El dios líquido

Dios creó al hombre y le otorgó dominio sobre todos los animales. Para eso, creó también a los animales, porque de otro modo el hombre no hubiera podido tener dominio sobre ellos. Entre los animales que creó está el mosquito. El hombre siempre se preguntó para qué se molestó Dios en crear el mosquito. Todas las personas pensaron alguna vez que el mundo sería mejor sin ellos.
Los mosquitos, sin embargo, no lo ven así. Su dios, que tiene forma de agua estancada, no les dio dominio sobre los animales, pero sí los creó. Les ordenó que se multiplicaran, que recorrieran el mundo en busca de sangre.
La sangre, dijo el dios estancado, es el elixir de la vida. Por eso los animales la llevan bien adentro, escondida. Los mosquitos recibieron la orden de tomar ese elixir para vivir ellos, pero sin extraer demasiado de cada individuo. De esta manera, vivirían a costa de los demás sin matarlos, en armonía con todo el mundo.
El dios agua estancada les dio un tamaño modesto para no necesitar mucha sangre. Eso les permitió tener la agilidad que les permite, junto con las alas, volar por los aires en busca de sangre.
Para poder alimentar a su creación principal, el dios estancado creó a todos los animales, y tuvo que crear también a las plantas. No servía tener animales de alimento si ellos no se alimentaban también. Pero, al contrario de los mosquitos, las plantas necesitaban un suelo donde posarse. Entonces creó la Tierra, y la tuvo que diferenciar del cielo. Le dio un clima y una fuente de energía para que, a través de las plantas, los distintos animales consiguieran nutrir el elixir de la vida de los mosquitos, y de la propia.
También otorgó a los animales herramientas para combatir a los mosquitos. Esto no es muy popular entre ellos, pero Dios tiene sus razones. En particular, no quiere que, al ser la raza predilecta, se den por contentos. Los aplausos humanos hacen que los mosquitos tengan que practicar, día a día, su agilidad. Así, algunos quedarán en el camino. Pero sobrevivirán los mejores mosquitos posibles, que serán los encargados de engendrar a las siguientes generaciones.