Vida de Tubby

Yo era un Tubby que andaba solo en una ciudad soleada. Me mantenía a la sombra, porque el sol puede derretirme. Y además, porque sabía que las Tubby también andan siempre a la sombra. Y no me da vergüenza decir que estaba buscando una Tubby que me quisiera acompañar, para no sentirnos solos.
Pero no se veían muchas Tubby por ahí. La ciudad parecía vacía. Deambulaba melancólico por las calles de colores, mirando siempre el suelo.
Estaba a la sombra y quería salir al sol, pero sabía que no podía. Si me arriesgaba me iba a pasar como a Ícaro. El caramelo que une mis maníes se iba a derretir, y me iba a convertir en una mancha marrón, lista para ser pisada por todos los que pasaran por ahí, sin siquiera darse cuenta. Estaba condenado a una vida oscura, mientras veía el brillo cercano e inaccesible.
No me gustaba la vida de Tubby. A veces me tentaba de tirarme al sol, así mis componentes volvían a la tierra y, en una de ésas, después se recomponían en algo más agradable. Todo cambió el día que encontré a una Tubby, y quiso que la acompañara.
Ella era adorable, con un baño de chocolate que la cubría toda, y la volvía más vulnerable al sol que yo. Pero no se desanimaba por eso. Ella amaba la vida, y quería mostrármela. Empezamos a recorrer la ciudad. Aprendí a verla como ella. La sombra era un lugar de oportunidades. La mitad del mundo siempre estaba a la sombra. Era cuestión de salir de noche, para descubrir todo lo que de día estaba demasiado expuesto.
Cuando me animé a aventurarme a la noche, me encontré con que la ciudad estaba llena de Tubbys, que durante el día se mantenían protegidos de la luz. Descubrí también que había muchos Tubbys que ella podría haber elegido. Los veía iguales a mí. Pero ella no. Yo era especial. Para ella yo no era un Tubby cualquiera. Entonces me enseñó a verme como me veía ella. Ya no me sentí un Tubby más, un número al azar entre la multitud de Tubbys.
Me sentí afortunado de haber encontrado a mi Tubby. Queríamos estar juntos, sin compartirnos con nadie más que nosotros. Ella ya estaba un poco cansada de todos los Tubbys iguales que poblaban la noche. Por eso se había aventurado hacia el día, y por eso nos encontramos. El mundo era muy grande. Queríamos explorarlo. Buscábamos un lugar para nosotros solos. Para estar siempre juntos.
Si queríamos ver el mundo necesitábamos un medio de transporte. ¿Cómo conseguirlo? Se nos ocurrió un plan. Nos trepamos a una máquina expendedora. Nos mantuvimos juntos, y esperamos. Se acercaban personas y las íbamos evaluando, a ver cuál era la adecuada. Elegimos a un señor con sobretodo. Cuando activó la máquina, trepamos la tela y nos subimos a su bolsillo, sin que se diera cuenta.
Ese hombre nos llevó afuera. El bolsillo nos protegía. Descubrimos que podíamos andar en el sol, porque el bolsillo nos daba la sombra que necesitábamos. Cuando nos aburríamos, saltábamos al bolsilo de otra persona, que nos llevaba a otros lugares. Y desde entonces vamos unidos a los bolsillos de una ciudad soleada.