Nada es lo que parece

En realidad, no fue la llegada del hombre a la Luna lo que fue falseado. Fue la Luna misma. La CIA, en complicidad con la NASA, ante la necesidad de un triunfo espectacular decidieron inventar un satélite al cual el hombre pudiera acceder fácilmente.
Llegar a Marte no era factible en los tiempos políticos necesarios, entonces recurrieron a una idea tan creativa como perversa. Durante 1960, cuando la Unión Soviética estaba adelante en la carrera espacial, la NASA comenzó la proyección desde la Tierra de la Luna, con sus fases y eclipses. Al mismo tiempo, la CIA utilizó satélites ultrasecretos para insertar en la memoria de todas las personas la visión de la Luna.
Se instituyó el ciclo de 28 días, que se hizo coincidir intencionalmente con el menstrual para que no pareciera casual. Inventaron las fases, que dificultan la visión de la supuesta Luna y garantizan una oportunidad al mes para cambiar el hardware de proyección.
Durante la década siguiente se estableció el proyecto Apolo, que culminó en 1969 con la ficción de las pisadas de Armstrong y Aldrin. En realidad, los cuantiosos fondos que el congreso destinó al desarrollo de la misión fueron desviados subrepticiamente por la CIA para operaciones destinadas a mejorar el sistema de implante de ideas en la memoria de las personas.
Pero, en realidad, algunos afirman que este plan es sólo una distracción. Al parecer, lo que se inoculó en la memoria humana no fue sólo la Luna, sino la existencia misma de la CIA, que en realidad no es tal y se simula a sí misma. De este modo los más suspicaces se vuelcan a investigar un ente ficticio mientras los verdaderos conspiradores pueden conspirar sin sobresaltos.
Establecido el hecho de la transmisión de recuerdos, diversas personas están convencidas de que en realidad lo que se hace no es eso, sino que se simula para luego ser ocultado. La conspiración abarca un espectro mucho más trascendente: los humanos serían también falsos. Cada uno cree existir, pero en realidad es sólo una proyección de algún organismo conspirador que necesita tener alguien a quien dirigir su conspiración.
Sin embargo, esta última idea es rechazada por la mayor parte de la comunidad, que está razonablemente convencida de su existencia. O, al menos, cada individuo cree que existe y enfoca sus dudas en el resto del Universo.
Alistair Fowler, un investigador paranormal de Roswell, New Mexico, creía que el mundo exterior era sólo una ilusión concebida para él. Se preguntó quién podía estar detrás de semejante operativo, y se respondió que nadie se daba más importancia que él mismo. Cuando comentó su teoría con los demás, fue recibida con frialdad. Fowler decidió que no podía confiar en nadie y se determinó a luchar por la verdad. Para acabar con la conspiración era menester matar al conspirador, por eso Fowler decidió suicidarse. Sin embargo, no logró hacerlo. Su intento de ahogarse en el mar falló cuando el bañero lo rescató a pesar de sus advertencias. Fowler fue internado en un instituto psiquiátrico, y no hizo más que culparse a sí mismo durante el resto de su vida por la situación en la que se había tenido que poner.
Casos extremos como el de Fowler son raros, y hay gente que duda de que sean reales. Qué mejor para una conspiración que sembrar la idea de que la paranoia es peligrosa.
De todos modos, la mayor parte de la población no hace caso a las advertencias que se lanzan sobre los verdaderos propósitos de todo. Piensan que nadie crea ilusiones de realidad y que las teorías conspirativas son delirios de gente que no tiene nada que hacer. O, si no los fueran, que no se puede hacer nada para solucionar el tema y es mejor que cada uno viva su vida.
Muchos confían en que, tarde o temprano, las falsedades se demostrarán solas como tales por ser insostenibles a perpetuidad. Otros, en cambio, creen que eso es exactamente lo que alguien quiere que ellos piensen.

Las uñas son mías

Cada vez que me corto las uñas, siento que se va una parte de mí. Que estoy tirando al inodoro algo que me gasté en generar, y que por haber logrado una longitud más grande de la que es aceptable estéticamente tengo que mutilarlo.
Es cierto, la uña sigue ahí y vuelve a crecer. Pero no es lo mismo. Quedan siempre las huellas del alicate, que me recuerdan el contorno del último corte.
Siento que soy indiferente a una sustancia que salió de mis entrañas para luego ser descartada sin piedad. ¿Acaso las uñas son menos mías que la piel, que los ojos, que el corazón? ¿Qué clase de sádico habrá inventado el concepto de cortarlas? ¿Por qué no cortarme también los dedos?
Por eso trato de resistir la llegada del momento del corte. Lo dilato todo lo que puedo, pero siempre se llega a un punto en el que la suciedad se acumula de tal manera que empieza a perjudicar mi vida social. Me queda el consuelo de que, por lo menos, estoy cortando más mugre que uña.
Pero me sigo separando de una parte de mí. Entonces, cuando me corto, antes de tirar la cadena les dedico un minuto de silencio. Es lo menos que puedo hacer.

Por qué los unicornios son huecos

Se han postulado diferentes teorías al respecto. La más popular indica que ser huecos favorece el vuelo, y mientras más hueco es un unicornio más alto podrá volar. Pero algunos especialistas no están convencidos de que ésa sea la respuesta más adecuada al problema.
El libro “Viviendo con Unicornios”, del Dr. Julius Hopkins, afirma que la verdadera razón por la que los unicornios son huecos es que suelen alimentarse de aire. Según el autor, el vuelo es una consecuencia secundaria de la dieta del unicornio. Su teoría se ve favorecida por la existencia de una especie de unicornio, U. caspinautis, que se alimenta de agua y nada. Sin embargo, esos unicornios son también huecos, por lo que la teoría se sostiene bastante menos que cada unicornio que flota en el mar Caspio.
Algunos filósofos se ven atraídos por la idea de que, en realidad, los unicornios no son huecos, sino que es el hombre el que es hueco. Son los adeptos al revesismo, que consiste en afirmar que la percepción humana siempre es lo contrario de la realidad. Aunque en algunos casos descubren verdades, pocas personas tienden a tomarlos en serio durante mucho tiempo.
La curiosa anatomía del unicornio no acaba en su cuerpo hueco. Estos animales se caracterizan por una protuberancia en su cabeza, con forma y textura de cuerno. Debe aclararse que el cuerpo del unicornio es hueco, no así el cuerno, que es único en el reino animal: dentro de él se hallan todos los órganos vitales del unicornio. Este extraordinario descubrimiento explica cómo los unicornios pueden vivir siendo huecos, aunque no el origen de tan extraña característica.
En los últimos tiempos, el documental de David Attenborough “Life in Fiction” mostró imágenes nunca vistas de unicornios peleando por el derecho a procrear. Se vio en ellas que cada animal clava el cuerno en el cuerpo del otro, y muchos resultarían brutalmente asesinados si tuvieran algo adentro. La teoría está ganando adeptos y es moda entre los zoólogos, aunque todavía debe ser confirmada por estudios más adecuados que un documental.
El mundo espera ansioso la respuesta.

Otra cabeza

Creía que me estaba saliendo un grano en la cara. Intenté reventarlo sin éxito, entonces asumí que debía esperar a que creciera más para que consiguiera la masa crítica. Pero a pesar de que iba aumentando de tamaño en forma considerable, nunca podía terminar con él.
En un momento pensé que le habían salido granos al grano. Intenté reventar los adicionales, pero no pude, porque eran ojos. Entonces dejé de ponerme crema, porque veía que no daba resultado.
Sin la crema, el crecimiento se aceleró, hasta que me di cuenta de que no era un grano sino que me estaba saliendo una segunda cabeza. Ya se podía divisar una cara con rasgos similares a los míos. A los nueve meses ya tenía el mismo tamaño que la original, y se las diferenciaba sólo porque la nueva brotaba no del cuello, sino de la de siempre.
Tuve que empezar a vestirme con camisa, porque las remeras no me entraban. Por lo demás la cabeza extra no molestaba demasiado. Siempre estaba de acuerdo conmigo, y cuando me cansaba podía dejarla que me representara mientras yo dormía.
El principal obstáculo fue la recepción social. Alguna gente empezó a considerarme un freak por el solo hecho de tener dos cabezas. Noté que ciertas personas me evitaban. La cabeza nueva, como tenía un ángulo de visión distinto, me contó que a mis espaldas la gente me señalaba.
Dado que no me traía grandes beneficios, me pareció que estaba en una situación de redundancia. No me venía mal tener dos cabezas, pero no hacía falta que las usara al mismo tiempo.
Consulté al médico para ver qué podía hacer. Me recomendó un especialista en separar siameses, que me ofreció extirparme la segunda cabeza. Pero la quería tirar, y yo no estaba dispuesto. Le planteé que quería aprovechar para usar la cabeza como repuesto, por si me pasaba algo. El médico estuvo de acuerdo y, luego de la operación, me entregó la cabeza en un frasco.
Desde ese día la llevo siempre en mi mochila. De este modo, en caso de que yo sufriera algún trauma, o por alguna razón fuera decapitado, tendría una forma de recuperarme.
El único problema que tengo es que, a veces, los policías o guardias descubren que tengo una cabeza en la mochila y se ponen sospechosos. Pero, por suerte, suelen levantar sus objeciones cuando ven que la cabeza que llevo es la mía.

El parlante de Troya

La reina, asombrada, saltó de la cama. “¿Qué es eso?” preguntó a su paje, que no le pudo contestar porque no estaba. Se había retirado al oír el enorme estruendo que originaba la pregunta de la reina. Sabía que su trabajo dependía de estar siempre disponible para ella, sin embargo el miedo era mayor.
Se tiró por el tobogán del castillo para escapar con rapidez, sin darse cuenta de que se dirigía al corazón del ruido: un parlante que alguien había dejado allí. El paje nunca había visto uno en su vida, y con razón. Los parlantes no se habían inventado. Aparentemente un viajero del futuro lo había dejado ahí, aunque el paje no pensó esa posibilidad, sino que montó su caballo y lo hizo salir corriendo.
Pero ojo: el paje no pensó en un viajero del futuro porque estaba concentrado en escapar. Recibir a esa clase de viajeros era frecuente en el castillo, que incluso tenía una oficina dedicada a tal efecto. Aunque a veces les resultaba un poco molesto tener que dar visitas guiadas y contestar preguntas poco comprensibles, el interés de los hombres del futuro les subía la autoestima. Les hacía pensar que vivían en tiempos decisivos.
Pero el parlante no venía acompañado por nadie. La reina, una vez que se pudo vestir, mandó a uno de los guardias a enfrentarlo con la espada. Cuando se electrocutó, mandó a otro. Cinco o seis guardias más tarde, la reina insistía en que alguien lo hiciera callar. Entonces se urdió otro plan.
Cuatro guardias de los que quedaban rodearon al parlante y lo empujaron hasta tirarlo a los cocodrilos que rodeaban el castillo. El artefacto cayó, y al entrar en contacto con el agua calló. Pero antes electrocutó a los cocodrilos, que murieron ante la incrédula mirada de los guardias, la reina y sus damas de compañía.
En ese momento se materializó un ejército que invadió el castillo, debilitado por su guardia reducida y la muerte de los cocodrilos. Fácilmente redujeron a la poca resistencia que encontraron, desterraron a la reina y establecieron dominio.
La reina, mientras se retiraba, razonó que todo había sido una trampa de los hombres del futuro y decidió no volver a confiar en ellos.

Mucha espuma

La boca de la jarra era demasiado chica para que pasara una mano. Más abajo el diámetro se agrandaba, formando una panza. La jarra era elegante. El problema era que estaba sucia.
Como no se podía limpiar con esponja, el dueño de la jarra tuvo una idea. Echó detergente en el interior y luego la puso abajo de la canilla. Al abrir la canilla el agua se juntó con el detergente y formó, como estaba planeado, espuma.
Cuando hubo suficiente espuma cerró la canilla. Ahora era cuestión de sacar la espuma. Pero no sabía cómo hacer. No podía meter la mano para eliminar la parte más densa. No le quedó otra que volver a abrir la canilla y tirar agua para disipar la espuma.
Pero mientras más agua tiraba, más espuma se formaba. Pronto se le fue de las manos. La espuma llenó la cocina, el resto de la casa y salió por las ventanas hacia la calle. Para colmo, estaba lloviendo, y la lluvia hizo que la espuma se esparciera por toda la ciudad hasta que llegó a un río cercano. Ahí el problema se agravó. El agua del río se mezcló con la espuma y salió aún más. La corriente llevó a la espuma al mar.
Algunos pensaban que el agua salada iba a impedir que se formara más espuma. Estaban equivocados. La espuma cubrió el mar y todos los mares. En poco tiempo cubrió todos los ríos y se expandió tanto que los continentes se vieron llenos de espuma.
La espuma que cubría el planeta le dio un aspecto blanco y le multiplicó el diámetro. El planeta se convirtió en un gigante de espuma. Era como si estuviera cubierto de una densa nube formada por detergente.
Las personas, en la superficie sólida, calcularon que el viento solar terminaría disipando la espuma en algunos miles de años. Mientras tanto, disfrutaron estar siempre limpios.

Febrero de huelga

Cansado de verse en inferioridad respecto de los otros meses, febrero decidió declararse en huelga. Llamó a conferencia de prensa para explicar su decisión de no hacerse presente en el año que estaba por iniciarse, el cual pasaría directamente de enero a marzo. Fuentes cercanas al segundo mes del año afirmaban que la medida de fuerza sólo se levantaría cuando le fueran asignados 31 días, de modo de no ser menos que ningún otro mes.
Desde el calendario se anunció que no era posible complacer a febrero sin poner en peligro el delicado equilibrio astronómico que representaba el año entero. Los rebeldes de febrero respondían que un año de once meses era peor para el equilibrio que un año de tres días más.
Una solución posible era esperar que algunos de los otros meses donaran días a febrero, de modo que la cantidad de días en el año se mantuviera constante. Las autoridades, sin embargo, no querían que eso sucediera, porque podía llevar en el futuro a nuevas rebeliones de los meses que se vieran perjudicados.
Se propuso un sistema de rotación, según el cual, alternativamente todos los años, tres meses distintos donarían un día cada uno a febrero. Pero el segundo mes del año se mantenía intransigente y quería una suma fija. No tenía intención de transitar todos los años una negociación para determinar quién le prestaría las jornadas que consideraba que le correspondían.
Se acercaba el final de enero, y las gestiones estaban estancadas. Marzo se encontraba cerca, en alerta para el caso de tener que adelantar su llegada. Era necesario encontrar, al menos, una solución transitoria para que el calendario no se adelantara un mes al otoño. El calendario encontró una forma de mantener la cantidad de días a pesar de la ausencia de febrero. Se llamó de urgencia a brumario, que estaba retirado, para que reemplazara por ese año al mes rebelde. Brumario aceptó volver, aún cundo sabía que era sólo por ese año y con sólo 28 de sus 30 días.
Solucionada la urgencia, los meses restantes vieron que tenían casi un año para solucionar el problema de febrero. Varios meses pensaban que el reemplazo de febrero le había quitado poder de negociación, porque ya no podría presionar con causar una carencia de días a todo el año. Por eso, desde febrero surgían ataques contra brumario, que lo acusaban de no tener idoneidad para reemplazar a un mes como febrero.
Mientras tanto, iban surgiendo ideas. Algunos sectores proponían una reforma total del calendario, que incluyera meses parejos de 30 días cada uno. Los días que sobraran quedarían sin mes. De este modo, ningún mes se vería superado en días por otro. Sin embargo, hubo resistencia a esa idea, porque los meses de 31 días no querían perder sus privilegios.
Pronto, la reducción de capacidad de maniobra hizo que se produjeran divisiones en el mes rebelde. El 11 de febrero llamó a conferencia de prensa y anunció su disconformidad con la posición oficial del mes. Declaró su intención de volver a integrar el año. Afirmó también que había varios días que estaban evaluando una medida similar.
Así, el 5, el 14, el 12 y el 9 de febrero pronto se unieron a la rebeldía del 11. El poder de febrero se iba debilitando. Llegó un momento en el que toda la primera quincena se desafectó. Febrero quedó en una posición vulnerable, con sólo 13 días fieles.
En la Asamblea Anual, con sede en octubre, se decidió aceptar a los días escindidos para el siguiente año. Se consideraba probable un cambio de actitud del resto de febrero, pero por las dudas se decidió contratar a 13 días sueltos de un viejo mes lunar para cubrir las vacantes, llegado el caso.
Mientras tanto, el año continuaba con las presiones para que lo que quedaba de febrero se reincorporaba. Se anunció una moratoria para los días que quisieran volver al año. También se le ofreció a febrero un ultimátum: tenía hasta el 31 de diciembre para volver al año intacto. Si lo hacía después, se le quitaría un día por cada mes que demorara en reincorporarse.
Con esto, el 26, 27 y 28 de febrero, los días que veían más cercana la amenaza, empezaron a presionar al resto del mes para terminar la medida de fuerza. Argumentaban su evidente fracaso y la división que había causado en el mes. Pero el líder de la revuelta, el 20 de febrero, no quería saber nada con volver al año.
Pero el 20 iba perdiendo poder. Los días que aún se mantenían en febrero se sentían inútiles y no querían ser reemplazados nuevamente. Luego de muchos tironeos con los días del círculo inmediato del 20, el 19 y el 21, se llegó a un acuerdo. Los días restantes reclamaron al 20 que depusiera su actitud y concretara el regreso al año. Si no lo hacía, amenazaron con volver todos ellos y reemplazarlo. El 29 de febrero, que no era un miembro oficial pero participaba en las asambleas en calidad de invitado, estaba dispuesto a tomar su lugar si era necesario.
Al ver que su base de apoyo estaba acabada, el 20 de febrero renunció a su cargo de delegado del mes. Fue reemplazado en esa función por el 16, que tenía una postura anualista.
De este modo, poco tiempo después febrero volvió al calendario. Fue recibido con júbilo por el resto de los meses, que consideraban que el año no era lo mismo sin él.
Para evitar una acción similar por parte de otro mes, las autoridades del año decidieron sancionar al líder de la revuelta por su actitud. Establecieron que, por ese año, el cambio de hora de verano se haría el 20 de febrero. Así, el día sufrió la humillación adicional de perder una de sus horas.
Desde entonces, ningún mes volvió a amenazar con escindirse del año.

Malditas musas

Las musas están aquí. Dictan lo que escribo. Obedezco sus voces divinas. Escribo prolíficamente. Lleno páginas y páginas. En un momento termino. Descanso un rato. Después leo lo que escribí. Otra vez pasa lo mismo. Son todas pelotudeces.
No sé por qué lo hacen. Me tienen podrido. Podrían inspirarme algo bueno. Pero no, no quieren. Están en mi contra. Me hacen perder el tiempo. Me hacen gastar papel. Me hacen desconfiar en mí mismo.
No creo que les falte talento. Tal vez ya no lo tengan. Sólo sé que no me llega. Deben ser musas truchas. Tengo que dejar de darles bola.
No debería dejarlas entrar. No me traen más que problemas. Pero no puedo con mi generosidad. Cuando las veo me ilusiono. Pienso que me van a dictar algo genial. Siempre me equivoco. Para mí que me están cargando.
Tengo que confiar más en mí mismo. Debería escribir algo bueno sin ellas. Debería reconocer la estupidez mientras me dictan. Así podría echarlas a patadas. Pero no, soy demasiado bueno. Las dejo entrar y las alimento. Les digo que vuelvan. Sólo cuando se van veo lo que me dejaron. Y ahí me indigno.
Pero ahora es distinto. Ya me cansé. Basta. Es hora de prescindir de ellas. Voy a cerrar la puerta con llave. Y voy a escribir lo que yo quiera.

Despedidas y regresos

El anuncio de tu muerte llevó dolor a todo el país. Millones te lloraron. Muchos no podían entender cómo una persona de tu juventud y tu talento había podido dejar de existir tan fácilmente. Fue un hecho que marcó a nuestra generación. En tu funeral hubo miles de personas, que acompañaron el cortejo para darte el último adiós.
En tu segundo funeral hubo menos gente. La noticia de que habías fingido tu muerte había sido tomado con escepticismo. De ese modo, cuando se anunció que habías muerto, muchos no lo creyeron. Algunos asistieron al funeral para comprobar que habías muerto. Otros, acongojados por volver a perderte, fueron a darte el último adiós por segunda vez.
Tal vez haya habido menos sorpresa que la que vos esperabas cuando se volvió a anunciar que no estabas muerto. A pesar de que todo había sido una confusión, hubo gente que se ensañó contra vos por jugar con sus sentimientos. Sin embargo, a tu tercer funeral asistió más gente que al segundo. Seguramente pensaban que esa vez era la definitiva. Había gente que estaba arrepentida de no haber ido a tu segundo funeral, porque no sabía si era el verdadero o no. Por eso, en el tercero estaban encantados de tener una nueva oportunidad de despedirte.
El amor que tanta gente sentía por vos hizo que se respirara alivio en la población cuando apareciste vivo. Pero ese alivio no duró mucho. Sólo hasta que nuevamente se conoció la noticia de que habías muerto. El funeral fue multitudinario, aunque tuvo un aire de rutina que lo hizo algo desagradable.
Tal vez por eso volviste tan rápido y prometiste que no ibas a volver a fingir tu muerte. No querías que se convirtiera en un suceso regular. Y seguramente por eso tus apariciones públicas posteriores fueron tan exitosas. La gente estaba muy contenta de que estuvieras con ellos después de cuatro oportunidades en las que se te creía fallecido. Tu promesa de no volver a fingir tu muerte es probable que haya causado el dolor que se vio en tu quinto funeral. Se vio la mejor asistencia desde el primero, y los que fueron pensaban que era el último.
Es probable que por esa razón haya habido tanto enojo cuando anunciaste otra vez que estabas vivo. Por eso nadie se alivió, todos supieron que habían sido engañados nuevamente. La gente se empezó a cansar. Querían que se terminara todo y estaban dispuestos a dedicarte la más absoluta indiferencia.
Salvo algunos, que tenían la intención de forzar el desenlace para que se terminara de una vez toda esta jarana. Seguramente, ésa fue la causa de tu asesinato. Tu muerte se comunicó a la sociedad, sin que causara alboroto. Ya todo el mundo estaba acostumbrado a ella.

Margaritas a los chanchos

El chancho Osvaldo, cansado de revolcarse en el barro, fue a dar una vuelta por el chiquero. No pensaba que se fuera a producir ninguna novedad, después de todo él conocía bien ese chiquero. Había estado toda su vida ahí. Pero esta vez fue diferente. En un rincón, encontró un ramo de margaritas que alguien había tirado.
Eran más de diez flores, y algo en ellas lo atrajo. No sabía bien qué exactamente, pero mirarlas le producía placer. Por eso quiso compartirlas con su novia, la chancha Ediberta. Ella estaba en otro sector del chiquero, y entonces el chancho Osvaldo agarró una de las margaritas con la boca para llevársela.
En el camino, se cruzó con el chancho Julio, quien le hizo una expresión de burla por el extraño objeto que llevaba. El chancho Osvaldo sabía que el resto del chiquero no iba a ver las flores igual que él. Por eso no le preocupó la jocosidad del chancho Julio.
Cuando llegó adonde estaba la chancha Ediberta, ella estaba revolcándose en el barro. Al chancho Osvaldo no le gustaba mucho esa costumbre, pero sabía que era necesaria para su subsistencia. Él también la practicaba a pesar del desagrado que le producía, sin embargo creía que la chancha Ediberta la disfrutaba demasiado. Era uno de los desacuerdos que tenía con su novia, y el chancho Osvaldo no le daba importancia. Estaba seguro de que tenían muchas más cosas en común, y también tenía la certeza de que ella iba a apreciar la margarita que le llevaba.
La chancha Ediberta, al ver la margarita, pensó que era una broma y se echó a reír de una manera similar a la del chancho Julio. La reacción deprimió al chancho Osvaldo, que era fácil de deprimir. Y entonces el chancho Osvaldo se fue con la margarita al rincón del chiquero donde la había encontrado.
Las otras margaritas seguían ahí, y a pesar de algunas manchas de barro continuaban exhibiendo lo que el chancho Osvaldo percibía. El chancho Osvaldo se largó a llorar. No entendía por qué él siempre tenía que ser diferente. Pero tampoco quería ser como los demás. Más bien su frustración venía del hecho de que los demás no fueran como él.
Al verlo en ese momento, la chancha Ediberta fue hacia él para tratar de consolarlo. Ella era la que más lo entendía en todo el chiquero. Sabía que el chancho Osvaldo era muy sensible, y aunque estaba un poco cansada de estas situaciones, sentía que era su deber sacarlo del estado lacrimógeno en el que se encontraba.
Cuando llegó, le quiso preguntar por qué era tan infeliz. Pero él no le quiso contestar. No estaba en condiciones de comunicarse, y le dio a entender que quería estar solo. La chancha Ediberta, que ya tenía experiencias en ese tipo de situaciones, lo dejó con su pena.
El chancho Osvaldo se quedó regodeándose en esa pena. Deseaba irse a vivir a otro chiquero, uno donde lo entendieran y aceptaran su manera de ser. Soñaba con un mundo ideal en el que todos los chanchos tuvieran el mismo concepto de belleza que él, y además no necesitaran revolcarse en el barro. Pero sabía que era utópico, eso no iba a ocurrir nunca. Antes que seguir pensando en todo eso, prefirió irse a dormir. Y, sin darse cuenta, se durmió sobre las margaritas.
Cuando se despertó, se dio cuenta de lo que había hecho. Y se deprimió más. Había arruinado las flores. El chancho Osvaldo las agarró para tratar de limpiarlas, pero fue inútil. Las margaritas pasaron a ser grises. Habían perdido su pureza.
Sin embargo, un hecho lo sorprendió. Muy cerca de él estaba el chancho Julio, y no se reía. El chancho Osvaldo creyó que se iba a reír, pero el chancho Julio no lo hizo. Rápidamente se acercaron otros. Vinieron el chancho Arturo, el chancho Saúl, la chancha Etelvina, el chancho Rafael, la chancha Violeta y el chancho Juan Alberto. También estaban sus padres, el chancho Antonio y la chancha Josefina. Junto a todos ellos venía la chancha Ediberta.
El chancho Osvaldo creyó que se acercaban para tratar de consolarlo inútilmente. De repente, todos los chanchos se acercaron al ramo de margaritas manchadas con barro, y cada uno agarró una flor. El chancho Osvaldo creyó que las iban a tirar para que él no pensara en ellas. Pero no fue así. Los chanchos acomodaron las margaritas cerca de sus cabezas, las pegaron con barro y empezaron a caminar por el chiquero, luciéndolas.
Todos hicieron eso menos la chancha Ediberta, que se quedó al lado del chancho Osvaldo y le colocó a él una margarita del mismo modo que habían hecho todos.
En ese momento, el chancho Osvaldo comprendió lo que había pasado. El barro había hecho que los otros chanchos pudieran apreciar la belleza de las margaritas. Sólo había sido necesario adaptarlas a su esquema. El chancho Osvaldo se alegró. Dejó de sentirse un incomprendido para pasar a sentirse un visionario.