El presentimiento de Pandora

Prometeo amaba profundamente a los hombres, quienes, a su vez, lo amaban a él. Tan fuerte era ese lazo que “el que presiente las cosas” robó para ellos el fuego hasta entonces sólo perteneciente a los hombres. Zeus, celoso y enojado, decidió castigarlo y mandó a Hefestos a crear la mujer más perfecta que jamás hubiera existido sobre la Tierra. Cada dios fue otorgándole un don: Atenea le dio sabiduría, Afrodita le dio belleza, Eros le dio amor. Así nació “la dueña de todos los regalos”, Pandora. Sin embargo, fue rechazada por Prometeo, que intuía que entre tantas cosas buenas, algo malo se traía entre manos.
Entonces Zeus recurrió al plan B, y le entregó a Pandora en concesión a Epimeteo, “el que presiente tarde”, hermano de Prometeo. Epimeteo no presintió nada y la aceptó gustoso. Pandora tenía instrucciones de entregar a Epimeteo la caja que llevaba en sus manos, pero la sabiduría que le había dado Atenea hizo que le pareciera prudente ocultarla.
Antes de que pudiera hacerlo, la caja llamó la atención de Epimeteo. Quiso saber qué había adentro. Epimeteo, sin presentir nada, quiso saber qué había en la caja y le pidió a Pandora que se la entregara. Pero ella no quería que él abriera la caja. Le decía que no sabía cuál era el contenido, y para Epimeteo el misterio era cada vez más tentador.
Epimeteo decidió entonces arrebatarle la caja a Pandora. Ella la retuvo con la fuerza que le había dado Ares y se produjo un forcejeo. Epimeteo estaba resuelto a abrir la caja, Pandora quería protegerlo de su curiosidad. Ninguno daba el brazo a torcer hasta que, en el medio del forcejeo, la caja se le zafó de las manos a Pandora, se cayó al suelo y se rompió, liberándose de ella todos los males del mundo.
Minutos después, Pandora barría los pedazos de la caja rota y le reprochaba su curiosidad. Epimeteo, mientras se lamentaba de que a partir de ahora tendría que soportar la inconformidad de su mujer, pensó “debí haberlo presentido”.

Lanzamiento

Luis entró en el balcón. Apoyó sus brazos sobre la baranda para asomarse. Miró hacia abajo. Vio los techos de los autos, empequeñecidos por la distancia. A los costados, vio varios edificios cercanos al que él ocupaba. A lo lejos, vio otros edificios y una porción del horizonte. Mientras miraba a su alrededor, sintió el viento de la altura sobre su cara.
En el suelo se notaba que caminaba gente, pero se podían distinguir muy pocos detalles sobre cada individuo que transitaba la vereda. Luis vio también la parte superior de las copas de los árboles. Le hicieron acordar a la apariencia de las nubes vistas desde un avión.
Se le cruzó por la cabeza la idea de saltar. Vio que nada se lo impedía, y pensó en lo que le podía ocurrir a sus seres queridos en caso de que lo hiciese. Calculó el tiempo que tardaría en llegar a la vereda, y pensó que era posible planear la trayectoria para que la llegada se produjera cuando no pasaba nadie por ahí. O cuando pasara alguien en particular.
Pero la tentación más grande no era la de saltar al vacío, sino la de escupir. La idea le gustó. Razonó que no estaba tan alto como para que su saliva hiciera daño a nadie. Pensó que era poco probable que diera en alguna persona, y que si llegaba a ocurrir podía esconderse rápidamente, sin ser visto por su víctima.
Entonces Luis tomó la decisión de escupir. Quiso hacerlo con firmeza. Algunas veces había escupido sin convicción y la saliva había quedado colgando de su boca, y manchado su ropa. No quería que esta vez ocurriera lo mismo. Por eso juntó saliva y tomó carrera, para lanzar con la mayor distancia posible.
Pero se ve que tomó demasiada carrera, porque no sólo escupió sino que el impulso hizo que Luis cayera al vacío. Una persona que caminaba por la vereda lo vio y quiso ayudarlo, pero se desorientó cuando le cayó la escupida. Luis, de todos modos, se salvó porque cayó sobre la copa de un árbol. Sin embargo, quedó muy claro que el autor del escupitajo había sido él. De modo que, cuando la policía lo rescató, inmediatamente fue detenido por violar la ordenanza municipal del 21 de abril de 1902, “prohibido escupir en el suelo”.

Deixis

Esto es una oración. Esto es otra oración. Y esto es una tercera (que contiene un paréntesis). Luego del punto seguido, va una oración más. Hasta que se llega a la última oración del párrafo.
El punto y aparte da pie a un nuevo párrafo. Esta es la segunda oración de ese segundo párrafo. La primera fue la que indicó el comienzo del párrafo. Y la cuarta sigue a la que indicó el propósito de la primera. La quinta, con una frase entre comas, cierra el segundo párrafo pero antes de hacerlo se demora un poco más de lo que hubiera podido pensarse.
El tercer párrafo contiene sólo una oración. Pero en realidad no, porque tiene dos ((También tiene una nota al pie)).
Aquí comienza la decimotercera oración. La decimotercera oración, que es la anterior a la actual, forma parte de un párrafo dedicado enteramente a ella. El párrafo se inicia y termina con una oración igual. Sólo la primera contiene una afirmación cierta. Aquí comienza la decimotercera oración.
Todas estas palabras son anteriores a un punto. Estas otras, en cambio, son posteriores a ese punto en particular, pero anteriores a otros. ¿Es la actual oración la primera que usa signos de pregunta en lugar de puntos? Sí. Será difícil encontrar una oración con menos letras que la última.
Y en este preciso lugar comienza la última oración del texto. Pero en realidad es mentira. Sólo comienza el último párrafo. Lo cual también es mentira. Se trata de un párrafo abundante en falsedades. El mismo se compone de siete oraciones.
Esto es una proposición, y esto otro es una proposición diferente. Ambas forman una oración completa. De esta manera se puede agregar un nivel de complejidad pocas veces visto en las oraciones de este texto. Y justo a tiempo, porque la verdadera última oración se está por hacer presente. Es ésta.

Monedas mágicas

Dicen que existió una moneda de la fortuna. Aquel que la poseía era afortunado en los negocios y prosperaba rápidamente. Cuando la gastaba, el receptor pasaba a ser el afortunado. Así, la suerte se turnaba entre muchas personas.
Existió también la moneda de la felicidad, que proporcionaba la dicha durante el lapso en el que su poseedor la mantuviera en su poder. Había, además, monedas del amor, de la salud y de la inmortalidad.
Junto con ellas, el Banco Central había emitido monedas de la desdicha, el desamor, la enfermedad y la muerte. Todas las monedas circulaban entre las de curso legal y afectaban la vida de quienes se topaban con ellas.
Los poseedores no sabían que estaban ante monedas mágicas. En ocasiones alguien mantenía una en su poder durante un tiempo prolongado, por casualidad, y experimentaba los poderes de la moneda sin atribuirlos a ella. Luego, indefectiblemente, la gastaba y su suerte volvía al cauce normal.
Con el tiempo, las monedas de la suerte dejaron de circular. Los cambios de denominación hicieron que la gente ya no aceptara dinero sin vigencia. Los dueños transitorios de las monedas de la suerte las guardaron y olvidaron su existencia. Su fortuna sigue siendo afectada por las viejas monedas, y siguen sin saberlo.
El Banco Central, por su parte, hace muchos años que abolió la práctica de acuñar monedas de la suerte. Hoy sólo se dedica a la fabricación de meros centavos.

El celular de Dios

Cuando me dieron el número de celular de Dios, sospeché algo extraño. Me llamaba la atención que fuera de larga distancia. Pero después comprendí que, si bien Dios está en todas partes, su celular no tiene por qué hacer lo mismo.
Una oportunidad de hablar con Dios no era para despreciar. Pero igual tenía dudas de si llamar o no. Tal vez Dios no quisiera hablar conmigo. Entonces miré la pantalla de mi celular en busca de algún indicio. Vi que el indicador de señal estaba al máximo, y decidí interpretar ese hecho como una señal.
Así que llamé. Luego de unos segundos escuché el tono de llamada. Sonó algunas veces y Dios no contestaba. Sentí que tal vez me equivocaba, pero me pareció que era posible que la demora en atenderme fuera una prueba de mi persistencia.
Luego de algunas decenas de segundo, se estableció la comunicación. No me atendió Dios, sino una grabación que me pedía que dejara un mensaje y remarcaba que era necesario que incluyera mi número de teléfono si quería que Dios me devolviera el llamado.
Al oír eso, me dí cuenta de que el número era falso. Dios no necesita que yo le diga mi número para poder llamarme.

Holicidio

“Hay que matarlos a todos” fue la conclusión que sacó Rubén mientras volvía a su casa en auto. Lo habían enojado los otros automovilistas, los peatones, los que andaban en bicicleta, la policía recaudatoria y la humanidad en general. Pero lo que diferenció a Rubén de todos los que sacaban conclusiones de esa naturaleza fue la determinación de llevar a cabo ese ideal.
Luego de pensarlo un rato, fue a una armería y compró una ametralladora con diez mil millones de municiones. Supuso que algunas de ellas no darían en los blancos o darían en blancos repetidos.
Cuando le entregaron la orden de municiones (la armería tuvo que pedir al proveedor para cubrirla), Rubén procedió a asesinar a todos los presentes en el comercio. En ese momento supo que no había vuelta atrás. Debía matar a toda la población mundial si no quería ir preso por el crimen que acababa de cometer. Una vez que él fuera el único sobreviviente, nadie lo podría arrestar.
Por eso, sin perder tiempo, fue hasta la comisaría más cercana para matar a los que le representaban el peligro más inmediato. En el camino, ahorró tiempo y mató a todas las personas que se le cruzaron. Logró eliminar a la comisaría entera porque actuó rápido. Los policías estaban muertos antes de darse cuenta de qué estaba pasando.
Rubén continuó su raid homicida por toda la ciudad. Al principio se ayudó con su auto. Luego fue cambiando de vehículo a medida que asesinaba a los ocupantes de otros autos que le resultaban más prácticos. Asesinó personas durante toda la noche. Al alba, la población de su ciudad se había reducido en un porcentaje significativo para haber sido obra de un solo hombre en una sola noche.
Al día siguiente las autoridades se pusieron en alerta, al descubrirse la acción de Rubén. No existían testigos, porque la técnica de asesinarlos era muy efectiva para callar sus voces. Pero Rubén supo que ese día le sería más difícil porque había mucha gente avisada. No necesariamente avisada de él, pero sí de que algo extraño estaba ocurriendo.
Por eso decidió comenzar el segundo día de homicidios por la sede de la Policía Científica. Con ese edificio como centro, su área de devastación se fue ampliando en círculos.
Fue descubierto gracias a las cámaras de seguridad, que mostraban imágenes muy claras de Rubén con su ametralladora. Lo que quedaba de la Policía se juró atraparlo, por el bien de la sociedad y por vengar lo que había hecho a la institución. Sin embargo, Rubén pudo más que toda la policía de la ciudad. Mató a todos sus integrantes, y luego a todos los ciudadanos. Algunos de ellos, antes de morir, intentaban terminar la acción purificadora de Rubén con un tiro. Pero él los esquivaba y luego no fallaba en el suyo.
Así, la primera etapa de su proyecto de matar a toda la humanidad se completó. La siguieron otras con igual éxito, hasta que consiguió matar a todo su país. Pasó entonces a los países vecinos, uno por uno. Para entonces era el hombre más buscado del mundo, y el más fácil de ubicar, pero las fuerzas internacionales no podían con él. Rubén tenía una destreza asombrosa para esquivar el brazo armado de la Ley y para asesinar a todo semejante que se le cruzara en el camino. Si su vida hubiera sido llevada al cine (algo imposible si conseguía su objetivo) habría sido interpretado por Sylvester Stallone o Bruce Willis.
Pero ambos murieron asesinados por Rubén, cuando llegó para terminar con Hollywood. En su paso por los Estados Unidos se dio cuenta de que contaba con recursos mucho más prácticos para eliminar a lo que quedaba de la humanidad, pero ya estaba engolosinado con su método artesanal. De paso, mientras destruía a los habitantes, podía conocer el mundo.
A esta altura, ya todos le temían y muchos trataban de correrse de su paso. Pero Rubén era demasiado hábil y siempre los encontraba. Ya las Policías no lo molestaban. Los agentes preferían salir de su paso, refugiarse en sus hogares y así vivir algunas horas más, mientras Rubén completaba sus asesinatos casa por casa.
A algunas personas inteligentes se les ocurrió irse a los países donde Rubén ya había pasado. Sin embargo, no tuvieron éxito, porque él se dio cuenta de esa posibilidad y no tenía ningún inconveniente en volver sobre sus pasos. Matar a toda la humanidad era el proyecto de su vida y no lo iba a detener algo tan insignificante como tener que volver a un lugar donde ya había estado.
Rubén acabó con América, Europa y África. Al llegar a China se encontró con que los chinos habían construido un muro para detener su avance. Pero no contaban con su capacidad trepadora. Pudo pasar el muro y eliminar a todos los chinos, aunque tuvo que dedicar mucho tiempo a ese país. Rubén nunca había caído en la cuenta de que los chinos realmente eran muchos.
Cuando terminó con los chinos, se dedicó a las islas del Pacífico y del Índico. Decidió que el mejor método para llegar a ellas era el submarino. Aprendió a manejarlo y pudo sorprender a todos los habitantes de las islas, aunque los de Australia le resultaron un poco difíciles de ubicar.
Llegó un momento en el que le pareció que su misión estaba cumplida. No encontró más gente para asesinar. Pensó que podía ser una emboscada y decidió tener cuidado. Empezó a mirar todo el tiempo a su alrededor, más aún que cuando era perseguido por ejércitos de varios países al mismo tiempo. Rubén había estado demasiado concentrado en su asesinato masivo para reparar en el detalle de que la humanidad se había unido y países que antes eran enemigos cooperaban para pararlo. Aunque no tuvieron éxito, fue una noble manera de desaparecer.
Rubén, por su parte, continuó pensando que aún no había terminado. Decidió patrullar el mundo en busca de algún sobreviviente. Consiguió un globo aerostático y comenzó un recorrido permanente por el todos los rincones del mundo.
Allí está todavía, siempre con su ametralladora lista para dar en la primera persona que encuentre y poder acceder al objetivo final de su proyecto: disfrutar de una vida más tranquila.

El tenis y el tiempo

Algo extraordinario sucede en cada partido de tenis.
Es sabido que cuando se da un golpe a la pelota, la raqueta no debe detenerse luego del contacto con el esférico. Debe acompañar el movimiento de la pelota hasta que la mano del jugador termine apoyada en su hombro opuesto.
Puede comprobarse que la pelota sale con más potencia si se realiza el movimiento recomendado, mientras que si se hace el que se recomienda evitar la pelota tendrá menos fuerza. Esto sucede incluso cuando la fuerza de la raqueta en el momento del contacto con la pelota es idéntica a la que tendría si el brazo fuera a seguir el movimiento. Por lo tanto, lo que ocurre con la pelota es independiente del contacto que se tenga.
Es lógico, entonces, pensar que la acción del jugador luego del golpe tiene influencia sobre la estructura del espacio-tiempo, y opera directamente sobre el pasado inmediato, corrigiendo la potencia y trayectoria de la pelota. Esto ocurre con una velocidad tal que nadie puede detectarlo con la vista. Sólo mediante la paciente deducción es posible darse cuenta de que se trata de un fenómeno no explicado por la física.