.
Estamos condenados a actuar cuando vemos a un mosquito posado en alguna superficie. Si es, por ejemplo, una pared, corremos el riesgo de que el cuerpo del mosquito quede impreso sobre la pintura, tal vez junto a la sangre de sus últimas víctimas.
Eso no sería especialmente grave. Las paredes pueden limpiarse. El problema es cuando el mosquito se posa sobre una persona. Ahí, es necesario golpear a esa persona. Es, seguro, alguien cercano. Puede ser uno mismo, o un ser querido. El mosquito lo usa como escudo, y nos plantea el dilema de si vale la pena hacer ese sacrificio.
Lo peor es que no nos da advertencia. El mosquito se posa y tenemos que pegar el golpe. Si es a nosotros mismos, lo sabemos. Pero en cualquier momento podemos golpear a un ser querido o ser golpeado por uno de ellos.
Sabemos que es por el bien de todos. Pero igual duele pagar ese precio.

Violencia religiosa

Hace muchos años Europa fue sacudida por una ola de violencia religiosa que desde entonces no se repitió.
Hordas de gente sin respeto por las creencias de los demás rezaban a los gritos y en cualquier circunstancia. Rezaban en los cines, en los hospitales, en los porteros eléctricos, al oído de cualquiera que pasara cerca y en las canchas de fútbol. También rezaban en los templos, a veces durante los oficios y sin esperar los momentos oportunos.
Otros bendecían agua a la fuerza. Llegó un momento en el que todos los lagos, ríos y mares estaban compuestos de agua bendita. La nieve y los glaciares no escapaban a esta bendición. Tampoco lo hacían las nubes y el 80% del cuerpo humano.
Esto permitía que la población entera del mundo estuviera bautizada. Incluso todos estaban bautizados en distintas maneras de entender la fe cristiana, dado que había varias ramas entre los perpetradores de este movimiento violento, cada uno de los cuales hacía fuerza para su lado.
Otra gente realizaba vía crucis en cualquier lugar y a cualquier hora. Los transeúntes, los autos y las formaciones del subterráneo que vieran interrumpida su trayectoria por estas manifestaciones debían esperar a su finalización para continuar.
Había que cuidarse de una banda de exorcizadores que practicaban largos y meticulosos exorcismos a todo el que se les cruzara.
También había pequeños grupos que seguían, cada uno, a un líder que decía tener contacto con Dios o haber hecho alguna interpretación de las sagradas escrituras, lo cual le permitía predecir algún evento que los seguidores se encargaban de hacer ocurrir para evitar que las escrituras estuvieran erradas.
Pronto hubo grupos no cristianos que se unieron al movimiento de violencia religiosa. Los hinduistas irrumpían en los mataderos y liberaban a las vacas. Gracias a esto Europa se vio invadida por vacas que corrían libres por las praderas, los bosques y las ciudades, sin dejarse comer.
Vándalos judíos saboteaban los sistemas de distribución de electricidad cada sábado para que todos pudieran observar el cuarto mandamiento.
Los estados laicos comenzaron a tomar medidas y encarcelar a quienes pudieran agarrar, pero pronto dejó de haber espacio en las cárceles para encerrar a tantos fanáticos. Eran muchos.
Se resolvió entonces apelar a la indiferencia, no prestarles atención y dejarlos actuar. El resto de la gente seguiría con su vida.
El plan resultó. Los violentos se aburrieron y la costumbre pasó de moda. Después de un tiempo casi todos volvieron a sus antiguas costumbres. Sólo quedaron algunos grupos aislados de vándalos que cada tanto realiza algún acto de nostalgia.