Descenso a las profundidades

El piso se mueve. Se produce un marcado descenso. Todo se vuelve más oscuro. También más caluroso. Hacia arriba, se puede todavía ver la superficie, la claridad inalcanzable.
Mientras tanto, el calor aumenta. La oscuridad deja paso al calor. Sólo se ve un impenetrable rojo, cuya intensidad sube a medida que hace más calor. Si uno se acerca a cada fuente de rojo, percibe aún más calor. No es posible alejarse de todas. El camino está cerrado.
El calor no cede. Lo cubre todo. No es inofensivo. Tanto calor deja marcas que al principio son superficiales, un poco de color que se pierde fácilmente. Pero una vez que esas marcas se producen, no se sabe cuándo terminará el abismal calor, ni si está previsto que termine. Tal vez sea un calor eterno, al que habrá que acostumbrarse pero es imposible. Tal vez éste sea el destino final, un sufrimiento cada vez mayor en medio de un compartimiento que puede ser uno más de infinitos, sin posibilidad de interactuar con nada ni con nadie, sin salida visible excepto la resignación.
Sin embargo, cuando todo parece perdido, se produce el escape. El calor cesa, el piso pega un salto. Es el momento de salir. Ya están las tostadas.

Escalera a la Luna

Cuando las dos potencias peleaban por ser la primera en enviar hombres a la Luna, el principal esfuerzo estaba enfocado en desarrollar vehículos que lograran la magna tarea. Pero no era seguro que se lograra en un tiempo apropiado. Por eso la NASA confeccionó un plan B.
El plan de relativamente baja tecnología no era otra cosa que construir una escalera que pudiera llevar a un astronauta a pie hasta la Luna. Era un viaje largo, pero los astronautas estaban entrenados para soportar la gran exigencia física que el ascenso suponía. El diseño de la escalera previó descansos a intervalos regulares, y además se sabía que a medida que el tripulante se alejara de la Tierra, la gravedad a vencer iba a ser menos.
El mayor problema era que no había en los Estados Unidos un lugar adecuado geográficamente para ubicar el pie de la escalera. Los responsables de la NASA estaban aliviados de que tampoco la Unión Soviética tenía bajo su jurisdicción un lugar de la latitud necesaria. Era preciso que la escalera estuviera cerca del ecuador, para reducir la cantidad total de kilómetros.
Por cualquier emergencia, se razonó que lo mejor era ubicar la escalera en una isla, para que, en caso de que se cayera, lo hiciera en el agua. Era el mismo razonamiento de ubicar las plataformas de lanzamiento de cohetes en penínsulas. Se buscó el lugar más apropiado y se eligió el asentamiento británico en la isla Ascensión, en el medio del Atlántico.
Casi en secreto comenzó la construcción de la escalera. El método era simple: cada tramo se ubicaba debajo del anterior, y así la escalera subía sola. La primera etapa era una escalera pedestre, pero formaban parte del equipo ingenieros de Otis que planeaban convertirla en mecánica una vez que se hicieran los primeros viajes.
En muy poco tiempo la escalera era una realidad. Los que pasaban por la isla Ascensión podían verla. No se veía dónde terminaba. El pie estaba fuertemente vigilado, para que ninguna persona se convirtiera subrepticiamente en el primer ser humano en pisar la Luna. Ese honor sería otorgado a un valiente astronauta luego de que las más altas esferas políticas decidieran quién era la persona más apropiada para subir los 1.815.520.000 escalones que llevaban a la superficie selenita.
Se propuso que tal vez no era necesario subir todos esos escalones. Si se colocaba al astronauta en el tope de la escalera, a medida que se fuera construyendo iba a estar más cerca. Pero era un riesgo demasiado grande. La cúpula de la NASA tenía dudas sobre la seguridad de la escalera. Temían que no se mantuviera en pie. Por eso, además de hacerla muy resistente, se colocó en su punto más alto un transmisor que, si todo salía bien, iba a enviar fotos cada vez más detalladas de la superficie lunar.
Una vez terminada la escalera, se la amuró muy firmemente al suelo de la isla Ascensión, y se la apuntaló desde varios ángulos, para mayor seguridad. Recién entonces fue el momento de enviar un astronauta. Había que cuidar el momento de la partida, porque la escalera no conducía siempre hacia la Luna. La escalera estaba fija y la rotación de la Tierra hacía que una vez por día el tope llegara a la Luna.
El astronauta elegido subió en el momento indicado, en medio de una fastuosa celebración. Durante el camino envió reportes por radio en los que describía los paisajes que encontraba. También se transmitían partes de salud. Los médicos de la NASA aconsejaban momentos de descanso cuando lo veían muy agitado. Pero a medida que se acercaba a la Luna, en efecto, la gravedad se sentía cada vez menos y el astronauta se salteó varios descansos. Llegó entonces al tope antes que la Luna, y debió esperarla ahí.
Algunas horas más tarde, la Luna acudió a la cita. Cuando le pareció apropiado, el astronauta saltó hacia la superficie y dio los primeros pasos de un humano en otro mundo.
Estaba previsto que diera una vuelta y volviera, porque no era una misión científica sino una prueba del método de ascenso. Se pensaba que ya habría tiempo para la ciencia una vez comprobada la eficacia de la escalera. Pero fue esa eficacia la que trajo el problema.
Al estar construida en forma tan firme, al entrar en contacto con la Luna, la escalera resistió su embate. La fuerza orbital era tanta que la escalera se dobló, pero no lo suficiente para quebrarse. Al pasar el punto de resistencia, la escalera volvió a su lugar, empujando de esta manera a la Luna, que fue enviada junto con el astronauta a los más lejanos confines del Sistema Solar.

Menos es más

Todo el mundo sabe que menos es más. Al mismo tiempo, todos quieren más, entonces demandan menos. Algunos no están seguros, porque la sinonimación de antónimos los confunde. Entonces reclaman “más o menos”.
Uno supondría que, si menos es más, nada debería ser aún más que menos. La escala sería así: más es menos que menos, y menos es menos que nada.
Sin embargo, agregando nada a más y a menos quedan dos frases, “nada más” y “nada menos”. Hay muchos casos de confusión entre ambas, y la salida que la gente encuentra es decir “nada más y nada menos”, a pesar de que ambas frases tienen significados distintos.
Pero no es tan simple. La tercera frase, que se forma con la unión de las dos primeras, tiene un significado adicional. Significa la suma de los significados de ambas, pero también algo más. “Nada más y nada menos” otorga al sujeto un rango de precisión, un espectro donde el receptor puede ubicarse y saber mejor de qué se está hablando.
Entonces, encontramos que al involucrar nada, la cooperación de los tres les permite ser todavía más. O tal vez todavía menos.

Vía de escape

El tren recorría siempre la misma vía. Cuando llegaba a un extremo, volvía hacia el otro. Siempre hacía las mismas paradas, los mismos horarios, la misma rutina. Estaba cansado de su existencia monótona.
Comprendía que no iba a poder cambiar nada mientras se mantuviera atrapado en la vía. Sus ruedas estaban enganchadas a ella, y no tenía forma de doblar para escaparse. La vía era lo que le permitía andar, pero también lo que lo condenaba al aburrimiento.
Varias veces descarriló intencionalmente, pero lograba escaparse porque siempre una de las ruedas quedaba atrapada entre las dos vías. Por lo menos, descarrilar causaba un gran atraso en la línea, mientras duraban los trabajos de rectificación, y eso alteraba un poco la rutina.
Pero el tren seguía atrapado. Mostraba su frustración de diferentes maneras. Cerraba arbitrariamente las puertas mientras subían o bajaban pasajeros, activaba el freno de emergencia, desenganchaba vagones. Pero no eran más que distracciones menores, mientras buscaba la forma de escaparse de la vía.
Hasta que un día vio pasar un avión, y se dio cuenta de que ésa era la respuesta: volar. Entonces urdió un plan. Esperó a la madrugada. Cuando fue guardado en la estación terminal y se apagaron las luces, encendió el motor. Cerró las puertas, cuidando que no hubiera nadie, y se lanzó a toda velocidad por la vía. Quería alcanzar la velocidad necesaria para levantar vuelo. Cuando lo consiguiera, no esperaba llegar tan lejos como un avión, pero sería suficiente para conocer un lugar nuevo, sin vías.
El tren llegó a velocidades que habitualmente no lograba, debido a que siempre llevaba carga y paraba en estaciones. En un momento, las ruedas delanteras se levantaron, como si estuviera haciendo wheelie. Siguió esforzándose para aumentar la velocidad, y consiguió que todas las ruedas se separaran de las vías.
El tren ya estaba saboreando el éxito cuando se encontró con la resistencia de la catenaria, que no lo dejó pasar, y con un gran show de chispas detuvo el vuelo y lo devolvió al piso.
El tren quedó acostado sobre la vía, moviendo las ruedas como una tortuga dada vuelta. Cuando los técnicos de la línea reconstruyeron lo que había pasado, decidieron eliminar la posibilidad de que volviera a suceder, y lo derivaron a una línea de subterráneo.

Ladrón de huevos

Un dinosaurio montaba guardia ante su nido. Los huevos que había puesto corrían peligro de ser robados por algún animal que viviera de comerlos. Entonces el dinosaurio tenía que estar siempre alerta, tomar turnos con su pareja para vigilar que no viniera nadie, o espantar a quien pudiera acercarse.
El peligro existía, sin embargo el dinosaurio lo exageraba. Podía, en realidad, alejarse del nido, incluso en muchos casos dejarlo abandonado. Podía, pero no lo hacía, porque tenía una obsesión contra los ladrones de huevos.
Una mutación hacía que el celo por sus huevos fuera fundamental en la vida de este dinosaurio. Era una primitiva obsesión, que limitaba su vida pero le había permitido a su especie prosperar, porque siempre había muchas crías gracias a la vigilancia incansable de los nidos.
Un día, este dinosaurio estaba montando guardia, como siempre, cuando ocurrió algo inusual. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que pasaba, una tormenta de arena lo enterró junto a sus huevos. El dinosaurio quedó ahí, enterrado, durante millones de años, hasta que sus restos fosilizados fueron descubiertos por los paleontólogos.
Los huevos todavía estaban ahí. Nadie los había robado, y ahora sus fósiles serían preservados en un museo. Los científicos se encargaron de eso, aunque cometieron el error de pensar que se trataba de huevos de una especie distinta. Entonces creyeron que el dinosaurio que montaba guardia era un intruso. Y por eso lo bautizaron Oviraptor, el ladrón de huevos.

La gran esfera de cristal

Aunque en el corto plazo era improbable, en el largo había certeza de que un asteroide o cometa chocaría contra la Tierra con devastadoras consecuencias. Era responsabilidad de la especie humana prevenir su propia extinción. Cuando no había un peligro inminente era el momento para llevar a cabo los planes de prevención, así estaban listos para cuando fueran necesarios.
La primera propuesta firme fue construir una red de misiles que pudieran ser lanzados para desintegrar los objetos peligrosos cuando se acercaban. Pero no era una solución efectiva. No había garantía de poder romperlos en trozos suficientemente pequeños como para que carecieran de todo peligro. Era muy posible que un pedazo de asteroide fuera suficiente para causar toda clase de cataclismos.
Se necesitaba una solución más drástica. Y se llegó a la conclusión de que, si un impacto era inevitable, lo que hacía falta era un escudo. Que los objetos impactaran en otro lado, no en la Tierra. Si se podía rodear al planeta con una capa protectora que absorbiera los golpes, el planeta estaría a salvo.
Luego de una serie de estudios, se decidió construir una esfera de cristal de un diámetro tres veces mayor al de la Tierra. Ese tamaño permitía que los satélites orbitaran en su interior. Además, en el caso de que se previera un impacto, podía reforzarse la zona a ser afectada, para mayor seguridad.
La esfera estaba sostenida por una estructura de acero que separaba las distintas placas de vidrio. Este diseño modular permitía una reparación sencilla. También había dos satélites que estaban atados al lado exterior de la esfera, con la suficiente capacidad para hacer fuerza y compensar un impacto fuerte. Este era uno de los varios reaseguros para evitar que el impacto de un meteorito hiciera que la esfera impactara en la Tierra, y que a su vez las antípodas del planeta impactaran en el otro lado de la esfera, generando un efecto de rebote capaz de marear a todos los seres vivientes.
Algunos grupos ambientales expresaron preocupación de que la esfera pudiera causar un efecto invernadero no deseado. Pero los diseñadores tuvieron en cuenta la posibilidad. La esfera fue equipada con una especie de aire acondicionado, que se alimentaba de energía solar para generar una corriente fría, y eliminaba el calor hacia el espacio.
La esfera se inauguró y cumplió sus funciones normalmente, sin provocar efectos visibles en la superficie del planeta. Hasta que, después de una temporada particularmente húmeda, las estrellas dejaron de verse. La Luna se divisaba, aunque borrosa. Todo el mundo tuvo claro cuál era el problema: la esfera de cristal se había empañado.
Por fortuna, la situación había sido prevista. El aire acondicionado de la esfera venía equipado con un desempañador. Las autoridades de la esfera ordenaron ponerlo en marcha a toda capacidad. Así se hizo. Sin embargo, el problema no se resolvió. Pronto quedó claro que el cristal estaba empañado del lado de afuera.

Mensaje de Dios

1. La secta
Todo había empezado con un grupo de estudiantes religiosos del MIT. Gente de alta formación técnica y mente estructurada, contrariamente a la costumbre de la zona creían en Dios. Pero no eran seguidores de una iglesia en particular, sino que realizaban su exploración espiritual en forma privada.
Era un grupo pequeño, de gente que se había enterado de casualidad de que había otros con un interés similar al suyo. Comenzaron a reunirse todas las semanas en los dorms del campus del MIT. En las reuniones discutían cuestiones teológicas, filosóficas y espirituales. Leían textos antiguos, analizaban historias de la Biblia e intercambiaban ideas en forma abierta y plural. Aceptaban a gente de cualquier religión, y aunque a veces se armaban discusiones acaloradas, en general se mantenía un ámbito respetuoso, en el que las preguntas eran más importantes que las respuestas.
Con el tiempo, se formaron liderazgos en el grupo. Distintas corrientes se disputaban la misión de conducir el proyecto, y se terminó instituyendo una estudiante del último año de la carrera de ingeniería del software, Abigail Adams.
Durante su mandato, Abigail se dedicó a hacer crecer el grupo y generar nuevos proyectos. Su mandato fue exitoso, la membresía superó las cien personas, que acudían a reuniones de diversas disciplinas. Los domingos se hacía un almuerzo multitudinario en los jardines del campus, en el que los subgrupos se encontraban a intercambiar ideas y experiencias.
Los miembros más nuevos del grupo, que eran mayoría, se vieron impresionados por Abigail, que supo ganárselos en base a conocimientos, personalidad y ambición de poder. No tuvo dificultades para instituirse en “jefa suprema” del grupo. Pocos discutían sus decisiones, y los que lo hacían se veían excluidos. Se estableció un principio tácito de lealtad a Abigail, el que no lo cumplía se quedaba afuera. Pero, de todos modos, eran muchos más los que se incorporaban que los que se iban.
Un domingo, en el almuerzo semanal, Abigail anunció un ambicioso proyecto.
2. La idea
Los conocimientos de Abigail en el campo del software la hacían reflexionar sobre Dios. Pensaba que, así como ella podía programar una computadora, Dios había programado desde hacía tiempo el Universo. Y que los problemas actuales se debían a bugs en la programación, y a unos pocos aspectos que no había podido resolver con eficiencia. Dios tenía la respuesta, sabía cómo corregir la programación, pero para implementar los cambios era necesario reiniciar el Universo, entonces todo se mantenía imperfecto. De todos modos, la programación vigente era excepcionalmente eficaz, no en vano la había confeccionado Dios.
Esta percepción de Abigail fue muy aceptada en la comunidad. Se armaban debates tecnoteológicos al respecto. Abigail admitía no tener todas las respuestas, sino que simplemente ofrecía una visión del Universo. Todavía había mucho por descubrir, y lo bueno era que cualquiera podía hacerlo.
Según la doctrina de Abigail, la ciencia no era más que una ingeniería inversa para descubrir el código fuente de la programación primordial. Pero, además, Dios estaba en los detalles. La frase “Dios no juega a los dados con el Universo” se volvió muy popular en la secta. Por más que la programación no fuera la ideal, en sus recovecos podía verse la obra de Dios.
Pronto, un subgrupo llegó a la conclusión de que no existía el azar. Las rutinas de generación de números aleatorios estaban gobernadas por Dios, que se mostraba en cada resultado. Así lo determinaba la programación inicial, que algunos llamaban “la voluntad divina”.
Rápidamente se dieron cuenta de que esa idea era el germen de una comunicación fluida con Dios. Si se confeccionaba un programa que generara caracteres al azar, Dios hablaría a través de ellos y les daría un mensaje que iluminaría las vidas de todos.
Abigail se entusiasmó con el proyecto, y lo anunció en la reunión dominical. El plan era tener el software listo, y luego alquilar una de las supercomputadoras del MIT para ejecutarlo. Era necesario un equipo así, porque la mente de Dios tiene una complejidad inimaginable, y no era cuestión de abaratar su mensaje con una máquina comprada en el supermercado.
Luego de algunos meses de desarrollo y pruebas, el software estuvo listo. Se decidió, entre otras cosas, usar sólo minúsculas y números, ningún signo de puntuación. El alfabeto a utilizarse era el latino, a través de los códigos ASCII correspondientes. El programa sacaría un número al azar, y mediante una compleja serie de operaciones también azarosas devolvería un carácter.
Un domingo a la tarde, el MIT prestó una supercomputadora para el proyecto. Todos estaban expectantes para ver cuál sería el mensaje de Dios.
3. El mensaje

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4. La interpretación
La revelación del Mensaje dejó pasmados a los presentes. Dios les estaba hablando, no podían creerlo. Tampoco podían descifrar lo que Dios les quería decir. El rápido consenso fue que, como humanos, no estaban a la altura de leer directamente a Dios. Dios sabía lo que hacía, no iba a dar un mensaje así nomás, sin que requiriera algún esfuerzo para interpretarlo. Posiblemente estuviera revelando verdades que no fueran digeribles para el público no entrenado, entonces las hacía difíciles de ver.
Se recurrió a diversos métodos para intentar entender el Mensaje. Un equipo de lingüistas y matemáticos de la Universidad trabajó durante casi un año para intentar echar algo de luz. Se aplicaron todos los métodos conocidos de la criptografía, ninguno daba resultado. Se reemplazaron las letras por otras según diversos criterios, se invirtió el mensaje, se intentó encontrar palabras escondidas que tuvieran sentido en algún idioma. Pero nada daba resultado.
La experiencia, de todas maneras, fue enriquecedora. Se desarrollaron nuevas técnicas de criptografía, que resultaron válidas pero igual no dieron resultados.
El público se impacientó. Los integrantes de la secta perdieron bastante fe en el proyecto y también, indirectamente, en Abigail. Algunos empezaron a pensar que la secuencia de caracteres al azar no era más que eso, letras sobre una pantalla.
Se formaron dos bandos, entre los que pensaban que el Mensaje debía ser descifrado tarde o temprano, aunque tomara toda la eternidad, y los que creían que Dios, existente o no, no se había revelado en esa secuencia de letras y números. Se gestó una rivalidad importante entre ambos bandos, que cada tanto se volvía violenta.
En una de las reyertas intervinieron las autoridades. Abigail fue presa y la secta se disolvió, excepto por algunos grupos que continuaron reuniéndose en la clandestinidad. El Mensaje fue prácticamente olvidado. El disco que lo contenía fue confiscado por la policía. Hoy nadie lo recuerda. Sólo los empleados de un remoto sótano de la CIA, donde Abigail, confinada por precaución, continúa liderando el esfuerzo por entender lo que no se puede descartar que sea un mensaje de altísima importancia para la seguridad nacional.

Obras públicas

“¿Qué hace ese edificio en el medio de la 9 de Julio?” se preguntó un día el intendente de Buenos Aires. Se refería al edificio donde había funcionado el Ministerio de Obras Públicas, un espantoso bloque de cemento que se erigía sobre la avenida más emblemática de la ciudad.
Pensó que todos compartían su opinión, y que iba a ser bueno para su imagen si proponía demolerlo. Pero la reacción de la opinión pública fue dividida. Si bien a nadie le gustaba el edificio, la mayoría pensaba que tenía valor histórico. El intendente, entonces, propuso una segunda idea: trasladar el edificio a otro lugar de la ciudad donde molestara menos. De ese modo podría conservarse, y en la 9 de Julio, los autos y la luz podrían fluir sin interrupciones.
Esta segunda propuesta consiguió gran aceptación, y en poco tiempo se llevó a cabo. Era necesario levantar el edificio y montarlo sobre una plataforma con ruedas. Para eso, se alquiló a Dubai una enorme grúa, capaz de sostener el peso de la construcción durante el tiempo suficiente para colocar la plataforma abajo.
Cuando la grúa enganchó el edificio (lo hizo por la antena), se descubrió que tenía dos largas columnas enterradas, mucho más largas que lo que se pensaba. Como la grúa tenía gran capacidad, no hubo mucho problema. El procedimiento se hizo con cuidado, lentamente. En algunos días las patas del edificio salieron completamente del suelo de la ciudad, y se apoyó la construcción en la plataforma.
Pero el edificio no se quedó quieto. Liberado del entierro parcial, cobró vida, estiró las patas y, para horror de los presentes, salió caminando aparatosamente por la ciudad.
De pronto, el edificio de Obras Públicas se convirtió en una amenaza. Caminaba con gran estruendo, destruyendo todo a su paso, sin que nadie lo pudiera controlar. Se intentó bajarlo de muchas maneras. El ejército apostó tanques para interrumpir su paso, pero eran destruidos por las enormes patas de cemento. Se intentó inútilmente demolerlo a mano, los valientes obreros que lograron entrar en el edificio no podían sostenerse debido al movimiento, y siempre terminaban cayendo. Nada era efectivo. El edificio seguía caminando y dejando una senda de destrucción por donde pasaba. Miles de familias quedaban sin techo, miles de autos, colectivos y camiones eran aplastados a lo largo del trayecto del edificio.
Pero el desastre, al menos, no fue en vano. Las autoridades anunciaron un plan de modernización de la ciudad. Aprovechar la devastación para hacer, además de viviendas nuevas, avenidas y autopistas, que antes no podían construirse por la cantidad de manzanas que hubiera sido necesario expropiar. Sin embargo, no se podía encarar el ambicioso proyecto antes de derrotar al edificio rebelde.
Las autoridades entraron en modo emergencia y se contactaron con expertos internacionales para que les diera algún consejo sobre qué hacer. Mientras la devastación continuaba a toda marcha, el alcalde de Las Vegas contactó al gobierno argentino con una propuesta. Según los planes, si desde varios aviones se lanzaban varias balas de demolición al mismo tiempo hacia los pies del edificio, se podía calcular que la fuerza de esas bolas iba a ser suficiente para tirarlo abajo. La ciudad perdería el patrimonio histórico que representaba esa construcción, pero en ese momento lo importante era detener la catástrofe. La ciudad vio con buenos ojos la propuesta, sobre todo porque hacía recordar a las boleadoras, lo cual daba a la solución un saludable aire autóctono.
Los aviones llegaron, se posicionaron y lanzaron al mismo tiempo las bolas, que impactaron en los pies del edificio, destruyeron su sustento. El edificio cayó haciendo un doloroso estruendo final, el cual dio paso a un silencio que hacía tiempo que no se oía en la ciudad. Después de un par de semanas en las que un porcentaje importante de la ciudad fue arrasado por el edificio, esa noche Buenos Aires pudo dormir en paz.

Reciclaje

Esta es la historia de un escritor que escribía una pieza. La pieza trataba de un pintor que pintaba un cuadro. El cuadro mostraba a un pintor que pintaba un cuadro. Este cuadro describía con imágenes a un fotógrafo que sacaba una foto. Era la foto de un profesional de la fotografía, que se encontraba trabajando. Lo hacía sacando una foto a un avión que volaba. El avión llevaba atado un planeador. En el planeador iba un paracaidista. Su paracaídas contenía otro paracaídas de repuesto. El paracaidista estaba siendo investigado por un fiscal. El fiscal era sospechado de inconducta y estaba bajo investigación de la fiscalía. La fiscalía era el objeto de una investigación más, a cargo de un periodista de un importante matutino. El periodista era víctima de periodismo de periodistas en un programa de televisión. Imágenes de este programa salían en un show que se dedicaba a pasar imágenes de otros programas. Más tarde salieron en una recopilación de lo mejor del año. La recopilación fue galardonada en una entrega de premios. La realización de la transmisión de la entrega de premios fue premiada meses después. El director la transmisión de esta última entrega no había recibido la misma remuneración que el director de la transmisión anteriormente aludida, por hacer la misma tarea. Esto era una violación de su derecho constitucional. La Constitución explicitaba este derecho en su artículo 14 bis.

Araña pollito

La araña pollito puso un huevo. ¿Qué nacerá de él, una araña o un pollito? La araña pollito mira su huevo. Lo empolla un rato. Después lo abandona otro rato. Repite esta acción varias veces. Finalmente, lo deja dentro de sus ocho patas, y luego alterna entre sentarse y pararse.
Desde afuera, observan con atención un gallo y un araño. ¿Cuál de los dos será el padre de la criatura? Deben esperar a que nazca. Cuando aparezca el nuevo ser se darán cuenta, y será criado como lo que es, para evitar que se crea lo que no. No es recomendable para una araña creerse un pollito. La viceversa tampoco.
De repente, un pollito se acerca, curioso, hacia el huevo. La araña se levanta, intimidante, para intimidarlo. Lo consigue: el pollito se aleja. El huevo está a salvo.
Un granjero ve la escena y se queda, vigilante, a vigilar. Del resultado depende el destino de la araña. Si sale un pollito, la adoptará como araña ponedora. Si sale una araña, ambas serán aplastadas junto al araño.
El huevo se empieza a mover. Algo dentro de él quiere salir. ¿Qué será? Todos miran con gran expectativa. La araña pollito, el gallo, el araño, el granjero, incluso el pollito, desde lejos. Lentamente, el huevo se va partiendo. Empieza a emerger la criatura. Todos prestan atención, todos quieren ser el primero en identificar qué clase de animal está llegando al mundo. Y todos se dan cuenta al mismo tiempo. Es un tiranosaurio. Hay que salir corriendo.