El partido de las tribunas

Cuando los jugadores salieron a la cancha, las tribunas explotaban. El colorido de las banderas, las personas y la pirotecnia era imponente.
Empezó el partido. Desde ambas tribunas emanaban cantos de todo tipo. Del mismo modo que los jugadores se disputaban la pelota, las tribunas de ambos equipos se disputaban el protagonismo del entorno. Se generó una competencia de consignas cada vez más intensa.
Como era un partido importante, los jugadores se cuidaban de recibir goles. Ambos equipos estaban decididos a no perder, y si para lograrlo era necesario no ganar, sería así. En cambio, de las tribunas bajaban gritos que contradecían esa resignación. “Esta noche tenemos que ganar” era una consigna frecuente.
A pesar de que el partido no ofrecía muchos estímulos, el público consideraba que era su deber estimular a los jugadores y no al revés. Por lo tanto, se redoblaron los esfuerzos para encender el fuego sagrado de los deportistas.
Miles y miles de personas agitaban los brazos al unísono, hacían olas, cantaban cada vez más fuerte y saltaban para hacer temblar el estadio. El espectáculo era tan intenso que los jugadores de ambos equipos comenzaron a prestar más atención al entorno que al partido, que no ofrecía grandes atractivos.
Cuando a un jugador le llegaba la pelota, se la sacaba de encima lo más rápido posible para continuar mirando el gran espectáculo que se daba en las tribunas. Así, ambos equipos se repartían la posesión del balón y el juego resultó de baja calidad. Pero, como se ha dicho, al público no le importaba.
Hasta que en un momento, casi por casualidad, una pelota quedó cerca del área de uno de los dos equipos, y un jugador del contrario, ya que estaba, pateó al arco. Como el arquero estaba mirando a la tribuna, esa pelota se convirtió en gol.
El espectáculo de la tribuna cambió. Se volvió mucho más intenso en la parcialidad del equipo que estaba ganando, que había sido estimulada por la ventaja. En cambio, la otra hinchada acusó el resultado en contra y resolvió hacer lo que podía: alentar cada vez más. De esta manera el gol hizo que el espectáculo que los jugadores estaban mirando se volviera aún más atractivo.
Al darse cuenta de este hecho, los jugadores de ambos equipos se dividieron. Algunos querían seguir mirando las tribunas, otros preferían buscar más goles para hacer que el espectáculo fuera aún más vistoso. Entonces los del grupo que quería jugar empezaron a sentirse saboteados por los otros.
Hasta que el director técnico de uno de los equipos se avivó. Miró a los jugadores que lo acompañaban en el banco de suplentes y detectó cuáles estaban concentrados en el partido y cuáles miraban las tribunas. Eligió tres de los primeros y los mandó a la cancha, reemplazando a tres del grupo de los espectadores.
De esta manera el equipo, al tener más jugadores concentrados, consiguió una ventaja sobre el otro y logró ganar el partido. Al finalizar, los protagonistas coincidían en sus declaraciones: “este triunfo se lo debemos a la gente”.

Palabras de animales

Un rinoceronte se acercó a un pato y le dijo: “pío, pío”. El pato lo miró extrañado. El rinoceronte, entonces, repitió lo dicho: “pío, pío”, ahora con una mirada de esperanza. El pato decidió alejarse del rinoceronte, pero antes de que pudiera irse muy lejos se le acercó un pavo real. “Cuac cuac”, dijo el pavo real. El pato pensó que algo debía estar sucediendo. Entonces se acercó al pavo real y le dijo “no, eso es lo que digo yo”.
Un gusano que pasaba por ahí decidió meterse en la conversación y le dijo al pato “no parece que sea lo que decís vos, si estás hablando”. “Vos también estás hablando”, respondió el pato. “Pero yo hablo sólo para marcar tu contradicción” fue la respuesta del gusano.
En ese momento intervino el rinoceronte. “Pío, pío”, dijo. “Cortala con eso”, dijo el pato, “¿no podés decir otra cosa?”. El rinoceronte, herido en su orgullo, se retiró compungido. El pavo real se apiadó de él y lo siguió. Para consolarlo, se acercó a su oído y le dijo “cuac cuac”.
El pato, al ver que ambos se iban, abandonó al gusano y se fue con los otros patos. “Cuac cuac”, le dijo a uno de ellos. El otro le respondió con entusiasmo “cuac cuac”, y ambos salieron juntos a sobrevolar el lugar.
Luego de ver toda esta situación, un perro que estaba cerca de allí murmuró “guaaau”.

Dinosaurios argentinos

Los mejores dinosaurios del mundo, los argentinos, disfrutaban de todos los recursos naturales del territorio de nuestro país. Una vez que migraron hacia estas tierras se quedaron, en parte por la separación de América del Sur y África, pero especialmente por las condiciones naturales únicas del país.
Los dinosaurios argentinos florecieron en una tierra muy propicia para su desarrollo. Los herbívoros tenían grandes cantidades de comida, porque se trata de una tierra en la que al tirar una semilla crece cualquier planta. Al haber muchas plantas para comer, los herbívoros prosperaban y se multiplicaban por todo el territorio. Lo cual lo hacía un lugar propicio para los carnívoros, que de esa manera también tenían mucha comida.
De todo el mundo vinieron especies de dinosaurios para establecerse en Argentina, y encontraron aquí su lugar en el mundo. Cada una de las especies pudo vivir en el territorio argentino, debido a que tiene todos los climas y eso lo hace propicio para cualquier clase de ecosistema.
Muchas especies se establecieron en el Valle de la Luna, en San Juan, donde las condiciones eran especialmente aptas para su vida y para la posterior preservación de sus restos. Y, de paso, estaban cerca del Aconcagua, que es el pico más alto de América y se encuentra en territorio argentino. En esa época era el más alto del mundo, al no existir los Himalayas, que surgieron después, con el advenimiento del desarrollo de Asia.
Algunos dinosaurios prosperaban mejor que otros, y es debido a que aún en el país no se habían establecido reglas que facilitaran la igualdad de las especies. Se vivía algo parecido a la ley de la selva, pero con las particularidades que siempre tuvo el territorio argentino a ese respecto. Estas características hicieron, entre otras cosas, que Argentina generara los dinosaurios más grandes del mundo.
Los dinosaurios argentinos sobrevivían, sin exigir nada del resto del mundo. Pero terminaron desapareciendo al igual que los dinosaurios del resto del mundo. Esto se produjo al caer un meteorito en México, cuyos efectos se sintieron en todo el planeta. No sería la última vez que la Argentina se vería afectada por crisis internacionales en cuyo origen no tuvo nada que ver.

Verdades acerca de usted

Usted sabe leer. En este momento usted está leyendo, y lo que está leyendo es la palabra esto. Usted acaba de hacer una pausa en su lectura, indicada por la puntuación.
Usted se está preguntando a dónde quiero llegar con esto. Pero continúa leyendo, evidentemente no se decepcionó todavía con estas verdades que le estoy disiendo. Usted acaba de notar que “diciendo” está escrito con ese. Lo hice a propósito, sólo para darle la satisfacción de haberlo notado y mostrarle mi imperfección y vulnerabilidad. Tal vez usted esté buscando otros errores ortográficos a ver si puse más, y puede que encuentre. En ese caso, lo felicito.
En los últimos segundos usted no estaba pensando en las Islas Canarias. Pero ahora sí. Ése es mi poder, dirigir su pensamiento hacia donde quiero. Ahora usted va a pensar en: una manzana, un avión, una pelota número 5, Cristóbal Colón, un ala delta, un terrón de azúcar, cualquier objeto fálico y el color amarillo. ¿Vio? Usted pensó en todas esas cosas, y por lo tanto tengo control sobre su pensamiento.
Usted no se preocupa porque esto es un juego inofensivo, y está tranquilo al saber que el dueño de lo que usted realmente piensa, sobre todo acerca de asuntos relevantes, no es otro que usted. Usted opina que la libertad, la democracia y los derechos humanos son cosas buenas. Me atrevería a apostar que usted cree que las Malvinas son argentinas. A usted le parece que su educación podría haber sido mejor. Usted a veces se arrepiente luego de realizar alguna actividad. Usted está compuesto mayormente de agua. Usted inhala oxígeno y exhala dióxido de carbono. Lo mismo hacían sus ancestros.
Usted ya hace varios párrafos que agarró la idea. Sin embargo, sigue leyendo. Eso quiere decir que le interesa cómo va a seguir. Le interesa particularmente cómo va a terminar. Y seguramente me quiere agarrar en alguna inexactitud. No lo conseguirá, soy muy cauto para estas cosas. Por eso, lo que más me conviene es terminar rápido. Así que va la última verdad: al acabar esta oración, usted llegará al final.

Duros de pasar

Dos amigos se habían citado a tomar el té en un conocido bar londinense. Ambos eran en extremo educados, y no tenían intención de llegar tarde. Por eso decidieron estar en el lugar exactamente cinco minutos antes de la hora acordada. La determinación de los dos hizo que se encontraran en la puerta.
Se saludaron con un firme apretón de manos. Hablaron sobre el clima de ese día. Luego ambos se invitaron a pasar. Como los dos eran muy amables, cada uno quiso que el otro entrara primero. Lo indicaron extendiendo el brazo hacia la puerta. Uno de ellos extendió el brazo derecho, el otro el izquierdo.
Ninguno de los dos quería cometer lo que veía como falta de tacto, aceptar la invitación del otro. Entonces ambos insistieron en que fuera el otro el que aceptara la suya y pasara antes. Pero por el mismo motivo no llegaron a un acuerdo.
Se quedaron parados frente a la puerta esperando que el otro hiciera algún sutil movimiento de claudicación para poder proceder a tomar el té. Los parroquianos que iban llegando pasaban entre los dos y entraban.
Comenzaron a transcurrir las horas. Los dos amigos seguían firmes en la puerta del bar, determinados a no entrar primero. El dueño del lugar se ofreció a resolver la diferencia mediante el azar, pero ambos se negaron. Opinaban que entrar antes que su compañero de té era una descortesía.
Pasaron los días, luego los meses y los años, y los hombres seguían inmutables en su invitación mutua. Ya los habitués del lugar los consideraban parte del paisaje.
El tiempo transcurrido sin entrar y sin moverse fue desgastando la vida de los dos amigos, que de todos modos no abandonaban la amabilidad para con el otro. A medida que avanzaban los días iban perdiendo materia orgánica, y el hollín de las calles londinenses los iba cubriendo sin que ninguno atinara a nada.
Ninguno de los dos hombres se movió nunca. Décadas después de aquel día en el que se citaron a tomar té, aún siguen en la puerta. Nadie recuerda quiénes eran. Todos los que los conocían han muerto. Los actuales habitués del bar, sin otra información que lo que ven, los consideran dos estatuas que ornamentan la entrada.

Mi planeta es la Tierra

Divisé a lo lejos un bar. Tal vez allí me podían informar en qué galaxia me encontraba. Estacioné mi cápsula y me metí.
Me costó encontrar alguien que hablara alguno de los idiomas en los que puedo comunicarme. Eso me dio la pauta de que estaba lejos. Hasta que un extraño ser reconoció una de las lenguas que había intentado usar. Se me acercó y me habló en español. Me dijo que estábamos en la Vía Láctea. Le pregunté de dónde era, y me dijo “de la Tierra”.
Tal afirmación me sorprendió. No conocía ninguna especie terrestre de esas características. El ser en cuestión era humanoide, sí, pero no humano. Tenía una cantidad de arrugas irregulares en la frente, debajo de las cuales había dos fosas nasales que se introducían hacia abajo en lo que podríamos llamar cabeza. No se le notaba ningún ojo, aunque estaba claro que de alguna manera me había visto.
Pensé que tal vez él provenía de alguna especie muy antigua que había logrado salir al espacio y luego había evolucionado hasta lo que era él (o tal vez ella). Pero me extrañaba enterarme de que la galaxia donde no podía ubicarme era la Vía Láctea. Yo provenía de allí, y creía conocerla bien. A menos que hubieran implementado un plan de reformas estructurales desde mi partida, ésa no era la galaxia que yo solía llamar mi hogar.
Entonces le pedí al amable ser si me podía indicar cómo llegar a la Tierra. “Cómo no”, me dijo con la amabilidad que lo caracterizaba, y me dibujó sobre una servilleta un plano tridimensional de los alrededores. En el esquema, la Tierra aparecía como el séptimo planeta desde el Sol, y otra vez me extrañe. ¿Se habían agregado cuatro sin que yo me enterara? Empecé a sospechar algo extraño, entonces le pregunté de qué parte de la Tierra era él (en realidad cuando se lo dije usé el pronombre “usted”, así que no tuve que lidiar con su sexo en ese momento). Cuando respondió “de Tierra capital” pude darme cuenta de que no proveníamos del mismo planeta.
Le describí entonces el mío. Yo buscaba el planeta “Tierra” que era el tercero en orden saliente de su sistema solar, que tenía un satélite natural bastante grande en proporción y que estaba cubierto casi en su totalidad por agua (el mismo elemento, por cierto, que me componía a mí casi en mi totalidad).
El extraterrestre nacido en la Tierra no supo ubicarlo pero, con toda amabilidad, accedió a hacer de intérprete con los otros parroquianos del bar.
Al recorrer las mesas, ambos nos sorprendimos de que todos respondieran a la pregunta “¿sabe dónde queda la Tierra?” con “por supuesto, de allí vengo”. Sin embargo, ninguno de estos seres era de la misma especie que yo ni tampoco de mi amigo. Había algunos de visibilidad parcial, otros con forma de nube negra de la que nunca se condensaría una lluvia, otros con párpados en las orejas (donde estaban también sus ojos), otros con dedos en lugar de dientes y otros cuya existencia era discutible, pero allí estaban.
Todos ellos decían ser de la Tierra, pero nadie parecía venir del mismo planeta que ninguno de los otros. Entonces les pedimos que hicieran un esquema como el que había hecho inicialmente mi amigo, así nos podíamos dar cuenta de qué estaba pasando. Cuando los hicieron, nos dimos cuenta de dos cosas:
1) Todos venían de planetas distintos, pero todos llamaban “Tierra” a su planeta.
2) Todos venían de galaxias distintas, pero todos llamaban “Vía Láctea” a su galaxia.
Buscamos en vano algún esquema que se correspondiera con el de la Tierra a la que yo quería volver, pero sabía que era inútil. Ninguno de esos seres tenía pinta de conocer la lejana Tierra mía.
Me estaba por ir de allí para seguir mi periplo, cuando vi que salió del baño una figura familiar. Luego de observarlo durante unos segundos me dí cuenta de que se trataba de un velociraptor. Mi amigo pudo comunicarme con él. Él no sabía que era un velociraptor, según él su especie era llamada “homo sapiens” por los científicos de su planeta. Con el correr de la charla quedó claro que hacía tiempo que no lo visitaba. Nos contó que había oído algunos rumores de cambios importantes, de que había caído un meteorito o algo, y poco después sus contactos en la Tierra dejaron de escribirle, él por trabajo nunca pudo volver y para cuando se quiso acordar habían pasado sesenta millones de años y ya no tenía sentido volver.
Como le caí simpático, me regaló el mapa que había usado para llegar desde la Tierra hasta allí, aunque me advirtió que podía estar algo desactualizado. Yo se lo agradecí, y también agradecí la ayuda del ser de arrugas extrañas. Luego salí del bar y emprendí mi viaje de regreso.

Ser y tiempo de descuento: introducción a la metafísica del off-side

¿Cómo entender el fútbol desde un punto de vista espiritual? Esta guía para principiantes tiene por objeto introducir al lector en el fascinante mundo de la mística deportiva.

Ya desde los tiempos pitagóricos la trascendencia de la geometría era de importancia suprema. Las hipotenusas más cortas son más largas que los catetos que la circundan. El balón sagrado de Pitágoras nos lleva a la comprensión del deseo secreto, el fin en sí mismo, el ilusorio poliedro.

Einstein nos dice que el tiempo es relativo a la velocidad. ¿Qué se ve al estar parado sobre un balón que avanza mientras gira sobre sí mismo mientras es atraído por un planeta que gira alrededor de sí mismo y de una estrella? ¿Se ve la expectativa del receptor, de los defensores, de las tribunas? ¿O se ve algo totalmente distinto? Nadie lo sabe, pero algunos maestros iluminados postulan que la trascendencia radica exactamente allí.

La lejana soledad tienta y seduce como los cantos de sirena, pero hace desaparecer el sentido para siempre. Retrocederá el tiempo, retrocederá el territorio, el combate cambiará de manos por tiempo indeterminado al flamear en los aires la solferina bandera del Destino.

El Destino final en posición prohibida. Abominable ausencia de visión de futuro. Oh náyades, quién hubiera pensado en aquel inoportuno paso hacia adelante que termina con nuestro otrora prometedor porvenir. Así no se puede.

La Historia está llena de caminos alternativos no transitados, de posibilidades inciertas, de injusticias consumadas, de adelantados incomprendidos en su tiempo. ¡Maldita cercanía que me ha condenado! Cual Ícaro cerca del Sol, me he quemado con las mieles del triunfo y caí humillado al mar.

¿Adónde van los goles anulados? Es un misterioso destino, fuera de toda estadística, al que sólo acceden unos pocos elegidos luego de pasar por pruebas que hasta ahora ningún mortal ha logrado transponer. Su existencia intermitente los hace difíciles de ver de lejos, como púlsares de gol.

Imborrables recuerdos proyectan imágenes indelebles en córneas que luego no sirven para ver otra cosa. Una distancia indetectable para el ojo humano es la diferencia entre el triunfo y la derrota. Valerosos son aquellos que logran traspasarla, esquivando geometría y puntapiés. Veneremos a nuestros héroes del pasado, intentemos ser como ellos sin dejar de ser como nosotros. Llevemos en el fondo de nuestro ser el sentimiento que nace en cada carrera solitaria contra el Universo.

[el título es cortesía de Huinca]

Celos de autor

El autor tenía una imaginación activa. La volcaba en sus textos, que como resultado eran muy imaginativos. Los personajes realizaban todo tipo de acciones posibles, poco posibles y nada posibles. Ellos llevaban a la práctica lo que el autor se imaginaba.
Sin embargo, el autor tenía una vida monótona y aburrida. Su actividad más frecuente, luego de escribir, era leer. Lo más jugado que hacía era comer cada tanto algo picante. Los personajes, por su parte, eran mucho más activos que él.
El autor se dio cuenta de ese hecho y decidió que no podía ser. Quiso tener una vida más variada. No quería que sus personajes se divirtieran más que él. Entonces comenzó a hacer deportes extremos, experimentos sociales y otras actividades que antes no hubiera siquiera pensado en hacer.
Su vida se llenó de estímulos, que fueron aprovechados por su imaginación para expandirse, y como resultado los personajes fueron aún más activos. El autor estaba contento con los nuevos textos, pero no con su vida. Y sabía que era imposible solucionarlo, porque sus personajes hacían cosas que para un humano existente era imposible.
El autor deseó ser él también un personaje, el fruto de la imaginación de alguien, pero sabía que no lo era. Con el correr de los meses se aburrió de la vida renovada y volvió a sus rutinas habituales. Los personajes se beneficiaron de su experiencia, pero él les empezó a tener bronca.
Para vengarse, comenzó a escribir textos sin personajes. Las ideas imaginativas seguían estando, ya sin nadie que las protagonizara. Sin embargo, no podía eliminar a los personajes de los textos anteriores, que aún tenían vidas mucho más interesantes que la suya. También lo irritaba ser consciente de que, como autor, él conocía la razón de la existencia de esos personajes y no la suya.
Finalmente, decidió volver a usar personajes pero darles una vida más aburrida que la suya. Las ideas imaginativas quedaron en los textos, pero ya no eran los personajes los que las llevaban a cabo. Decidió también que los personajes tuvieran celos de las ideas que los rodeaban. A algunos les dio consciencia de que eran personajes y los hizo envidiar los platos picantes que el autor comía.
Siguió con ese plan destructivo hasta que se le ocurrió algo mejor. Decidió comenzar un diario de escritor. En él escribía aventuras imaginarias que lo tenían a él mismo como protagonista. Las presentaba como verdaderas. Él era el único que sabía que eran falsas. También sabía que un día iba a morir y, cuando sus diarios fueran leídos, se convertiría él también en un personaje, y podría concretar así sus fantasías.

Para mí que te amo

Me parece que te amo. No sé bien, es una sospecha que tengo. Hace unos días que vengo pensando que tal vez ocurra eso. Qué lindo sería, ¿no?
Está claro que algo siento por vos. Si no, no sospecharía que te amo. Pero una duda me carcome: ¿será realmente amor lo que siento? Tal vez me atraés mucho y eso es todo.
Igual, para mí que hay más que eso. No sé bien por qué, me da la sensación. En una de esas te amo, che. Veremos.
No quiero engañarte y decirte que te amo así nomás, y tampoco quiero engañarme a mí. Lo que pasa es que cuando estás me siento distinto. Diría que me siento bien, pero es algo más. Es como si me sintiera completo o algo por el estilo. ¿Me explico? Y cuando no estás no siento lo mismo. Capaz que siento que me faltás vos.
Pero no sé si eso implica que te amo. Tal vez me siento solo y cuando estoy con vos no. No sé, creo que hay algo más que eso.
Está bastante claro que te quiero. De otro modo, ni me molestaría en considerar si te amo o no. Es que amarte es un escalón superior a quererte. Yo desde hace rato sé que te quiero. Vos también lo sabés, te lo dije muchas veces. El asunto es que quiero a mucha gente, y no amo a todos ellos. Y tampoco siento por ellos lo que siento por vos. Quién te dice, podría ser amor, qué sé yo.
A veces, cuando hablamos por teléfono y oigo tu voz, sospecho más fuerte que te amo. Me doy cuenta de que me pongo contento de estar hablándote. Más contento me pongo cuando nos vemos. El tema es que no sé si eso constituye el amor.
Si fuera por mí, te amaría. No tengo dudas. Lo que pasa es que no controlo a quién amo; es algo que gobiernan mis emociones, si no sería muy fácil. Pero ojo, no es que no esté al tanto de lo que siento, ocurre que no sé distinguir muy bien cómo se llama.
Así que, me parece que te amo. Ojalá vos me ames a mí también, si esto se confirma. Espero no ponerte en un compromiso, si no sentís por mí lo mismo que yo siento por vos. Igualmente me parece que, de comprobarse mi sospecha, sería un paso muy importante para nuestra relación.
¿Vos qué opinás?

Ejercicio de relajación

Te apoyás sobre los pies. Flexionás las rodillas. Enderezás la columna. Respirás hondo. Exhalás despacio. Aflojás los brazos. Aflojás el cuello. Aflojás las piernas. Liberás a tus articulaciones de toda responsabilidad. Los brazos cuelgan de tus hombros. Los dedos cuelgan de las manos. Las uñas cuelgan de los dedos.
Respirás hondo. Observás el recorrido del aire. Aflojás el diafragma. Bostezás artificialmente varias veces, hasta que viene un bostezo de verdad. Caés en un estado de total sumisión ante tu propio cuerpo. Observás cómo tu cuerpo se va relajando.
Tenés sueño. Los párpados son cada vez más pesados. Te pesan tanto que los dejás caer, y con ellos cae también la cabeza. Tu cuerpo se encorva hacia adelante. Los párpados siguen pesando, pero ahora la cabeza está invertida y el peso de los párpados te hace abrir los ojos. Podés ver cómo el peso de los párpados te inclina aún más hacia adelante. Los músculos, bien flojos, no son capaces de sostenerte y te vas de cabeza al suelo.