Tita y Rhodesia

—Cómo extraño el envase anterior.
—Yo no tanto, la verdad.
—¿No? ¿No te sentías más fresca antes? Ahora con todo ese sellado no entra una partícula de aire.
—Sí, era más fresco antes. Pero ahora no tengo tantos problemas con la apertura.
—¿Qué problemas había con la apertura?
—Vos no tenías ninguno. Vos te abrías elegante, como un cajoncito. Pero yo nunca lo conseguí. Mi envase tenía un defecto: la etiqueta interior estaba pegada a la exterior, entonces cuando se abrían se formaba una especie de continuidad de papel. No sabés cuántas veces me caí gracias a eso.
—Sí, a veces me pasaba. Pero la culpa no era del envase, era del que lo abría.
—No, era el envase. A mí me pasaba siempre.
—Tal vez debas considerar que los que abrían tu envase eran poco sofisticados, capaz que no sabían abrirlos.
—¿Qué querés decir? ¿Que mis consumidores no son respetables?
—No, para nada. Pero por ahí son más chicos. Más ingenuos. En cambio los míos son más exigentes. Por eso me eligen a mí. Por mi textura, mis sutilezas. Mi toque de limón poco exagerado.
—Dejá de joder, son preferencias de cada uno.
—Pero no vas a negar que no somos lo mismo.
—¿Y quién te dijo que vos sos mejor? Claro que no somos lo mismo. Yo no soy una versión chica de vos. Ni lo quiero ser.
—Sin embargo, nos tratan como si lo fueras.
—Ésos son tus consumidores, los que vos creés que son tan sofisticados. Los míos, en cambio, saben lo que quieren. Aparte son más leales. No en vano yo tengo un alfajor y vos no.
—Estás equivocada. La razón por la que vos tenés alfajor es precisamente tu naturaleza inferior. Yo no necesito un alfajor, porque estoy a su altura. La gente dice “¿qué quiero, una Rhodesia o un alfajor?” En cambio, son pocos los que elegirían una golosina de tu tamaño. Por eso tuvieron que convertirte en otra cosa, en algo que no eras.
—Tal vez es porque el alfajor tuyo se descascararía todo, como te pasa a vos siempre.
—Ser indestructible no es una característica deseable. Mirá los caramelos ácidos. No se terminan nunca.
—Una cosa es ser indestructible y otra mantener la forma durante la experiencia. Vos ni siquiera lográs eso. Te desintegrás sola. Incluso a veces aparecés toda descascarada desde el principio. Eso es mala calidad.
—No, eso era antes. Pero ahora cambié. Ya no me pasa tanto tanto.
—¿Sabés por qué? Por el nuevo envase del que te quejás. Conserva mejor tu frescura, ¿no te das cuenta?
—Es que a nadie le interesaba conservar mi frescura, ni la tuya. No somos un vino, como para guardar durante años. Somos de consumición instantánea, con que duremos un par de semanas estamos hechas.
—Sin embargo, ese envase es el mismo que tienen los alfajores, los que vos decís que están en tu nivel.
—Fijate la sutileza: los alfajores buenos tienen envase de papel doblado, como teníamos antes nosotras. Ellos saben hacer las cosas. Es como los dulces de leche buenos, que vienen en ese pote de cartón que les da un sabor distinto.
—¿Qué te hacés la importante? No sos alfajor Havanna, sos Rhodesia. Te venden en todos los quioscos, como si fueras un chicle cualquiera. O peor, un cigarrillo.
—Vos también.
—Sí, pero yo no me la doy de superior. Yo soy Tita y me la banco.
—Bancátela nomás. ¿A mí qué me importa? Yo no quiero ser como vos. Yo me codeo con otra gente. Gente que sabe abrir un envase, por ejemplo.
—Ah, pero ahora tenemos el mismo envase. Ya no está el problema de la apertura.
—Exacto. Tuvimos que adaptarnos las dos a los salames que no sabían abrirte. Siempre nos hacen los cambios a las dos juntas. No sé por qué nos tratan como si fuéramos lo mismo.
—Es que no vas a negar que somos parecidas.
—No, pero parecido no es lo mismo.
—Claro. Pero fijate que no tenemos competencia. Ni Arcor ni Nestlé tienen un equivalente nuestro. Si querés comer algo de chocolate que no sea un alfajor, en las otras marcas lo más que podés hacer es ir a un Milka. O al Tofi. Y eso ya es un compromiso mayor.
—¿Adónde querés llegar?
—Digo que tenemos que ser distintas porque nosotros somos nuestra competencia. Pero no hace falta que nos separemos, porque somos hermanas. Somos como dos caras de la misma moneda.
—Es cierto. Está bien que apuntemos a un público distinto. ¿Por qué no aceptás, entonces, que tus consumidores tienen otra sofisticación?
—Es posible que yo sea más popular entre los chicos, sí.
—¿Sabés por qué? Porque sos más barata, y los padres te compran para ellos.
—Puede ser. Ser barata tiene sus ventajas.
—Exacto. Pocos te compran para comerte ellos. Si quieren comer, me compran a mí. Si quieren regalarla a sus hijos, te compran a vos. Y si quieren regalar a un par, me compran a mí de nuevo, porque saben que regalar Tita es de miserable.
—Bueno, pará un poco, que mucha gente me prefiere.
—Sí. Y hasta hay algunos valientes que lo admiten. Pero todos saben cuál es el producto superior.
—Basta, que tampoco sos tan superior. Mirá que no sos Ferrero Rocher. No sos más que la Rhodesia.
—No me insultes. Yo seré popular, pero soy mucho mejor que ese bocadito snob.
—Sí, pero esa postura le da resultados. Muchos se la dan de sofisticados porque en vez de comerte a vos comen esa porquería.
—Cierto. Forros. Si por lo menos eligieran el Marroc no me molestaría. Comerían un producto digno y respetable, que no en vano viene en envase de papel doblado.
—Sí, son unos forros. Pero ojo, tené cuidado que tu actitud conmigo es similar. Que no te vaya a pasar lo mismo.
—Tenés razón. ¿Me perdonás?
—OK, pero tené cuidado. Nunca reniegues de quién sos.