Pauls

“I only had myself to ask for a decision, and I agreed with me”.
Paul McCartney, 1970

El problema de ser un talento superior es que los demás no están a la altura. No es un defecto de ellos, simplemente no pueden. Y eso a veces es contraproducente para un músico del calibre de Paul McCartney. Alguien que tiene tan claros los conceptos de composición e interpretación no puede dejarlos librados al azar de las decisiones de los músicos que lo acompañan.
Durante muchos años, la decisión fue dar estrictas instrucciones. Sus temas se tenían que tocar como él quería, porque ya había hecho las pruebas correspondientes, y sabía que eso era lo mejor. Los otros integrantes se resistían. John Lennon no tenía la paciencia como para lograr lo mismo con las canciones propias. George Harrison no tenía ganas de que alguien le dijera cuándo tocar y cuándo no. Sobre todo si era alguien que, en caso de impacientarse, era capaz de agarrar su instrumento y tocarlo él.
Después de la separación de los Beatles, Paul decidió grabar un disco él solo.; Construyó los temas tocando todos los instrumentos en su estudio. Además de la interpretación musical, realizó las tareas correspondientes de grabación e ingeniería de sonido. El disco, titulado McCartney, le dio la confianza como para pensar que podía haber una vida después de los Beatles.
Pero a él le gustaba estar en una banda. Tocar en vivo, volver loco a un público. Y eso no era algo que pudiera hacer solo. Necesitaba gente que lo acompañara. Músicos externos, contratados para que aceptaran de entrada que había que tocar lo que Paul quería.
La solución funcionó bastante bien. Wings tuvo, sin embargo, varias formaciones distintas, a causa de los integrantes que repetidas veces se iban de la banda. Pero alcanzó a tener éxito masivo, que convirtió a McCartney en el músico más rico de la historia.
Se podía permitir, entonces, financiar un objetivo superador: su clonación. Un desarrollo rápido de copias de sí mismo, que compartieran las características físicas y también la memoria. Que fueran indistinguibles del Paul primigenio.
El proyecto avanzó sorprendentemente rápido. Los científicos trabajaron duro ante la presión de Paul de que terminaran de una vez. El resultado fue la creación, en 1981, de unos cuarenta Pauls.
Cuando se los presentaron, el Paul original no lo podía creer. Ahí estaba lo que siempre había soñado: una banda completa compuesta sólo por él mismo. De inmediato los Pauls empezaron los ensayos. Fueron muy exitosos porque se entendieron de inmediato. Y además, ninguno podía creer que estaba tocando en una banda con Paul McCartney.
De inmediato anunciaron una gira mundial. En realidad fueron varias giras simultáneas. Ocho grupos de cinco Pauls se lanzaron a hacer distintos circuitos alrededor del mundo. Llenaron estadios de todos los tamaños. En el espectáculo de tres horas de duración los distintos Pauls se alternaban en los instrumentos. También hacían las voces secundarias. Y todos tenían un notable manejo del público. Hacían sentir especiales a las audiencias que los estaban viendo, incluso cuando McCartney hacía varios recitales en distintas partes del planeta el mismo día.
La abundancia de Pauls hacía risible al rumor de que había muerto en 1966 y sido reemplazado por un doble, aunque al mismo tiempo lo hacía menos sorprendente. No interesaba, de todos modos, cuál era el original. Todos eran Paul por igual. Lo importante era que uno podía ver un recital donde tocaban cinco Beatles, y eso hacía muchos años que no era posible.
Pero gradualmente las giras fueron perdiendo fuerza. No porque el público dejara de ir. Los Pauls empezaron a preguntarse cuál era el sentido de seguir haciendo lo mismo. McCartney nunca fue alguien a quien le gustara repetirse, y ése es uno de los secretos de su éxito. Cuando se aburrió de las giras, entonces, decidió suspenderlas por un tiempo. Y se concentró en profundizar sus conocimientos en distintos aspectos de la música.
Quedaron, sin embargo, decenas de Pauls redundantes. Ya no eran necesarios, entonces todos se independizaron, y cada uno se interesó por actividades distintas. Uno se dedicó a la música clásica. Otro aprendió a tocar el ukelele. Otro hizo música ambient. Otro tomó las riendas del imperio comercial. Uno produjo discos para otros artistas. Otro escribió poemas. A uno le agarró por pintar cuadros. A otro por hacer radio. Un solo Paul ya era un artista completo. A cuarenta Pauls nadie les puede ganar, ni siquiera alguien también multiplicado por cuarenta, porque Mozart se había muerto antes de poder ser clonado.
Algunos decidieron grabar juntos, varios discos que salieron muy rápido porque casi no tenían que ensayar. Contaban con gran cantidad de material. Paul siempre fue un compositor muy prolífico. Algunos de los Pauls decidieron colaborar, aunque la canciones McCartney-McCartney no resultaron más memorables que las escritas por McCartney solo.
Mientras tanto, como no hacían giras, tenían mucho más tiempo libre y se fueron mezclando con la sociedad. Los distintos Pauls se encontraron con diferentes personas y se fueron haciendo amistades. Ganaron lugar en círculos sociales muy disímiles, gracias a la facilidad de Paul para la diplomacia.
Con el tiempo, algunos de los Pauls, inevitablemente, empezaron a tener desacuerdos entre sí. Hoy es muy difícil juntar a todos en una sola habitación. Además de que hay Pauls que no se pueden ver, en general todos tienen agendas muy ocupadas. A los setenta años todavía se mueven como si tuvieran treinta.  Cada tanto a alguno le da por hacer alguna gira. Ya no se acompañan entre sí, pero se pusieron de acuerdo en tener una banda muy bien entrenada que está lista para viajar con cualquiera de los Pauls.
Los Pauls se preocupan por mostrar que son siempre el mismo en un recital, por eso nunca dejan el escenario. Sólo lo hacen al final, cubiertos por estruendosos aplausos de públicos que en ese momento se preguntan si será la última vez en su vida que ven a un Paul.

El refugio del mosquito

El mosquito era vivo. Sabía conseguir lo que quería. Quería, sobre todo, seguir estando vivo. Sabía que ésa era la única forma de lograr su otro objetivo: comer sangre ajena, que a su vez le permitiría seguir vivo.
Pero las personas no quieren dar su sangre, ni siquiera una porción minúscula, salvo a alguna causa que les guste y las haga sentir bien. Por eso suelen resistir los intentos de que se la extraigan a la fuerza. El mosquito sabía que sus intentos de alimentarse iban a ser recibidos con hostilidad. Debía desarrollar una estrategia para mejorar sus posibilidades de evitar un aplastamiento definitivo.
Decidió que lo mejor era actuar en las sombras. Era muy popular entre los mosquitos aparecer por la noche, porque la ausencia de luz disimula su presencia y facilita el escape furtivo. Pero ya no era suficiente con esperar hasta la noche, porque el hombre había inventado la noche iluminada. Eso no le servía al mosquito.
Se dedicó a observar el comportamiento de la gente ante otros mosquitos. Y vio que muchos usaban las manos para aplastarlos. Incluso, eran capaces de darse un buen golpe a sí mismos con el objetivo de detener a los mosquitos. Los cuerpos eran descartados posteriormente, aunque por unos instantes quedaba como una mancha en el lugar del impacto. A veces eran acompañados también por su carga de sangre, que manchaba de rojo a la persona que lograba acabar con una jornada exitosa.
Entonces le pareció que era necesario concentrarse en las áreas de los cuerpos donde las manos no estaban tan al alcance. Los tobillos eran candidatos apropiados, porque aunque no tuvieran mucha carne sí contenían cantidades adecuadas de sangre. También las espaldas ofrecían una buena oportunidad, aunque el mosquito que acudiera a una espalda descubierta podía quedar a merced de una segunda persona solidaria. En cualquier caso, había que tener cuidado.
Pero no sólo las personas mataban a los mosquitos que las amenazaban directamente. El mosquito se dio cuenta de que sabían comprender las acciones de los mosquitos, incluso cuando no las estaban realizando. Pero vio que el cuerpo del mosquito no era tan fácil de remover completamente de las paredes.
Lo que el mosquito también vio era que no todos los sectores de las paredes eran iguales. Había algunas partes con más colores y diferente textura. Estaban bien delimitadas por unos marcos rectangulares. La gente solía pararse frente a esas partes y mirarlas. Y cuando se posaban mosquitos, no los trataban de aplastar, tal vez por miedo a arruinarlas con los restos. Claramente, reflexionó el mosquito, esos marcos delimitaban algo de valor estético y visual.
Supo entonces que ése era su lugar. Si se mantenía parado ahí, nadie lo aplastaría. Podría dedicarse con tranquilidad a planear sus excursiones meticulosamente, para que nadie se diera cuenta de que lo estaba picando.

El payaso interior

Es necesario contener al payaso interior. En realidad no es necesario, es la sociedad la que no lo tolera. Ésa es la posición del payaso, su excusa para aparecer a cada rato. Hay circunstancias en las que es bienvenido, lo que hay que cuidar es que no aparezca cuando su presencia estorba. Igual que con las personas.
El tema con este payaso es que pugna por salir en todo momento. Hace cosquillas internas para que me ría. Me tira chistes, ocurrencias, pensamientos inciviles. Hace todo lo posible por descolocarme, contarme que la situación en la que estoy no es la única posible. Y a mí me gusta su punto de vista. Muchas veces lo quiero adoptar como propio. Pero aprendí que ese punto de vista permanente no es algo aceptable en la sociedad. Hacen falta más películas de Robin Williams, a ver si la idea prende.
A veces parece que está tratando de tirarme abajo. Como si quisiera hacer un slapstick no con mi cuerpo, sino con mi vida. (Capaz que con mi cuerpo también; tal vez eso explique mis frecuentes tropiezos.) Aparece en momentos muy poco propicios, durante exámenes, cuando es necesario impresionar a personas. Y la gente no se impresiona.
El tema es que ése es un punto en el que estoy de acuerdo con el payaso. La sociedad debería aceptarlo más. Debería buscarse a la gente con payaso interno prominente, y celebrarla. Pero sólo se lo celebran a algunas personas, gente que se ganó el respeto de sus pares por otras razones. Cuando alguien pasa cierto test, su payaso también.
En el resto de las personas, la presencia del payaso es un signo de precaución. Cuidado con el payaso. Puede que todos tengan miedo de que en cualquier momento trate de tirar agua desde una flor y mojar a los que están cerca. Entonces la gente se aleja. Prefiere mantener conversaciones entre adultos. Así es más seguro.
El payaso está al tanto de que así es más seguro, pero sabe que también es más aburrido. Y no quiere aburrirse. No entiende por qué la gente elegiría aburrirse. Lo ve ocurrir y se descoloca. Piensa que es mentira, que todos prefieren divertirse, y capaz que no se animan. Eso es un poco más creíble. Pero no es convincente.
Por eso se determina a que eso a mí no me pase. Que no entre en una etapa de inhumor en la que mi propósito sea enterrarlo en el pasado. No confía en que no tenga esa intención. Prefiere errar para el lado de estar de más.
Yo lo entiendo. Puedo empatizar con él. Y por eso casi siempre lo dejo hacer.

Sociedad de asientos

Los que están parados envidian el asiento de los que están sentados. Saben que no tendrán mucha oportunidad de ocuparlos. El recorrido acaba de empezar. Algunos parados lamentan no haberse subido unas paradas antes. Otros trazan estrategias para estar lo más cerca posible del primer asiento que se desocupe, sin saber cuál será.
Los últimos que se sentaron no están cómodos. Tienen el alivio de haber conseguido asiento. Pero les quedaron los últimos. Los peores. Se sienten en el límite de su casta. Es cierto, están sentados; igual envidian los asientos de los otros.
Los otros están en la suya. Leen, escuchan música, miran por la ventana, duermen. Disfrutan de su posición privilegiada y quieren viajar siempre así. Para algunos de ellos el momento de relax no dura. Muchas veces los primeros en subir son también los primeros en bajar.
Este descenso genera tensión. Aquellos que estaban sentados en las filas individuales provocan alegría a los parados cercanos. Quien esté mejor ubicado, pasará a formar parte de los sentados. Su viaje ya no será el mismo. Aunque el que se desocupe sea uno de los peores asientos, su situación mejorará notablemente.
Hay algunos que se bajan sin tener a ningún parado cerca. El abandono de un asiento individual sin receptor inmediato genera expectativa. Todos saben que es necesario actuar con rapidez. Algunos de los que están sentados en condiciones de inferioridad cruzan rápidamente, para convertirse en elegidos. Su asiento anterior será ocupado por parados lejanos, que los resentirán un poco, aunque sabrán que no tienen derecho a quejarse.
Aquellos que están sentados en las filas dobles, del lado de la ventanilla, necesitarán molestar al compañero de viaje. Dependiendo de la personalidad, este individuo se levantará temporalmente de su asiento, cuidando de no quedar muy lejos, y dejará pasar al descensor. Inmediatamente (salvo algunas personas desquiciadas o que se están por bajar) ocupará no el lugar que le pertenecía, sino el que acaba de ser liberado.
Los parados cercanos tendrán una expectativa importante. El movimiento de la persona del asiento del pasillo funcionará como una lotería para saber quién ocupará el lugar vacante: los de un poco más adelante, o los de un poco más atrás. Todos estarán muy atentos. Si alguien se duerme, perderá la oportunidad.
En cada parada, una vez que se produce el movimiento de entrada y salida de los asientos, rápidamente se llega a un equilibrio que no se verá quebrado hasta la siguiente oportunidad en la que un sentado quiera bajarse. Excepto si llega a subir un discapacitado. En ese caso, el que está sentado más adelante, en una de las posiciones más riesgosas y por lo tanto de las últimas en llenarse, deberá ceder su lugar. Pasar al grupo de los parados, donde lo recibirán con silenciosa sorna, mientras el ex sentado fantasea con que al discapacitado recién subido le ocurran toda clase de desgracias.

El soldado camina

El soldado camina
por la avenida Cabildo
disfrazado de soldado
camina entre la gente
sus conciudadanos
todos saben que no es uno más
“ahí va un soldado”
lo miran con disimulo
no le dirigen la palabra
(no saben si puede hablarles)
el soldado se da cuenta
de la reacción de la gente
y toma nota
para reportar a sus superiores
“me vieron
el camuflaje no sirve”.

Soy una cita

Soy una cita
una sola
de algo que escribió otro
estoy aislada
fuera de contexto
con un significado distinto
del que tenía
antes era parte de un todo
ahora soy un todo incompleto
extraído del todo más grande
soy más visible
pero soy descartable
quiero volver a formar parte de algo
pero no quiero volver al texto original
no me interesa revivir el pasado
quiero aventuras
integrarme con otras citas como yo
mezclarme
interactuar
otorgar nuevos significados
y que me los otorguen a mí
para disfrutar
ser una cita
quiero intertextualidad.

Lluvia de papas

El cielo se cubre
se viene la lluvia
lluvia de papas
van a caer
papas de distintos tamaños
con gran fuerza
hay que cubrirse
esconder los autos
se producirá el estruendo
de papas aplastándose
las calles quedarán cubiertas
de puré
después aclarará
saldrá el sol
sólo por un momento
será un instante de calma
antes de que el cielo se vuelva a cubrir
y empiece la lluvia de salchichas.

Dos puntos de autoridad

Cuando te mando una carta, o un mail, prefiero seguir tu nombre con una coma. Como se hace en inglés. Pero no porque me interese escribirte o pensar en inglés. Es porque la coma es mucho más amistosa. La coma es como si te codeara ligeramente, para llamar tu atención. Es un signo dicharachero, juguetón, que está al servicio de las palabras que la rodean. Con un mínimo de trazo, se encarga de establecer los sentidos. Y no se hace la importante. No pide, como el punto, que después se use una mayúscula. La coma se adapta a todo.
Los dos puntos, en cambio, son otra cosa. Es cierto que no piden mayúscula, eso lo voy a reconocer. Pero tienen otra manera de darse importancia. Los dos puntos son una especie de grito militar. Una indicación de que se viene una orden. Es necesario prestar atención a lo que sigue, porque está dirigido a la persona que se indica con los dos puntos. Es una marca en la piel que tarda en cicatrizar.
Y yo lo único que quiero es mandarte unas líneas, para establecer un poco de comunicación. No quiero crear esa distancia que crean los dos puntos. No es un mensaje de un superior a un inferior, es un mensaje de igual a igual. Y eso sólo se puede indicar con la coma.

Cuáles son ellos

El mundo se divide en dos clases de personas: Nosotros y Ellos. ¿Cómo diferenciarnos? Muy simple: los que son como nosotros son Nosotros, y los otros son ellos. Es nuestro deber, como Nosotros, protegernos mutuamente y rechazar las invasiones de Ellos. Ellos quieren que Nosotros seamos Ellos, así somos todos Ellos, pero no podemos permitirlo. Tenemos que estar juntos para seguir siendo Nosotros.
El problema es que no podemos solos. Ellos son muchos más, porque hay distintos grupos de Ellos. Son todos los que no son nosotros. Por eso tenemos que aliarnos con algunos. Existen Ellos que son más Nosotros que otros Ellos. Con ésos tenemos que formar un grupo más grande un SobreNosotros que nos englobe, para poder enfrentar a los otros Ellos, que son muy peligrosos.
Pero no debemos olvidar que los que se alían a nosotros no son de Nosotros, sino de Ellos. En el fondo, también quieren que Nosotros seamos Ellos. Puede que vean a nuestra alianza como un paso adelante para su plan. Hay que tener cuidado. Debemos hacer esfuerzos para diferneciarnos, y para diferenciarlos. Vestir de otra forma, por ejemplo. Así podemos saber bien con sólo echar un vistazo cuáles son de Nosotros y cuáles son de Ellos. Porque no queremos confundirnos. Ellos y Nosotros somos fundamentalmente distintos, pero en el día a día no se nota y si no tomamos medidas preventivas podría ocurrir que nos mezcláramos. Y ellos dejarían de ser Ellos, al mismo tiempo que nosotros dejaríamos de ser Nosotros. No lo podemos permitir. Debemos evitarlo a toda costa. Es nuestra identidad lo que está en juego.

Marea negra

El barco que transportaba jarabe de Coca-Cola chocó contra una barrera de coral. El jarabe se volcó lentamente sobre el mar. La tripulación no pudo hacer nada para salvar el cargamento. Prefirieron salvar sus vidas. Escaparon a bordo de los botes, antes de ser alcanzados por la masa de jarabe que cubría el mar.
El agua se volvía negra gradualmente. Los peces primero se vieron envueltos en una extraña noche. No era como todas las noches. El mar estaba dulzón. Los peces no sabían qué era lo que les daba la energía que sentían. Se encontraron muy activos. Disfrutaban la noche y se adentraban en ella.
Pronto empezó a haber gran cantidad de vida en el jarabe, que gradualmente se iba mezclando con el agua del mar. Tenía un sabor extraño, porque habitualmente la Coca-Cola no se hacía con agua salada. Pero los peces nunca la habían probado. Para ellos era un placer nuevo. No se enteraron de que podía ser todavía mejor. Y como eran aguas tropicales, ni siquiera la disfrutaron bien helada.
Sin embargo, la experiencia les resultó divertida. La actividad frenética de los peces hizo que respiraran con más frecuencia. Sólo que en lugar de extraer el oxígeno del agua, como era habitual, lo extraían del agua mezclada con jarabe. Y exhalaban dióxido de carbono, entonces la Coca-Cola obtenía burbujas.
Los peces, de repente, destaparon felicidad. Se vieron nadando en el medio de burbujas que se desplazaban hacia arriba, para efervescer en la superficie. Algunos, al verlas las comieron, pero rápidamente las devolvieron al agua en forma de eructo. Los que estaban alrededor de ellos los imitaron, y pronto el mar se llenó de un sonido grave que competía con el canto de las ballenas.
El frenesí duró hasta que la Coca-Cola se disolvió en el mar. Lentamente, el agua volvió a su azul habitual. Los peces retomaron sus costumbres. Aunque algunos se quedaron añorando la marea negra. Buscaban que se repitiera la experiencia. Aprendieron a detectar la presencia de barcos que transportaban jarabe. Pero no podían acceder a él. Entonces empezaron a coordinar esfuerzos.
Se transformaron en un peligro. Cuando se acercaba un carguero, miles de peces lo rodeaban. Formaban una masa que desviaba el enorme barco hacia la barrera de coral donde se había estrellado el primero. Los timoneles debían estar muy atentos a los movimientos de los peces, porque corrían el riesgo de encallar si no los compensaban.
La presión de los peces se hizo tanta que lograron derramar un par de barcos. La experiencia de frenesí se repitió. Pero no por mucho tiempo. Las autoridades de la Coca-Cola Company decidieron cambiar la ruta de sus cargueros. Los hicieron ir por el ártico. Existía el riesgo de chocar contra icebergs, pero valía la pena tomarlo. En los pocos casos de choques, la Coca-Cola derramada se congeló rápidamente. Los marineros sabían que podían flotar en ella mientras el barco se hundía. Estaban seguros mientras no apareciera ningún oso polar que hubiera probado azúcar.