Una historia real de tropiezo, caída, perseverancia y triunfo final

Acababa de salir de una charla de educación vial en la que el orador había puesto especial énfasis en que uno debe prestar atención. Eran las ocho de la noche y, como el tiempo estaba agradable, decidí caminar hasta una estación de subte que no quedaba tan cerca en lugar de tomarme el colectivo a pocas cuadras del lugar. Así que caminé por la avenida Córdoba mientras escuchaba música con el reproductor de MP3.
Ese día me había tropezado más de lo habitual, que ya es bastante. Como tenía en la cabeza el tema de la charla, pensé que era más probable que tuviera un accidente por mi manera de caminar que por manejar un auto. No camino muy bien. Podría atribuirlo a las veredas rotas, pero me parece que no presto toda la atención posible a dónde piso en cada paso. Por eso me tropiezo seguido, sin embargo es raro que me caiga. Con el tiempo desarrollé técnicas para mantenerme de pie en caso de tropiezos, y en general no tengo problemas.
Pero al llegar a Córdoba y Paso fue diferente. Mientras cruzaba Paso se terminó el tema que estaba escuchando, y no tenía ganas de escuchar el que empezó. Entonces saqué el MP3 y empecé a pasar temas. Pasé varios, con la idea de encontrar alguno que fuera adecuado para mi estado de ánimo de ese momento. Lo que no vi es que mientras hacía eso la senda peatonal se terminaba y me iba a topar con el cordón de la vereda. Era menester dar un paso hacia arriba. Es una acción fácil que hice millones de veces en mi vida, pero debía saber que lo tenía que hacer.
La cuestión es que me tropecé con el cordón. Comencé a trastabillar mientras daba pasos para evitar caerme. Pero noté que me caía. Atiné a poner las manos hacia adelante para no golpearme demasiado contra el suelo, pero me dí cuenta de que no estaba perdido. Tomé la decisión de no caerme. Entonces aceleré el paso mientras balanceaba mi torso para buscar un punto de equilibrio.
Me costó encontrarlo, y durante unos metros pareció que el esfuerzo era inútil. Sin embargo, iba ganando un poco de estabilidad que me estimulaba para continuar el esfuerzo. Así lo hice hasta que pude enderezarme. Cuando llegó ese momento, supe que ya no me iba a caer como resultado de ese tropiezo. Y ni siquiera tuve que detenerme. Pude seguir caminando sin sobresaltos y disfrutar de la agradable noche.