Nacionalismo global

Una ola de nacionalismo se desarrolla en el mundo entero.
Los pueblos no quieren dejar de ser pueblos. Se resisten a que la facilidad de comunicarse los transforme a todos en una misma aldea global. Su identidad es algo valioso, del mismo modo que saben que la identidad de los demás es valiosa para ellos. Por eso no quieren perderla, no les gustaría amalgamarse con el resto del mundo. En consecuencia, rechazan los postulados que los llevan a unirse, y quieren mantenerse separados.
Al principio eran grupos aislados, en zonas rurales de algunos países de Europa. Pero se fueron comunicando. Y sus ideas nacionalistas trascendieron las fronteras. Desde entonces, otros grupos las han tomado como propias, y las adaptaron a sus circunstancias. A su vez, las ideas adaptadas volvieron a su lugar de origen y los que las habían originado encontraron que eran mejores.
De esta manera, el intercambio entre los pueblos consiguió hacer cada vez más fuerte la idea de que los pueblos deben mantenerse aislados para poder mantener su identidad.

El cuerdo

Había una vez un país en el que todos estaban locos menos una persona en particular. El no loco veía a los demás y reconocía su locura. Los otros pensaban que el loco era él. Estaban todos de acuerdo. Era la única cosa en la que estaban de acuerdo. En el resto, no podían entenderse, porque cada uno estaba en su propio mundo, porque todos estaban locos.
El cuerdo, entonces, tenía ventajas. Sabía aprovechar que los demás estaban locos. Como todos creían que el loco era él, era muy común que le siguieran la corriente. El cuerdo lo usaba a su favor, y obtenía toda clase de beneficios. Nunca pagaba una compra. Siempre le cedían los asientos. Muchas personas evitaban cruzarse en su camino para no incomodarlo.
Sin embargo, con el tiempo la situación se puso un poco más difícil. Los locos empezaron a considerarlo un peligro para la sociedad. Ignoraban que el peligro eran ellos mismos. Eso sólo lo sabía el cuerdo. Pero empezó a cundir un principio de consenso que indicaba que debían atrapar en alguna institución al que suponían loco. Esto habría sido muy fácil, de haberse podido coordinar entre sí.
Pero el cuerdo siempre les sacaba ventaja. Cuando intentaban apresarlo, apelaba a alguna estratagema que le permitía mantener su libertad. Sin embargo, su vida empezó a verse amenazada, porque los locos que lo creían loco peligroso eran peligrosos. Había llegado el momento de hacer algo.
Entonces, mediante sutiles maniobras, el cuerdo fue llevando a los locos a su lugar. De a poco, pero en forma sostenida, fue encerrándolos en distintos manicomios. A veces fingía dejarse apresar, sólo para que otros entraran con él y después lo vieran salir. Luego cerraba las puertas con llave, y dejaba que los locos se alimentaran de lo que cultivaban en los distintos manicomios.
Llegó un momento en el que logró su objetivo final. Todos los locos estuvieron protegidos de sí mismos, y la sociedad, que era sólo él, estuvo a salvo.

Genios artistas

Todos los artistas son genios. Todos. La visión artística es genial sin excepciones. Salvo en los casos de plagio, en los que la visión artística es ajena. En esos casos, el artista es otro genio.
Todas las ideas artísticas son geniales. Y todas las ejecuciones son exactamente lo que el artista ve posible, son una realización de la visión genial. Nadie es menos que genio al hacer alguna obra artística.
Hay algunos artistas, sin embargo, cuyo genio no es reconocido por los demás. A veces ni siquiera por ellos mismos. Pero existe. Tal vez sean adelantados a su época, o retrasados. Sin embargo, ellos saben bien lo que hacen, por más que no sepan que es genial. El problema son los demás, los que están buscando cuáles artistas son genios y cuáles no, sin darse cuenta de que todos lo son. Basta con ser artista para ser genio. QED.
Pero todos, todos los artistas tienen quien los reconozca como genios en su tiempo. Son sus familiares y sus amigos, que concurren a todas las inauguraciones, leen los libros, escuchan las músicas. Y posteriormente les informan que les gustó mucho. Pero los artistas no se dan cuenta de la veracidad de estas palabras. Sólo algunos. La mayoría piensa que lo dicen sólo para que estén contentos. Y por esa razón, no están contentos.

Títulos sin texto

El otro lado del sol
Con la retina y los zapatos
Guardando la mandolina
Gordos raquíticos
Todo y su frialdad
Huevo de planeta
Protonial y ceremocolo
Los cinco lados del cielo
Tres o cuatro bien
Juegos de juego
Amigos de lo propio
Todo mi amor para mí
Amor vestido
Desamor prohibido
Taxi a lo desconocido
Casi estamos
Humedad en el paraíso
Trono de ocupado
Retorno al pasaje
Qué dijo cuando dijo que
Un té de yuyos con Yiya
Qué le pasó al tero
Un do re mi
El perezoso perspicaz
Temario de temas pluviales
Juez de pez
Huesos revueltos
Jolgorio hipnótico
Hincapié inicial
La verdadera historia
Soy tu héroe aunque no quieras
Crer para veer
Con su blanca calidez
El cautiverio inolvidable
Juegos serios para jugar sin jugar

Suelta de globos

Un grupo de globos permanecía en el mismo lugar. Todos tendían a elevarse, pero cada uno tenía un hilo que lo sostenía. Los hilos convergían en un caño, donde un nudo común sujetaba a todos.
Los globos se mantenían más o menos en el mismo lugar, sólo empujados por las suaves corrientes de aire. Ocasionalmente, alguna persona pasaba cerca y en su camino chocaba contra los globos. Eso hacía que se movieran todos, como si se barajaran, y cambiaba la posición general. Así se conocían, y veían que sus distintos colores no impedían un objetivo común.
Querían ir hacia arriba. No necesariamente todos juntos, ni hacia el mismo lugar, pero no querían seguir trabados por fuerzas externas. Buscaban liberarse, y cada vez que algo los movía intentaban destrabar el nudo. Pero estos esfuerzos no siempre eran fructíferos. A veces los nudos se trababan más.
Los globos no se desanimaban ante la adversidad. Estaban inflados con optimismo. Uno o dos, sin embargo, se permitieron vencer. Dejaron ir las ganas, y al desanimarse se fueron hacia abajo. Quedaron irreconocibles, putrefactos y oscuros.
El nudo común no era infranqueable. Cada tanto algún globo se escapaba. Pero, como eran vigilados de cerca, rápidamente los guardias lo volvían a su lugar y reforzaban la atadura. Entonces los globos regresaban a su posición anterior, decepcionados pero no vencidos.
Estaba claro que la salida era colectiva. A pesar de sus diferencias, tenían que unirse para poder salir todos juntos hacia el cielo. Debían cooperar, aunque no estaba necesariamente en su naturaleza hacerlo. Comenzaron movimientos sutiles con este objetivo. De a poco, los hilos que llegaban al nudo fueron desenganchándose. Lo hacían despacio, con paciencia, de manera de no alertar a la vigilancia.
Los globos se movían como si hubiera una brisa. Uno a uno, se iban liberando. Pero no se quedaban. Sus hilos daban una vuelta al caño hasta llegar al momento en el que todos estuvieran en condiciones de irse. Si alguno se iba antes de tiempo, iba a arruinar el escape de todos.
Así, cuando fue el momento, todos los globos se elevaron al mismo tiempo. Lo hicieron a una velocidad no muy alta, pero con tanta sorpresa que los guardias demoraron su reacción. Intentaron tomar algunos por el hilo, y aunque tocaron un par de cuerdas, se les escurrieron de los dedos.
Los globos, libres por fin, se mantuvieron juntos durante algunos metros y después se desperdigaron por todo el cielo de la ciudad. Exploraron individualmente, haciendo cada uno su camino. Cada tanto un par de globos se encontraban, y con dos o tres rebotes celebraban la unión que permitió su libertad.

El peor cómico del mundo

El peor cómico del mundo anuncia que nos va a alegrar la vida.
El peor cómico del mundo cree que todo lo que piensa es graciosísimo.
El peor cómico del mundo se lanza a la improvisación.
El peor cómico del mundo actúa ante públicos que no tienen escapatoria.
El peor cómico del mundo quiere que el público participe.
El peor cómico del mundo insiste en que los que no participan lo hagan.
El peor cómico del mundo distorsiona su voz frecuentemente.
El peor cómico del mundo cita frases que están de moda.
El peor cómico del mundo explica de dónde sacó sus citas.
El peor cómico del mundo exagera la exageración.
El peor cómico del mundo cree que es un showman muy hábil.
El peor cómico del mundo hace chistes con doble sentido, y uno de esos sentidos es siempre el mismo.
El peor cómico del mundo se ríe de sus chistes.
El peor cómico del mundo cree que es tierno vestirse de payaso.
El peor cómico del mundo quiere que todos canten.
El peor cómico del mundo ama los ruidos raros.
El peor cómico del mundo trata a chicos y grandes por igual: como infradotados.
El peor cómico del mundo retrabaja el material de cómicos de segundo orden.
El peor cómico del mundo tiene mucha energía y siempre tiene más para dar.
El peor cómico del mundo hace los chistes que los demás eligen no hacer.
El peor cómico del mundo piensa que es un componente necesario de la sociedad.
El peor cómico del mundo piensa que el Destino lo puso donde está.
El peor cómico del mundo cree que el público está contento con su presencia.
El peor cómico del mundo no espera los aplausos: los pide.
El peor cómico del mundo es aplaudido por multitudes.

Flash en Once

Los malhechores ya aprendieron que la mejor manera de escaparse de Flash es pasar por Once. En esa zona, Flash no puede alcanzar su máxima velocidad. Hay demasiada gente. Flash, servidor público, no puede ignorar a todas las personas que se topan en su camino. Debe esquivarlas una por una, de acuerdo a los movimientos independientes que todos muestran.
También, al pasar por Once, Flash ve un montón de robos y estafas, y no puede evitar hacer justicia con los malvados que roban a la gente. Y los que estaba persiguiendo antes de entrar a Once se escapan hasta que ya no los puede ver.
Si Flash no se detuviera, haría caer a toda la gente con la que se cruza, y se volvería a producir el efecto dominó que hizo la primera vez que lo intentó. Esta avalancha resultó en centenares de atropellados, y la onda de injusticia que atravesó la ciudad fue peor que la que estaba tratando de resolver.
Es por eso que Flash está en tratativas para comprarse un auto. Sabe que ir a Once en auto es muy problemático, y por eso no está buscando un auto cualquiera. Se trata de un auto que ya no se produce más, pero le permite esquivar todos los problemas de Once. Un auto fantástico.

Cuestión de marketing

El público en general no está interesado en la poesía. Puede haber muchas razones por las que eso pasa. Pero el fenómeno existe: cuando se publicita poesía, concurre un público pequeño y estable, que muchas veces consiste en poetas. Son muy pocas las personas que consumen poesía sin intentar hacerla.
Sin embargo, mucha gente acepta la poesía cuando está mezclada con otras formas. Por ejemplo, con música. Cuando una poesía recibe música y se convierte en letra de canción, tiene mucha más llegada. Y ni siquiera es exclusivamente por la música. El público escucha la canción y presta atención a la letra. Muchos la memorizan, la analizan, la modifican. La poesía produce en ellos los efectos deseados, sin que la música necesariamente esté involucrada en esos efectos.
Lo que ocurre es que la poesía tiene fama de difícil. Como la matemática. Mucha gente, cuando se le dice que algo es poesía, piensa que está ante algo inalcanzable, algo que sólo personas con mucha capacidad logra apreciar. Y la verdad es que eso es mentira. Los que tengan mucha capacidad apreciarán más que los que no. No hace falta ser sobrehumano para disfrutar la poesía.
Y tampoco se puede olvidar de que no toda la poesía es buena. Sin embargo, al cargarse con el peso de ser “poesía”, muchas personas no se animan a cuestionarla. Piensan que debe tener algo que ellos no ven, a pesar de que es perfectamente factible que el texto en cuestión sea una porquería.
Es necesario terminar con esos prejuicios. Hace falta acercar la poesía al gran público. Lo que se necesita es una acción de marketing. Será de gran beneficio para los poetas, al menos aquellos que no disfrutan de la pobreza y la indiferencia. Lo que hay que hacer es cambiarle el nombre. Hacerla conocida como otra cosa.
Ya hay quienes usan esa táctica. Lo que hacen es insertar la poesía en toda clase de formas que el público consume. Y el público no rechaza la poesía. En muchos casos es bienvenida. El público recibe la poesía, y el poeta tiene un público. Sólo que no se lo llama poeta.
“Poeta” y “poesía” son sólo palabras. La poesía está acostumbrada a darle nuevos nombres a todo. Es su dominio, lo que mejor hace. La iluminación poética consiste, entre otras cosas, en encontrar relaciones no sospechadas entre palabras y conceptos distintos y distantes. En algunos aspectos es como la matemática. Y el marketing también lo hace: el marketing es una forma de poesía.
Entonces, ¿por qué no puede el marketing, como forma de poesía, aplicarse a la poesía en general. Está claro que a muchos poetas no les gustará. Ven al marketing como una irrupción molesta del mercado, y piensan que todos estaríamos mejor sin él. Pero se equivocan. El marketing es una manera de comunicarse, de persuadir a los demás de que vengan hacia uno y presten atención a lo que uno hace. Si se usa para el mal, no es porque el marketing en sí mismo sea malo.
El marketing tiene toda clase de técnicas lingüísticas que permiten construir puentes y símbolos en una dirección específica controlada por quien lo hace. Sólo que tiene un fin específico fuera del lenguaje. Podemos pensar que el marketing no sólo es una forma de poesía, sino que es la forma original de la poesía. Después de su invención, hubo quienes se entusiasmaron con las formas y aplicaron los distintos métodos a objetivos distintos, no mercantiles, de exploración.
Puede ser que el marketing sea el origen de la poesía. Es necesario que ambas disciplinas, que todavía se nutren una a otra, reconozcan su afinidad y trabajen juntas para el bien de la poesía. O como sea que se llame de ahora en más.

Coincidencias

Hay gente que quiere descreer de las coincidencias. Sostienen que no existen. Que lo que vemos como coincidencias en realidad son señales. Hay una razón por la que suceden. Debemos leerla, interpretarla, porque son un mensaje que nos está siendo enviado.
Es la presunción de existencia de un orden cósmico absoluto, que gobierna hasta los detalles más pequeños, pero que igual concede el libre albedrío. Y además, ese orden cósmico está interesado en nuestras vidas, nos da pistas acerca de cómo vivirlas y nos concede oportunidades que debemos ver como tales.
Muchos operan mediante esta forma de pensar y actúan en consecuencia. Les puede ir bien o mal, y si les va mal se puede explicar por el lado de que entendieron mal la coincidencia que interpretaron.
Pero la presencia intencional de coincidencias no es una idea que me resulte atractiva. Me parece más bien algo perversa, si es que son manifestaciones de una inteligencia externa o cósmica. No quiero estar sujeto a alguien o algo que es capaz de controlarme todo, incluso las acciones que llevan al surgimiento de coincidencias. Siento que eso no me dejaría ser libre.
Igual me atraen las coincidencias. Cuando se producen, a veces impresionan. Es muy tentadora la idea de leerlas como una señal de la presencia de alguien benevolente. Puedo entender que muchos elijan hacer eso. Pero para mí es mucho más enriquecedor verlas como verdaderas coincidencias.
Son actos del azar de los que soy testigo, también por azar. Están ahí, tal vez sin ser vistas hasta que las descubro. Tientan a sacar conclusiones. Pero al ser actos del azar, las conclusiones no están predestinadas. Podemos decidir lo que les hacemos significar. Y podemos hacerlo en forma consciente, sin atribuir a la coincidencia la responsabilidad de nuestros actos posteriores. Seguimos siendo nosotros los que decidimos, y usamos a las coincidencias para ayudarnos a tomar nuestras decisiones, sabiendo que somos nosotros los que lo hacemos.
Las coincidencias son una oportunidad de generar sentido. Podemos interpretarlas, pero no hay que leerlas. Hay que escribirlas.

Autorretratos

Todas las obras de arte son una forma de autorretrato. El artista se muestra a sí mismo, a partir de la expresión que aspira a encontrar un lenguaje común en el público. El que mira la obra, si sabe hacerlo, puede ver al autor. Y también, si la obra y el público son buenos, verse reflejado, y hasta descubrir aspectos que no pensaba que llevaba consigo.
Es como sacarse una foto a uno mismo. El artista y el público generan esa foto a través de procesos de comunicación. Usan herramientas como el lenguaje, la cultura compartida, el oficio artístico y la naturaleza. Hace falta todo un trabajo de interpretación e imaginación para revelar la foto del artista en su obra.
Desde la antigüedad, algunos artistas tienen la costumbre de hacer obras que son literalmente autorretratos. Son imágenes de sí mismos, que tienen un aspecto a la vista similar al de quien las creó. Estas obras tienen su valor, como cualquier obra, pero no debe perderse de vista que todas las otras también son autorretratos. Las que lo son dos veces pueden, incluso, revelar detalles que el artista no sospechaba. Si es honesto y talentoso, los verá durante el proceso creativo y los incluirá intencionalmente, enriqueciendo de esta manera su obra.
Cuando el advenimiento de la reproductibilidad técnica, algunas formas de arte se vieron amenazadas por nuevos géneros. La pintura, en particular, perdió algunas de sus funciones más mecánicas a manos de la fotografía. A partir de cierta época, las personas que querían tener un retrato de sí mismas dejaron de posar durante largos días y horas ante un pintor, y lo reemplazaron con mantenerse quietos durante unos segundos mientras alguien les sacaba una foto.
En esta etapa, a pesar de la tecnología avanzada, los retratos seguían siendo hechos por un fotógrafo. Pueden ser considerados una obra artística, y por lo tanto un autorretrato además de un retrato. Había una persona que pensaba la escena, y creaba el retrato de acuerdo a su criterio, su personalidad, su historia y su temperamento. Existía la posibilidad de tomar una cámara y sacarse una fotografía a sí mismo, aunque esto era difícil e implicaba utilizar un timer, o una cámara pequeña. Los rollos de fotografía, sin embargo, no permitían que el autorretratista viera su obra inmediatamente, y la corrigiera de ser necesario.
Pero eso cambió con la fotografía digital. Llegó un momento en el que las cámaras digitales se hicieron tan comunes que los teléfonos empezaron a tener no una, sino dos: una trasera para sacar a otras personas, y otra frontal para autorretratos. Esto generó que se difundiera mucho la costumbre de sacarse fotos, al punto que se inventó la palabra selfie para designar al autorretrato sacado con una cámara frontal cuya imagen puede ser vista por el modelo y fotógrafo.
La comunidad artística, sin embargo, muestra resistencia ante la selfie. Consideran que una foto fácil, automatizada, sin aplicar ningún criterio, no puede ser un verdadero autorretrato. Cualquiera se saca una selfie, pero no cualquiera es fotógrafo, y menos artista. Sin embargo, mucha gente que tiene la costumbre de sacar selfies no se da cuenta de que hay retratos de sí mismos por todos lados, en las obras de arte, que pueden ser muy iluminadores y estimular a la imaginación. Para el artista, la selfie mata la imaginación necesaria para un verdadero autorretrato, y la reemplaza por una imagen tan fácil de obtener como efímera, porque jamás tendrá la pregnancia de una obra de arte. La selfie reemplaza al artista por una herramienta.
Y no termina en eso. Muchos no se contentan con este reemplazo, y deciden que ni siquiera tienen que tener contacto con la cámara. La herramienta que permite sacarse autorretratos es demasiado para ellos. Entonces se inventó un adminículo para que una persona pudiera manejar una cámara pero con cierta distancia, que ha pasado al imaginario como “el palito de las selfies”. Este artefacto, además de prescindir del artista, prescinde del contacto con la herramienta que lo reemplazó, mediante el uso de una segunda herramienta. Es por eso que las comunidades artísticas han manifestado su enérgico rechazo a semejante invención. Y el argumento de que es perjudicial para el arte provocó que fuera prohibido en los museos.