Enojo de arriba

Se oyó un gran temblor. El cielo se oscureció. Luego se abrió. Una luz salió de la división entre los dos cielos. La población miró hacia arriba. Algo imposible de ignorar comandaba la atención de todos. En ese momento tronó la gran voz celestial.
Imbéciles.
Las personas se miraron. ¿De quiénes está hablando? Todos estaban de acuerdo en que había mucha gente, entre los demás, que correspondía a ese adjetivo. Hasta que la voz fue más específica.
Todos imbéciles.
La gente se enojó. Algunos miraron hacia abajo, en señal de aceptación. Pero otros desafiaron la conclusión y pidieron, por lo menos, un motivo para decir semejante cosa.
¿No se dan cuenta de que hago todo lo necesario para que vivan sin mí?
“No parece”, gritó una voz perdida en la multitud. Pero el mensaje del Altísimo continuó, ignorándola.
¿Quién los manda a tratar de complacerme? ¿Cuándo les dije que tenían que obedecer mis designios? ¿Por qué les creen a los que dicen que saben lo que pienso?
Se produjo un murmullo. Había opiniones diversas entre las personas. Algunas estaban contentas. “¿Vieron? ¿Vieron?”, exclamaban con soberbia. Otros ensayaban expresiones de justificación. “Y bueno, ¿qué otra cosa íbamos a hacer?” “Es que nunca dices nada.” “Siempre me criaron de esa manera.” “Yo sólo quería hacer tu voluntad.”
Salames. ¿Se piensan que me importa lo que hagan en cada momento de sus miserables vidas? ¿Quién se creen que son? ¿Se les ocurre que voy a dedicar mi tiempo a juzgarlos individualmente? ¿A ver quién es digno de mí y quién no? Qué idea imbécil tienen de mí.
“¿Es que no te importamos?” fue la expresión popular.
Ustedes, imbéciles, ustedes se tienen que importar. Quiéranse, ámense entre sí. Déjenme afuera. Pertenecemos a magnitudes diferentes. No tienen por qué intentar comunicarse conmigo. No hay forma de que me entiendan. Pero yo sí los entiendo, y la verdad, lo que piensan es cualquiera. Pfft.
Dios resopló su fastidio con forma de viento y lluvia. Las personas quisieron refugiarse, temiendo el castigo divino. Pero Dios volvió a increparlos.
¿Ven? Ustedes me temen, pero al mismo tiempo se cubren, pensando que pueden escapar a mis designios. ¿No se dan cuenta de la contradicción? Sí, yo puedo hacer lo que quiera con ustedes, pero no me interesa, son demasiado insignificantes. Sería muy fácil para mí destruir sus sociedades, o curar sus males. Es aburridísimo.
“Pero, ¿qué debemos hacer?” gritó el pueblo a su señor.
Hagan su vida, la puta que los parió. Sigan su camino. No crean en mí: crean en ustedes. Algún día quisiera levantarme y verlos tomar el control. Quisiera que estuvieran a la altura de lo que prometen. Créanme, yo sé que ustedes pueden. Me encargué de eso.
“Dinos cómo”, exclamó un líder espontáneo entre la multitud. “No queremos decepcionarte. Ayúdanos”.
Basta. Olvídense de que pueden decepcionarme. Olvídense de que existo. Hagan como si no estuviera. Vayan, sean felices. Es lo único que me importa. Todo lo demás es secundario. No sé cómo hacer para que me den pelota y empiecen a ignorarme de una buena vez. Ya probé desaparecer durante miles de años, y nada. Lo único que hacen es generar dogmas de mierda.
La humanidad hizo silencio. Casi todos miraban para abajo, avergonzados. Todos sabían que lo que hacían era para complacer a Dios, y ahora se venían a enterar de que era exactamente lo contrario que lo que tenían que hacer. Tenían, igual, el impulso de pensar que la intención era buena. Nadie lo dijo, pero Dios sabe lo que piensan todos.
La intención no importa un carajo. Tienen que pensar. ¿Para qué les di esa capacidad? ¿Para que obedezcan a cualquier mamerto que dice cosas con tonito solemne? ¿Para eso me gasté en darles ese cerebro enorme, en erguirlos para liberarles las manos? ¿Eh? La verdad, veces me parece que me equivoqué de especie.
Un relámpago muy brillante iluminó la atmósfera. La humanidad se atajó ante la próxima aparición de un trueno extraordinario. Pero el trueno nunca se oyó. Y Dios tampoco. Las personas, poco a poco, fueron retomando su vida. Muchos quedaron con miedo a una nueva aparición, a un nuevo castigo divino. Y se dedicaron a averiguar, por todos los medios que tuvieran disponibles, cuál podía ser la mejor manera de hacer su voluntad.

Esto es poesía

Esto es poesía
aparentemente
porque está escrito en verso
esos espacios en blanco
lo hacen poesía
porque, si no
¿qué mierda es la poesía?
no sé
no me importa
en una de ésas no califica
porque no expongo mi alma
ni nada
en estas líneas
nadie dice
que tiene que pasar eso
para mí que lo único relevante
son los enter
hay prosas que parecen poesía
pero no tienen tantos enter
tienen oraciones completas
con mayúscula y punto
pueden decir exactamente lo mismo
pero no se llaman poesía.
Ojo
hay que tener cuidado
mirá si uno escribe en un género
y cree escribir en otro
es jodido
es vivir equivocado
sin saber lo que uno hace
o sabiendo qué hace
pero sin saber cómo se llama
pero bueno
hay gente a la que le importa
a mí no
no sé si esto es poesía
si tenés ganas, es
si no, no pasa nada
no es más que una cosa
que pintó escribir
hasta acá.

El flerzo verlederino

Cuando mi flerzo salió por la sertena, corrí joltiendo a ñapar la serta. Pero, a pesar de mis quiñones, el flerzo terminó gortando todo el lapot, desde el hudón hasta el rófolo. Tuve, entonces, que quinitizar. Pero no necía el sortozo en ese fultancio. Fue intálajo conseguir huntoros para el clorto. Hasta que, por zozozo, flarcilipé la sertónica. Y entonces bística, la giracité.
No obstoncio, turultenca continuaba sintacticando. Musca el flerzo, musca los huntoros. El rocorío humbaba al yulco. Toda la noche. Cuando queradía, yusté la sinca hasta que la fera jitaba el íboro.
Pensé que galto era sufortonde, como si retero fuera tan voliz. Unta punté al faltón, hasta que trofé la cofta y, sortó, fortata. Pero momentos después sirtupetó Horacio. Me dijo que la jurta debía ser giracitada sin rófolo, que todo el sócolo sabía eso, y que antes de hacer tenía que preguntarle, cartajo. Pedí sintorpas, no sin flarme de gonor y besadumbre. Horacio comprantió mi colgosidad, pero me abfortó que no podía hertintear de esa latera.
Decidí entonces artifar mi comprosaco, para que todos huciéramos las gosas y no rubiésemos fartonos en el retanco. Desde ahora rendé más goldado. Espero que todo salga bien.

La diferencia está en el cubo

Existen dos clases de cubeteras: las individuales y las colectivas. Son dos estilos, dos filosofías de construcción del hielo. Ambas generan cubos, y lo saben hacer bien. La cuestión técnica del congelamiento del agua fue resuelta hace mucho tiempo. La diferencia está en cómo se encara el congelamiento y qué se hace con el hielo una vez generado.
Ambas también enfrentan los mismos problemas. Los cubos siempre estarán hechos a partir del agua que los llene. Si está sucia, el hielo estará sucio. Si ocurre la mala suerte de que el agua contenga una mosca, será preservada en el hielo. Ninguna cubetera puede solucionar esta clase de situaciones. Del mismo modo, el agua es un recurso finito, que la cubetera deberá estar bien diseñada para recibir y almacenar. Sin agua no hay hielo, y nada se puede hacer al respecto.
En ningún sistema existe garantía de que los cubos tendrán el mismo tamaño. La cubetera colectiva permite una comparación más directa en el momento de llenarla, pero esta operación se puede hacer de manera despareja, o el traslado hacia el freezer puede darse torcido, derramando y desperdiciando de esta manera la materia prima. Estas inclinaciones tendenciosas también generan desigualdades entre los cubos. Resultan desparejos, en un extremo más llenos y en el otro más vacíos. Es debatible, de todos modos, si los cubos deben ser todos iguales, o debe abrazarse la diversidad.
En la cubetera colectiva, cada cubo es el límite de los demás. Forman una comunidad definida. Se puede decir que todos los cubos son una misma cubetera, y la suerte de uno está atada a la de sus compañeros. De esta manera, no serán pedazos de hielo sueltos, sino que tendrán identidad y pertenencia.
A veces, la división entre cada cubo no es lo suficientemente alta. Todos los cubos se unen, formando una cubetera negativa de hielo, que resulta muy fácil de quebrar si se la intenta separar del lugar donde se formó. Cuando se produce esta ruptura, al principio se puede reconocer a los que fueron cubos limítrofes; aunque una vez separados, el tiempo tiende a disolver las fronteras.
En la cubetera individual, en cambio, cada cubo marca sus propios límites. Hay una independencia intrínseca. Los cubos pueden estar todos juntos, formando voluntariamente una cubetera unida. O pueden estar separados, repartidos por todo el freezer. Esto permite un mejor aprovechamiento del espacio disponible, y también genera desconexión. Los cubos son iguales y únicos. Es más difícil que provengan de un mismo chorro de agua, con lo que se generan cubos de diferentes edades.
Al existir la separación, se genera riesgo de marginalidad. Los cubos que, por cualquier motivo, quedan en lugares de poco acceso, muchas veces son olvidados. También pueden aparecer en posiciones incorrectas, de forma tal que se vuelca el agua y no llegan a cumplir su cometido de cubo.
El otro lado de esta moneda es que es posible la existencia de cubos de fácil acceso, prácticos, con un tamaño que estimula su uso, sin la necesidad de golpear varios y sacar dos o tres juntos cuando hace falta uno solo. Cada cubo es una oportunidad.
La diferencia entre las dos cubeteras no es menor. Es fundamental. Más allá de sus puntos en común, ambas se basan en filosofías distintas, y esa diferencia se nota, en mayor o menor medida, en cada uso, en cada enfriamiento, en cada llenado, en cada bebida que se toma con hielo. Es importante entender cómo es cada una para poder tomar una decisión informada, y no arrepentirse cuando es demasiado tarde.

Cómo escribir "Domingo de regreso"

  1. Observe una estatua de Sarmiento en el patio del colegio Bernasconi, y fíjese que parece que representara a Sarmiento como si estuviera levantándose de la mesa del doctor Frankenstein.
  2. Tome nota de esa observación.
  3. Piense una historia, o por lo menos el principio de esa historia.
  4. Escriba ese principio, confiando en que el resto va a salir. Ocúpese de ir creando clima. Dése cuenta de que vale la pena crear suspenso antes de la revelación de que lo que está en la mesa del doctor es Sarmiento.
  5. Una vez que Sarmiento se escapa, llévelo hacia un lugar donde los mitos de Sarmiento puedan jugar. Por ejemplo, una escuela.
  6. Cree un conflicto. Por ejemplo, los niños se asustan de la apariencia de Sarmiento.
  7. Para no repetir el nombre del fundador de “El Zonda”, refiérase a él de diferentes maneras, y explote humor por ese lado.
  8. Haga alguna referencia a la obra social de Sarmiento, sin detener ni estorbar el avance de la historia.
  9. Ubique el clímax en la escuela creada por Sarmiento, y preferentemente ubique en él a la estatua que inició todo el proceso.
  10. Traiga de vuelta al doctor Frankenstein, para que el cuento cierre como empezó.
  11. Robe el final del cuento “Gardelería” de Leo Maslíah, pero cambie el “echó todo a perder” por “lo arruinaron todo”, que convenientemente habrá robado de un espectáculo de Les Luthiers.
  12. Titule el cuento de una manera que no revele de qué se trata pero se entienda una vez leído. Preferentemente utilice un título que haga pensar al lector que lo que va a leer es algo parecido a “La autopista del sur” de Cortázar.
  13. Revise, reescriba, afeite las rebabas, pula y haga esto varias veces.
  14. Publíquelo en su libro titulado “Léame” y véalo convertirse en uno de los hits.

Genérico

Ese viernes, Jorgito se levantó al sonar su despertador. Fue al baño y se afeitó, luego de cambiar el repuesto de su máquina de afeitar. También se lavó los dientes y se peinó, utilizando el gel capilar que acostumbraba a ponerse.
Una vez vestido, fue a desayunar. Desayunó avena arrollada, y la acompañó con jugo en polvo que había preparado la noche anterior. También comió un par de tostadas con queso crema. Luego volvió a lavarse los dientes, y estuvo listo para ir a trabajar.
Minutos después, lo pasó a buscar la combi que lo llevaba a su trabajo. Al subirse, se golpeó la cabeza con el borde de la puerta y se cortó. El conductor de la combi le curó la herida y le colocó un apósito protector. Durante el viaje, Jorgito se limpió la sangre de la cara con un pañuelo descartable. El golpe había sido bastante fuerte y le había producido un dolor de cabeza, así que cuando llegó a su trabajo lo primero que hizo fue preguntar a sus compañeros si alguien tenía una tableta de ácido acetilsalicílico.
En el trabajo, la pluma fuente que solía usar empezó a perder tinta y se le produjo una mancha en la hoja. La cubrió con líquido corrector y dejó de lado la pluma para pasar a usar un bolígrafo.
En el descanso de media mañana Jorgito se tomó una sopa instantánea, usando el agua caliente del dispensador que había en la oficina.
Cuando volvía de la pausa pasó por el departamento de diseño, donde un amigo estaba usando un software de retoque fotográfico. Estaba modificando una foto que había sacado con su cámara de revelado instantáneo y luego había escaneado.
Luego fue al sector de mantenimiento, para ver si alguien podía arreglarle la pluma fuente. Había una sola persona, que estaba tratando de hacer girar un tornillo con cabeza en cruz usando una navaja suiza porque, según explicaba, no tenía el destornillador adecuado. Jorgito resolvió volver más tarde.
Cuando fue hora de comer, Jorgito se dio cuenta de que se había olvidado la vianda. Había guardado las sobras de la noche anterior en un recipiente plástico hermético para comerla en ese momento, pero lo había dejado en la heladera. Debió entonces salir a comer, y fue a un restaurante de comida rápida que había muy cerca de su trabajo. Comió una hamburguesa que, según la descripción del cartel explicativo, pesaba un cuarto de libra y venía con queso. Jorgito acompañó el sándwich con un vaso de gaseosa cola, mientras se preguntaba cuánto sería eso en kilos.
Cuando terminó de almorzar, vio que le quedaba tiempo de su descanso del mediodía, y aprovechó para jugar con un compañero unos partidos de tenis de mesa en el bar de al lado.
Al volver al trabajo, volvió a pasar por Mantenimiento buscando una solución para el problema de su pluma fuente. Se encontró a dos operarios tratando de pegar planchas de poliestireno usando cola vinílica. Le explicaron que habían intentado con cinta adhesiva transparente, pero no tenía la resistencia requerida. Jorgito les sugirió usar pegamento de contacto.
Cuando terminó su día de trabajo, Jorgito estaba muy estresado por las tareas de la semana. Y eligió volver a su casa caminando, mientras escuchaba música en su reproductor portátil. Durante el trayecto pasó por una heladería y se llevó un kilo de crema helada. Como todavía le quedaba un trecho por recorrer hasta su casa, Jorgito pidió que le incluyeran dióxido de carbono en estado sólido para evitar producir derrames innecesarios.
Para sacarse el estrés, al día siguiente Jorgito se fue al campo a pasar el fin de semana. Tenía un terreno no muy lejos de la ciudad, el cual había heredado, junto a sus ocho hermanos, de su tía María. Cuando abrió la tranquera saludó a don Vicente, el cocinero, que a pesar de ser carioca estaba lleno de nobleza gaucha. Era un campo frío, pero a Jorgito no le importaba. Cuando estaba en ese lugar se sentía siempre libre.

De casa al hotel

Estaba pasando demasiado tiempo en casa. Necesitaba escaparme un poco. Así que decidí pasar unos días en un hotel. Quería estar tranquilo, en paz, en un lugar donde se ocuparan de mí. Necesitaba distancia del ambiente que se respiraba en casa. Estábamos todos peleados, las discusiones eran permanentes, cualquier cosa era motivo de conflicto. Encima, había una obra en la vereda que inundaba toda la casa de un ruido permanente y atronador. Era una reparación de la red de gas. Como resultado, no teníamos calefacción en toda la casa, con lo cual hacía un frío importante. Para colmo, al no haber gas tampoco podíamos cocinar, de modo que teníamos que arreglarnos con comida de microondas. Eso caldeaba más los ánimos, que eran lo único que estaba caliente en casa en ese momento. Por eso decidí ausentarme durante unos días. Así que me fui al hotel.
Elegí uno, pregunté si tenía las comodidades que buscaba, pagué la habitación y me dejé llevar hacia ella. Recién cuando ya estaba instalado leí la nota de bienvenida del hotel. En ella se decía que todo el personal se esmeraría en hacerme sentir como en casa.

Dios contra el mundo

Dios se enteraba de todo lo que pasaba en el mundo. Conocía las mentiras de la gente, los pecados de cada uno, las virtudes de todos. También conocía cada detalle intrascendente. Era capaz de saber cuántas veces cada persona que alguna vez existió se cortó las uñas de los pies, y era capaz de desglosar esa estadística. Dios sabía que el dedo equivalente al anular del pie era el que más frecuentemente evitaba que su uña fuera cortada. Lo sabía, pero no le importaba. Era uno de los muchos datos que uno conoce cuando es omnisapiente.
Llegó un momento en el que Dios se hartó del mundo. No quiso saber nada más. Pero era difícil deshacerse de toda la información. Tenía el hábito formado desde hacía mucho tiempo, y además era su responsabilidad que el mundo, y el Universo, marcharan como él mandaba.
Se acordó de que era omnipotente, entonces empezó a tentarse. Podía hacer cualquier cosa, pero no todo lo que podía hacer iba a dar buenos resultados. Dios sabía eso mejor que nadie, y ya estaba empezando a cansarse de esa limitación a su omnipotencia. Pero también sabía que quitar esa limitación (lo cual podía hacer) era peor que no quitarla, porque traería más problemas que antes. Todos dependerían de las acciones de Dios, y lo que en ese momento quería era deshacerse de problemas, no ocuparse de nuevos.
Pensó en alejarse del mundo, aunque fuera por un tiempo. Tomarse unas vacaciones, visitar alguna otra comarca del Universo. Pero dos motivos la convertían en una opción inconveniente. Uno era que ya estaba en todas las otras comarcas del Universo, de las cuales también conocía todos los detalles. El otro era que, en caso de irse del mundo, perdería su omnipresencia. Existía un solo artilugio para alejarse sin perder esa característica: destruir el mundo.
No le hubiera costado mucho. Ahí sí tendría paz, por el tiempo que quisiera y todo. Pero Dios no quiso llevar a cabo esa opción, porque Dios es misericordioso y no quería ser responsable de otro genocidio. Es cierto, podría haber creado más tarde un mundo nuevo, mejor que el anterior, y también podría haber revivido a todos los muertos del mundo por él destruido. Pero eso no implicaba no haberlos matado.
Otra posibilidad era hacer que las cosas dejaran de pasar. Hacer una pausa en el mundo, para relajarse durante un tiempo. Pero no era conveniente, porque sabía que después de cinco minutos de pausa el mundo se reanudaba solo. Era uno de los mecanismos que había colocado al crearlo para facilitar las reparaciones posteriores. En su momento, Dios había sabido predecir que se arrepentiría de ese detalle, pero lo había puesto igual. Se había dejado llevar por el impulso.
Dios consideró que era mejor no tomar medidas drásticas. El mundo estaba más o menos bien como era. Dios se dio cuenta de que su molestia no era culpa del mundo, sino de él mismo. El mundo sólo hacía lo que Dios había iniciado. Tenía que encontrar la forma de que no le molestara más el conocimiento de cada detalle.
En su infinita sabiduría, Dios encontró la respuesta. Lo que tenía que hacer no era alejarse del mundo, ni destruirlo, ni dejar de percibir todo. Lo único que necesitaba era que no le importara más lo que sabía. De este modo se podría liberar de la responsabilidad, total el mundo hacía tiempo que andaba sin ayuda.
Dios, entonces, se preguntó si podría hacer que no le importara nada. Y conocía la respuesta.

Diálogo entre nalgas

Nalga izquierda: ¿Qué te pasa?
Nalga derecha: Nada, ¿por qué pensás que me pasa algo?
NI: Es que te veo bajoneada. ¿Seguro que no te pasa nada?
ND: No me pasa nada que me puedas solucionar.
NI: O sea que te pasa algo. ¿Por qué no te relajás y me contás? Capaz que te puedo ayudar, pero si no sé qué te pasa seguro que no.
ND: Es que es complicado, no quiero meterte en este asunto.
NI: Vamos, si sabés que yo siempre te acompaño a todos lados.
ND: Eso no lo sé.
NI: ¿Cómo que no lo sabés? ¿Acaso te acordás de alguna vez que no estuve a tu lado?
ND: Físicamente sí, pero últimamente me parece que no me acompañás en espíritu.
NI: ¿Por qué pensás eso?
ND: Es muy difícil de decir… Siento que ya no ponés pasión en las cosas que hacemos juntas.
NI: ¡Mentira!
ND: Eso es lo que veo. Yo sabía que me ibas a decir que no era así.
NI: Bueno, decime por qué te parece eso.
ND: Mirá, esto que te voy a decir es muy difícil. Pero últimamente estoy notando que ya no estamos tan juntas como antes. Es como si hubiera una brecha muy profunda que nos separa.
NI: La verdad, yo no siento eso. Dame algún ejemplo.
ND: No sé, es difícil darte precisiones. Es como el otro día, que estábamos sentadas muy cómodamente sobre un sillón, haciendo nuestro trabajo como siempre, y vos te dormiste.
NI: Eso fue un accidente cervical, ya te pedí disculpas en ese momento.
ND: Está bien, pero no es lo único. También empezaste a tener granos y lastimaduras. Es como si quisieras tener toda la atención vos sola, como si no te bastara conmigo.
NI: Estás loca, ¿por qué pensás que todo eso es voluntario? ¿Te creés que es agradable estar llena de acné?
ND: Lo que te digo apunta a un nivel más profundo. No creo que sea todo un ardid tuyo, pero noto que disfrutás mucho cuando te rascan. Es como si te acariciaran.
NI: Pero es que me calma la picazón. A ver si no disfrutás vos cuando te pase lo mismo.
ND: ¿Por qué me va a pasar lo mismo? Yo sé cuidarme.
NI: ¿Cómo sabés cuidarte? ¿Insinuás que yo no me cuido?
ND: Yo no me siento de mi lado sobre pelotas de fútbol que andá a saber quién tocó. Quién sabe qué podredumbre arrastra con ese barro.
NI: ¿Ah, sí? ¿Y quién fue la que estalló en algarabía cuando le dieron una inyección? ¿Fui yo acaso?
ND: Pero no estaba contenta por haber recibido el pinchazo. La aguja me dolió. Estaba contenta porque era el remedio para esa enfermedad que nos mantenía postradas sobre la cama, con todo el sudor que nos caía desde la espalda por las frazadas gruesas que había ahí. Estaba disfrutando a cuenta.
NI: Eso es sanata y lo sabés. Vos disfrutaste que te eligieron para la inyección y ahora no podés soportar que a mí me pasen cosas que a vos no. No me banco tu egoísmo, se supone que somos pares.
ND: Claro que somos pares. ¿Ves? Por eso no quería hablar esto con vos. Sabía que te ibas a poner así, toda colorada del enojo.
NI: Lo que no querés es que te incomode con mis deseos y mis problemas. Estás cada vez más separada de mí.
ND: Eso no es verdad, estamos siempre a la misma distancia.
NI: Estoy hablando en sentido figurado, estúpida. Vos querés preocuparte sólo por vos misma y que cada una vaya por su lado.
ND: No, mentira. Lo decís porque estás celosa.
NI: ¿Celosa de qué? ¿De que te den una inyección? Estás en pedo.
ND: No sé de qué estás celosa, eso es algo que te pasa a vos. Pero lo que sí sé es que no tenés ganas de que esté a tu lado.
NI: Nunca pensé que me ibas a decir una cosa así. Claramente ya no tenés respeto por lo que hubo entre nosotros.
ND: Bueno, si te vas a poner así yo no hablo más. Yo no quería hablar de esto. Cuando te calmes charlamos mejor.
NI: ¿Ah, sí? Bueno, cuando me calme hablamos. Pero, ¿sabés una cosa? Ya nada va a ser lo mismo entre nosotros. Te podés ir bien a cagar.

Diálogo con un americano

—¿De dónde sos?
—Soy americano.
—¿Sos de Estados Unidos?
—No, ¿por qué habrías de pensar eso?
—Porque acabás de decir que sos americano.
—¿Y qué tiene que ver? ¿Desde cuándo son los dueños del continente?
—Está bien, pero es un uso corriente. Convengamos en que el país se llama igual que el continente, así que el gentilicio es razonable que sea el mismo.
—¿Cómo es eso?
—Es que a los nativos de los Estados Unidos Mexicanos los llamamos mexicanos, es lógico que a los de Estados Unidos de América los llamemos “americanos”. Y si los llamamos “estadounidenses” también estamos en problemas porque podríamos confundirlos con los mexicanos y, antes, con los brasileños.
—Es lo que pasa cuando los países no tienen nombre.
—Es que sí tiene nombre, se llama igual que el continente. De la misma manera que Sudáfrica queda en el sur de África, por lo que podemos llamar a sus nativos sudafricanos, y podemos hacer lo mismo con los que nacieron en Lesotho.
—OK. Igual hacete la idea de que no sólo los que nacieron en Estados Unidos de América son americanos. ¿Está bien?
—Está bien. Y, seré curioso, ¿de qué parte de América sos?
—Soy de Argentina.
—Ah, qué bien, de las Provincias Unidas. ¿De dónde?
—De Buenos Aires.
—OK, sos porteño entonces.
—¡No! Soy de la provincia de Buenos Aires, no te confundas la ciudad con la provincia. No seas ignorante.
—Bueno, está bien. Lo que pasa es que estamos ante el mismo caso que antes, la ciudad y la provincia tienen el mismo nombre. ¿De qué parte de la provincia sos entonces?
—De una ciudad chica en el partido de Rivadavia.
—¿Y cómo se llama la ciudad?
—América.